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El beso de Dios: Las beguinas y la espiritualidad del Amado y los cuidados
El beso de Dios: Las beguinas y la espiritualidad del Amado y los cuidados
El beso de Dios: Las beguinas y la espiritualidad del Amado y los cuidados
Libro electrónico314 páginas4 horas

El beso de Dios: Las beguinas y la espiritualidad del Amado y los cuidados

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Información de este libro electrónico

En el siglo XIII, en Europa, un grupo de mujeres deciden liberarse de las ataduras que la sociedad y la Iglesia les imponen y vivir, desde la autenticidad, una vida plena basada en una relación de amor con Dios y un compromiso social con los más pobres de la sociedad. El presente libro rescata su historia, olvidada durante siglos, y revela sus implicaciones en el siglo XXI. La autora presenta su peculiar forma de vida y nos ofrece los principales rasgos de la vida y los escritos de algunas de las beguinas más relevantes: Margarita Porete, Hadewijch de Amberes, Matilde de Magdeburgo, Beatriz de Nazaret e Hildegarda de Bingen, que puede considerarse su precursora de las beguinas. El texto, que une historia, música, palabra, mística y compromiso, incluye propuestas de oración personal y comunitaria. Además, escaneando los códigos QR de cada capítulo, se accede a la audición contemplativa de las canciones del disco Trovadoras del Amor, inspiradas en los textos místicos de las beguinas.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento19 may 2023
ISBN9788428565998
El beso de Dios: Las beguinas y la espiritualidad del Amado y los cuidados
Autor

Prado Pérez de Madrid

Prado Pérez de Madrid es médico y música, está casada y tiene 4 hijos. Estudió Medicina en la Universidad Complutense de Madrid y Música en el Conservatorio Superior de Música de Madrid y en el de Ciudad Real. Compagina su actividad médica con la de cantautora en AuraMúsica, grupo con el que ha publicado 4 CD, siendo el último Trovadoras del Amor, basado en los poemas de las beguinas. Está marcada por la comunidad de Taizé y la espiritualidad de lucha y contemplación. Esta es la raíz de su compromiso político. Ha sido concejala y delegada provincial de Bienestar Social. Las beguinas inspiran su quehacer en la Iglesia y en la sociedad.

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    El beso de Dios - Prado Pérez de Madrid

    Prólogo

    Cuando Prado Pérez de Madrid me pidió que escribiera el prólogo de este libro, acepté inmediatamente, pues nuestra común pasión por las beguinas nos ha hecho confluir y ha suscitado una preciosa amistad entre nosotras. Ya conocía su creatividad, su finura espiritual y su sensibilidad, especialmente a partir de su disco Trovadoras del Amor. Allí Prado y su grupo, AuraMúsica, cantan unos poemas hondísimos, partiendo de las palabras de las beguinas. Pero a medida que me he ido adentrando en la lectura del libro, me ha invadido una profunda alegría y el deseo de proseguir la lectura y seguir acercándome, de la mano de Prado y su perspectiva orante, a cada una de las mujeres valientes y apasionadas que presenta. En mi humilde opinión, nos encontramos ante uno de los libros de lectura espiritual más «frescos», más sugerentes e interesantes de los últimos tiempos. Y no solo por su tema, las beguinas, sino por la forma en que son presentadas, desde la sintonía existencial y una gran complicidad, a través de lenguajes diversos, el poético, la música y el canto, la palabra y el silencio contemplativo.

    Se podría comparar a la «Visitación»: mujeres que se encuentran, se alegran y saltan de gozo en su fecundidad. El encuentro de una mujer del siglo XXI, Prado, vibrando en sus entrañas con las palabras de otras mujeres, profundamente creyentes, como ella, con una misma sed de Absoluto y una gran pasión por Dios, por los otros, por la vida... Encuentro que suscita en nosotros, sus lectores, el deseo de incorporarnos a esa misma danza interior, a su canto, a su deseo de Dios y a su amor por los vulnerables, a tantos que quedaron y siguen quedando tirados en el camino... El título ofrece, con tino, el contenido y la intención que anima la obra: El beso de Dios. Las beguinas y la espiritualidad del Amado y los cuidados, una espiritualidad de los cuidados, de la acción, enraizada en el profundo amor a Dios, como el de las beguinas. Estas mujeres, en sus escritos, expresaban su enorme deseo de Dios a través de la metáfora del amor, sirviéndose además de las imágenes del amor cortés de los trovadores, pues escriben como ellos en sus lenguas vernáculas, las lenguas del pueblo. De ahí que Prado las designe como trovadoras del Amor.

