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Pablo VI: ¡Un gran Papa: culto, humilde y santo!
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Libro electrónico365 páginas5 horas

Pablo VI: ¡Un gran Papa: culto, humilde y santo!

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Más que una biografía, esta obra es una semblanza del Papa Montini que destaca los puntos clave de su vida y su pontificado: es presentado como fiel sucesor de Juan XXIII y continuador de la apertura de la Iglesia que este emprendió al convocar el Concilio, como precursor de Juan Pablo II en su deseo de extender el mensaje del Evangelio, y como antecedente en el programa de reforma de la Iglesia del Papa Francisco. El libro incluye una cronología de la vida de Pablo VI, el testimonio de los secretarios de Juan XXIII y Pablo VI (Loris Capovilla y Pasquale Macchi, respectivamente) y de algunos obispos españoles que lo conocieron (Yanes, Romero de Lema, Torrella y Tarancón), y varios apéndices que recogen diversos textos escritos suyos (la Meditación ante la muerte, el Testamento, el Credo del Pueblo de Dios, la Homilía en la misa de los artistas, la Carta a las Brigadas Rojas...).
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 oct 2014
ISBN9788428564700
Pablo VI: ¡Un gran Papa: culto, humilde y santo!

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    Pablo VI - Janet Nora PlayFoot Paige

    Cronobiografía de su vida

    1897 (26 de septiembre). Nace en Concesio (Brescia), segundo hijo de Giorgio Montini y de Giuditta Alghisi. Antes que él había nacido Lodovico (1896-1990) y, después, Francesco (1900-1971). A los cuatro días (30 de septiembre), Juan Bautista recibe el bautismo.

    1902-1914. Frecuenta el colegio Cesare Arici, dirigido por los Jesuitas, en el que permanece inscrito, aunque tiene que realizar los estudios privadamente, por su débil salud. Simultáneamente frecuenta el oratorio La Pace (de San Felipe Neri), donde encuentra amigos que lo serían durante toda su vida, y sacerdotes (padres Bevilacqua y Caresana) que influirían positivamente en su vida espiritual.

    1907 (abril). Primer viaje a Roma con su familia, recibidos en audiencia por Pío X. (6 de junio). Hace la primera comunión. (21 de junio). Recibe la Confirmación.

    1916-1920. Se inscribe en el Seminario diocesano de Brescia, al que asiste como alumno externo por razones de salud. Recibe las clases en el seno de su familia, impartidas por profesores cualificados.

    1920 (29 de mayo). De manos del obispo diocesano, Mons. Giacinto Gaggia, recibe la ordenación sacerdotal en la catedral de Brescia. Al día siguiente celebra la primera misa en el Santuario Madonna delle Grazie, situado al lado mismo de la casa familiar[1].

    1920-1924. Alumno por algún tiempo del Seminario lombardo de Roma, realiza estudios superiores que no pudo cumplir en Brescia por razones de salud, que tampoco mejora mucho en Roma. Señalado por un diputado amigo de su padre, Giovanni Longinotti, a Mons. Pizzardo, es asumido, sin que el joven sacerdote se sienta nada atraído, por la Secretaría de Estado. Al despedirse, Longinotti da las gracias a Pizzardo diciendo: «No se olvide: hoy soy yo quien le está agradecido; un día me lo agradecerán ustedes a mí».

    1923 (mayo-octubre). Es enviado como agregado a la Nunciatura apostólica de Polonia. Por razones de salud, tiene que regresar a Roma, entrando en la Secretaría de Estado vaticana.

    1924 (verano). Frecuenta cursos de lengua y literatura francesa en París. Luego es nombrado asistente eclesiástico de la FUCI (Federación de Universitarios Católicos Italianos).

    1930-1937. Es nombrado profesor de Historia de la Diplomacia Pontificia, tarea que alterna con su trabajo como «minutante» en la Secretaría de Estado vaticana.

    1933 (invierno). Se ve empujado a dejar el cargo de consiliario de la FUCI, que desempeñaba con entrega y provecho para sus asistidos.

    1937 (13 de diciembre). Nombramiento como Sustituto de la Secretaría de Estado: un cargo que mantendrá hasta su nombramiento y traslado a la Archidiócesis de Milán.

