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La magia rota en mil pedazos
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La magia rota en mil pedazos
Libro electrónico690 páginas9 horas

La magia rota en mil pedazos

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Información de este libro electrónico

Sandra y Coth, dos militares del ejército estadounidense, viajan por el Pacífico Este para investigar unos extraños sucesos de desaparición de varias personas por estos mares. Lo que acaban encontrando, para su sorpresa, supera todos los límites de la ficción. Un mundo mágico emerge de las aguas para salvarles de la fuerte tormenta oceánica y son transportados a un lugar totalmente desconocido por la humanidad. Sin embargo, resulta ser bastante similar al mundo que conocen, con una peculiaridad muy destacable: dicho mundo está regido por hechizos, trucos de magia, juegos y apuestas. Ambos tendrán que regresar al mundo de la superficie y, para ello, tendrán que averiguar el funcionamiento del mundo mágico y conocer las fatalidades que esconde fruto de la corrupción de los humanos de su propio mundo… ¿Deberán el mundo mágico y el mundo de la superficie conocerse?, ¿o este hecho desencadenará el fin de ambos mundos? El tiempo corre deprisa para los muchachos, y ni siquiera la magia podrá salvarlos de su destino...
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 oct 2023
ISBN9788411815482
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    Vista previa del libro

    La magia rota en mil pedazos - Jordi Martí Lorenzo

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Geeorg Mirtan

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz Céspedes

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN:978-84-1181-548-2

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    Comentarios del autor

    Hola. A veces parece que es más difícil escribir una breve presentación que terminar un libro de 500 y pico páginas, donde la imaginación y la destreza literaria premian por encima del bloqueo mental.

    Al igual que los aspirantes a mago de esta novela, yo también soy un novicio en este arte de la escritura que, sinceramente, me apasiona tanto que no creo que pueda dejar de hacerlo. Antes que nada y sin mayores interrupciones, espero de corazón que este relato te embelese, entretenga y te emocione tanto como a mí me lo produjo escribirlo.

    Ni siquiera sé si este tomo irá firmado por mi auténtico nombre o un pseudónimo, prefiero que mi carrera literaria deseada lo decida, lo único que sí puedo afirmar con toda certeza es que esta, mi primera novela, no será ni de lejos la última. De hecho, os puedo avanzar que La magia rota en mil pedazos formará parte de «La trilogía de la magia» y, guste o no este primer libro, justo cuando lo acabe empezaré a escribir el siguiente. Así soy, un vicio sano que también puede convertirse en una obsesión.

    He intentado plasmar toda mi esencia, cariño y dedicación en este intento número 1 de bestseller, sin querer yo que sea nada de eso. Para mí, si una sola persona se entretiene con esta historia y mis páginas le transmiten un sentimiento positivo o le alegran el día, mi trabajo habrá sido todo un éxito.

    No quiero alargarme más de lo normal, como siempre hago, así que solo te pido que me des una oportunidad y que, en el mejor de los casos, te inspire para crear tu propia esencia, pues, como siempre me gusta decir, las palabras se las llevará el viento, pero los recuerdos que estas generan en nosotros perdurarán por siempre.

    Capítulo 1. La condena de Hopstein.

    Muchos fueron los que se adentraron sin rumbo a los mares del Pacífico este y no regresaron nunca a sus hogares. Algún misterio oculto guardaban esas aguas pero, por desgracia, ningún náufrago tuvo la oportunidad de contarlo al resto del mundo.

    Sandra y Coth navegaban tranquilamente en busca de una respuesta a dichas desapariciones navales. Dos jóvenes con un largo futuro por delante, los cuales habían dispuesto de la valentía y valor para presentarse a las pruebas de militar y servicio al ejército de su estado, sin dejar de lado sus estudios universitarios. Sus grandes logros en la milicia les valieron para ser destinados a aquella misión de búsqueda y rescate de los buques hundidos y perdidos del Pacífico este.

    La gran astucia y dotes de conducción naval permitieron a Coth enderezar el barco a pesar del fuerte temporal tormentoso por el que estaban pasando. Parecía tener controlada la situación, pero Sandra no se veía muy confiada, ya que el barco no paraba de zozobrar gracias a los choques del tosco oleaje.

    Coth se hallaba en el camarote muy concentrado en no perder los estribos del navío. De repente, empezó a alterarse al ver que el barco funcionaba por autonomía propia. Estaban, definitivamente, yendo a un rumbo cualquiera sin control:

    —¡Coth! ¿Qué haces? —gritó Sandra desde la proa.

    —¡He perdido el control! ¡No sé qué le pasa al barco!

    Sandra, con mayor angustia reflejada en su rostro, se acercó al camarote para sujetar el timón y recuperar el control. No obstante, sus esfuerzos fueron inútiles e igual de poco eficaces que los de Coth:

    —Pues estamos jodidos —dijo Coth con desdén.

    —¡¿Y ahora qué hacemos?! ¡¿Vamos a morir igual que nuestros compañeros?!

    —Espero que no, Sandra. Pero no te voy a mentir, tengo mucho miedo.

    La preocupación de ambos se intensificó al escuchar un estruendo en la parte delantera del buque, seguido de un chirrido. Salieron al unísono al exterior solo para darse cuenta de que la proa estaba empezando a inundarse de agua a causa de un enorme boquete. Por si fuera poco, la tormenta no cesaba en ningún momento. Las negras nubes manchaban el cielo a la vez que la lluvia caía sobre las sienes y los hombros de los tripulantes, a punto de darse por vencidos:

    —¡Vamos, Coth! Coge los cubos del almacén y empecemos a…

    La naturaleza fue tan cruel en aquel entonces que no dejó ni despedirse a los dos amigos, pues una ola colosal impactó de lleno en toda la estructura naval haciendo que ambos cayesen a alta mar. Por otro lado, el navío se perdió entre el cúmulo de niebla y nubes tormentosas. Todo a su alrededor estaba oscuro. Hacían todo lo posible para nadar y mantenerse a flote. Tras el vil impacto, no tardaron en intentar ponerse en comunicación:

    —¡Sandra! ¡Sandra!

