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Boab

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Como las flores del árbol africano, cada historia de este libro despide un delicado aroma, suave pero intenso, que intuye y comprende los contrasentidos de la vida. Los relatos están transidos de humanidad y de una cierta ternura que a veces, como la vida misma, roza la crueldad y el absurdo, como un cartón mal pintado. Sin embargo, y pese a las desgarraduras del alma, los textos destilan una bruma de mar en calma, un celaje poético que todo lo impregna y que nos invade. Sin pretensiones, sin justificaciones, nos hace salir de la lectura, perturbados por el prodigio de la narración.
Sus personajes hacen posible que nos reconozcamos en ellos, porque nos aúna una parecida psicología, más allá de las fronteras del tiempo y del lugar en que a cada uno nos toca vivir.
La tía le había contado del peregrinar ancestral de su pueblo en busca de algún lugar donde echar raíces y parir hijos, escribe Nadia Isasa, con un tono mítico que, por fortuna, profana la ficción contemporánea. Realidad y ficción son una misma cosa al fin. Porque ambas se contienen, porque ambas se retroalimentan la una de la otra. De este modo lo defiende esta autora en sus narraciones a través de los cristales del caleidoscopio con el que observa. Lo legendario y lo contemporáneo, lo cotidiano y lo mítico conviven en el imaginario individual y colectivo de estos cuentos.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento27 mar 2024
ISBN9789873905872
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    Boab - Nadia Isasa

    Prólogo

    Hay un árbol africano que es sagrado para los pueblos de la sabana. Su flor es blanca y carnosa, y sus frutos pueden ser recogidos sólo por los sabios de la tribu. Está prohibido maldecir bajo sus ramas. Son altos y longevos, y su estructura en forma de anillo reúne a su alrededor a los miembros de la comunidad y les susurra su herencia. Ese árbol se llama baobab. Se pronuncia como una invocación a lo fantasmal en el orden de las cosas –de la casa, de la familia, del campo o de la ciudad–. Incluso del caos y sus leyes.

    Los pueblos de la llanura son así, encerrados en el campo, dice Nadia. Como el baobab, que crece en la planicie yerma y lluviosa donde las polillas nocturnas polinizan sus flores carnosas, metáforas de la herida en este libro. El fruto no cae lejos del árbol madre.  Pero cae, apostilla la autora.

    Los pequeños baobabs son reabsorbidos por el sistema familiar, honrando a sus antepasados en un principio, para poder reconocerse más adelante en la constelación de sus ancestros. El tiempo les dará después la libertad de elegir la repetición atávica de los hábitos y las tradiciones. Sin renegar de su origen, podrán liberarse de las cargas dolorosas e inútiles de sus estirpes.

    Nadia, como el baobab, toma cuanto es útil de la herencia y desecha patrones y dogmas limitadores. Libre de prejuicios, encara los cinco cuentos que componen este libro. Así los relatos de Boab elijen su propio camino y cumplen su propio destino.

    Como las flores del árbol africano, cada historia despide un delicado aroma, suave pero intenso, que intuye y comprende los contrasentidos de la vida. Los relatos están transidos de humanidad y de una cierta ternura que a veces, como la vida misma, roza la crueldad y el absurdo, como un cartón mal pintado. Sin embargo, y pese a las desgarraduras del alma, los textos destilan una bruma de mar en calma, un celaje poético que todo lo impregna y que nos invade. Sin pretensiones, sin justificaciones, nos hace salir de la lectura, perturbados por el prodigio de la narración.

    Últimamente, se teme la soledad, dice la autora. Teixeira de Pacoaes escribió: Sólo los poetas entienden el alma humana, porque les duele. Es ahí donde nos damos cuenta de que Nadia narra desde la poesía misma: entiende y comprende a sus congéneres y, por lo tanto, a sus personajes, a los que tras mostrarles las razones de su rebeldía y fracaso, les tiende un cable hacia el futuro.

    No en otra cosa consiste el antiguo arte de fabular. Y la autora de Boab lo sabe. Sus historias cuentan todas las historias. Sus personajes hacen posible que nos reconozcamos en ellos, porque nos aúna una parecida psicología, más allá de las fronteras del tiempo y del lugar en que a cada uno nos toca vivir.

    La tía le había contado del peregrinar ancestral de su pueblo en busca de algún lugar donde echar raíces y parir hijos, escribe Nadia, con un tono mítico que, por fortuna, profana la ficción contemporánea. Realidad y ficción son una misma cosa al fin. Porque ambas se contienen, porque ambas se retroalimentan la una de la otra. De este modo lo defiende esta autora en sus narraciones a través de los cristales del caleidoscopio con el que observa. Lo legendario y lo contemporáneo, lo cotidiano y lo mítico conviven en el imaginario individual y colectivo de estos cuentos.

    La sabiduría del Baobab reside en su tamaño: su altura no permite juegos en su copa, ni ilusiones temporales. Se impone rudo y señala para abajo. Sus flores blancas, sus boabs, permanecen en sus ramas el tiempo necesario. Luego se hacen fruto, y se desprenden. No caen lejos del árbol, pero caen. Esa misma premisa del baobab le conviene a la literatura. Ni juegos de altura ni ilusiones temporales. Que el fruto se desprenda y que caiga, pero cercano y verdadero.

    Algo parecido a la certeza –dice uno de los cuentos– aparece para decirle al personaje que, si no hace nada, posiblemente nazca de nuevo.

    Tal vez por eso Nadia escriba Boab.

    Celebremos la epifanía de su nacimiento. 

    Luisa González

    Tarragona (España)

    Noviembre 2019

    El árbol sagrado retiene agua en su tronco de botella.

    Las polillas nocturnas polinizan sus flores.

    El fruto no cae lejos del árbol.

    Pero cae.

    Lo verde llano se abulta

    1

    El delantal blanco, entallado, se despegaba del fondo borroso verde. El perro negro, también.

    Todas las mañanas igual: un pie después del otro —talón, arco, punta—; derecho, izquierdo, derecho izquierdo, derecho izquierdo. Mateo no se le despega, salvo alguna corrida para espantar a los benteveos, como si limpiara la banquina. Monotonía silenciosa, ritual pedestre. Ahora, los ladridos insistentes del perro, que corre en círculos a alrededor de ella, interrumpen la atención en nada y la obligan a quedarse quieta. Se para y dirige el hocico ruidoso al borde opuesto de la ruta. Cruza, vuelve y sigue ladrando. La secuencia se repite. Amparo se altera. Mira hacia ambos lados. También cruza.

    Lo verde llano se abulta a lo lejos. Perro

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