    En el siglo XIII, como en nuestros días, las beguinas participaban del anhelo de una vida evangélica auténtica y constituyeron una forma particular de vivir: mujeres creyentes (mulieres religiosae), sin formar una orden religiosa ni hacer votos perpetuos, en medio del mundo, con una profunda vida de oración, una gran formación y, al mismo tiempo, una dedicación y servicio a los más pobres, el cuidado de enfermos y moribundos. Algunas vivían solas, otras en grupos más o menos grandes; y en ciertas regiones como Brabante (Bélgica y Países Bajos) se formaron grandes comunidades o beguinatos. Allí cada una tenía su propia casa en torno a un gran patio o jardín, con una iglesia para orar juntas y un hospital para cuidar a los enfermos y acoger a los transeúntes, los refugiados, los huérfanos. Además de hacer oración, personal y comunitariamente, las beguinas empleaban parte del día al trabajo manual, generalmente en el campo textil, lo que les daba una independencia económica. Pero también se ocupaban de enfermos y necesitados, enseñaban a los niños y se dedicaban al estudio y a la escritura. Sin embargo, a pesar del apoyo de las nuevas órdenes mendicantes, despertaron muchas suspicacias, por ser mujeres autónomas, inteligentes y libres, por escribir y hablar sobre Dios y no depender de ningún varón, marido o superior religioso masculino. Con cierto humor respondía una beguina a la interpelación de un profesor y clérigo de la prestigiosa Universidad de París; testimonio recogido en un manuscrito de mediados del siglo XIII:

    Vosotros decís, y nosotras hacemos. [...]

    Vosotros ilumináis, y nosotras ardemos.

    Vosotros creéis, y nosotras sabemos. [...]

    Vosotros buscáis, y nosotras encontramos. [...]

    Vosotros producís sonido, y nosotras cantamos.

    Vosotros cantáis, y nosotras danzamos. [...]

    Vosotros probáis, nosotras saboreamos[1].

    Esta beguina anónima apunta a un conocimiento existencial, fruto de la contemplación y de la acción, que va más allá del que se adquiere en los libros, una sabiduría y un saborear el encuentro con Dios y su amor, desde el canto y la danza. Pues la experiencia del Absoluto es desbordante y trasciende todos los conceptos y definiciones. Solo el lenguaje simbólico evoca tal vivencia sin pretender apresarla. Y por eso este libro es tan sugerente: porque, al igual que las beguinas, Prado se vale de poesías, de música y canto para aludir al beso de Dios en nosotros.

    Así, tras una presentación de la forma de vida de las beguinas, cada capítulo se detiene en una beguina relevante, ofreciendo con rigor e interés los principales rasgos de su vida y de sus escritos: Margarita Porete (la música del silencio), Hadewijch (el deseo de Dios), Matilde (el beso de Dios); y las monjas Beatriz de Nazareth (vivir la locura de Dios) e Hildegarda de Bingen (la inmensidad del amor). Como colofón, en cada capítulo se brinda además una propuesta de oración, acompañada de las hermosas canciones de Prado Pérez de Madrid y su grupo AuraMúsica.

    En el séptimo capítulo, titulado «Trovadoras del amor», descubrimos el «secreto» que atraviesa todo el libro, y que lo fundamenta. Las beguinas no son algo del pasado: «Si abrimos bien los ojos podemos verlas –escribe Prado–, están entre nosotros. Yo las he visto en la calle, recogiendo a sus nietos del colegio, las he visto en los hospitales durante la pandemia, luchando hasta la extenuación, agarrando la mano de moribundos, proporcionando consuelo a los enfermos. [...] Las he visto en la política, trabajando por hacer un mundo más justo. Están creando belleza, haciendo música, pintando, escribiendo poesía. Las he visto en la Iglesia, abriéndose paso entre el clericalismo y el poder de los hombres. Las he visto, están entre nosotros. Si observamos con atención podemos ver que todas ellas tienen la impronta del beso de Dios en sus rostros».