    —¿¡Coth!? ¡Estoy aquí!

    El muchacho siguió la voz de su amiga con la precisa agudeza de encontrarla en medio del mar. Aunque su situación era muy poco favorable, ambos se alegraron mucho al verse. Con una agilidad mental rapidísima, decidieron refugiarse en algún lugar del páramo desértico del océano pacífico. Nadaron y nadaron sin encontrar nada. Estaban perdidos. O al menos eso pensaron.

    Como por arte de magia, vieron una sombra a escasos metros de donde se encontraban. Se trataba de un peñasco, un fuerte rocoso donde descansar. Sandra escaló las rocas hasta aposentarse en una superficie plana. Después, le dio la mano a Coth para ayudarle a subir. Estaban exhaustos, tumbados mientras la fina lluvia les golpeaba con furia. Sin embargo, las gotas comenzaron a caer más paulatinamente hasta que la lluvia cesó.

    El momento de calma no duró mucho, ya que acto seguido una isla emergió de los mares justo delante de ellos. Obviamente, Sandra ni Coth daban crédito a lo sucedido. Aquello era una mezcla entre una tierra de ensueño sacada de una película de ciencia ficción y una amenaza que hacía peligrar la seguridad de los dos amigos, ya que era prácticamente imposible encontrar una isla en medio de la nada, y más aún que apareciese de adentro de las aguas.

    Pero es que no era una isla cualquiera. Era una gran ciudad super moderna y avanzada a la época, con sus edificios emblemáticos, arquitectura estéticamente fascinante, casas, templos, parques, comercios, luces de neón, focos alumbrando el cielo… y sobre todo, gente. Había nada más y nada menos que habitantes de aquella enigmática ciudad. Ellos aun no lo sabían, pero se estaban adentrando al trepidante mundo de la magia de Xamú.

    ♠ ♣ ♥ ♦

    El hospital central de Naoki estaba hasta arriba de pacientes. No era de extrañar, puesto que muchos osados habían sucumbido a realizar los trucos tan sumamente arriesgados de Hopstein, con resultados fatales. Marcel hacía un buen rato que buscaba a su amigo e instructor en el mundo de la magia: Talú Mar’meh. Este, por desgracia, había acabado con una rotura de cadena y con quemaduras de segundo grado por todo el cuerpo, según lo que tenía entendido Marcel. Lo buscó por todos los rincones del hospital, pero no había manera de encontrarlo.

    Entonces, prefirió dirigirse a recepción para preguntar:

    —Disculpe —dijo Marcel, educadamente—, he buscado por todas partes a mi amigo pero no lo encuentro en ninguna de las salas que me han mencionado.

    —Un segundo, joven —respondió el enfermero, mientras atendía una llamada—. ¿Cómo se llama tu amigo?

    —Talú Mar’meh.

    El auxiliar empezó a teclear en su ordenador el nombre del susodicho mientras ojeaba a toda velocidad en su base de datos. Con el teléfono apoyado en la clavícula, otra enfermera se lo cogió para encargarse ella de la llamada:

    —Ocúpate del chaval —dijo la enfermera a su compañero—. Ya atiendo el teléfono.

    La muchacha sonrió a Marcel y le guiñó un ojo. El chico le devolvió la cálida y afable sonrisa:

    —De acuerdo… Disculpa las molestias, estamos saturados con la gran cantidad de pacientes que han ingresado en tan poco tiempo —se disculpó el enfermero, ahora adoptando una actitud más cercana—. Déjame ver… Aquí está. Según la base de datos Talú Mar’meh está ingresado en el hospital de Xamú. Lo trasladaron de aquí hace 5 horas por falta de espacio y equipamiento médico.

    —¿En serio? Un compañero suyo me dijo antes que estaba en el ala oeste de este hospital, en la planta 2.

    —Pues me temo que no es así. Lo siento mucho, chico. No puedo hacer nada más. La buena noticia es que no hay reportes de defunción o de baja en el hospital, así que intuyo que le darán el alta en unos pocos días.

    —Está bien. Gracias por todo y disculpa las molestias.

    —No hay de qué, chaval.

    Marcel salió medio decepcionado del hospital. Para él, Talú Mar’meh era más que su maestro, era como un padre o un hermano de sangre. Desde pequeño, lo había instruido en el mundo de la magia y le había enseñado los entresijos y trucos más complicados de realizar, aunque Marcel no estuviese a la altura de llevarlos a cabo. Sin embargo, su maestro estaba convencido al cien por cien que algún día dejaría boquiabierta a toda la población del mundo mágico y se convertiría en el mejor mago de todos.

    De este modo, el chico no dejaba de practicar y aprender día tras día, sin darse por vencido. Por muy mal que le salieran los trucos, Marcel insistía e insistía en aprender al máximo y en no desanimarse, puesto que el mundo de la magia le fascinaba hasta tal punto que le alegraba en los días más tristes.

    Así que el chico salió del hospital rápidamente para ir a buscar a su amigo a la ciudad vecina de Xamú. El siguiente autobús salía dentro de un cuarto de hora de aquel mismo lugar, así que sin tan siquiera pasar por casa fue a la marquesina a esperar. Al menos, tuvo la sensatez de llamar a sus padres para comunicarles sus intenciones. Algún escarmiento se tuvo que llevar a cerca de que la visita de su amigo a la otra punta del mundo mágico era una estupidez, que mejor se esperase a que le dieran el alta. De todos modos, sus padres le dejaron actuar a su libre albedrío; estaban más que acostumbrados.

