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Héroes de la Extinción 1: Tiempo de encuentros incómodos, #1
Héroes de la Extinción 1: Tiempo de encuentros incómodos, #1
Héroes de la Extinción 1: Tiempo de encuentros incómodos, #1
Libro electrónico501 páginas6 horas

Héroes de la Extinción 1: Tiempo de encuentros incómodos, #1

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La humanidad se encuentra en guerra y nadie se ha enterado. El resultado depende de tres amigos que viven en un solitario pueblo de montaña en la década de 1980. Benjamín, Denise, y Sebastián no imaginan la importancia que tendrán para la continuidad o extinción de la vida. Sus insulsas vidas se ven sacudidas cuando conocen a alguien en una misteriosa cueva. A partir de ahí, la supervivencia de todo el planeta se ve amenazada por la posible aniquilación de ellos tres. ¿Pero estos tres amigos son libres o su muerte está predestinada? ¿La humanidad es libre o su fin está sentenciado? ¿Aquel que conocieron en la cueva es quien dice ser?

Esta intrigante novela de ciencia ficción se apoya en las teorías y misterios más grandes de todos los tiempos: el indescifrable Triángulo de las Bermudas, la teoría de la relatividad, la recóndita Antártida, y hasta se atreve a descubrir secretos muy bien guardados en la pintura más famosa de la historia.

La tensión, giros inesperados, y diversión envuelven a este libro de lectura ágil y, a su vez, profunda.

"Héroes de la Extinción: Tiempo de encuentros incómodos" es el inicio de una atrapante saga de libros de ciencia ficción, con personajes entrañables y grandes misterios. A pesar de ser un libro de ciencia ficción se sostiene con la estructura de uno de suspenso.

Algunas opiniones de Goodreads…

 

- "Es excelente. Me sorprendió este autor, que creo que es nuevo. Es un libro difícil de criticar sin decir spoilers. Las descripciones están muy bien logradas. Es muy fácil encariñarse con los personajes principales (Benjamín, Denise, Nate, Daniel, y Sebastián). La trama de la aventura es muy divertida. Se va acelerando de a poco desde el inicio y tiene un final muy bien logrado. Este autor usa mucho el suspenso. Muy recomendable".
 

- "Me encanto! El autor logró captar mi atención a partir del primer capítulo y no pude soltarlo."
 

Completan la trilogía de ciencia ficción: "El Camino de los tres Generales", y "Recuerdos de Triumm". Las tres novelas ya están disponibles.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento21 nov 2023
ISBN9798223945611
Héroes de la Extinción 1: Tiempo de encuentros incómodos, #1

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    Héroes de la Extinción 1 - Ezequiel Bongiorni

    EL PRIMER VALS CON LA MUERTE

    Le resultó incomprensible el perfume de canela de las tortas recién horneadas, durante los duros inviernos de su pueblo natal, que recordó cuando estaba a punto de traspasar los umbrales de la muerte.  ¿Entonces mi vida se termina ahora?, fue el primer pensamiento que se apoderó de Benjamín Brauss con cierta tristeza e inocultable pavor.  Mejor en otro momento, caprichosamente fue la respuesta que le surgió.

    La situación era, por lejos, la más riesgosa que alguna vez hubiera afrontado Benjamín.  No formaba parte de la rutina diaria que una persona le apuntara con un arma directamente a la cara en su trabajo en el pequeño supermercado del pueblo. La noche apenas había caído, y todo duró sólo unos minutos, pero Benjamín entendió la eternidad.

    El ladrón que lo amenazaba parecía de corta edad, alrededor de unos veinte años.  No era de un porte importante, sino más bien petiso, flaco, y medio desgarbado.  El calzado nuevo azulado y la campera de color petróleo sin mangas, que cubría una camiseta con una inscripción que decía Glasgow, no hacía suponer que estuviera pasando por grandes desdichas económicas. Una persona que vista por la calle no llevaba a pensarla como violenta, sino todo lo contrario;  podría haber sido el pariente silencioso y tímido que toda mesa familiar tiene. No mantenía una postura erguida, y el sudor que corría por su sien y pómulos hacían poner aún más nervioso a Benjamín. ¿Tal vez, si el ladrón no se hubiese puesto ese burdo gorro de lana marrón para otra estación del año, no transpiraría tanto y estaría más relajado?  A esa altura, eso era anecdótico. No había nada más peligroso que una persona cegada por sus nervios empuñando un arma.

