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Héroes de la Extinción 2: El camino de los tres Generales, #2
Héroes de la Extinción 2: El camino de los tres Generales, #2
Héroes de la Extinción 2: El camino de los tres Generales, #2
Libro electrónico357 páginas3 horas

Héroes de la Extinción 2: El camino de los tres Generales, #2

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¿Habrá llegado el momento del sacrificio de los héroes?

La guerra en Ámbarth no da respiro, y su culminación parece lejana e inverosímil. Benjamín y sus amigos continúan liberando ciudadelas, hasta que su próspero avance se topa con el miedo más inesperado: el mismísimo fin de la vida.

Mientras tanto, los Profetas de las Tinieblas hacen llegar al grupo una propuesta esperanzadora y sospechosa a la vez. Transitar el Camino de los tres Generales se revela tanto como la tan ansiada posibilidad de terminar con la guerra, como de llevar a la humanidad a sus horas más oscuras.

Al grupo de amigos no le queda más opción que la separación. Se embarcarán en emocionantes aventuras que los llevarán a lugares tan diversos como la Biblioteca del Clementinum de Praga, las Líneas de Nazca, extraños planetas, o las profundidades de lagos anaranjados.

Sonetos, reflexiones, nuevos personajes, enemigos ocultos, y escenarios fascinantes se mezclarán en una aventura distópica y de tensión constante.

"El Camino de los tres Generales" es la segunda novela de "Héroes de la Extinción", saga de libros de ciencia ficción y suspenso.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 nov 2023
ISBN9798223810100
Héroes de la Extinción 2: El camino de los tres Generales, #2

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    Héroes de la Extinción 2 - Ezequiel Bongiorni

    AVISYNIA

    Los vientos incesantes del tiempo revelarían si esa derrota se convertiría en decepción. La claudicación sentenciaría el fracaso, y eso jamás iba a suceder.  Esos eran los sentimientos que corroían a Benjamín.  Cada golpe que recibía le robaba un poco más de vida, y ya escuchaba los delicados y contundentes pasos de la muerte rodearlo.

    Benjamín no saboreaba la derrota, ésta se le presentaba como un sutil perfume a azufre.  No comprendía por qué las minúsculas piedras blancas y transparentes del suelo de Avisynia emanaban ese perfume.  Pero cada vez que le pisaban con furia la cabeza, Benjamín sentía el azufre hasta en su sangre.

    Avisynia era un inagotable desierto blanco y brillante de suelos firmes de Ámbarth.  Se encontraba en el camino hacia la ciudadela capital.  Benjamín, ahí tirado, era una mancha roja, hedionda, e imprecisa. 

    Los cabellos de Benjamín caían sobre su rostro molestando su vista y escondiendo su agonía.  La membrana mental que lo recubría ya cedía, y ante cada golpe las piedras del suelo empezaban a lacerar sus pómulos.  Estaba herido como nunca había estado.  El sol y la sangre jaspeaban su piel.  Sus ojos ya no tenían ese blanco intimidante; presentaban una melancolía propia de un final incompleto.

    Su enemigo no se cansaba de pisarlo y patearlo.  Su rabia estremecía a Benjamín, y ese miedo lo había inmovilizado.  No quería saber más nada del desierto de Avisynia, Ámbarth, ni de ninguna guerra.  Comenzaba a ansiar aquello que busca cualquier soldado cuando el miedo y la desesperanza lo invaden: ver a mamá.

    Pero el enemigo no se detenía.  Sabía del poder de Benjamín y no le iba a dar ni una mínima ventaja.  No iba a tener compasión.  No había charlas sin sentido.  El Primario Ancestral era demasiado poderoso como para darse esos lujos.  Había que terminar con esa batalla lo antes posible.