    Decía un adagio platónico muy apreciado por el Maestro Eckhart, que también acompañó a muchas beguinas, que «lo semejante conoce a lo semejante». Y sí, Prado conoce bien a las beguinas, con ese conocimiento experiencial e íntimo, porque ella es también, en cierta medida, como ellas, es una de ellas. Su fe profunda, su dedicación a la medicina, al cuidado de tantos enfermos durante la pandemia, su compromiso político y social, su acción y su oración, palabra y silencio. Y la música de Dios resonando en su corazón. Es lo que se trasluce de sus propias palabras:

    Nunca sabré si fui yo la que las busqué o fueron ellas las que me buscaron a mí para traspasar el límite del tiempo y hacerse presentes hoy; para aportar profundidad y solidaridad a estos días tan desnaturalizados e inciertos que nos ha tocado vivir. Yo solo quiero que me enseñen a ser como ellas, que me enseñen a descubrir la inmensidad de ese Amor tan grande en el que ellas vivieron, que me enseñen a saciar esa sed y ese deseo que incendia mi corazón, que me enseñen a resistir en la noche, que me enseñen a traspasar la oscuridad y a abrazar la claridad. Yo también quiero vivir como ellas con el beso de Dios en mi rostro. Yo también quiero ser trovadora del Amor.

    ¡Y vaya si lo logra! Este libro es todo un canto y, a través de sus líneas, Prado Pérez de Madrid despierta en sus lectores ese mismo deseo: que podamos vivir, también nosotros, al igual que las beguinas, arraigados en ese profundo amor de Dios y lleguemos a ser, de algún modo en nuestras vidas, «trovadores de su Amor». Por ello solo me queda invitar a su lectura y dejar que cada cual pueda hacer, ayudado por el libro, esa experiencia de silencio contemplativo y experimentar, quizá, como las beguinas, el beso de Dios.

    Silvia Bara Bancel,

    profesora de la Facultad de Teología

    de la Universidad Pontificia de Comillas

    [1] Se puede leer el texto completo en Silvia Bara Bancel, «Las beguinas y la regla de los auténticos amantes», en Mujeres, mística y política, Verbo Divino, Estella 2016, 85-86.

    Introducción

    Escribo este libro por encargo de la editorial San Pablo, pero debo reconocer que es una de las propuestas más bonitas que he recibido en mi vida. Contar la historia de otras mujeres me ha ayudado a interpretar la mía propia. Revivir sus sentimientos, sus dudas, sus miedos, sus alegrías, sus pasiones, sus emociones, sus oraciones, me ha permitido romper el límite del tiempo y hacerme una con ellas. Es esa atmósfera mágica que nos envuelve a las mujeres cuando nos encontramos, que nos permite entablar relaciones entre nosotras como si nos conociéramos de toda la vida y que solemos llamar sororidad.

    Yo también soy mujer como ellas, y aunque nos separan alrededor de ochocientos años, me he dado cuenta de que eso del tiempo es algo relativo, tiene menos importancia de la que pensamos. Lo importante es la vida, lo que vivimos, lo que sentimos, lo que amamos, lo que deseamos, en lo que creemos y eso es algo parecido entre nosotras. Nuestros circuitos neuronales son similares. No quiero decir con ello que todas vivamos lo mismo, tengamos los mismos sentimientos y pensemos de igual manera, no. Lo que quiero decir es que tenemos la capacidad de entendernos, de comprendernos, aunque pensemos y vivamos cosas distintas.

    Estoy felizmente casada y soy madre de cuatro hijos, ello me ha permitido desarrollar una capacidad de supervivencia que ni yo misma sabía que poseía ante las circunstancias más extremas; es decir, las normales que se puedan plantear en el día a día de una familia numerosa.

