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Paroniria (Basado en hechos reales)
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Paroniria (Basado en hechos reales)
Libro electrónico133 páginas2 horas

Paroniria (Basado en hechos reales)

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Información de este libro electrónico

Cuando Pedro acude a Urgencias porque sus pulmones no están respondiendo como deberían y cualquier esfuerzo, por pequeño que sea, se convierte en una asfixia, no sospecha el diagnóstico demoledor que recibe: vasculitis de Wegener, «una enfermedad rara» por la que Pedro debe ser ingresado de inmediato. En plena pandemia del COVID-19, Pedro ve agravado su estado de salud al contagiarse de este mortal virus, lo que le llevará a una situación de vida o muerte en la que debe ser inducido al coma. Durante este tiempo, Pedro vivirá, como si fuesen reales, terroríficas paronirias que le marcarán psicológicamente el resto de su vida. 
Una historia de lucha y de superación basada en hechos reales donde su autor y protagonista nos narrará en primera persona su batalla contra esta enfermedad, su lucha por la vida aferrándose al amor de su familia, sus ganas de seguir viviendo, pero también todo el sufrimiento, los miedos, las incertidumbres que le acecharon durante todo el proceso, regalándonos finalmente una gran lección de vida: «… por duro que sea, nunca hay que darse por vencido».

Pedro María del Río Gómez nació en Vitoria (Álava) en 1966, aunque siempre ha vivido en Mondragón (Guipúzcoa). Está casado y con un hijo. Ha trabajado en una fábrica durante 30 años y nunca ha tenido inquietudes literarias, pero supo desde el principio que esta extraordinaria vivencia tenía que ser contada. 


Ángel Martín Ropero nació en Vitoria (Álava) en 1979. A los 12 años empezó su pasión por la lectura. Ya en la edad adulta, ese amor a la lectura le llevó a querer plasmar sus propias historias en papel. Ha participado en varios concursos literarios y ha publicado un relato en un libro de varios autores.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jul 2023
ISBN9791220144216
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    Paroniria (Basado en hechos reales) - Gómez María del Río Pedro

    Pedro María del Río Gómez y

    Ángel Martín Ropero

    Paroniria

    (Basado en hechos reales)

    © 2023 Europa Ediciones | Madrid

    www.grupoeditorialeuropa.es

    ISBN 9791220139533

    I edición: Junio de 2023

    Depósito legal: M-16390-2023

    Distribuidor para las librerías: CAL Málaga S.L.

    Impreso para Italia por Rotomail Italia S.p.A. -

    Vignate (MI)

    Stampato in Italia presso Rotomail Italia S.p.A. - Vignate (MI)

    Paroniria (Basado en hechos reales)

    MI AGRADECIMIENTO

    En primer lugar, a los médicos y enfermeras que me salvaron la vida, y por extensión a todos los médicos, enfermeras y personal sanitario de todos los hospitales.

    En segundo lugar, a toda mi familia y amigos, que se preocuparon e interesaron por mí, tanto a los de Galicia como a los de Arrasate.

    UN RECUERDO

    Para todas aquellas personas  que se han quedado por el camino  y para sus familias.

    Nada de lo que sale en este libro ha sido producto de mi imaginación, todo ha salido de mi mente, solo he tenido que recordarlo.

    Pedro María del Río

    Era un luminoso y cálido día de mediados del mes de agosto de 2020. Era uno de esos días donde parece que todo va a ser perfecto, y así era, todo iba bien hasta que por la tarde empecé a notar ciertas molestias al respirar cuando hacía algún esfuerzo físico.

    Hacía unos días que se habían acabado las ansiadas vacaciones de verano. Llevaba unos días trabajando en el relevo de tarde sin ningún tipo de problemas, solo el típico estrés propio del trabajo, pero ese miércoles día 19 es donde todo empezó a cambiar para mí. Entonces no le di demasiada importancia, no parecía nada serio, pensé que se debía al calor que hacía y al exceso de trabajo que estaba teniendo esa semana, pensé que en un par de días se me habría pasado.

    La mayoría de los dolores que tenemos en nuestra vida son así, suelen pasar de largo como pequeñas pesadillas que se extinguen con el paso del tiempo, sin darles la menor importancia, pero esta vez no iba a ser así, iba a ser el comienzo de una pesadilla que se iba a quedar conmigo.