    El arma era de cortes rectos, de color gris plomo, y brillante. Así de simple la veía Benjamín.  Nunca había entendido, ni tenido la necesidad de entender, de armas de fuego ni de otro tipo de armas.  No sabía de automáticas, no automáticas, seguros, cargadores, o  calibres.  Lo único que le interesaba era que el arma, sostenida por ese brazo escuálido y recto como una flecha, no se disparara.

    —  ¡Dame todo lo que hay en la caja ya!" — gritó el ladrón, con una voz que por momentos tenía una sutil afonía nerviosa.

    —  Tranquilo.  Lleva todo el dinero. No quiero problemas — sugirió Benjamín, tratando de sobreactuar una firmeza en su tono que ni él se la creía.

    Las miradas de ambos se cruzaron, por un instante, con los ceños fruncidos: el de Benjamín hacia arriba, descubriendo sus temores, y el del ladrón hacia abajo, forzando una expresión feroz que lejos de enaltecerlo como un temerario inspiraba cierta ternura.  Fue ahí cuando, una luz roja entró por los vidrios del negocio, iluminó la pared del fondo sobre las góndolas de productos enlatados, y desapareció en forma fugaz.  En ese momento, el ladrón salió despavorido abriendo una de las dos puertas de vidrio de la entrada, corriendo torpemente hacia la esquina para tomar un callejón, y perderse en segundos en la profunda oscuridad.

    La patrulla de policía, que iba apresurada hacia otro lugar, había pasado por la puerta del local y había hecho atemorizar al ladrón hasta el punto de hacerlo huir sin robar nada.  Un par de billetes no valían la pena para ir a la cárcel. 

    Pasado el susto, Benjamín desinfló sus pulmones, y volvió a respirar normalmente.  Había podido salir con suerte de una situación demasiado tensa y difícil.

    Ahora no quedaba más que volver a la confortable y apacible rutina diaria, que tanto le aburría en esos primeros años de la década de 1980.  Y ese aburrimiento constante y falta de motivación lo demostraba tanto en su vida como en su imagen personal.

    Con respecto a su aspecto, Benjamín era una persona bastante austera en el tiempo que le dedicaba a su parte estética.  El metro ochenta y nueve de altura le daba cierto destaque cuando entraba en los lugares, pero no era demasiado impactante.  Los años de natación en el colegio le habían dado una figura atlética sin ser exageradamente musculosa, y que a causa de sus 19 años de edad le resultaba muy fácil mantener sin mucho esfuerzo. Su pelo castaño oscuro lucía prolijo, y a pesar de que lo usaba corto se notaba que era extremadamente lacio y brillante. Sus ojos oscuros revelaban, a veces, ciertas inseguridades.  Se podía decir muchas cosas del rostro de Benjamín, menos que era inexpresivo.  Tenía expresiones faciales que llegaban a hacer reír o transmitir tristezas de forma sencilla a cualquier persona por más indiferente que fuera.  A su ropa le restaba siempre importancia.  Los jeans eran el común denominador de su vestir, así como las zapatillas deportivas.  Pensaba que era un desperdicio de tiempo elegir la ropa, con lo cual le gustaba repetir los mismos colores y tipos de prendas varios días de la semana.  A veces, llegaba a tener hasta cuatro sweaters grises iguales.

    A Benjamín le fascinaban los brownies crudos en su interior, la cerveza negra, los libros de Stevenson, Faulkner, y sabía de memoria el comienzo del cuento El Aleph de Borges.

    La personalidad de Benjamín era por demás particular.  Era la persona más ansiosa del pueblo, según las palabras de sus conocidos más cercanos.  Además, era exageradamente intempestivo e instintivo. Era una de esas personas que ante cualquier ofrecimiento, por más irracional que pareciera, tenían el fácil, ya sea por cortesía o por la falta total de conciencia. Esta mezcla de cualidades en su personalidad chocaba irremediablemente con la pasividad del lugar donde vivía.