    Heredé de mi madre el amor por la música y la sensibilidad espiritual, y de mi familia paterna la vocación de sanar. Y así comencé una doble andadura aprendiendo el arte de la Medicina en la Universidad Complutense de Madrid y el de la Música en el Real Conservatorio Superior de Música de Madrid, en el que estudié Canto y Musicología y Piano en el Conservatorio Marcos Redondo de Ciudad Real. Nunca tuve claro por cuál de las dos vocaciones decidirme, pues cuando me escoraba hacia una de ellas, sentía que era infiel a la otra, así que decidí caminar con las dos mochilas a la espalda, intentando compaginar de la mejor manera que podía las exigencias de una y otra. No digo que haya sido siempre fácil, pero sí que gracias a ello he conseguido tener los pies en la tierra y en el cielo a la vez, o cada uno en un sitio, así que cuando conocí la vida de las beguinas, tan místicas y con un compromiso social tan fuerte, hubo algo en ellas que me resultó familiar.

    Desde pequeña, mi fe fue creciendo al mismo tiempo que yo, como algo natural. Mi madre se encargó de que así fuera. Y de esta manera, al mismo tiempo que aprendía a ser autónoma en las actividades de mi vida diaria, fui aprendiendo a rezar, a amar a Dios y a portarme lo mejor que podía con los que me rodeaban, aunque no siempre lo conseguía. En mi adolescencia tuve el primer encuentro con Jesús y aquello me trastocó bastante, tanto que desde entonces no he podido apartarlo de mi lado. Su insistencia por ser parte de mi vida fue tal, que al final me rendí y emprendí el camino de la vida junto a él (Jer 20,7: «Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir, fuiste más fuerte que yo y me venciste»). Y así fue como poco a poco fuimos fraguando una amistad cada vez más profunda, entre oraciones, cantos y silencios vividos en la comunidad de Taizé y en la parroquia redentorista del Perpetuo Socorro de Madrid.

    En Taizé comprendí que la lucha y la contemplación[2] van de la mano. Quizá fue por eso por lo que, cuando sentí el beso de Dios sobre mi rostro, me dediqué en cuerpo y alma durante doce años de mi vida a la política, con sus grandezas e imperfecciones, porque trabajar por el bien común requiere «mancharse las manos». Desde mi experiencia, asumo totalmente las palabras del papa Francisco: «Involucrarse en la política es una obligación para un cristiano. Nosotros, cristianos, no podemos jugar a Pilato, lavarnos las manos: no podemos. La política es la forma más alta y exigente de la caridad. Si los cristianos se desentendieran del compromiso directo en la política, sería traicionar la misión de los fieles laicos, llamados a ser sal y luz del mundo también a través de esta modalidad de presencia»[3]. También Benedicto XVI hace referencia a ello en Deus caritas est (29): «Los laicos están llamados a participar en primera persona en la vida pública». En Fratelli tutti, el papa Francisco propone el «amor político» (180-182) como una práctica imprescindible para luchar contra la pobreza y las desigualdades. Él siempre afirma que no basta con el amor interpersonal o la beneficencia.

    A través de mi militancia en el PSOE y con el apoyo de Cristianos Socialistas emprendí mi tarea de gestión de recursos sociales primero municipales, como concejala, y luego provinciales, como Delegada Provincial en Ciudad Real de la Consejería de Bienestar Social de Castilla-La Mancha. Considero que la participación activa en política es algo que todos los ciudadanos deberíamos hacer en algún momento de nuestra vida. Nos ayudaría a comprender cómo se ven las cosas desde el otro lado y las dificultades que entraña administrar los anhelos y esperanzas de la gente. Seguro que descalificaríamos menos e impregnaríamos de respeto y tolerancia el espacio público.

    Viví ese tiempo como un servicio, siendo consciente de lo afortunada que era por la oportunidad que se me brindaba de hacer el bien, de transformar la realidad que me rodeaba, de ejercitar el amor político como nos pide el papa Francisco, de mejorar la vida de las personas y amar el bien común, algo que me pareció fascinante. Conocí de primera mano el dolor y las dificultades de las personas con discapacidad, de los menores desamparados, de los menores inmigrantes que llegaban a nuestra tierra en los bajos de camiones, de las mujeres maltratadas, de las personas mayores dependientes, de los inmigrantes, de las personas sin techo y trabajé junto a todos ellas buscando esa justicia social que hace que el mundo sea más habitable y humano, que se parezca más al soñado por el Dios de Jesús.