    1939 (10 de febrero). Fallece Pío XI. (5 de marzo). Es elegido como sucesor suyo el Cardenal Eugenio Pacelli, que opta por llamarse Pío XII. (24 de agosto). Radiomensaje de Pío XII para evitar el desastre de una guerra mundial. Entre los documentos de los archivos vaticanos aparece uno que confirma la intervención de Montini en dicho radiomensaje, en concreto en una de las expresiones más importantes: ¡Nada se pierde con la paz! ¡Todo puede perderse con la guerra!

    1939-1945. Estalla la Segunda Guerra Mundial. El Vaticano pone en marcha un servicio para el intercambio e información de noticias relacionadas con prisioneros, militares y civiles de la guerra. Lo dirige Monseñor Juan Bautista Montini.

    1943 (12 de enero). Fallece en Brescia Giorgio Montini, padre de Monseñor Giovanni Battista. (17 de mayo). Fallece su madre, doña Giuditta Alghisi. (19 de julio). El sustituto de la Secretaría de Estado acompaña al Papa Pío XII en su visita a la barriada de San Juan de Letrán, que acaba de sufrir un bombardeo aéreo por parte de los aliados.

    1944. Tras fallecer el Cardenal Maglione, secretario de Estado vaticano, Pío XII se abstiene de nombrarle un sucesor, convirtiéndose en Secretario de Estado de sí mismo, con lo que aumentan las tareas de Montini.

    1952 (29 de noviembre). Juan B. Montini es nombrado Pro-secretario de Estado, lo que facilita su proximidad a Pío XII.

    1954 (1 de noviembre). Una enorme sorpresa para muchos, acogida por el interesado y víctima J. B. Montini con silencio: Pío XII lo nombra Arzobispo de Milán. (30 de noviembre-5 de diciembre). Hace, en estricta soledad, ejercicios espirituales. (12 de diciembre). Encamado Pío XII por razones de salud, el Decano del Colegio cardenalicio Eugène Tisserant consagra Obispo a Juan Bautista Montini. En el momento del sermón, llega la voz del Santo Padre desde la cama, pronunciando un radiomensaje en alabanza del que ha sido su colaborador más eficaz y discreto.

    1955 (6 de enero). En un día de temperatura gélida y de lluvia abundante, tiene lugar el ingreso del nuevo Pastor en la Archidiócesis de San Ambrosio, acogido por una gran afluencia de fieles y por las autoridades civiles y religiosas de Milán. El nuevo Pastor de la Diócesis más poblada de la Iglesia, al entrar en los confines de la Lombardía, se arrodilla para besar el suelo encharcado, expresando su amor y su entrega pastoral[2].

    (8 de septiembre). Tras haberse recuperado de una prolongada neumonía consiguiente a la ola de frío de la fecha de su ingreso, da comienzo a la visita pastoral de su archidiócesis que comienza por el Duomo, con un programa de visita a las cerca de 1.000 parroquias que la componen. Su entrega a un desbordante programa pastoral no le dejará un momento de descanso, atendiendo con generosa entrega todas las necesidades de la inmensa archidiócesis ambrosiana, pidiendo y recibiendo la colaboración de otros pastores, y brindando la suya con ejemplar disponibilidad.

    1956 (5 de agosto). Una invitación que acepta con cordial disponibilidad es la de Angelo Giuseppe Roncalli, que le pide que celebre la ceremonia conmemorativa del quinto centenario de la muerte de San Lorenzo Justiniano, primer Patriarca de Venecia.

    1957 (5-24 de noviembre). Por iniciativa del Arzobispo Montini se lleva a cabo la Misión de Milán sobre el tema Dios Padre. Intervienen 1.288 predicadores, entre los cuales los cardenales Lercaro (de Bolonia) y Siri (de Génova) y, entre arzobispos y obispos, un total de 15.000 conferencias/sermones realizados en 410 sedes.

    1958 (9 de octubre). Tras estar largamente enfermo, fallece en Castelgandolfo Pío XII. El nombre de Juan Bautista Montini despierta rumores como posible sucesor, sobre todo por parte de su gran amigo y admirador Angelo Giuseppe Roncalli, pero hay un inconveniente en que aún no haya sido nombrado cardenal.