    La vida de Benjamín en ese pueblo era tranquila; tal vez demasiado, lo cual generaba incesantes quejas ante su familia, y de vez en cuando con sus amigos.  Una vez que dejó el colegio, encontró para esos primeros meses un trabajo ayudando en la caja de un reducido supermercado del pueblo, a la espera de la reconfirmación para entrar en una universidad de medicina a la otra punta del país. Esa era la idea: ser médico.  Siempre pensaba que esa vocación le iba a traer toda la adrenalina que le faltaba, y a su vez, iba a poder cumplir su sueño de poder ayudar. Mientras, seguiría en su pueblo natal viendo pasar días idénticos como si estuvieran copiados puntillosamente con mínimas diferencias.

    El problema fue que esa espera, de entrada triunfal en una prestigiosa universidad de medicina, se le hacía eterna, y ya habían pasado interminables meses sin confirmación alguna, lo cual era un plazo más que suficiente para deprimir a una persona tan ansiosa como él.  Esto decantó en que Benjamín sentía que estaba totalmente atado a ese pueblo y a una vida insulsa. No tenía idea de la aventura que estaba por vivir, ni sabía que del aporte de sus amigos y de él iban a depender todas las vidas humanas del planeta.

    En contraposición con la visión de Benjamín intoxicada por la rutina diaria, el lugar donde vivía era un pintoresco y cuidado pueblo de casas de ladrillos, maderas claras, y techos a dos aguas, rodeado de montañas, a la vera de un lago de un azul profundo con orillas de color verde esmeralda, de aguas tan transparentes que permitían ver el infantil baile de los peces.  Es indiscutible que no era una gran urbe donde sobraran los acontecimientos alegres, graciosos, tristes, o peligrosos a cada minuto; sin embargo, se dejaba querer por su pequeñez y la calidez de su gente.  Toda la parte urbana estaba rodeada de un frondoso bosque de añosos árboles alerces y pinos autóctonos que regalaban al pueblo un particular perfume, el cual transitaba día y noche por su calles con el mismo desparpajo con que ciertas corrientes marinas irrumpen en apacibles fiordos.   

    Pero resultaba imposible negar que ese pueblo, visto desde muy arriba, era un diminuto botón cocido a un bosque inmenso.  Se desarrollaba a lo largo de una avenida principal de seis cuadras, con una doble mano separada por un boulevard de pasto bien corto alegrado con  flores blancas y violetas.  En esas cuadras estaban la mayoría de los locales comerciales del lugar: la colorida heladería y chocolatería; la estación para cargar nafta en un punta, que daba el toque moderno al pueblo; la central de policía pintada de celeste pero con techos negros a dos aguas, los cuales le restaban algo de autoridad; varios locales de ropa para invierno con inscripciones torpes para turistas; los mini supermercados; un local de artesanías manejado por una pareja de amigables hippies, cuyo principal producto eran unos búhos de madera adornados con pedazos reciclados de metal; y la tan necesaria farmacia, manejada por una viuda que se caracterizaba por haber perdido la cordialidad y simpatía hacía varios lustros. 

    Benjamín vivía con su familia, los Brauss, en una pequeña casa construida sobre una ladera del lago.  Estaba hecha en madera color miel, techos de tejas negras, y un tiraje exterior de chimenea hecho de piedras grisáceas. Tenía grandes ventanales de vidrio que regalaban gran cantidad de luz, y dos sitios puntuales sobre las cuales giraban los recuerdos más felices de la familia: el gran hogar de piedra y la terraza de madera que maravillaba con una asombrosa vista al lago únicamente tapada por tres pinos inoportunos.

    Charlie, el papá de Benjamín, tenía un minúsculo estudio contable, y su vida laboral se abocaba íntegramente a los números.  Era un hombre de estatura media, con pelo castaño y lacio tirado hacia atrás, sonrisa fácil, ojos negros melancólicos, y una modesta boca diminuta, en la cual el fino labio superior no tenía casi movilidad al hablar, típico de las personas que alguna vez habían usado bigote en el pasado.  No ayudaba a su figura las camisas metidas dentro del pantalón y un cinturón demasiado ajustado, que revelaba cierta robustez en la zona abdominal por la ausencia de actividad física y algunos placeres gastronómicos.

    —  Cuando yo no esté, Benjamín, te voy a dejar dos bienes muy cotizados: buena educación y valores de buena persona.  Todos lo demás lo puedes perder o vender fácilmente — le repetía siempre Charlie, teniendo claro que sus palabras caían en una bolsa vacía en ese momento, pero que en un futuro podían convertirse en un faro.