    Tenía claro que la política no está hecha para quedarse anclado en ella, porque la adicción al poder no es algo bueno, nos aleja de la realidad, y al final nos acostumbramos a él y nos olvidamos de servir. Además, sabía que cuanto más tiempo estuviera, la tentación de permanecer, aun a costa de lo que fuera, es más fuerte, por eso retomé de nuevo mi vida profesional en el lugar en el que la había dejado, pero llevando a mis espaldas lo vivido y el encuentro fraterno con los últimos, cosa esta que cambiaría mi modo de estar en el mundo.

    Y ahora, con las manos repletas de ilusión, emprendo este nuevo oficio del arte de la palabra, para dar voz a quienes la historia ha silenciado. Porque la voz, el sonido, la palabra, fue el primer gesto de la creación[4], aquello por lo que fueron creadas todas las cosas «per Verbum tuum omnia creata sunt» (por tu Palabra todo ha sido creado)[5] por eso este libro une palabra y sonido. De hecho, el propio origen del libro está en la música. Surge de la idea de desarrollar las canciones del álbum Trovadoras del Amor[6] (AuraMúsica) con el que dimos vida a los textos y poemas de mujeres místicas medievales. La música, por tanto, está en las entrañas del libro. Y lo digo en sentido literal y figurado. Literal, porque en cada capítulo hay un código QR para escanear y poder escuchar la canción correspondiente, y figurado, porque la esencia misma del libro, el tema de fondo que une a todas las protagonistas, es esa sinfonía de la que nos habla Hildegarda de Bingen, ese principio divino, esa prima vox[7] que es el origen de todo.

    Por las páginas del libro aparecen mujeres como Margarita Porete, Hadewijch de Amberes o Matilde de Magdeburgo, beguinas; Beatriz de Nazaret, que no fue beguina, pero sí estuvo muy cerca de ellas, e Hildegarda de Bingen que vivió un siglo antes que las beguinas y de alguna manera fue una precursora. Lo cierto es que todas ellas comparten esa pasión por el Amor, todas sintieron en lo más profundo de su ser el beso de Dios, y eso cambió por completo sus vidas, su manera de estar en el mundo y las lanzó a vivir el compromiso social como algo nuclear de su propia existencia. Cada una de ellas tiene dedicado un capítulo en el que he querido dar a conocer su vida, su obra, sus anhelos y su relevancia hoy, porque sus escritos, sus historias de vida y su pensamiento son de una actualidad asombrosa.

    Todas, excepto Hildegarda, escribieron en lengua vernácula, en la lengua de la calle, la que hablaban cotidianamente, para que todo el mundo las entendiera, en lugar del latín que era el lenguaje culto utilizado para la escritura. Modestamente, he intentado seguir su ejemplo y emplear un lenguaje sencillo, que sea comprensible para todos, porque la mística no es algo de unos cuantos iluminados, la relación con la trascendencia es algo inherente al ser humano, está en sus propios genes. Todos estamos hechos para vivir en profundidad lo cotidiano, solo así nuestra existencia tendrá sentido y será más plena. Hablando de lenguaje, en el libro le doy un sentido inclusivo siguiendo las recomendaciones y las normas de la Real Academia Española de la Lengua (RAE)[8].

    No es un libro académico ni pretende serlo. Tampoco divulgativo en el sentido estricto de la palabra. Es sobre todo, un libro instrumental, para ser usado, para que los textos que en él aparecen nos lleven al encuentro con Aquel que se hizo carne y nos besa. Así, al final de cada capítulo hay un apartado titulado «Orar con» en el que sugiero una propuesta de oración personal o comunitaria con cada una de las mujeres del libro. Es una manera de hacerlas presentes en Dios, de sabernos unidas, en comunión, y una forma de emplear todo el potencial que esconden sus escritos como medio para introducirnos en la oración. «Orar con» es compartir sus mismos sentimientos, su misma vida para descubrir al igual que lo hicieron ellas que estamos habitados por una realidad que nos trasciende y nos besa.

    «Orar con» tiene una estructura similar en todos los capítulos. Comienza con una «Introducción» utilizando alguna frase corta de la autora correspondiente, repitiéndola al compás de la respiración para facilitar el recogimiento interior, a modo de oración del corazón, a lo que me referiré con más detenimiento en el primer capítulo.