    Al día siguiente, me seguía costando respirar al realizar mi trabajo, no había mejorado nada, o tal vez había ido a peor. Cada vez que me asfixiaba al realizar alguna tarea, tenía que parar a descansar y recuperar el aliento, enseguida se me pasaba, era cuestión de dos o tres minutos y podía seguir trabajando.

    El viernes, otro precioso y soleado día estival, el ahogo que tenía por la mañana era mayor que el de días anteriores. Aunque no me dolía nada, ni tenía fiebre, ni me encontraba mal, «solo» era que me costaba respirar cuando hacía esfuerzos como subir escaleras, correr y cosas similares. Algo no funcionaba como debía, sin duda algo estaba fracturando mi rutina, así que ese viernes decidí llamar al médico y contarle lo que me ocurría. Me mandó ir a hacerme una PCR para ver si era el maldito COVID-19, aunque yo sabía que era muy improbable porque siempre he llevado a rajatabla lo de llevar mascarilla, tanto en el trabajo como fuera de él, y mantenía la distancia de seguridad entre las demás personas y yo, además de la desinfección constante de las manos. Siempre fui una persona muy meticulosa en este tema.

    Para hacerme la PCR, cogí el coche y me dirigí al hospital viejo de Arrasate. Tuve suerte y aparqué nada más llegar (lo normal era estar 10 o 15 minutos buscando aparcamiento), justo delante del hospital. Una vez allí, me atendió una majísima doctora que me preguntó qué es lo que me pasaba. La recuerdo muy bien, con su buen talante y su mirada amiga que fijaba sobre mí. Era una de esas personas que al instante percibes que es especial, que te hace sentir como si fueras de su familia. Su trato fue más que cordial, fue muy humano y con una sensibilidad enorme. Da gusto tratar con gente así. Después de contarle que llevaba tres días con dificultades para respirar, me mandó hacer la PCR allí mismo. Era la primera vez que me hacía una, pero no sería la última. La PCR no fue agradable, pero por lo menos fue breve, me metieron un bastoncillo por la nariz y otro en la boca para coger varias muestras. Después me mandó a que me hicieran una radiografía del pecho de manera urgente, así que, para que me hicieran la radiografía, tuve que ir al hospital nuevo, que está adyacente al viejo. Me hicieron la radiografía al momento.

    Una vez hecha la radiografía, volví al hospital viejo, donde me esperaba la amable y simpática doctora. Cuando vio el resultado de la placa de rayos, me dijo que tenía que ir a Urgencias a que me examinaran mejor, que no tenía bien los pulmones, a primera vista parecía una neumonía. Le dije que por la tarde tenía que ir a trabajar, me dijo que era imposible, que en aquellas condiciones no podía ir. No sabía qué hacer, yo no me encontraba tan mal, pero si tenía neumonía, no era para tomárselo a la ligera. Allí mismo me dio la baja laboral.

    De camino a Urgencias, que está en el hospital nuevo y que me llevaría unos pocos minutos andando, llamé a la fábrica donde trabajo para decirles que me habían dado la baja y que por lo menos ese viernes no iría a trabajar. También llamé a mi pareja, María, para decirle que no sabía a qué hora volvería a casa, que iba a Urgencias, y como es sabido, allí sabes a qué hora entras pero no a qué hora sales.

    Nunca me han gustado los hospitales (supongo que no le gustan a nadie). El tiempo mínimo, justo y necesario ya me parece una eternidad, es como si el tiempo allí pasara más despacio, pero no había más remedio, solo esperaba que fuera rápido.

    A mis casi 54 años, tenía una salud bastante aceptable. Tenía algunos dolores articulares, pero eran dolores que igual que venían se iban, así sin más, sin tratamiento ni nada, se iban al cabo de unos días, aunque a veces estos dolores se quedaban conmigo hasta una semana, pero una vez que se iban, podían pasar meses en volver a tenerlos. Había ido varias veces al reumatólogo en el hospital viejo de Arrasate y aunque yo le explicaba que eran unos dolores muy raros, él me decía que no me veía nada extraño. Así que vivía con esos dolores recurrentes con relativa normalidad. Cuando estaba trabajando y tenía uno de estos «brotes», a veces me dolían las manos, otras veces eran los pies, las caderas e incluso una vez me afectó a la mandíbula y me impedía masticar. Tenía la suerte de poder mandar a otro compañero a que hiciera el trabajo que yo en ese momento no podía hacer. Me estaba formando para ser encargado y eso me daba cierta libertad para delegar algunos trabajos. Si este reumatólogo hubiera hecho bien su trabajo, cuánto sufrimiento me hubiera ahorrado.