    De hecho, con lo estudioso y responsable que era Marcel en el mundo académico les bastaba a sus progenitores para ser un poco más flexibles y no tan estrictos con la educación y obligaciones de su hijo. Desde bien pequeño Marcel tenía claro que quería dedicarse al mundo de la magia y ejercer como mago, puesto que era la profesión más popular y rentable de la región. Pero no solo por eso, sino también porque las caras y expresiones de admiración, de asombro, de estupor por parte de las víctimas del truco de magia es lo que llenaba más y animaba a continuar la vocación de Marcel.

    La espera al autobús rumbo a Xamú no se hizo exageradamente larga, puesto que, mientras tanto, Marcel se fijó en un corrillo de gente situada en los jardines del hospital. Estaba convencido de que se trataba de un truco de magia. Desde la parada podía escuchar incluso la explicación previa del mago al truco de magia:

    —¡Damas y caballeros! —empezó diciendo el mago, con máximo estupor—. Hace una bonita noche hoy en la ciudad de Naoki. Y qué mejor que este magnífico clima para mostrarles el poder y la belleza de la magia. Y lo mejor de todo, ¡totalmente gratis!

    Los presentes soltaron alguna risa enlatada al haber captado el sarcasmo. El mago prosiguió:

    —Necesito una mano inocente. Vamos a ver… Usted mismo —dijo señalando a una mujer de entre el público y extendiendo la palma de la mano—. ¿Cuál es tu nombre?

    —Rosa.

    —¡Rosa! ¡Qué bella flor!

    Siendo sinceros, la actuación del mago y la puesta en escena estaba muy bien elaborada y trabajada previamente, sin atisbos de forcejeo en su forma de expresarse y en sus palabras. Aunque aún faltaba el plato fuerte: el truco:

    —Muy bien, Rosa. Necesito que cojas una carta de las 52 que tiene la baraja —dijo extendiendo las cartas en un abanico de mano perfecto y simétrico.

    —Vale. Esta misma.

    —¡Estupendo! Ahora te pediré que la memorices muy muy bien. Es importante que te quedes con el color, el número y el palo. Pero no solo eso, quiero que la firmes, que demuestres que realmente esa carta es tuya, que no la he podido sustituir por ninguna otra.

    —Está bien. Ya la tengo memorizada y firmada —dijo mientras metía la carta perdida entre el resto del montón y devolvía el rotulador al mago.

    —Ahora, señoras y señores. Locales y visitantes. Turistas de todo el mundo mágico. Quiero demostrarles, una vez más, que este mundo dispone de una esencia mágica que lo hace único, que lo hace especial al otro mundo terrenal. Fíjense bien. Yo ahora podría hacer la típica mezcla en mano, u otro tipo de mezcla que aparentase que la carta está perdida en el montón, pero en realidad la tendría controlada en todo momento. Así que la vamos a perder de verdad, vamos a hacer una mezcla que haga la misión de encontrarla algo totalmente aleatorio. Algo que solo depende de la casualidad, de la suerte.

    El mago empezó a mezclar de unas formas muy variopintas y originales. Primero, tiró las cartas por encima de su cabeza pasando de mano a mano y formando un abanico encima suyo al pasar carta tras carta, todo ello a un ritmo frenético. Luego comenzó a tirar carta tras carta al cielo mientras las recogía con la otra mano. Lo fascinante de este tipo de mezcla fue que cazaba todas las cartas al vuelo sin escaparse tan solo una y las lanzaba a una altura extremadamente elevada, algunas de ellas llegando casi más alto que el ático del hospital. Por último, hizo algunas florituras en mano con las cartas y terminó su espectáculo de barajar:

    —¡Perfecto! Ya con solo esto he visto bastantes caras de sorpresa y asombro entre el público. Pero tranquilos, el truco aún no ha finalizado. Al principio de truco te he hecho memorizar una carta y firmar. Solo por tu mirada y expresión facial sé que es una carta roja, ¿es así?

    —Exacto.

    —¡Bien, pero qué truco tan pobre si solo adivinase el color! Nada más coger tú la carta, la que tú quisiste y solo tú quisiste, supe que era una carta de diamantes.

    —¡Sí!

    —¡Vamos por buen camino! Ahora me falta solo el número… Pero esto ya es más complicado. Podemos hacer una cosa para ayudarme a adivinarlo, ¿puedes levantar tu brazo y abrir la mano? Como si fueses a coger algo que cae del cielo.

    La chica siguió las instrucciones del mago y esperó ansiosa e intrigada los sucesos venideros:

    —Bien, ahora solo hace falta que aparezca la carta en cuestión.

    —¿Cómo dices? ¿Y cómo aparecerá?

    —Pues haciendo una cuenta atrás. ¡Todos en voz alta! ¡8! ¡7! ¡6!

    Todos siguieron al unísono la cuenta regresiva hasta que, cuando llegó a una, la carta se aposentó en la mano de la mujer caída desde el cielo. Se trataba del 8 de diamantes firmado. Los aplausos y alegría del gentío se notó por todo el recinto. Un truco impecable y muy elaborado, pensó Marcel sentado y esperando al autobús. Pero él era más listo que muchos magos del gremio, aunque menos experto y habilidoso:

    —Si te paras a pensar, es un truco muy fácil —reflexionó Marcel—. Para empezar, las posibles cartas a escoger ya vienen predeterminadas en la mezcla inicial, que se trata de una mezcla en mano simple donde tienes dominio absoluto de las cartas. Pues bien, como la gente normalmente coge las cartas situadas en el centro del abanico en mano, las cartas de menos valor del as hasta el cinco están en los extremos, así que el jugador se ve forzado a escoger una carta central con valor de 7 hasta 10, con las figuras incluidas, que es el tiempo óptimo para que la carta lanzada al aire le dé tiempo a ascender y descender justo en el momento preciso. Así que lo que dice de la carta que solo tú has escogido es, en parte, falso. Luego solo es cuestión de adornar el truco con frases graciosas e interesantes y mezclas variopintas para focalizar la atención del público en otras cosas paralelas al dominio de la carta. Para adivinar la carta, fue tan simple como fijarse en la primera mezcla de abanico, donde iban pasando las cartas una por una. Ojo, digo fácil, pero tienes que tener destreza para fijarte en cuál es la firmada con tanta rapidez. Una vez localizada era cuestión de llevarla a la última posición de la baraja con cualquier tipo de mezcla y ya está. La carta del espectador sería la última en ser lanzada con mayor fuerza para que tarde más en caer.