    En el siguiente paso, la música comparte protagonismo con la palabra. La música es un elemento fundamental en la oración. Escuchándola «el hombre suspira y gime recordando la armonía celeste»[9]. Es la respuesta del hombre al beso de Dios. Tiene la propiedad de actuar sobre el alma modificando sus estados de ánimo. Y entre sus atributos, se encuentra la capacidad de acercarnos al Misterio. Escaneando el código QR accedemos a la audición contemplativa[10] de una de las canciones del disco Trovadoras del Amor[11], inspirada en textos místicos de los que trata el capítulo respectivo.

    Y «La palabra de Dios nos ilumina», nos da vida, porque está viva. Leer un texto bíblico acorde con el mensaje tratado es poner luz y vivificar lo escuchado, hacerlo vida en nosotros, encarnar la Palabra en nuestro ser. Es una manera de fundamentar nuestra casa sobre roca firme, para que, aunque vengan vientos fuertes no se caiga.

    «Silencio». Después de leer la Palabra, no podemos más que callar. Es el siguiente paso. Necesitamos el silencio para ser, igual que el aire que respiramos para vivir. El silencio es el tiempo de la escucha, de integrar todo. En el silencio germina la Palabra, germina la Vida. En el silencio, Dios actúa en nuestro interior. Es el momento del encuentro profundo con el Misterio[12]. Por ello, este paso de la oración es tan importante y requiere de la preparación previa.

    En el apartado «Meditación» se dan unas pinceladas sobre lo sugerido tanto por el texto místico leído como por la cita bíblica. Son propuestas, puntos de arranque, para que cada uno podamos añadir lo que nos ha inspirado este rato de oración. No he pretendido que sea algo cerrado, sino abierto. Es abrir una puerta que cada vez nos puede llevar a un lugar distinto, solo hay que dejar correr el aire, el Espíritu.

    Para finalizar, en «Deseos y ruegos al Señor», expresamos nuestras peticiones, nuestros ruegos, nuestros deseos más profundos con relación a este espacio de oración, para que también nosotros seamos escuchados por el Señor[13]. En la «Oración final», recapitulamos todo lo trabajado en «Orar con» y se lo presentamos al Señor.

    Al final del libro aparecen dos anexos, uno de ellos con algunos textos originales de las beguinas y de Hildegarda de Bingen. Son textos que de alguna manera me han llegado especialmente al corazón, y me parecía importante que aparecieran en el libro tal cual se escribieron. Leerlos detenidamente, meditando cada uno de ellos, nos puede ayudar también en nuestro tiempo dedicado a orar. El segundo anexo es una cronología de la vida y obras de cada una de ellas que creo que puede resultar interesante para ubicarnos en el tiempo y espacio donde transcurre cada historia.

    No puedo terminar esta introducción sin darles las gracias de corazón a las personas que me han ayudado en esta tarea de dar vida a las palabras. Así, mi gratitud eterna a Rafael Díaz-Salazar, a quien admiro profundamente, por sus desvelos, porque durante estos meses ha sido mi guía, mi consejero, mi apoyo, y porque, sin él saberlo, algo tuvo que ver con la primera vez que sentí el roce de Dios en mi piel. A Silvia Bara, por el prólogo y por su ayuda y por la relación de sororidad tan bonita que se ha tejido entre nosotras. A Luis Eduardo Molina por su acompañamiento, su paciente escucha, su disponibilidad y su ánimo en los momentos de cansancio. A Miguel Ángel Angora que fue mi faro en mi adolescencia, que me acompañó a Taizè por primera vez y que se marchó sin despedirse para gozar eternamente del beso de Dios. A José Miguel de Haro por tantas oraciones compartidas que avivaron la llama de la contemplación y porque a su lado descubrí que es posible otra Iglesia, más parecida a la de Jesús y desde entonces lucho por ella.

    Y para terminar, recordar la presencia cotidiana de mi familia, a Paco, mi marido, a quien he dedicado este libro, por compartir su vida conmigo, por su comprensión ante el tiempo que le he robado y porque a través de sus labios he sido también besada por Dios. A mis hijos por

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