    (28 de octubre). En un largo cónclave, tras once votaciones a pesar del reducido número de cardenales (51) resulta elegido –con sorpresa del mundo entero– el Cardenal-Patriarca de Venecia A. G. Roncalli, que elige ser llamado Juan XXIII.

    (15 de diciembre). El nuevo Papa, joven de espíritu aunque entrado en años, rejuvenece a la Iglesia introduciendo novedades bien acogidas. Una de las primeras, junto con la convocatoria del Concilio ecuménico, fue nombrar 21 nuevos cardenales, en una lista encabezada por el Arzobispo de Milán, Juan Bautista Montini.

    1963 (3 de junio). Tras un pontificado sembrado de iniciativas de espíritu evangélico y una vida de santidad reconocida por todos los cristianos y los que no lo eran, fallece santamente Juan XXIII, produciendo un luto nunca tan sentido en todo el mundo. Había convocado el Vaticano II y animado con su espíritu y conducta evangélicos una prerreconciliación entre todos los hombres, y había fallecido como un santo, como casi toda la Iglesia deseaba fuese reconocido por aclamación. Nombrándolo cardenal, había removido el obstáculo que a Montini le había impedido afianzar su candidatura como sucesor de Pío XII. Pese a las apariencias, fue muy posible lo de que, a veces, Dios escribe recto con líneas en apariencia torcidas. De hecho...

    (21 de junio). En un cónclave muy corto, con sólo cinco escrutinios, Juan Bautista Montini resultó elegido sucesor de Juan XXIII, eligiendo ser llamado Pablo VI. En el primer radiomensaje pronunciado al día siguiente de ser elegido, expuso con claridad su principal programa: «La parte principal de mi pontificado estará dedicada a la prosecución del Concilio ecuménico Vaticano II, en el que se concentran las miradas de todos los hombres de buena voluntad. Tal será la obra principal en la que me propongo volcar todas las energías que el Señor me ha dado para que la Iglesia católica que brilla en el mundo como símbolo alzado sobre todas las naciones, pueda atraer hacia sí a todos los hombres, con la majestad de su organismo, con la juventud de su espíritu, con la renovación de todas las estructuras, con la multiplicidad de sus fuerzas, procedentes de toda tribu, lengua, pueblo y nación. Este será el primer pensamiento del ministerio pontificio para que sea proclamado cada día más alto ante el mundo que sólo en el Evangelio de Jesús radica la salvación que se espera y desea: Puesto que no hay bajo el cielo otro nombre ofrecido a los hombres por medio del cual puedan salvarse (He 4,12)».

    (21 de junio). Toda su vida, en cada uno de sus pasos, vida conducida y pasos dados en fiel seguimiento del Evangelio, fue un permanente aprendizaje y esfuerzo para ser fiel a Dios en su conciencia. Quienes lo eligieron sucesor de Juan XXIII, no todos tenían la seguridad de intuir cuáles serían en concreto sus pasos: si proseguiría o interrumpiría un Concilio cuya primera sesión se había concluido sin aparente éxito. Él despejó de inmediato la duda, asegurando ser su principal objetivo proseguir la obra puesta en marcha por su Predecesor, que la había emprendido en fidelidad a Dios. Pronto de hecho (29 de octubre), procede a la inauguración de la segunda sesión del Vaticano II, con el mismo espíritu con que lo convocara Juan XXIII, pero con metodología montiniana...

    (29 de septiembre). Solemne apertura de la segunda sesión del Vaticano II. En un discurso inolvidable, así recordó, en presencia de los padres conciliares, la memoria de Papa Giovanni: «No puedo inaugurar la segunda sesión de este acontecimiento sin traer al pensamiento la imagen de mi muy querido Predecesor. Su nombre evoca en cuantos tuvimos la suerte de verlo, también aquí en mi puesto, su figura amable y hierática cuando abría, el 11 de octubre del año pasado, la primera sesión de este Concilio ecuménico Vaticano y pronunciaba aquel discurso que pareció a la Iglesia y al mundo voz profética para nuestro siglo y cuyo eco todavía resuena en el recuerdo de nuestra memoria y de nuestra conciencia, trazando al Concilio el sendero a recorrer para liberar a nuestros ánimos de toda duda, de todo cansancio que pudiese interponerse en nuestro sendero no fácil de recorrer».