    Después de esta charla interna consigo mismo, el autobús llegó a la parada rumbo a Xamú, donde estaba ingresado su querido amigo y maestro Talú Mar’meh. Se puso los auriculares dispuesto a esperar un buen rato más hasta llegar al final del trayecto.

    ♣ ♥ ♦ ♠

    Sandra y Coth aterrizaron de cabeza en las aguas del lago cristalino de Xamú. A pesar de la fuerte caída, ambos salieron ilesos del incidente, aunque aún seguían estupefactos por todo lo ocurrido. Y quién no.

    El lago cristalino de Xamú estaba a las afueras de la ciudad, conformado por una amplia zona verde compuesta de palmeras tropicales, finas cascadas y suelo arenoso. El clima de la zona no pegaba ni por asomo con la temperatura baja de la ciudad a medianoche. Ambos salieron empapados del lago y se refugiaron en tierra firme. Una vez expulsada el agua tragada involuntariamente por la boca, se miraron el uno al otro y empezaron a hacer balance de la situación:

    —A ver… Por dónde empiezo… ¡Esto es surrealista! —gritó Sandra, histérica.

    —Di algo que no sepamos.

    —O sea, nos caemos del barco, nadamos hasta un peñasco con un temporal muy poco a favor nuestro y se abre una isla de entre las aguas.

    —Y caemos aquí, y aquí estamos. ¿No deberíamos ir a explorar un poco, ya que ya hemos descansado un buen rato?

    —¿Explorar? ¿Te has vuelto loco? ¿Y si nos atacan? No sabemos nada sobre este nuevo territorio. Y ya de primeras me da muy mala espina…

    —¿Atacarnos quién, exactamente? Aquí a la intemperie tenemos la misma probabilidad de ser asaltados por vete a saber quién. Además, fíjate. ¿Cómo te va a dar mal rollo un lugar repleto de luces, colores y música? A mí más bien me suscita seguridad y curiosidad.

    De fondo, Sandra paró atención y escuchó una melodía proveniente del corazón de la civilización, semejante a la música ambiente de un carnaval o una celebración de un festival. El ritmo incluso incitaba a marcarse un bailoteo:

    —De acuerdo —dijo Sandra, tras pensarlo un momento—. Iremos a esta ciudad extraña, preguntaremos a los habitantes de allí por una posada donde pasar la noche y ya mañana con más calma iremos a explorar. Te recuerdo que estamos vivos de milagro, así que lo más consecuente ahora es reponer fuerzas.

    —Te doy la razón, Sandra. Así nos empapamos un poco más de la cultura de este lugar y sus habitantes, que no sé yo si van a hablar el mismo idioma que nosotros…

    —¡Por supuesto que lo hablamos, amigo! —dijo una voz misteriosa, muy animada—. ¡Los habitantes del mundo mágico conocemos todos y cada uno de los idiomas del mundo terrenal!

    Sandra y Coth se giraron bruscamente y se levantaron raudos en posición de ataque. Desgraciadamente, no tenían mucho con que defenderse, ya que el temporal había tirado por la borda todas sus armas y objetos personales de utilidad:

    —¿Quién es? ¡¿Quién ha hablado?! —dijo Sandra, amenazante—. ¡Vamos, da la cara o te juro que lo vas a pagar caro!

    —Tranquila, jovencita. Solo estaba practicando mi infalible truco de invisibilidad. ¡Tachán! ¡Aquí estoy!

    Por arte de magia, en frente de ellos apareció un hombre de unos 30 años trajeado, con corbata y sombrero de copa. Físicamente, era bastante esbelto y con una tez blanca y poblada por barba recortada de forma muy perfeccionista. Con cabello moreno y gafas cuadradas, además, llevaba consigo unos guantes rojos y negros sin la parte superior que recubre los dedos. Sandra y Coth pegaron un bote del susto y se amedrentaron más que antes:

    —¿Y esa cara de pavor? ¡Tranquilos, mis jóvenes visitantes! Os debería de dar ilusión el poder estar en el maravilloso mundo de la magia. ¡Mirad a vuestro alrededor! ¿No os fascina tener el privilegio de disfrutar de estas espectaculares vistas? Yo siempre vengo aquí para relajarme y practicar mis trucos de magia. Este lugar tiene un aura que resulta enigmática y atractiva.

    —Pare el carro, señor —interrumpió Sandra—. ¿Qué es esto del mundo mágico y todo el rollo que nos está contando? Acabamos de caer de una altura que nos podría haber matado, desde un enorme acantilado en…

    —¡Lo sé, jovencita! —dijo el señor misterioso—. No sois los primeros visitantes de este lugar. El mundo mágico abre sus puertas a todo el mundo que desea entrar. ¡Y nosotros los recibimos con mucho gusto!

    —Un momento —dijo Coth, rápido y avispado—. ¿Han venido más visitantes a este lugar? ¿Vestidos igual que nosotros?