    —  ¡Aburrido! Háblale a la mano — contestaba Benjamín, con una ridícula rebeldía y displicencia, sin saber lo emotivas que iban a sonar esas palabras durante su adultez.

    —  Excelente, Ben.  Me encanta que mis palabras te conmuevan tanto.  No llores, te pido por favor, que no sabría cómo manejarlo.

    Además de Charlie, para Benjamín,  su mamá, Claudia, era la persona más comprensiva y la primera en brindar apoyo en los momentos difíciles o dubitativos que tenía. Era una mujer de unos cincuenta años apenas pasados, de tez blanca, con unos rulos rubios que llegaban a cubrir parte de sus imponentes ojos celestes.  Era dueña de una risa explosiva y un tanto burlona.  Siempre asombraba la calma y claridad al transmitir las enseñanzas importantes a Benjamín.  Una vez, había quedado grabado a fuego en la mente de Benjamín, cuando Claudia lo había obligado a invitar a su cumpleaños a un compañero de colegio que jamás invitaba a Benjamín al suyo.  Siempre ella le recordaba que no hay que guiarnos por lo que hacen los demás, sino por lo que es correcto.

    Los amigos de Benjamín no eran muchos; de hecho, eran sólo dos: Sebastián y Denise.

    Sebastián era una persona muy alta, de gran porte, con facciones rollizas, y pelo algo largo de un color que se había estancado antojadizamente entre el rubio y el anaranjado.  Tenía ojos color miel y pecas que le brindaban cierta apariencia infantil.  No poseía cualidades estéticas que despertaran gran atracción entre las chicas del pueblo, pero ese faltante lo cubría con personalidad y un envidiable humor ácido, algo que a Benjamín le encantaba.  Sebastián nunca tenía ningún reparo en hacer chistes sobre su gordura, aunque no era tal, a decir verdad.  Estas bromas de su físico lo hacían lucir como alguien con una gran confianza, aunque en soledad a veces surgían ciertas melancolías y profundas dudas existenciales, especialmente por las noches.  La única molestia seria en su vida era el asma que padecía, la cual explotaba de vez en cuando en forma de brutales ataques que costaban controlar.  Esto hacía que Sebastián continuamente lleve consigo un inhalador, el cual le permitía abrir sus vías respiratorias cuando los ataques de asma aparecían. Era una persona muy divertida.  A veces tenía serias y largas discusiones con Benjamín sobre cosas banales, que nunca iban a generar una pelea, sino más bien parecían hechas para brindar una especie de espectáculo a los presentes:

    —  ¿Sabes la principal causa por la cual se están extinguiendo los pandas? — preguntó seriamente Sebastián en una oportunidad—. Es porque les cuesta la reproducción. ¿Benjamín, tú piensas que próximamente terminaré extinguido si continúo sin recibir algún tipo de beso o cariño por parte de una mujer?

    —  Es probable — contestó con indiferencia.

    —  No. No. No. ¡Claramente esa no era la respuesta que buscaba!  No aporta ni un ápice de confianza a mi demacrada autoestima. ¿Te das cuenta el daño  psicológico que me estás causando? Mis músculos se fueron de viaje y mi cuerpo se parece cada vez más a una vela derretida.

    —  Tranquilo.  A no desesperar. Ya se va a solucionar todo, Sebas.

    —  ¡¿Qué?! No se puede seguir hablando con alguien que tiene la profundidad de una tapita de botella de agua. ¿Ya se va a solucionar todo? ¡¿Qué es esa respuesta?! Es momento de plantear una estrategia urgentemente.  Las grandes economías del mundo ante las crisis siempre salieron con una estrategia.  No me lo imagino a Roosevelt en la crisis del 29 diciendo a los banqueros: Señores, tranquilos.  A no desesperar.  Ya se va a solucionar todo. ¡Necesitamos una estrategia reproductiva de la especie, y ponerme a mí como la rata del experimento!

    —  Sebastián, estás necesitando un encefalograma. Hay algo en ese cerebro que está muy mal – concluyó irónicamente Benjamín, también en un tono calmo y serio.