    El rostro ensangrentado de Benjamín contra el piso enfocaba el agitado horizonte.  Los cielos de Ámbarth se estaban destruyendo; el rojo carmesí los teñía.  Explosiones inentendibles y anaranjadas se divisaban en los únicos sectores celestes que todavía conservaban las alturas.  ¿Serían distintos planetas que comenzaban a destruirse alrededor de Ámbarth? A Benjamín eso no le preocupaba, no podía influir fuera de donde estaba.  De hecho, no podía influir ni siquiera en donde se encontraba.  Piedras candentes de disímiles tamaños caían por todas partes, pero Benjamín ya no podía formar un domo mental que lo protegiera. 

    Era muy claro que el Loop no se había podido cerrar y el universo estaba colapsando.  Nate y el resto habían fallado en su viaje al pasado.  Era tarde para reprocharse errores.  A Benjamín se le cruzó por la cabeza que había sido una grave equivocación haberse separado.  Él tendría que haber ido con ellos.  Parecía que Denise, Daniel, Nate, y Sebastián iban a poder con esa misión, pero no.  Los cálculos habían estado errados.

    Así que, morir en manos de ese poderoso enemigo se le presentaba como menos doloroso que morir afrontando la frustración de no haber podido salvar a la humanidad de Ámbarth de la destrucción de la línea temporal donde estaba.

    ¿Qué tan mal hicimos las cosas? ¿Cómo llegamos hasta aquí?, fue el pensamiento que invadió a Benjamín cuando el imparable enemigo dejó de atacarle la cabeza y alzó su brazo con un puñal.  La estocada final y el fin de la batalla estaban cerca.  Antes de hacer caer el puñal y sentenciar la muerte de Benjamín, el impiadoso verdugo habló con voz grave.

    —  Hasta aquí has llegado.  No fue prudente haber intentado luchar. 

    Luego, dejó caer su brazo violentamente sobre Benjamín.

    CAPÍTULO II –

    TURISMO EN VIESTO

    Dos meses antes de la debacle fatídica de Benjamín, el grupo avanzaba bajo un sol discontinuo, por un camino polvoriento cercado por dos intimidantes muros de piedra.  El viento  sosegado no coincidía con el intenso murmullo de la batalla al final del pasaje. Nate había instado al grupo a aterrizar su nave del otro lado de una pendiente escarpada, y tomar ese paso por entremedio de la montaña.  Llegar con su única nave directamente a la batalla no parecía muy acertado, por más que contaran con los Primarios Ancestrales.  Denise, Benjamín, Daniel, y Sebastián lo aceptaron sin objeciones.

    —  ¡No entraré en el agua! — exclamó Sebastián.

    —  No es para tanto — respondió Benjamín—.  Igual primero hay que llegar hasta el lago, lo cual no es fácil.  Hay que traspasar líneas enemigas.

    —  Obvio que no es fácil.  Los Profetas se adaptaron demasiado rápido — agregó Sebastián.  Los momentos previos al combate lo intranquilizaban y no era de aquellas personas que escondían sus temores.

    —  Ya vamos a entender cómo funcionan esas armaduras nuevas de los Profetas — interrumpió Nate—.  Los científicos de Ámbarth ya están estudiando cómo es que evitan que Benjamín y Daniel puedan absorber la energía de los Profetas.  También va a llevar tiempo dilucidar cómo esas armaduras aumentan la gravedad de los Profetas de las Tinieblas para que no los hagan levitar como en Ácathom. Hay que tener paciencia. 

    —  Igual, al final y al cabo, liberamos una ciudadela más, además de Ácathom.  Tuvimos que sudar bastante, pero ganamos — añadió Daniel.  Ayudar en la guerra y no haber vuelto al pasado para ocupar el lugar de Benjamín, de alguna forma, lo mantenía siempre con una actitud positiva.

    —  Tiene razón, Dani.  Sin embargo, no hay que confiarse.  Esta vez la ciudadela está bajo el agua.  Va a haber Profetas dentro y fuera del agua — dijo Denise, mientras el viento polvoriento y árido hacía perder el marrón rojizo de su campera entallada.  Ésta lucía algo degastada, pero el traje simbiótico bordó oscuro debajo parecía recién estrenado.