    (4 de diciembre). Clausura de la segunda sesión del Concilio. Promulga la Constitución sobre la Liturgia y el Decreto sobre los Medios de Comunicación social. La primera sitúa «la escala de valores y deberes, con Dios en primer lugar, la oración como obligación primera, la liturgia como fuente de la ayuda divina a nuestra vida espiritual...». El Decreto sobre los Medios de Comunicación social confirma «la perenne vitalidad y juventud de la Iglesia que no es extraña al mundo, sino que expresa su permanente interés por el bien de la humanidad, favoreciendo los estudios y ofreciendo normas seguras para animar de espíritu cristiano los admirables inventos del ingenio humano».

    1964 (1 de enero). Su viaje a Tierra Santa: era, entonces, un tema muy delicado por su complejidad política. Pablo VI era consciente de lo difícil que había sido su gestión con las enfrentadas autoridades políticas de uno y otro lado, gestiones que habían tratado de solucionar su secretario personal Pasquale Macchi y un responsable de la sección francesa de la Secretaría de Estado. Su anuncio fue muy discreto y nada triunfalista[3]. Iba a ser su primer «Viaje apostólico», que empezaría por la Tierra de Jesús. Lo deslizó, con discreción, en el Angelus del 1 de enero de 1964: «Tengo en programa dos acontecimientos: dentro de poco mi peregrinación a Tierra Santa. Os recordaré a todos y rezaré para que también a vosotros Dios os conceda la gracia que le estamos pidiendo de que os confirme en la fidelidad a las fuentes y en la autenticidad de su palabra y de su gracia. Además tenemos que llevar a buen término el Concilio ecuménico. Se trata de grandes acontecimientos que pueden afectar la suerte de nuestro tiempo y de tantas almas. Es por lo que los ponemos bajo la protección de María Santísima. ¡Feliz año a todos!».

    (4-6 de enero). A punto de emprender un viaje tan importante y difícil, Pablo VI anuncia: «Es el viaje del ofrecimiento de la Iglesia, de la confesión de Pedro, del encuentro y de la esperanza. Todos estarán presentes en mi corazón. Nadie quedará excluido». En Jordania e Israel, la presencia del Papa alcanza límites de muy alta conmoción. Pablo VI bendice, saluda, acaricia a los niños, consuela. Su paso es una bendición. Cansado, sereno, nunca agotado en su paso veloz, ora con intensidad en su interior, y permanece unido con Dios pese a la presión de las muchedumbres que, de manera especial en Jerusalén, casi amenazan con aplastarlo. La emoción del viaje alcanza su punto más intenso en su encuentro y abrazo con el Patriarca ecuménico greco-ortodoxo de Constantinopla, Atenágoras. El corazón de Pablo VI late por un único anhelo: Ut unum sint, que sean uno como el Corazón de Cristo. El encuentro es un paso importante para la unidad. El regreso a Roma por parte de Pablo VI es algo íntimamente triunfal. Desde el aeropuerto de Ciampino, donde al atardecer de la Epifanía aterriza el avión de Alitalia, el Augusto Peregrino se ve acompañado por el ritmo lento de un constante aplauso de hosannas por los romanos.

    (21 de noviembre). Concluye la tercera sesión del Vaticano II con la promulgación de la Constitución dogmática sobre la Iglesia, y los decretos sobre el Ecumenismo y las Iglesias orientales. Todos documentos importantes, pero el principal y más deseado y profundizado por Pablo VI es el de la Iglesia, con sus ocho capítulos en los que se trata de la naturaleza misteriosa de la Iglesia como Cuerpo místico de Cristo, y de todos los miembros que pertenecen a dicha sociedad, desde el simple fiel bautizado hasta las más altas autoridades jerárquicas. Y se concluye con el tratamiento y el estudio del Miembro más elevado de la Iglesia, María Santísima, Madre de Dios y Madre de la Iglesia. Dicho documento conciliar se concluye con la siguiente declaración: Cada uno de los temas fijados en esta Constitución fueron aprobados por los padres conciliares. Y Nos, con el poder apostólico que nos confirió Cristo, en unión con los venerables Padres conciliares, en el Espíritu Santo, los aprobamos, decretamos y establecemos. Y lo que ha sido decretado sinodalmente, ordenamos que sea promulgado para gloria de Dios. (21 de noviembre del año 1964).