    Denise, en cambio, era más pensante y racional que Sebastián.  Su pelo era lacio y tan negro como una noche cerrada.  Sus achinados e intensos ojos verdes daban la sensación que siempre iba a venir un mejor porvenir. Su figura atlética enmarcaba una belleza tímida, que le gustaba esconderse pero le costaba no lucirse.  Era una chica estilizada, y su pasión por escalar las montañas alrededor del pueblo le habían moldeado un cuerpo fibroso, pero femenino.  Ella era siempre la que se ocupaba de hacer acordar de las fechas de entrega de los trabajos en el colegio, las fechas de inscripciones de las universidades, aconsejar cómo tenían que encarar Benjamín y Sebastián a diferentes chicas, contenerlos cuando tenían un problema en sus casas, y muchas otras cosas que mostraban una madurez difícil de encontrar en su edad.  Denise había terminado un noviazgo hacía poco tiempo con el capitán del equipo de fútbol del club en donde iba porque decía que era demasiado egocéntrico y narcisista para ella.  Era la forma más política de decir que su ex novio era la persona que más se amoldaba a una acepción de la palabra estúpido.

    CAPÍTULO II

    UN ENCUENTRO INESPERADO

    La dócil tarde, cuando la gran aventura comenzó, se jactaba de brindar temperaturas tan amigables que era difícil encasillarla en otoño o primavera.  Benjamín, Sebastián, y Denise habían decidido caminar al costado de la ruta cuesta arriba por el bosque, para ponerse al día de cómo había sido esa semana para ellos.  Era un ritual que hacían todas las semanas.  Esa caminata terminaba en un paraje acantilado que tenía una abrumadora vista panorámica del inmenso lago y de las montañas, y en donde los amigos se pasaban horas hablando y comiendo cosas decididamente no saludables.

    Esa hora y media que duró la caminata al costado de la ruta a través del bosque de alerces, fue lo que duró las quejas de Sebastián acerca de por qué querían verlo postrado en un hospital con un paro cardíaco por obligarlo a hacer tal cantidad de actividad física, y de por qué se negaban a charlar en Prank, el bar del pueblo que contaba con unos cafés incomparables y la mesera más simpática en ciento cincuenta kilómetros a la redonda.

    Al llegar al paraje acantilado, Denise sacó un mantel para apoyar el termo con café y las galletas, aunque si fuera por Benjamín y Sebastián hubieran puesto todo directamente en el césped.  Tras media hora de charla relajada, la conversación se puso tensa:

    —  ¿No les parece como si fuera siempre el mismo día en este pueblo? ¿No se aburren? — comenzó a cuestionar Benjamín.

    —  Yo no soy demasiada ambiciosa — respondía Denise con un tono calmo, tomando, cada tanto, sorbos de un café demasiado caliente—. Tengo el negocio de ropa de mi papá donde trabajo, que va bastante bien.  No necesito tanto más — continuaba refutando, tratando de cambiar el ánimo de Benjamín.

    —  Yo no soy ambicioso — se sinceraba Benjamín—,  tal vez algo ansioso.  Pero siento que algo más tiene que haber para nosotros en la vida.

    —  Sí, yo opino lo mismo — se sumó Sebastián—.  Algo más tiene que haber...  Algo más tiene que haber en este bolso.  No puede ser que siempre traigamos galletas ¿Nunca un sándwich de jamón y queso? ¿Nunca un pollo con papas? ¿Por qué me discriminan con sus cosas bajas en calorías? — agregaba, hurgando el bolso de Denise desesperadamente y con voz melancólica.

    Justo en ese momento, Benjamín miró fijo una mancha que se había hecho en su jean negro, y se paró algo enfadado, demostrándole también a Sebastián que esa vez no le iba a seguir su broma.  Caminó un par de pasos para dejar el área de césped donde estaban y  entró en la parte rocosa, llegando hasta el borde del precipicio, en donde se escuchaba muy abajo el tenue movimiento del lago molestar las rocas.  De espaldas al grupo y observando el majestuoso paisaje montañoso, Benjamín continuó:

    —  De verdad.  Siento que algo más tendría que estar haciendo.  ¡Que estoy perdiendo tiempo! Tal vez...