    —  ¡Exacto! — afirmó Sebastián asintiendo—.  ¿En Australia se tiran al mar cuando hay tiburones? ¡No! ¿Nosotros nos tiramos a un lago infestado de Profetas de las Tinieblas? Tampoco.  Y ni hablar que el agua es naranja.  Debe tener una concentración de yodo inmensa, y el yodo me reseca el pelo. ¡Todas malas!

    El silencio y la soledad eran los únicos compañeros de charla en ese pasillo rocoso.  Sin embargo, de un momento a otro, Benjamín y Daniel detuvieron su marcha y quedaron congelados en el lugar.  Inertes, los dos mutaron vertiginosamente sus ojos a un amenazante blanco.  Nate, Denise, y Sebastián, quienes habían continuado caminando, voltearon para ver a los dos Primarios Ancestrales.  El tiempo parecía haberse detenido alrededor de ellos.  La quietud que los envolvía causaba terror.  Benjamín y Daniel mantenían la vista al frente, perdida en la distancia, pero ya con los ceños fruncidos.

    —  ¿Pasa algo? — fue lo único que se atrevió a preguntar Denise.

    El sonido de la electricidad rebotó como un eco incontenible por los muros desiguales de ese pasaje.  Nate, Denise, y Sebastián alzaron la  vista.  Bajo el celeste vigoroso del cielo, aplacado únicamente por algunas nubes indecisas, justo encima de donde estaba el grupo, dos esferas metálicas y negras flotaban inmóviles muy cerca una de otra.  Esas esferas carecían de complejidad alguna; lo único que hacían era emitir, con cierta frecuencia, un rayo irregular y violeta que las unía.  La frecuencia de rayo empezó a iluminar de violeta cada vez más rápido los rostros de Nate, Denise, y Sebastián, quienes no dejaban de observarlas.  Entonces, ese rayo violeta quedó constante, vinculando las dos esferas alquitranadas, las cuales empezaron a vibrar con intensidad.

    —  Prepárense— ordenó Benjamín con la vista fantasmal hacia el frente.

    En ese instante, descomunales rocas se desprendieron de los muros que delimitaban ese pasaje y empezaron a llover sobre los Primarios Ancestrales y el resto del grupo.  Una poderosa luz blanca partió de las dos esferas negras que abarcó todo.  Luego, todo fueron penumbras.

    La explosión que surgió de las dos esferas negras arrasó con todo a un kilómetro a la redonda.  En el área no quedó nada más que un colchón de tierra y piedras marrones y herrumbrosas.  La devastación llevada a cabo por los Profetas causó pavor en el ejército humano que luchaba sin cesar en los márgenes del lago.  Los soldados humanos de la ciudadela de Viesto no salían de su asombro al ver cómo una de las colosales montañas, que se precipitaba sobre el horizonte, se había transformado en escombros de un instante a otro.

    Al ver eso, los Profetas hicieron un parate victorioso.  Todo el ejército de los Profetas volteó hacia el cementerio de rocas que había dejado su detonación.

    De repente, el suelo comenzó a temblar de forma irrefrenable. Tanto los Profetas como los soldados humanos de Viesto se aferraron a lo que podían para sostenerse en pie.  En ese momento, las primeras rocas gigantescas del cúmulo que había quedado de la destrucción de la montaña se movieron hasta dejar una entrada a un túnel oscuro y sin final.  El temblor del suelo cesó intempestivamente. Los Profetas, que estaban más cerca de esta entrada sombría que se había hecho entre las piedras, se retrajeron unos pasos ante la calma inaudita que se presentó.

    Entonces, en la negrura inacabable del túnel, dos puntos rojos se revelaron.  Éstos comenzaron a crecer y fueron acompañados por un poderoso rugido grave y profundo.  Una voz lenta y animal retumbó desde adentro:

    —  Damas primero.