    —¡Exacto! De vez en cuando el mundo mágico sufre de un gran maremoto que permite a los habitantes del mundo terrenal ser partícipes de un mundo mejor, con más esperanza y entusiasmo. Pero tranquilos, que todos los habitantes de este mundo somos humanos de carne y hueso, igual que vosotros. Lo único que conviven en su día a día con la magia.

    —Ahora que mencionas esto… —dijo Coth, tembloroso—. Antes, has aparecido de la nada.

    —¡Ha, ha, ha, ha! Es uno de mis mejores trucos de magia. Bueno, en realidad todos son geniales e importantes, pero no quiero parecer un egocéntrico. No son superpoderes ni nada de ciencia ficción. Solo es mi truco de invisibilidad.

    —¿Truco de invisibilidad? —repitió Sandra, intrigada.

    —Sí, sí. Como lo oyes. Sé que ahora tendréis muchas preguntas en vuestra cabeza. Es normal. ¡Pero si venís conmigo, os resolveré todas las dudas! ¡Ahora el mundo mágico es vuestro nuevo hogar!

    Los dos amigos se miraron el uno al otro con unos ojos que gritaban a los cuatro vientos no entiendo absolutamente nada. Aun así, supieron cómo actuar con más cautela:

    —¿Nos disculpa un momento, señor? Me gustaría hablar a solas con mi colega —comentó Sandra.

    —¡Claro! ¡Aquí os espero! Pero procurad no hablar mal de mí y criticarme mucho… Ha, ha, ha.

    Sandra cogió a su amigo por el hombro y se ocultaron tras una roca de su tamaño. No tardaron a cuchichear sobre el susodicho:

    —¿Tú qué opinas sobre este hombre? —le preguntó Sandra a Coth.

    —¿Qué quieres decir? Me cae bien. Es divertido.

    —No me refiero a eso, tonto. Quiero decir si te da buena espina. Si te transmite confianza.

    —Ah, bueno, así de primeras no sabría que decirte. Pero dada la situación actual no podemos hacer otra cosa que hacerle caso.

    —Creo que te estoy entendiendo. No tenemos armas, ni equipamiento, ni forma de comunicarnos con el exterior. No conocemos nada sobre este lugar y tampoco conocemos a nadie. Además, dice que resolverá todas nuestras dudas, que no son pocas.

    —Sí. Aunque tampoco podemos corroborar si su información es falsa o si realmente se trata de un timador o un ladrón, pero físicamente parece ser un tipo educado y formal. Y las primeras impresiones siempre son muy importantes.

    —También he recordado otra cosa: dijo que en este mundo mágico ha habido otros visitantes igual que nosotros, con el uniforme militar de la armada marítima. ¿Se tratará de nuestros compañeros perdidos? Si es así, podría ayudarnos a encontrarlos y salir de aquí.

    —Pues decidido entonces. Le pediremos ayuda, ya que nos la ofrece a cambio de nada.

    Los dos amigos salieron del escondrijo y fueron a hablar con el hombre misterioso, el cual se encontraba barajando cartas con sus manos:

    —Lo hemos decidido —habló Sandra—. Necesitamos una posada donde pasar la noche y, seguramente, más días. También necesitaríamos ropa seca y limpia. Así que si nos puede ayudar en esto se lo agradeceríamos mucho y le dejaríamos en paz. Y, efectivamente, le pagaremos por las molestias.

    —Ha, ha, ha, ha. —Rio el señor, a carcajadas—. ¿Realmente pensáis que vuestro dinero tiene algún valor en el mundo mágico? Me temo que no, señorita. Pero no os preocupéis, no os voy a cobrar nada. ¡Os hago el favor porque me llena de satisfacción ayudar a la gente, y a los nuevos visitantes extranjeros! Lo primero es lo primero, voy a secaros la ropa.

    El hombre trajeado sacó una varita de su chistera y apuntó a Sandra con ella, como si fuese a lanzar un conjuro mágico. A continuación, efectuó una media vuelta elegante como si bailase ballet e hizo lo mismo con Coth. Al momento, su ropa se secó adoptó su color original:

    —¿Qué… qué es esto? —preguntó Sandra, en shock.

    —¡Es otro de mis infalibles y maravillosos trucos de magia!

    —¿Entonces eres un mago? —preguntó Coth, a sabiendas de la respuesta.

    —La pregunta más acertada sería quién no es mago en este mundo mágico. Eso sí, un mago nunca revela sus trucos. Bien, ahora que estáis bien limpios y secos vamos a buscar un lugar donde os podéis alojar. Desgraciadamente, no puedo materializar aquí mismo un hotel, pero Xamú está repleto de albergues donde os acogerán encantados. ¡Seguidme! ¡Empieza vuestra aventura por el mundo mágico!

    Los dos amigos se miraron de nuevo e hicieron ademán de desconcierto con los hombros y los brazos. Igualmente, decidieron ir tras él:

    —Por cierto —dijo Coth dirigiéndose al mago—. Me llamo Coth y sirvo a las fuerzas del ejército naval en mi otro mundo. Además, soy estudiante de arquitectura.

    —¡Encantado, señor Coth! Yo soy el archimago Ronald. Ronald a secas. Hay humanos en este mundo y en el vuestro que adornan su nombre con apellidos. Pero aquí no solemos hacerlo. Soy bastante famoso por el mundo mágico, así que no tardareis en conocerme.

    —No sé si es muy acertado revelar información de primeras sin conocernos, pero para que veas nuestras buenas intenciones yo me llamo Sandra y ejerzo la misma profesión que mi amigo, de ahí el traje militar. Yo estudio, a parte, derecho constitucional.

    —Anda, qué interesante. Aquí tenemos unas leyes distintas a las vuestras, ¡pero son igual de buenas y beneficiosas para todos y todas!