    Fue ahí cuando, apareció una grieta que corrió rápidamente, dividiendo la parte de césped donde permanecían Sebastián y Denise sentados, de la parte rocosa donde estaba Benjamín parado.

    —  ¡Benjamiiiiiiiiiiiiiiiiiín!!!!! — gritó Denise aterrada.

    Un segundo fue lo que duró todo.  La gran roca triangular, con forma de trampolín donde estaba parado Benjamín, se desprendió.  Entonces, Benjamín empezó a caer al vacío a gran velocidad, dando vueltas en el aire y sin entender lo que estaba pasando.  Por su peso, la gran roca donde estaba parado Benjamín llegó primero al fondo del precipicio, produciendo una estruendosa explosión de agua en el lago, y desintegrándose en varias partes por la poca profundidad de la orilla. Benjamín a lo único que atinó fue a cruzar sus antebrazos frente a su rostro.  La orilla del lago llena de rocas puntiagudas cada vez estaba más cerca.  El viento molesto, que se inmiscuía entre sus antebrazos, no le dejaba mantener los ojos abiertos.  El impacto era inevitable. Los gritos terroríficos de Benjamín fue lo único que se escuchó a quince metros del impacto, a los diez metros, a los cinco, a los cuatro, a los dos. Era el momento de enfrentar la muerte con hidalguía. Impacto de lleno contra las rocas. Fue una buena vida no opacada por una muerte joven. 

    Pero eso no sucedió.  Antes de llegar al agua y a las piedras, sucedió lo inexplicable.  Su cuerpo se frenó de golpe y Benjamín quedó suspendido en el aire con la cabeza hacia abajo.

    A un metro del agua, flotando en el aire, Benjamín abrió primero un ojo, después el otro, y sacó uno de sus antebrazos de su cara.  En ese instante, terminó de caer sobre los pocos centímetros de agua que tenía la orilla del lago.  Estaba sano y salvo.  ¡Era increíble! Acostado boca abajo levantó su cabeza, pero el vértigo de la caída, junto al agua que caía de su rostro, le daban una visión borrosa de su alrededor. Únicamente vio que delante suyo había una cueva, la cual nunca había visto porque esa ladera de la montaña siempre había sido demasiado cerrada.

    La cueva lucía tan oscura como una noche cerrada.  Lo único que vagamente vio Benjamín dentro de la cueva fueron dos brazos muy delgados hacia arriba, que luego se perdieron en la negrura.

    Benjamín comenzó a pararse, cuando escuchó:

    —  ¡Benjamín! — continuaba gritando Denise, con una voz muy lejana.

    —  ¡Estoy bieeeen! No tengo nadaaaaaa — contestó Benjamín, con todas sus fuerzas y sin entender todavía lo que había pasado.

    Luego se hizo un silencio de unos segundos y se escuchó la respuesta:

    —  ¡Bajaaaamos!

    Sin darse cuenta, Benjamín había salido del agua y avanzado hacia la entrada de la cueva.

    Un instante después, resonó una voz grave, poderosa, y con cierta calidez que salió desde dentro de la misteriosa cueva:

    —  El hecho de que estés bien me causa una gran satisfacción.

    En ese momento, una extraña figura dio un paso adelante y emergió de las sombras de la cueva.  Lo único que atinó Benjamín fue a  salir corriendo asustado.  Giró vertiginosamente hacia el lago nuevamente y se prestaba a salir huyendo, cuando sintió que algo le impedía mover sus extremidades.  La huída le había sido vetada.  Era una fuerza que no la percibía como violenta, si no apacible.  Algo con la liviandad de un rocío de madrugada había caído sobre él.  Sentía que su propia mente lo forzaba a permanecer en ese lugar.  Su mente le estaba dando un mensaje, pero Benjamín dudaba si ese mensaje nacía de él mismo o de alguien más.  Entonces, volteó y terminó de ingresar en la cueva.

    Enseguida, este insólito ser lanzó algo al suelo rocoso y quedó parado inmóvil.  Movió su mano derecha sobre donde había tirado ese objeto, el cual parecía ser una diminuta esfera, y éste se encendió, iluminando el lugar con una delicada luz cálida. 

