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La batalla de los clanes
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Libro electrónico182 páginas2 horas

La batalla de los clanes

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El peligro se acerca, ¿los clanes de rastreadores serán capaces de mantenerse unidos contra el enemigo común?
Para Sasa, los últimos meses han sido una montaña rusa de emociones. Esta aventura ha estado llena de peligros y descubrimientos. Ahora sabe qué la hace especial entre los rastreadores y cuál es el origen de los clanes. Sin embargo, el coste ha sido alto: a ella y a su familia los han expulsado del clan Mopa. Pero, lo que es peor, los laboratorios LAEXHU han descubierto su escondite y están dispuestos a acabar con los rastreadores. Sasa y su familia tendrán que huir y buscar la ayuda de otros clanes.
¿Los ayudarán los Boscosos, los Embajadores o tal vez los Mensajeros, el clan de Pulga, los cuales han descubierto la manera de convertirse en gigantes para enfrentarse a la humanidad entera?
«La batalla de los clanes» es la tercera novela de la saga «Los rastreadores», escrita por Mara Blefusco y poblada de personajes tan entrañables y valientes.
IdiomaEspañol
EditorialSAGA Egmont
Fecha de lanzamiento14 sept 2023
ISBN9788728499559
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    La batalla de los clanes - Mara Blefusco

    La batalla de los clanes

    Imagen en la portada: Midjourney

    Copyright ©2022, 2023 Mara Blefusco and SAGA Egmont

    All rights reserved

    ISBN: 9788728499559

    1st ebook edition

    Format: EPUB 3.0

    No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

    www.sagaegmont.com

    Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

    1

    HOGAR, DULCE HOGAR

    El restaurante tenía peor aspecto de lo que Sasa recordaba: las luces no funcionaban, el polvo formaba grandes pelusas rodantes y había moho en las esquinas más húmedas.

    Sin embargo, el reencuentro la llenó de paz.

    —Hogar, dulce hogar… —masculló Sasa.

    Era extraño volver a ese sitio que ya no se sentía como una casa. Al menos, esta vez estaba su familia al completo. Sasa volvía con sus padres, Tisán e Hilota. Su hermano pequeño, Film, que aún no tenía más de diez años, pero era un genio para entender cualquier aparato eléctrico, y su hermano mayor Gorgoj, que, además, iba acompañado por su novia Seren.

    A Sasa no le hacía ninguna ilusión volver allí. Pateó una lamparita de papel que había en el suelo. La decoración con dragones orientales, letras asiáticas y cenefas de un rojo descolorido se estaba cayendo a pedazos. Hilota, se giró para mirarla con una ceja alta. Sasa pensó que estaba a punto de regañarla pero, en vez de hacerlo, le dedicó una sonrisa divertida:

    —¿Ya empiezas a refunfuñar?

    —A mí me hace ilusión ver el sitio donde habéis vivido —reconoció su padre, Tisán.

    —No te encariñes mucho con este sitio. —Hilota alzó la mano para recordar los pasos a seguir en esa extraña vuelta a casa—. Hablaremos con ellos, cogeremos nuestras cosas y nos iremos. Después de todo, el clan no se portó bien con nosotros.

    Sasa resopló. Era una forma suave de decirlo.

    Habían pasado tantas cosas en los últimos meses de su vida que su vida no había dado un giro, sino varias vueltas de campana. Sasa había vivido sus primeros trece años siguiendo las mismas normas que los rastreadores del clan Mopa. Principalmente: hacer caso de los adultos y evitar la mortal mirada de los seres humanos, que la convertiría en polvo si caía sobre ella.

    Solo que eso era mentira, como todo lo que le habían contado.

    De hecho, los rastreadores habían sido seres humanos en el pasado. Su diminuto tamaño era el resultado de un experimento que les habían hecho décadas atrás, antes de que sus padres nacieran. Habían intentado crear unos supersoldados con poderes sobrenaturales, y lo que habían conseguido era reducirlos hasta hacerlos más menudos que un lápiz. Sin embargo, en algunos casos, habían conseguido el objetivo.

    Sasa era una de las afortunadas con un don especial. Siempre había sido ágil, pero había llegado a un punto en el que su equilibrio y su rapidez rozaban lo imposible. No era la única: su amigo Pulga podía encontrar cualquier cosa que buscara, y la Voz, la líder del clan, era una anciana inmortal. Descubrir que toda la vida les habían estado mintiendo no había sido agradable. ¡Y menos si el premio por descubrirlo era que les expulsaran del clan!

    Pero la mayoría no tenían la culpa, ni sospechaban del peligro que se cernía sobre ellos. Por una parte, la asociación que les había creado, LAEXHU, aún trataba de atraparles para experimentar con ellos. Por otra parte, el clan de Pulga, llamados Mensajeros, tenía planes aún peores: habían aprendido a convertirse en gigantes y querían enfrentarse a la humanidad entera.

    —Ni siquiera se merecen que les advirtamos de nada —masculló Sasa.