    Los tres emprendieron la marcha por la ciudad de Xamú rumbo a un lugar donde poder pasar la noche. Las calles estaban repletas de gente, aunque no era costoso pasear por ellas. Había comercios al aire libre de baratijas de todo tipo, grandes rascacielos, coches, autobuses y motos por doquier, pero lo más curioso era que las carreteras y arcenes estaban construidos con oro puro y reluciente. Sandra y Coth estaban detrás de Ronald, expectantes y atentos a todo ese panorama vívido:

    —Oye —dijo Sandra a Coth, cuchicheando—, ¿y si le preguntamos por qué las calles están hechas de oro?

    —No sé yo… Yo mediría mejor las palabras. A lo mejor si el hombre… quiero decir Ronald, ve que nos hacemos muy pesados con las preguntas, se cansa de contestarnos. O incluso de ayudarnos.

    —Está bien. Voy a hacerle solo las preguntas estrictamente necesarias, las más importantes.

    Antes de que Sandra pudiese soltar prenda Ronald se adelantó y se puso a charlar con los nuevos visitantes, para romper el hielo:

    —Os habréis fijado que hoy hay más bullicio de lo normal por las calles de Xamú. Resulta que la población está revolucionada por los actos poco éticos que ha llevado a cabo un mago superfamoso hace pocos días. La verdad, no los culpo por sentir ese rencor.

    —¿Qué mago y qué actos malvados ha hecho? —preguntó Sandra, gastando una bala de su cargador de preguntas.

    —No he dicho que sean actos malvados, digo que son moralmente inapropiados para la imagen y reputación del gremio de los magos, y para la seguridad de los conciudadanos. Es conocido por el nombre de Hopstein, y recientemente reveló al mundo un truco de magia consistente en prenderse fuego vivo. ¿Te lo puedes creer? A veces tenemos una imaginación los magos… Pues la cuestión es que no tardaron varios imitadores en seguir su ejemplo, y la mayoría acabaron muy mal parados.

    —Está claro que hay que tener cuidado a la hora de realizar un truco de magia sin conocer dicho truco —respondió Coth, para seguir la conversación y crear una atmósfera más amigable.

    —Tienes toda la razón, chaval. Aunque pueda resultar absurdo, no es fácil ganarse la vida como mago si no eres bueno en ello. Como sucede en todas las profesiones, al fin y al cabo.

    Coth observó a su alrededor mientras andaba. Por las palabras de su nuevo amigo Ronald, el chico cayó en la cuenta de que había muchos magos ejerciendo su profesión por las calles. Pero increíblemente muchos. Utilizaban todo tipo de estrategias y utensilios: cartas, varitas, monedas, cajas misteriosas, pañuelos… Ahora que Coth se había ganado la confianza del excelentísimo archimago decidió soltar otra pregunta:

    —Entonces dices que este mundo está protagonizado principalmente por magos, o al menos jugáis un gran papel en él. ¿Por qué?

    —Ha, ha, ha, muchacho, te lo he dicho antes en el lago. Este es el mundo mágico. Es normal que en él imperen los magos como fuente principal de ingresos y de empleo. Pero tranquilo, hay gente que vive de otras cosas también. Incluso arquitectos, como tú.

    «Una respuesta un poco escueta», pensó Sandra. Tenía claro que el mago escondía algo, o al menos quería evitar el tema. Aun así, decidió volver al ataque, pero con una pregunta más sutil:

    —Recuerdo que has mencionado algo sobre Xamú. ¿Es así como se llama esta ciudad?

    —Correcto, señorita. El mundo mágico se divide en 4 regiones. Vosotros aparecisteis en Xamú, ciudad de la magia e ilusionismo. Las otras regiones son Naoki, ciudad de la ciencia y las estrellas, Versash, ciudad de la moda y el espectáculo, y Far, ciudad de los sueños y la esperanza. Los nombres son puros productos marketinianos, que no os engañen. ¡Todas las ciudades son sitios turísticos espectaculares!

    —Veo que os va mucho la fiesta… —añadió Coth.

    —En fin, ¡ya hemos llegado!

    Sin darse cuenta, los dos tripulantes de la marina terminaron en frente de una humilde posada que, por fuera, parecía la típica cabaña de madera en medio de un bosque:

    —No es gran cosa, pero os servirá para pasar unos días. Tomad.

    Ronald les ofreció unos peniques plateados como señal para pagar el alojamiento:

    —Os servirá para comer y dormir tres días en el albergue. Yo tengo que irme ya. Si necesitáis cualquier cosa, aquí tenéis mi teléfono.

    El hombre chasqueó los dedos e hizo aparecer una tarjeta plastificada con su nombre y número de teléfono, con bordados y decoraciones que recordaban a una lluvia de cometas en un cielo oscuro y estrellado:

    —Muchas gracias por tu ayuda, Ronald —dijo Sandra, ahora más risueña y animada.

    —¡No hay de qué! Un consejo que os doy para ganar algo de dinero fácil es pedir empleo en el albergue, al chico de recepción. Vosotros insistid y decidle que venís de mi parte. Y ya veis que hablamos el mismo idioma, así que no os será nada difícil comunicaros con nadie. ¡Hasta la próxima, y que la magia os acompañe!

    Ronald soltó una cortina de humo y confeti a su alrededor y se volatilizó al instante. Ambos quedaron estupefactos, pero el cansancio acumulado de ese largo día hizo que fuesen directos a la cama, no sin antes preguntar por el mago en recepción:

    —¿Ronald, dices? —preguntó el recepcionista, apabullado.

    —Eso es. Nos dijo que a lo mejor nos podía ofrecer empleo, si es tan amable —se ofreció Sandra.

    —Sí… Claro… Por… ¡Por supuesto! ¿Les sirve trabajar en cocina como lavaplatos? Les… ¡Les ofrezco dos monedas de plata por hora!

    —¡Genial, gracias! —exclamó Sandra.