    (2-5 de diciembre). Con motivo del XXXVIII Congreso Eucarístico Internacional que se celebra en Bombay, invitado por el Cardenal Valerian Gracias, Pablo VI realiza un viaje a la India para adorar a Jesús Eucarístico, recorriendo zonas de inmensa pobreza. Antes de tomar el avión de regreso, desde el aeropuerto de Nueva Delhi realiza un gesto de gran trascendencia, que da a conocer al mundo entero a una Mujer hasta aquel momento desconocida. Anuncia donar a la Madre Teresa de Calcuta, para su obra de amor universal, el automóvil Lincoln descapotable que le habían regalado los estudiantes de una Universidad católica de EE.UU.

    1965 (14 de septiembre). Inaugura la cuarta y última sesión del Concilio. Con tal motivo dirige un discurso a los Padres conciliares recordándoles, y recordándose a sí mismo, la amonestación de San Pablo: Veritatem facientes in caritate (Ef 4,15). Caminamos obrando la verdad hacia la caridad. «En esta asamblea, la expresión de tal ley de la caridad tiene una denominación sagrada y grave, que se califica de responsabilidad. San Pablo diría urgencias: Caritas Christi urget nos (La caridad de Cristo nos empuja) (2Cor 5,14)».

    (4-5 de octubre). Invitado por el Secretario General U Thant, emprende un viaje a la ONU, donde dirigirá la palabra a los representantes de las 117 naciones para dejarles un mensaje de honor y de paz. Como «experto en humanidad», Pablo VI asume la voz de los muertos y de los vivos. De los muertos caídos en las guerras pasadas soñando con la concordia y la paz del mundo. Y de los vivos que les han sobrevivido, llevando en sus corazones la condena hacia quienes intenten renovar tales guerras. Y también de otros vivos, los jóvenes de las generaciones actuales que avanzan suspirando por una humanidad mejor. En discursos pronunciados con tal motivo y en diferentes ocasiones, insiste con una invocación angustiosa, la de ¡Nunca más la guerra! ¡Nunca más los unos contra los otros!

    (8 de diciembre). Se concluye, con la cuarta sesión, el Concilio. Hace entrega, en el curso de una concelebración en el atrio de la Basílica de San Pedro, de los mensajes del Concilio a representantes de los gobernantes, de los intelectuales, de los artistas; de las mujeres, de los trabajadores, de los pobres, de los enfermos, de todos los que sufren, y de los jóvenes. En fecha anterior (28 de octubre) habían sido aprobados y publicados cinco documentos del Concilio Vaticano II, tres como Decretos conciliares (sobre el Oficio pastoral de los Obispos, sobre la Renovación de la Vida religiosa, y sobre el Ministerio y la Formación sacerdotal), y dos como Declaraciones conciliares (respectivamente sobre la Educación cristiana de la Juventud y sobre las relaciones de la Iglesia con las Religiones no cristianas). Un día antes (7 de diciembre) habían recibido su aprobación dos documentos: la discutida declaración conciliar sobre La libertad religiosa (aprobada con 2.308 votos a favor y sólo 70 en contra) y el decreto conciliar sobre La actividad misionera de la Iglesia (aprobada con 2.394 votos a favor y sólo 5 en contra). Y asimismo la Constitución pastoral Gaudium et spes (sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo), ratificada con 2.309 votos a favor y 75 en contra.

    1966 (14 de junio). Suprime el Índice de libros prohibidos.