    —Vamos a intentar hacer las cosas bien —dijo Gorgoj, el hermano mayor de Sasa. Le encantaba llevarse bien con todo el mundo—. Además, si seguimos enfadándonos con todos los clanes, nos vamos a quedar sin nadie con quien hablar.

    Seren, su novia, pertenecía a los Mensajeros. La chica había preferido quedarse en la calle, junto a Rizo, la ardilla más lista de todos los roedores. Así podían vigilar por si aparecía algún peligro.

    —Espero que nos reciban bien —dijo Film, el pequeño de la familia.

    —¡Seguro que sí! —Gorgoj sonaba muy confiado—. Y será bonito poder hablar con todos una vez más.

    Sasa tenía tantas ganas de reencontrarse con su clan como de comer helado de lija. ¿Y si los encarcelaban por haber abandonado la aldea? Bueno, sabía de sobra que su madre era de armas tomar. Ella misma tampoco era la chica más dulce y tranquila del mundo. Si no los recibían bien, sabrían defenderse.

    —¿Hola? —dijo su madre, atravesando la moqueta llena de polvo.

    El recibidor tenía peor aspecto que cuando Sasa vivía allí… y ya era decir. Los cuadros de dragones que quedaban en la pared habían perdido color y estaban llenos de polvo. Había pelusas que le llegaban a la barriga, y olía a rancio y a húmedo. Tisán fue el primero en caminar sobre una alfombra de un rojo desvaído. Estaba todo tan silencioso que Sasa se preguntó si su clan se habría marchado en ese tiempo que ellos habían estado fuera… No sería tan extraño, después de la amenaza que se cernía sobre ellos.

    Lo sopesó durante unos segundos... hasta que vio unas sombras que se movían en la barra de las cortinas. ¡No estaban solos!

    —¡Cuidado!

    —¿Qué? —preguntó Tisán.

    Sasa no perdió un instante y se lanzó sobre su padre para apartarle de un empujón de la alfombra. ¡Justo a tiempo! Un instante después, la alfombra se elevó en el aire, convirtiéndose en una red que le hubiera apresado.

    —¡Soy Hilota! ¡Vengo con mi familia! —gritó su madre, agitando un trozo de servilleta blanca—. ¡Venimos en son de paz!

    —¿Hilota? —A Sasa le pareció distinguir la voz de su antigua vecina Neta entre las sombras—. ¿De verdad sois vosotros?

    —Espero que no traigan otro humano… —refunfuñó una segunda voz.

    Varios rastreadores se asomaron desde las alturas en las que les vigilaban y los escondites que habían preparado. Neta se asomó de un hueco detrás del rodapié, y Zarza salió a la vista de detrás del marco de la puerta.

    —Esta vez he tenido la consideración de volverme del tamaño adecuado —dijo Tisán con sorna.

    —¡Es Tisán! ¡Es uno de los nuestros de nuevo!

    —Pero… ¡es imposible!

    —¿Cómo has encogido? —preguntó el viejo Vito, entre maravillado y asustado.

    —Es una larga historia —dijo Hilota.

    —¿Quién es esa chica? —preguntó otro rastreador, mirando a Seren. Pero no hubo tiempo de responder antes de que una voz más gritara:

    —¡Sasa!

    La chica casi se alegró de escuchar la voz repipi de Delia, su antigua archienemiga. Delia era la chica más mimada del clan. A ella le habían permitido hacer todo lo que quería, ¡incluso salir a explorar! Sasa había tardado mucho más en ganarse el derecho a hacer lo mismo a pesar de ser mucho más hábil.

    —Delia: será mejor que te mantengas alejada de esa familia de traidores —gruñó Forjub, un rastreador que se creía más fuerte y guapo de lo que era y tenía verdadera tirria a Sasa. Ella le lanzó una sonrisa de vuelta.

    —Yo también me alegro de verte, Forjub. Tienes el pelo más brillante que antes, ¿ahora te echas mantequilla? —se burló Sasa.

    —¿Ves? ¡Esa niñata solo trae cosas malas!

    —Sasa, silencio —ordenó su madre, aunque ella estaba lo bastante cerca para ver cómo escondía una sonrisa y tuvo que aclararse la voz para volver a hablar—: Tenemos información importante que quiero compartir con la Voz.

    —¿Y cómo sabemos que no es un plan perverso para robarnos? —Forjub las apuntó con un alfiler de manera amenazante.

    —¿Crees que, si os quisiésemos robar, hubiéramos entrado saludando educadamente? —preguntó Sasa, ladeando la cabeza.

    —Puede que estéis fingiendo para tenerlo todo más fácil.

    —No tengo tiempo para esto. —Hilota sacudió la cabeza y lanzó una mirada a los rastreadores que se acercaban. Todos la conocían y muchos habían trabajado codo a codo con ella durante décadas—. Podéis vigilarme, si queréis. Podéis vigilar a Tisán, si pensáis que es una amenaza…

    —Aunque preferiría que no lo hicierais —murmuró él. Puede que ya no fueran parte del clan Mopa, pero Sasa notaba en la mirada de sus antiguos compañeros que no deseaban echarlos a empujones. Y menos a su padre, que siempre había sido un hombre muy amable. De quien desconfiaban más era de Seren, que se sujetaba a la mano de Gorgoj.