    Ya en Urgencias, me atendió otra doctora, esta era más seria que la anterior, pero también muy amable y profesional. Me hicieron análisis de sangre y otra radiografía del pecho. Después de lo que a mí me pareció una eternidad, vino la médica con los resultados de las pruebas que me habían hecho y me dijo que me tenía que quedar ingresado en el hospital, que parecía una fuerte neumonía. Yo no me encontraba tan mal como para que me ingresaran, así que le dije que ni hablar, que me encontraba bien y que no quería quedar ingresado en el hospital, ella me miró muy seria y con un tono rotundo y tajante me dijo que podía hacer lo que quisiera, pero que era muy serio y que no me lo tomara a broma, que si la neumonía iba a peor, podría incluso morir.

    Para qué lo voy a negar, aquellas palabras sonaron en mi cabeza de forma contundente, me parecieron un poco exageradas, pero me asustaron tanto que, pese a mi disgusto y a regañadientes, di el consentimiento para mi ingreso. Yo no estaba nada contento, para mí aquello era un fastidio enorme.

    Una vez en la habitación y todavía con el cabreo encima, llamé a mi pareja para decirle que me quedaba ingresado y que en cuanto pudiera me bajara al hospital algo de ropa, productos de higiene y, sobre todo, el cargador del móvil. No sabía cuánto tiempo iba a estar allí, pero suponía que por lo menos sería una semana. Estaba solo en la habitación, no sabía si era por el protocolo anti-COVID o porque era mediados de agosto y en esta época aún había poca gente en Arrasate por las vacaciones. Para mí, estar solo en la habitación era una alegría inmensa.

    Llevaba pocas horas en la habitación y el aburrimiento hacía que aquello fuera una pesadilla, parecía como si se hubiera ralentizado el tiempo. No sé quién le dijo que yo estaba allí, pero al rato apareció mi amigo Manolo, que trabaja en ese mismo hospital, y me hizo el favor de sacarme una tarjeta para poder ver la televisión. Durante un buen rato charlamos de todo un poco, de las vacaciones, de los partidos de frontenis que jugábamos juntos, de cómo nos iba en la vida, etc., como siempre disfruté de su grata compañía. Ya por la tarde vino María a traerme las cosas que necesitaba y me hizo más amena la tarde con su compañía durante un par de horas. Dentro del incordio que suponía estar allí, no me podía quejar, me encontraba bien, no tenía dolor, estaba solo en la habitación y ahora con la televisión era más llevadero.

    El médico que me llevaba era un chico joven y que a mí me pareció muy serio, me hizo varias pruebas y algunas preguntas y aunque no tenía nada que ver con la neumonía, le conté lo de mis dolores articulares recurrentes.

    A pesar de encontrarme bien y cómodo en la habitación, el fin de semana parecía eso, que no tenía fin, se me hizo eterno. Me sentía como un animal enjaulado, sin poder salir de aquella habitación. Desde la ventana veía a la gente en la calle disfrutando de la veraniega temperatura, a los niños jugando en el parque entre risas y alboroto. Me daba mucha envidia verlos disfrutar de aquella libertad que yo no tenía. Me tenía que resignar a estar allí metido, como un preso en su celda. La rutina diaria era lo típico que se puede esperar de un hospital. Por la mañana, ducha, desayuno y ver un rato la televisión; al mediodía, comía, por cierto, la comida estaba riquísima; por la tarde veía un rato la tele o leía y luego venía María a hacerme compañía durante un par de horas y después la cena, que también estaba buenísima; y ya por la noche, hablaba con alguno de mis hermanos, con algún amigo o algún familiar de los muchos que tengo en Galicia y dejaba la última llamada para mi pareja. Después veía alguna película en la televisión hasta quedarme dormido. Así pasaban los días, los monótonos y

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