    1967 (29 de enero). Recibe en audiencia al presidente del Presidium del Soviet supremo de la URSS, Nikolai V. Podgorny. (26 de marzo). Publica la encíclica Populorum progressio sobre el desarrollo de los pueblos y la paz en el mundo. (13 de mayo). Peregrinación a Fátima en un día. (18 de junio). Reestablece el diaconado como grado eclesiástico permanente. (29 de junio). Inaugura el Año de la Fe. (25 de junio). Viaja a Turquía, visitando al Patriarca ecuménico de Constantinopla, Atenágoras, y aprovechando para visitar Éfeso. (15 de agosto). Publica la constitución apostólica Regimini Ecclesiae Universae sobre la reforma general de la Curia romana. (4 de noviembre). Se somete a una intervención quirúrgica para la extirpación de la próstata.

    1968 (1 de enero). Celebra la Primera Jornada de la Paz, decidiendo que se celebre todos los años el primero de enero. (30 de junio). Concluye solemnemente el Año de la Fe, proclamando el Credo del Pueblo de Dios. (22-25). Con motivo del XXXIX Congreso eucarístico que se celebra en Bogotá, realiza un viaje para adorar a Jesús eucarístico a la capital colombiana, acudiendo luego a Medellín para encontrarse con el Episcopado Latinoamericano (CELAM) allí reunido.

    1969 (31 de julio-2 de agosto). Lleva a cabo un viaje apostólico a Uganda, en representación del amor del Papa al continente africano, que lleva en su corazón. (Unos años antes, siendo de Milán, ya había visitado Biafra, Kampala, Rodesia y Ghana, donde había fundado una «misión ambrosiana», atendida por misioneros de Milán).

    1970 (27 de septiembre y 4 de octubre). Proclama a dos santas, respectivamente Santa Teresa de Jesús y Santa Catalina de Siena, como doctoras de la Iglesia.

    (26 de noviembre-5 de diciembre). Realiza el último y más largo viaje de su pontificado, por duración y millas aéreas, cuando ya su salud estaba deteriorada. Visitó, con espíritu misionero, los dos continentes extremos que le quedaban sin visitar: Asia y Oceanía. Fueron varios países de Asia, en un anhelo orante y misionero, con varias escalas técnicas, sigladas de más que simples saludos a representantes humanos y políticos... Etapas que fueron Manila (donde sufrió un ataque que quiso ser mortal y que por providencial suerte no llegó a serlo)[4] y antes Teherán y Pakistán, y Samoa, y Sídney, y Nueva Zelanda, y Australia, Yakarta, Ceylán, Hong Kong: este fue, entre todos sus viajes, el más alejado del considerado centro espiritual y jurídico de la Iglesia, que se sentía «responsable, solidaria, con las Iglesias esparcidas por el mundo, permaneciendo atenta a las personas con ideas y sentimientos religiosos distintos de los de la fe cristiana».

    Nombramiento de cardenales: 1965 (22 de febrero). Nombra 27 nuevos cardenales. 1967 (26 de junio). Nombra otros 27 cardenales. 1969 (28 de abril). Nombra 33 cardenales nuevos, reservando dos más in pectore. 1973 (5 de marzo). Nombra 30 cardenales nuevos y publica los dos reservados in pectore el 28 de abril de 1969. 1976 (24 de mayo). Nombra 20 cardenales nuevos y reserva uno in pectore[5].

    Ejercicios espirituales: 1964 (16-22 de febrero). Bernhard Häring, sobre La vida cristiana a la luz de los Sacramentos; 1965 (8-13 de marzo). Ambroise Carré, sobre Fe, fidelidad y amor a Cristo; 1966 (27 de febrero-5 de marzo). Giuseppe Carraro, obispo de Verona (Italia), sobre Al servicio de Cristo; 1967 (12-18). Paolo Dezza SJ; 1968 (3-9 de marzo). René Voillaume; 1969 (23 de febrero-1 de marzo). Abad Gabriel Brasó, sobre Nuestro sacerdocio a la luz del sacerdocio de Jesucristo; 1970 (15-21 de febrero). Jacques Loew, sobre Cristo y la Iglesia; 1971 (28 de febrero-6 de marzo). Divo Barsotti, sobre La Iglesia y el Sacerdocio; 1972 (20-26 de febrero). Maurice Zundel, sobre ¿Qué hombre, qué Dios?; 1973 (11-17 de marzo). Antonio Javierre-Ortas, sobre Tu Padre está en el secreto; 1974 (3-9 de marzo). Eduardo Pironio, sobre Queremos ver a Jesús; 1975 (16-21 de febrero). Anastasio Ballestrero, Caminando hacia nueva vida; 1976 (7-13 de marzo). Karol Wojtyla, de Cracovia, Signo de contradicción; 1977 (27 de febrero-5 de marzo). Mariano Magrassi, sobre Asidos a Cristo; 1978 (12-18). Carlo María Martini, sobre Reflexiones sobre el Evangelio de San Mateo.