    Con la violencia desenfrenada que azota un huracán, salió Denise de las sombras del túnel, galopando al encuentro de los primeros Profetas.  Su velocidad hacía quedar muy mal parados al viento y a su sombra, que habían quedado muy atrás.  Sus ojos esmeraldas le habían dado paso a esos rabiosos ojos rojos como el infierno.  Sus cabellos negros flameaban vertiginosos.  Su piel lozana, ahora surcada por manchas negras, su gran contextura, y sus filosas garras desgarrando la tierra, causó terror en los Profetas que la vieron ir hacia ellos.  Apenas llegó al centro de un grupo de Profetas, dejó su posición cuadrúpeda, y se paró erguida violentamente.  Fue ahí cuando, esos Profetas que luchaban en Viesto entendieron la acepción de la palabra masacre.  Decenas de Profetas volaron para todas partes.  Otros directamente caían derrotados lacerados por las violentas garras de Denise.  La apariencia de Denise, como un Profeta de las Tinieblas, causaba un enorme desconcierto en el ejército de Bestias, a pesar de que habían sido alertados.  Las armaduras nuevas para contener los ataques de Benjamín y Daniel, a ella no le afectaban en lo más mínimo.  La lucha de Denise era cuerpo a cuerpo, algo que le apasionaba.  Así comenzó la batalla de Viesto.

    Inmediatamente después, surgió del prolífico túnel Sebastián con su extenso rifle plateado.  Disparaba balas metálicas recubiertas de energía celeste y con la cadencia de una ametralladora.  Sin preludios, Sebastián descargaba sin pausas su tira de municiones, la cual retornaba a su cinturón para la recarga.  Liberaba, constantemente, charcos plateados como el mercurio.  Esos espejos vivaces se arrastraban por la tierra de Viesto con desesperada premura, e infectaban con Rohgs a las Bestias que se encontraban a su alrededor.  La cercanía y el tacto con Virus, como se hacía llamar Sebastián, implicaba una muerte fulminante.

    Un sonido lejano de metal ensamblándose hizo eco en la profundidad del túnel.  Atrás de Sebastián, se sumó Nate a la batalla dentro de su traje Pacificador transformado en vehículo de prominente tamaño con el aspecto de una rueda metálica con cañones en sus costados.  El vehículo de Nate recorría un camino que serpenteaba a través de numerosos Profetas que iban cayendo a su paso.

    Mientras tanto, un grupo de Profetas había quedado a en la entrada del túnel de donde había salido Denise, Sebastián, y Nate.  El túnel conservaba ese siniestro silencio.  A una Bestia, derramando saliva a través de sus filosos colmillos y emitiendo un rugido más quejumbroso que iracundo, se le ocurrió asomarse en la entrada y husmear entre la negrura de ese misterioso agujero.  En las penumbras del túnel resonó un ruido eléctrico.  En ese momento, el Profeta curioso fue absorbido dentro de la oscuridad y, un instante después, fue expulsado de esa cueva con la violencia que tiene la partida de un misil.  El Profeta salió volando y terminó tumbando a un grupo cuantioso de Bestias que estaba en batalla.  De las sombras no tardaron en salir caminando Daniel y Benjamín.  Sus ojos resplandecían un fulgor blanco como la nieve en un día despejado.  Rayos celestes y uniformes unían a los dos Primarios Ancestrales.  Esos mismos rayos surgían de sus puños lastimando la tierra de Viesto.  El colosal ejército de Profetas que luchaba en Viesto volteó hacia esos dos humanos sobre los cuales habían recibido un cúmulo de instrucciones interminables.  Fue ahí cuando, absolutamente todas las Bestias abandonaron aquello que estaban haciendo en la batalla, para correr al encuentro del niño y el humano de ojos blancos.  Los Krungs, aquella raza, esclavizada por los Profetas, de corta estatura, aspecto enfermizo, piel beige y arrugada, cabeza calva, y cresta verdosa, seguían torpemente y cómo podían la desesperación de sus amos.