    —¿Y quién es ella? —preguntó Neta.

    —Es mi novia —dijo su hermano—. No haría daño ni a un mosquito.

    Hubo miradas entre ellos y algún murmullo de desconfianza. Hilota volvió a hablar con su tono más serio:

    —Lo que tengo que contarle a la Voz es más importante de lo que podéis suponer. No me extrañaría si decidiera castigar a los que impiden que hablemos. —Le dedicó una mirada tan firme a Forjub que a pesar de ser un fanfarrón se agachó, incómodo.

    —Solo sigo las normas. Hay que ser precavido.

    Sasa sabía que, si había alguien dispuesto a hacer todo más difícil, era ese hombre que siempre parecía estar enfadado. Su madre tenía tan poca paciencia como ella.

    —¿Quieres esposarme y llevarme atada? —preguntó Hilota con tono burlón al tiempo que se ponía las manos en las caderas.

    —No. Pero os seguiré de cerca para asegurarme de que no intentáis nada raro.

    —Como quieras. —Sacudió la cabeza y miró a sus hijos antes de encaminarse hacia la torre—. Encargaos de recoger las cosas que nos dejamos.

    —Que la chica nueva venga con nosotros —añadió el guardia—. Después de todo, no la conocemos.

    —Si no te importa, hermanita, me voy con ellos. —Ni siquiera Forjul parecía molesto con Gorgoj—. ¿Os acordaréis de coger mi camisa buena?

    —A lo mejor se me olvida —gruñó Sasa—. Tú no me irás a abandonar también, ¿verdad, Film? ¡Que siempre me toca hacer el trabajo!

    —Voy contigo. Quiero asegurarme de coger todo lo que necesito.

    —Menos mal. Vamos a necesitar manos para cargar con todo.

    —¡Yo os acompaño! —se ofreció Delia—. Para vigilar, claro.

    La sonrisa que le ofrecía era demasiado amable para ser la de una captora. Dejaron a los vigilantes de la entrada atrás, que por suerte parecían mucho más interesados en sus padres que en ella, mientras se acercaban a la despensa del restaurante en la que los Mopa habían preparado sus hogares. Film iba delante, no le interesaba demasiado la charla de Delia.

    —Bueno, ¡tendrás que contarme todo! —dijo esta con impaciencia.

    —Creía que solo ibas a vigilarme —respondió Sasa, enfurruñada.

    —Algo tenía que decir para que no pusieran pegas —respondió la chica, echando hacia atrás el pelo largo y rubio, en un gesto de suficiencia—. Cada vez me respetan más por aquí, ¿sabes?

    Sasa podría haber dicho que a lo mejor tenía que ver con que su padre fuera un mandamás del clan, el ayudante directo de la Voz. Pero Delia siempre se esforzaba en ser amable con ella. Además, era verdad que le estaba cubriendo las espaldas.

    —Es largo de explicar.

    —Bueno, ¡pues hazme un resumen!

    —A ver… —Sasa se mordió el labio inferior. No podía hablarle de los experimentos y LAEXHU si no quería arriesgarse a que las condenaran como si fueran grandes mentirosas. La Voz se empeñaba en mantener esa parte de su historia bien oculta. A lo mejor podía contar algo de lo que había pasado después—. Nos fuimos con otro de los clanes cuando la Voz nos hizo elegir entre marcharnos o echar a mi padre solo porque le habían convertido en humano.

    —¿Con qué clan?

    —No importa —se apresuró a decir Sasa, recordando que ni siquiera habían escuchado hablar del clan de Pulga, el de los Mensajeros—. Ellos parecían muy amables. Descubrimos que había una especie de cura y se ofrecieron a ayudarnos.

    —¿Una cura para la gente que crece?

    —Algo así. Pero resulta que no lo hacían por ayudar a nadie. Solo querían conseguir la forma de usar eso en su favor. Aprendieron a hacerse gigantes. ¡Y digo gigantes de verdad! Tres o cuatro veces mayor que un humano.

    —¡Eso es imposible! —Delia la miraba con los ojos abiertos de par en par.

    —Lo vi con mis propios ojos. Tuvimos que huir porque estaban enloquecidos.

    —Al menos esa cura funcionó con tu padre —dijo Delia—. Estaréis contentos con eso.

    —Funcionó. —Sasa no pudo evitar sonreír—. Volvemos a ser una familia.

    —Todo esto parece una locura —rio Delia.

    Sasa asintió, pensando en todo lo que había cambiado su vida en ese último año mientras recorrían el camino que llevaba a su antigua casa. Cuando estaban cerca, se giró hacia Delia. —Nos ponemos al día luego —dijo para despedirse de ella—. Tenemos que

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