    1978. Secuestro de Aldo Moro (16 de marzo). Con Pablo VI ya muy debilitado en su salud, por los años y por una muy avanzada artrosis, se produce un grave acontecimiento que no cabe duda de que adelantó su desenlace final: fue el secuestro de un buen amigo suyo desde largo tiempo, uno de los políticos más rectos de Italia y del panorama internacional: el onorevole Aldo Moro. (21 de abril). Para secuestrarlo, asesinaron a los cinco miembros de su escolta. Los miembros de las Brigadas Rojas, autores del secuestro, lo autorizan a que escriba al Papa para intermediar en su liberación. Él les suplica que le devuelvan la libertad porque es «un hombre bueno y honrado, a quien nadie puede acusar de ningún reato, ni de escaso sentido social, de falta de servicio a la justicia y a la pacífica convivencia civil»[6]. (9 de mayo). No le hacen caso y aparece asesinado. Su secuestro constituyó uno de los más crueles sufrimientos de Pablo VI.

    (6 de agosto). Fallece Pablo VI: Es domingo de la Transfiguración, pleno verano, tiempo de vacaciones. Extremado en la salud, consciente de que la muerte está cerca, ha optado por retirarse a Castelgandolfo, lejos del clima romano-vaticano. Fallece a las 21.40 h. Ha dispuesto que el suyo sea un funeral sin ruidos y sin especiales honores. Los obispos de Italia, quienes mejor lo han conocido, piden en seguida la introducción de su causa de beatificación. En seguida se les suma el episcopado latinoamericano, representado por el CELAM. El Papa Francisco fija para el 19 de octubre de 2014 la fecha de su beatificación. Para cuantos lo conocimos, era algo que anhelábamos, desde el recuerdo constante de su heroica santidad. Pablo VI fue un Papa casi mártir. Somos conscientes de lo limitativo del casi que se nos ha escapado a nosotros. Otros analistas de su perfil emplean lo de mártir en su pleno significado. ¡Tienen razón!

    Un breve prólogo... ¡español!

    Esta modesta y lamentablemente un poco –si no un mucho– desordenada biografía se ha escrito para ser publicada y, dentro de lo posible, también difundida, ante todo en español y en España.

    Quienes hemos tratado de confeccionarla y la firmamos somos conscientes de que, en España, por lo menos en determinados ambientes no muy sinceramente religiosos, antes aún que católicos, Pablo VI no fue tan conocido ni comprendido, aceptado ni amado, como lo fue y sigue siendo en otros países y ambientes que, en cuanto a católicos y a sinceramente religiosos, pasaban y siguen pasando por serlo menos que nosotros los españoles. Algo que, nos parece, no deja de tener y de haber tenido su vertiente paradójica y... contradictoria.

    Muy verdad es que quizá no sea el caso de revolver un pasado que, por supuesto todos o por lo menos la inmensa mayoría, deseamos ver superado, no sin aceptar la responsabilidad individual y colectiva que a unos y a otros no deja de afectarnos para su superación. Es lo primero y principal que sentimos nos anima a aprender del ejemplo sereno de un hombre tan ejemplar y tan hombre que se llamó y sigue siendo recordado como Juan Bautista Montini, pero sobre todo y aún más como Papa Pablo VI.

    Quisiéramos ante todo dejar aquí constancia quienes hemos escrito esta biografía –conscientemente escasa, por personal inadecuación nuestra más que por tibieza de deseo y convicción, con respecto a un gran Papa culto, humilde y santo–, de que compartimos íntimamente el deber de hacer justicia a la heroica y paciente ejemplaridad cristiana de Juan Bautista Montini/Pablo VI.