    Tras esta pequeña charla, cogieron su llave y se fueron a la habitación asignada. No era nada del otro mundo, pero aquella noche encontraron la cama más blanda y cómoda que nunca. A pesar del agotamiento, Coth no pudo dormir de primeras:

    —Oye, Sandra, hay algo que me mosquea.

    —¿Qué te pasa, Coth? —preguntó, medio somnolienta.

    —Es el recepcionista. ¿No has visto cómo le cambiaba la cara cuando le hemos dicho el nombre de Ronald? Parecía que le hablásemos del mismísimo diablo.

    —Es un mago prestigioso. Es normal que tenga admiradores.

    —No, pero no es solo eso. A Ronald se le veía con mucha prisa y poco dispuesto a contestarnos algunas preguntas. ¿Y por qué no nos ha ofrecido su casa para quedarnos a dormir? Y tampoco nos ha aportado ninguna solución para salir de este mundo mágico…

    Coth se dio cuenta que Sandra había conciliado un profundo sueño que ni la más potente bomba atómica la haría despertar. Su compañero y fiel amigo decidió seguir su ejemplo y descansar:

    —Xamú, Naoki, Versash y Far… Mañana tocará ponerse a explorar.

    Capítulo 2. Pozo sin fondo.

    —¡Oh, no! Me cachis… ¡Sandra, despierta!

    Coth zarandeó a su amiga obnubilada entre sus sábanas. Hacía 2 horas que deberían haber empezado su turno de trabajo como friegaplatos, pero el día anterior fue tan sumamente agotador que no pudieron resistirse al placer terrenal de dormir.

    Ambos se vistieron a una velocidad vertiginosa y se prepararon para comenzar su supervivencia económica en el mundo de la magia. Ya se estaban preparando para la bronca del recepcionista por llegar tan tarde, pero este solo respondió con un quejido y un no pasa nada. La verdad, no podían quejarse del buen trato y educación de los habitantes de Xamú.

    Estuvieron toda la tarde fregando y fregando sin parar. Estaban ellos dos solos en la cocina, por lo que se preguntaban quiénes eran los encargados de ejercer su oficio antes que ellos. El turno de comidas terminaba al mediodía, así que tuvieron bastante faena acumulada. Tras un buen rato, Sandra, ya cansada, se dirigió a su compañero:

    —Esto es ridículo. Deberíamos estar investigando cómo narices salir de aquí y buscar a nuestros amigos de la milicia.

    —No digas estupideces. Si queremos hacer cualquier cosa, necesitamos dinero, ya sea para desplazarnos, preguntar o tan solo pagar el alquiler de la habitación y comer, mientras averiguamos los entresijos de este mundo tan bizarro.

    —Es verdad, perdona. Por la noche saldremos a investigar. Me da a mí que es el mejor momento para conseguir información, entre tanta fiesta y espectáculo.

    En ese momento, el jefe, que era el mismo recepcionista, entró en la cocina:

    —¿Qué tal, holgazanes? Vaya, parece que a pesar de retrasaros en vuestro primer día de trabajo habéis hecho una labor estupenda —dijo mientras señalaba los platos y cubertería reluciente—. Tomad el pago de hoy. Tres peniques de plata para cada uno.

    —¿No dijiste que nos darías dos? —preguntó Coth, inocente.

    —Hoy me siento generoso. Si trabajáis bien os daré más.

    El jefe del hostal salió de la cocina más contento de lo que esperaban. Ellos también recuperaron el ánimo, pero, sin querer, Sandra se resbaló contra el suelo lo cual provocó que se le escurriese un plato de las manos. Tan rápida y ágil como la habían entrenado en el ejército, extendió su brazo para atrapar al vuelo el plato y, como un acto reflejo, lo cogió:

    —¡Menuda habilidad, señorita! —se sorprendió Coth, con un toque de sarcasmo en sus palabras.

    —Anda calla, que no es para tanto. Ya me recuerdas a Ronald con ese tono.

    Su paz se vio interrumpida por unos griteríos provenientes de recepción. Era el jefe discutiendo con un chaval:

    —¡¿Hopstein, dices?! ¡No quiero volver a escuchar ese nombre en mi vida! ¡Me da igual si tu amigo está herido de gravedad o no! No puedo hacer nada más por ti, chico. Vamos, largo.

    Se oyó un portazo en la entrada principal. Coth y Sandra, al haber finalizado ya su turno, salieron por la puerta trasera del cobertizo para ver qué había ocurrido. La escena que vieron les entristeció profundamente: un joven estaba llorando en las escalinatas del hostal con la cabeza y brazos apoyados en las rodillas. Los muchachos decidieron ir a socorrerlo:

    —Oye… Pequeño… ¿Te encuentras bien? —preguntó Sandra, con tacto.

    —Sí… Tranquila… No es nada.

    Mientras el joven iba dejando de sollozar levemente, Sandra se sentó a su lado y lo rodeó con el brazo, en señal de consuelo. Finalmente, parecía que la táctica de Sandra dio buenos resultados. El joven se levantó y se dirigió con la mirada a aquellos muchachos vestidos con traje militar:

    —Estoy buscando a un amigo mío… Sé que está en el hospital de Xamú, pero no sé cómo llegar allí. Yo soy de Naoki y no conozco la ciudad. Además, aunque pregunte a la gente nadie quiere ayudarme…

    —Pues tranquilo, chaval, has dado con la gente adecuada. ¡Nosotros te ayudaremos! —dijo Coth, eufórico.

    —¿¡De verdad!? ¡Muchas gracias! ¡Sois la gente más simpática del mundo de la magia!

    —Para el carro, Coth —interrumpió Sandra—. No es por ser aguafiestas, pero no conocemos de nada la ciudad y, además, tenemos otra misión importante que hacer: volver a casa. Soy la primera que me encantaría ayudarte, amigo, pero estamos igual de perdidos que tú.