    CAPÍTULO III

    METAS INAUDITAS EN CÓNGHOR

    Un manto negro de Bestias se precipitó hacia Benjamín y Daniel.  Los Primarios Ancestrales golpeaban con sus puños, y la fuerza de cada golpe impactaba sobre decenas de Profetas que volaban o quedaban tendidos sobre el suelo gris y húmedo de Viesto.  Saltaban y corrían de un lugar a otro sin parar.  Ahora la batalla había que trabajarla; los Profetas se habían adaptado demasiado bien.  Ellos dos lanzaban disparos de energía celeste que partían de las palmas de sus manos y dejaban surcos imponentes en el ejército de Profetas.  Las naves Centinelas de las Bestias llegaron también hasta Benjamín y Daniel, y si no caían destruidas por las mentes de los Primarios, no paraban de emitir disparos violetas.  Los disparos de las Bestias ya eran demasiados y no podían ser absorbidos por los Primarios.  Esos ataques de fulgor violeta no podían ser captados por los Primarios Ancestrales para contenerlos y dispararlos masivamente contra los Profetas;  para eso, Daniel y Benjamín precisaban captar energía en un mismo y único instante.  Sin embargo, cuando Daniel, en una oportunidad, se sintió rodeado, abrió las palmas de sus manos y de ellas salieron infinitos disparos diáfanos; el niño intentaba recabar energía masivamente de los Profetas.  Esas descargas transparentes no llegaban a traspasar a las Bestias como había pasado en Ácathom.  Enseguida, esos disparos fueron atraídos y absorbidos fácilmente por esas rocas con el aspecto de diamantes violetas que los Profetas poseían en el pecho y la parte dorsal, en esas nuevas armaduras gris plomo que vestían.

    —  No sirve más eso, Dani.  No pierdas tiempo — resonó la voz de Benjamín en la mente de Daniel.

    —  Necesitaba intentarlo otra vez— contestó mentalmente Daniel, a quien ya se lo veía como un punto de color a lo distancia, tratándose de mantener a flote en un mar negro—. Sigo sin poder arrancarles esa armadura del pecho.  Es como si estuviera ensamblada en una sola pieza e incrustada a ellos.

    —  Lo sé.  Cada vez que tratas de arrancar una armadura, atraes al Profeta por completo — replicó Benjamín cuando atrajo con su mente a un Profeta y lo lanzó hacia la lontananza como si fuera una minúscula piedra—. No te alejes mucho.

    —  Necesitamos reagruparnos con los soldados humanos para saber la situación de la ciudadela bajo el agua.  Tienen que formar una línea de contención — interrumpió Denise la conversación de los dos Primarios, mientras seguía sacándose de encima a Bestias y subiéndose encima de ellas como un perro rabioso.

    Benjamín y Daniel entendieron que Denise estaba acertada.  El enfoque estratégico en batalla de Denise no dejaba de asombrar a Benjamín.

    Los humanos de Viesto quedaron absortos cuando los Profetas dejaron, con cierto desdén, de luchar contra ellos para concentrarse en los nuevos actores de la batalla.  El terreno, de un momento a otro, se emprolijó.  De un lado había quedado Benjamín, Daniel y el resto, en medio un mar movedizo y renegrido de Bestias, y del otro los soldados de Ámbarth.  No obstante, aquellos soldados que luchaban en los márgenes del lago anaranjado de Viesto, recibieron una orden clara en sus mentes.

    —  Retrocedan, reagrúpense y formen una línea defensiva  aproximadamente a diez kilómetros de las montañas que hay detrás de ustedes — retumbó la voz de Benjamín en todo el ejército de humanos de Viesto.  Se refería a un cordón montañoso que se alzaba sobre el poniente.