    A Benjamín la situación lo dejó sin poder expresar una palabra y con un rostro desfigurado por el susto. Nunca en su vida había visto una criatura así.  Este ser medía alrededor de un metro setenta.  Su rostro no era inexpresivo, frío, o insulso; todo lo contrario. Sus ojos eran grandes, ovalados, totalmente negros, y con un ceño fruncido como si estuviera enojado o en alerta.  Este ceño terminaba en una minúscula nariz, casi inexistente más allá de sus pequeñas fosas nasales. La parte superior de su cabeza era de gran tamaño, en comparación a la de un ser humano, y totalmente calva.  En su vasta frente tenía unas imprecisas manchas marrones que pasaban por entremedio de sus dos parietales e iban hasta el final de su cráneo. Este ser tenía una tez gris extremadamente clara. Su cuello era alargado, flaco, pero musculoso al igual que su contextura.  Su cuerpo era delgado, pero torneado.  Los músculos triangulares dorsales desarrollados, que se unían a su cuello, le daban una contextura atlética. Su boca era tan pequeña que podía ser la boca de un niño de cinco años. Vestía un traje negro que lo cubría totalmente, de un material similar a un plástico opaco,  que resaltaba su musculosa delgadez.  La única parte de su traje que no era oscura era una fina tira de un apagado dorado que se ubicaba sobre sus hombros.

    Benjamín, parado frente a este ser, seguía balbuceando sin poder hilar una oración y sin poder huir espantado de esa cueva.

    —  Percibo que estás asustado y con muchas preguntas, pero para darte tranquilidad, te comento que soy totalmente pacífico y tu vida no corre ningún tipo de peligro — dijo este ser.

    —  Eres... Eres... ¿Un extraterrestre,... alguien de otro planeta? — dubitativo y tartamudeando preguntó Benjamín.

    —  Sí. Efectivamente, Benjamín.

    —  ¡¿Cómo puede ser?! ¿Y cómo sabes mi nombre?

    —  Conexión Neuronal Adyacente. Es una habilidad que tenemos.

    —  No entiendo — replicó Benjamín, ya con voz más firme.

    —  Mis disculpas.  En palabras simples, puedo comunicarme a través de la mente y conectarme con tus pensamientos hasta donde tú me dejes.

    —  ¿Entonces me estás leyendo la mente ahora?

    —  Hasta donde tú me permitas — contestó el extraterrestre, con un tono tan cordial que de a poco iba sosegando a Benjamín.

    —  No lo puedo creer.

    Fue en ese momento cuando, resonó el ruido de varios pasos desordenando las piedras de la orilla del lago.  Eran Sebastián y Denise.  Habían bajado por un camino largo y alternativo hasta una playa alejada.  Luego habían rodeado el lago hasta el lugar donde había caído Benjamín.  Al llegar, les llamó la atención no encontrar a Benjamín en la orilla del lago, y también la existencia de esa cueva, de donde salía un intenso murmullo y una tenue luz.

    —  ¿Benjamín? — preguntó Denise, mirando en el interior de la sombría cueva y adentrándose junto a Sebastián con pasos dubitativos.

    A Sebastián no le gustaba nada la situación. Todo era muy extraño y el miedo era apaciguado por las ganas de encontrar a su amigo posiblemente malherido.

    Cuando ingresaron a la cueva, a Denise y a Sebastián un terror desgarrador los invadió.  La cálida luz que emanaba del suelo alumbró el rostro de este extraño ser, y ahí lo vieron de lleno.  Ni siquiera notaron la presencia de Benjamín.  Instintivamente se retrajeron hacia el lago con gran velocidad.  Denise tropezó y cayó sentada en la entrada de la cueva, y Sebastián retrocedió hasta tropezar con una piedra de la orilla del lago y caer de espaldas al agua.  Los dos estaban desesperados de miedo.  Sin embargo, enseguida los dos sintieron lo mismo que había sentido Benjamín; la misma paz y conexión que les impedía huir y los invitaba a quedarse.  Denise y Sebastián no comprendieron por qué se pararon y avanzaron dentro de la cueva hasta donde estaba Benjamín y este extraordinario ser, pero así lo hicieron.

    Los dos amigos se quedaron pasmados al ver la imagen de su amigo Benjamín totalmente empapado y sin un rasguño, hablando con este ser, con una tranquilidad tal como si la situación no tuviera una pisca de anormalidad.