    Una ejemplaridad que, hasta donde nos sea posible, nos proponemos, o más bien quisiéramos, reflejar en las páginas de este libro. Somos conscientes, no obstante, de que es muy difícil, por no decir imposible, describir con adecuación, mediante palabras y expresiones lamentablemente pobres, las virtudes practicadas con ritmo creciente, a lo largo de toda una vida: de niño y adolescente precozmente ejemplar; de joven seminarista íntimamente convencido y decidido a seguir la llamada de lo Alto; de sacerdote resuelto a entregarse de lleno al servicio directo y exclusivo de las almas: un sacerdote sin embargo que, por heroica obediencia, tuvo que ¡y supo! ver en una entrega absorbente, a dedicación plena, a una tarea de «burocracia vaticana» la heroica inversión vital de su vocación de sacerdote, que en ningún instante de su vida se olvidó de serlo y lo fue durante una veintena de años jóvenes; que fue un aparente, sacrificado y generoso «burócrata», trocado luego de repente, por aceptada obediencia, en Arzobispo de la archidiócesis más difícil y exigente de la Iglesia, convertido de manera heroica, sólo aparentemente improvisada, en pastor profesional, sucesor de santos grandes y remotos que le dejaban una herencia inmensa; de santos remotos y grandes nunca olvidados, que fueran y seguían llamándose, en la hagiografía cristiana, San Ambrosio y San Carlos (Borromeo); y de beatos más recientes en camino de ser declarados santos –ya lo han sido–, frescos en el recuerdo de todos con los nombres de Ildefonso Schuster y de Carlo Ferrari.

    Arzobispo pastor sin ejercicio previo de pastoreo, inmediato ni remoto, Juan Bautista Montini se vio obligado a ser sucesor de unos y de otros. Fue Arzobispo y lo hizo bien, heroicamente bien, al frente de la Archidiócesis más difícil y poblada de la Iglesia que se llamaba (y sigue llamando) Milán, con sus abundantes cinco millones de habitantes, todos católicos menos cien mil de ellos, con sus 1.200 parroquias, sus (entonces) 2.500 sacerdotes, (ah, y con cinco obispos auxiliares como ayudantes...). Milán, una capital de provincia y región –la Lombardía– esencialmente industrial, de las más de Europa, con las consiguientes enormes dificultades y problemas...

    Lo hizo bien, vaya que sí, el Arzobispo Montini, a quien, desde por aquellos años, acaso nadie había apreciado tanto y profesado tan sincera, serena y creciente admiración y amistad como el que fuera visitador apostólico en las remotas –más por entonces que... por ahora– Bulgaria y Turquía, enviado en 1925 para largo por Pío XI, y que sería después nuncio en Francia, enviado en 1945 por Pío XII, Giovanni Roncalli.

    La amistad entre ellos nació, parece ser, porque por aquellos años Juan Bautista Montini era la «mano derecha secretarial» de los papas Pío XI y Pío XII, a quienes muy humildemente representaba y a cuyas órdenes fielmente estaba el visitador, primero, y nuncio apostólico, después, Giovanni Roncalli. El cual Roncalli puntualmente informaba y dócilmente pedía orientaciones por carta al Papa cada vez que necesitaba sus directrices o refería sobre sus contactos con los gobiernos o con la modesta escasa jerarquía de la reducida porción religioso-católica en Bulgaria y Turquía, primero, y más numerosa en la católica Francia después.

    Los informes y demandas de orientación del visitador y nuncio Roncalli iban dirigidos a los papas respectivos, pero era más frecuente que raro que un papa y otro los pasasen para lectura y adecuada respuesta al Sustituto y Prosecretario de Estado Juan Bautista Montini: el cual formulaba respuestas muy medidas siempre a su casi paisano lombardo en la versión oficial, permitiéndose en muchos casos añadir expresiones de sincera y creciente estima que era más bien amistad. Lo cual explica que el Roncalli de Bérgamo, que llevaba con muy dócil obediencia su nada fácil tarea de representación en partes tan entonces remotas de Europa, no dejaba de apreciar el toque de amistad personal que

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