    Entonces, Benjamín instó a sus amigos:

    —  Retrocedamos nosotros también, así le damos espacio y tiempo a los soldados.

    Daniel asintió y comenzó a retroceder; así como Sebastián, Nate, y Denise, también, se alejaron de los soldados.  Esto produjo un explosivo entusiasmo en las Bestias alquitranadas que parecieron multiplicarse.  El grupo resistía el embate.

    Los tanques Jumpers, aquellos vehículos beige y cuadrados con seis patas y poderosos cañones que saltaban de un lugar a otro, fueron los primeros en formar una línea.  Cuando el ejército humano terminó de organizarse detrás de la línea conformada por tanques Jumpers, soldados, y Pacificadores, Benjamín gritó con furia a la mente de sus amigos:

    —  ¡Ahooooraaaa! ¡¡¡Avaaaancen!!!

    El fervor de la batalla se encendió aún más hasta que sus llamas consumieron todo.  Los cinco amigos avanzaron con ira y sin vacilaciones, por entre los Profetas, hacia la línea que habían conformado los soldados de Viesto.  Rayos celestes partían de Daniel y Benjamín y volvían a sembrarse con rabia en la tierra húmeda y grisácea del lugar.  El fulgor incontenible de las miradas de los Primarios Ancestrales reflejaba su concentración y enojo.  Cinco líneas se fueron dibujando en ese lienzo negro que era batalla de Viesto.  Los cinco amigos no dejaban de avanzar.  Cientos de Profetas quedaban tendidos como médanos de tierra oscura a los costados de los héroes de aquel combate.

    Una vez que Denise, Sebastián, Daniel, Benjamín, y Nate se encontraron a unos cientos de metros del ejército humano, el tañer de una campana pesada, como originado en una catedral gótica, se mezcló con el viento de Viesto.  En forma continua, varios campanazos plagiaron al primero.  Ante el inesperado sonido, el grupo de amigos alzó la vista por sobre las Bestias, que lucían como maizales negros e infinitos.  Un griterío embravecido se acopló a los escasos silencios hasta apoderarse del rumor de la lucha.  Eran los humanos de Viesto, tanques Jumpers, y soldados Pacificadores que salieron al encuentro de los Profetas, con la misma desesperación que circula la sangre candente de un animal salvaje ante la proximidad de su presa.  La mitad de los Profetas voltearon y fueron en búsqueda de esos humanos fastidiosos.  La colisión entre el ejército humano y las Bestias fue el choque de dos corrientes marinas enfurecidas en un mar bravío.  Otra vez, había disparos desordenados para todas partes.  Otra vez, los Pacificadores se armaban y desarmaban.  Otra vez los tanques Jumpers saltaban de un lado para otro disparando.  Otra vez, los soldados humanos captaron la atención homicida de los Profetas.  Otra vez, el caos se adueñó del campo grisáceo a las orillas del lago de aguas tan anaranjadas como mortales.

    Mientras tanto, el avance de Benjamín, Daniel, y el resto continuó hasta pasar la línea defensiva que habían formado los humanos.  Una vez que Denise pasó sus garras por el último Profeta solitario que tenía al lado, éste se zambulló inerte y pesadamente dentro de un gran charco de barro y agua; fue ahí cuando ella levantó la vista.  No había Profetas por delante, sólo la desesperanza y la destrucción propias del paso inclemente de la guerra.  La batalla les había quedado detrás.  Denise miró a los costados, y Benjamín, Sebastián, Daniel, y Nate parecieron salir de una ola negra.  El grupo había quedado disperso en ese vasto terreno.  Enseguida se juntaron.

    —  Necesitamos ubicar quién está a cargo del ejército de Viesto en tierra — comentó Daniel, con firmeza en su tono.  El niño tenía sus ropas algo rasgadas y su rostro sucio, pero no lucía heridas importantes.  Sus ojos volvieron a ser tan negros como amigables.

    — 

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