    —  ¿Estás bien, Benjamín? — consultó Denise atemorizada, dejando la duda de si preguntaba por la caída o por ese insólito ser.

    —  Estoy perfecto.  Él frenó mi caída con algo así como la telequinesis, o Conexión ... No recuerdo bien — trató de explicar Benjamín, señalando al alien parado inmóvil frente a ellos—.  Él es... — añadió, sin darse cuenta que todavía no sabía el nombre de ese ser o si tenía algo que lo individualizara.

    —  Denise, Sebastián, es muy grato conocerlos — interrumpió el alienígena—. En su lengua, mi nombre sería Natrium Aiorius.  Nacido en un planeta llamado Ámbarth, el cual sus científicos ya identificaron como Kepler más una identificación numérica. Está a 2500 años luz del planeta Tierra.  Por supuesto, sus científicos no saben de nuestra habitabilidad en ese planeta — agregó, moviendo sus manos lentamente para ayudarse en la explicación.

    —  Entonces, te llamas... Nate — sintetizó Sebastián. Siendo esto lo único, de todo lo que dijo, que pudo escuchar y procesar ante la descomunal sorpresa que toda la situación le causaba.

    —  No me llamo así, pero si les resulta más fácil, estoy más que complacido de que me llamen así.

    —  ¿Y cómo hablas nuestro idioma? Porque antes dijiste en su lengua mi nombre es... — indagó Denise.

    —  CNA. Esto significa Conexión Neuronal Adyacente — comenzó explicando Nate, mientras un silencio respetuoso y curioso se había apoderado de los tres amigos—.  Tengo la capacidad de sentir los impulsos nerviosos que transmiten sus neuronas hacia el resto de sus células. Así, intervengo en la codificación que hace su cerebro de las ideas para transformarlas en palabras, y de esta forma aprendo y formo mis ideas con esa misma codificación.

    —  ¡Cuánto debe charlar con la gente hablando tantos idiomas! Debe ser insoportable.  Lo habrán mandado a la Tierra por eso — discretamente susurró Sebastián a Denise, girando su cabeza hacia ella pero actuando como si mirara hacia otro lado. Nate sólo levantó la comisura derecha de su boca esbozando una sutil sonrisa.

    Cuando la conversación comenzaba mínimamente a distenderse, resonó muy a lo lejos el sonido de varias sirenas.  No se podía distinguir si eran sirenas de ambulancias, policías, o bomberos, pero cualquiera de las opciones le ponía mucho nerviosismo al momento. 

    Segundos después de que Benjamín cayera al vacío, Denise había ido hasta la ruta y con gritos desesperados había parado un coche que pasaba, pidiendo ayuda.

    El sonar lejano de las sirenas sembró un silencio incómodo en la conversación.  Los cuatro se quedaron mudos e impávidos.  Nate transmitía cierta tranquilidad en su expresión facial y sus palabras, aunque ya la historia se empezaba a complicar.  A pesar de que todos sentían que había que correr para tomar algún tipo de decisión respecto a algo que nadie tenía claro, Nate se mantenía tranquilo, como si contara con un tiempo extra para decidir.

    —  Acaban de llegar varios vehículos  — dijo Nate con su tono siempre serio—, a la parte superior desde donde cayó Benjamín, y hay un grupo de hombres dispuestos a tirar sogas para bajar hasta aquí.  Según mis estimaciones, llegan a la cueva en cuatro minutos.  Resulta más que obvio que no van a tener contacto conmigo.  La pregunta es qué van a hacer ustedes.

    —  ¿Qué vamos a hacer con respecto a qué? — preguntó Benjamín con cierto entusiasmo en su rostro, como si la necesidad de decisiones urgentes lo sacara del letargo de su vida rutinaria.

    —  Hay una decisión que tienen que tomar ustedes tres en forma individual y con total libertad — afirmó Nate, con rostro severo—.  Nuestro protocolo nos impide que un ser humano difunda nuestra existencia.  La sociedad humana actual no tiene la madurez para tener contacto con nosotros; observan todo lo extraño como un riesgo, actuando en forma bélica y violenta.  Ante esto, tienen dos alternativas a elegir — continuó haciendo una pausa y levantando lo que parecía ser su dedo índice—. Les puedo hacer un bloqueo mental y nunca van a recordar nuestro encuentro.  De esta forma, siguen

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