    —Sandra, un momento. Nuestra misión puede esperar y aunque no tengamos ni idea de cómo movernos por la ciudad podemos preguntar al gerente del hostal o a más gente. Nosotros al ser más mayores seguramente nos hagan más caso.

    —Te recuerdo, Coth, que tampoco tenemos dinero para comprar ni una barra de pan. Y aunque lo tuviéramos debemos ahorrar para, al menos, comprar un móvil para contactar con el mundo exterior.

    —¿Acaso sabes si la señal será lo suficientemente potente como para que llegue a algún lugar de la Tierra? Te recuerdo que no sabemos ni dónde estamos ni cómo volver.

    —¡Esperad! —interrumpió el chaval a los dos amigos, que discutían sin cesar en bucle—. Podemos hacer un trato: vosotros me ayudáis a llegar al hospital y yo os ayudo a llegar a casa.

    Sandra y Coth tuvieron unos segundos de pausa para meditar la propuesta del joven. Luego, Sandra se atrevió a soltar un veredicto:

    —No te lo tomes a mal, ¿pero cómo se supone que nos puedes ayudar tú a volver a casa?

    —He escuchado, entre los vociferos de vuestra discusión, que no sois de este mundo. Pues bien, a lo mejor no sé llevaros de vuelta a vuestro mundo, pero os puedo proporcionar información muy útil que os puede servir para regresar a la superficie. Resulta que, cada cierto tiempo y de forma totalmente variable, las aguas del mundo mágico se abren en lo que conocemos como el gran maremoto. Este gran maremoto es la única vía que conecta el mundo terrenal, es decir, el vuestro, con el mundo mágico. Así que si queréis salir de este mundo deberéis de pasar por el gran maremoto, pero no sé ni cómo se accede, ni cómo provocarlo y ni cada cuándo se abren las aguas.

    —¿Y cómo podríamos averiguar todo esto? —preguntó Sandra.

    —Yo no lo sé, pero el amigo que estoy buscando seguro que os puede proporcionar más información. Creedme, el mundo mágico muchas veces es cruel y hostil. Muy raramente os ayudarán por vuestra cara bonita, siempre os pedirán algo a cambio.

    —¡Ha! —exclamó Coth, jactándose—. ¿Lo ves, Sandra? Por muy entrenados que estemos para resolver cualquier crisis, no jugamos en nuestro terreno. Es decir, estamos en terreno desconocido y, por lo tanto, la única solución es improvisar e ir averiguando poco a poco cómo regresar a casa. Así que pequeño aprendiz de mago, ¡vamos rumbo al hospital!

    —Esto… ¿Cómo has sabido que soy aprendiz de mago?

    —No sé… Cómo en este mundo todos se dedican a la magia y solo hay magia por doquier…

    —No todo el mundo, pero es la principal vocación de los conciudadanos. ¿Sabéis por qué?

    —No, no lo sabemos —concluyó Sandra—. Pero seguro que nos lo cuentas de camino a este hospital. Y, por cierto, ¿cuál es tu nombre? Para no llamarte chaval o joven todo el rato.

    —Me llamo Marcel, y como bien ha dicho tu compañero Coth, soy aprendiz de mago.

    —¡Genial, Marcel, ya nos enseñarás algunos trucos de magia! Y, volviendo al tema, creo que podríamos preguntar de primeras al encargado del hostal.

    —Lo dudo mucho —dijo Marcel, alicaído—. El propietario me ha dejado bien claro que no va a hablar con nadie absolutamente nada que tenga que ver con la condena de Hopstein.

    —Eso me suena —dijo Coth—. Nos comentó un amigo antes que había habido varias víctimas de un truco de magia que salió mal y eso provocó que hospitalizaran a mucha gente y, en efecto, condenaran a prisión a ese tal Hopstein.

    —Más o menos es así. Mi amigo, Talú Mar’meh, fue víctima del truco de magia en directo, que consistía en hacer malabares con bolas de fuego y varios trucos pirotécnicos. Otros lo probaron por su cuenta, acabando aún más mal parados o incluso muriendo.

    Sandra y Coth mostraron sus condolencias a aquellos inocentes que solo pretendían sumergirse en el fascinante mundo de la magia. Después de esto, los tres partieron hacia las calles nocturnas de Xamú. A Sandra se le pasó el enfado de no poder seguir con su misión. En el fondo, había algo en lo más profundo de su corazón que le estremecía sobre el joven Marcel. Sentía empatía, cariño fraternal hacia él, lo cual la incitó a ayudarlo. Coth, por otra parte, lo ayudaba sin más, por amor al prójimo y para esclarecer más dudas sobre ese mundo mágico.

    Fueron paseando por las calles doradas de la ciudad. Los espectáculos que esta les ofrecía eran de lo más variados, desde bailes exóticos y carrozas de carnaval hasta casinos llenos de apuestas, puros y alcohol. El sonido de los dados y las ruletas se perdía entre el gran estruendo que ya de por sí generaba la ciudad con sus comercios y zonas lúdicas. No obstante, no se hacía incómodo al tímpano escuchar ese sinfín de sonidos que permitían a la vez mantener una conversación sin tener que recurrir al griterío. Sandra y Coth estaban tan absortos con su espectáculo montado alrededor que no se percataron de hacerle preguntas a Marcel sobre el mundo mágico.

    Siguieron andando sin un rumbo definido mientras, de vez en cuando, preguntaban a algún transeúnte de la ciudad. Tres de ellos no supieron cómo guiarlos, pero un cuarto les dijo que en la fuente dorada del centro de Xamú había una placa con el mapa de la ciudad. En medio del trayecto, Marcel se fijó en unos televisores que había en el escaparate de una tienda. Estos proyectaban el juicio de Hopstein e imágenes recopilatorias de sus trucos dantescos y testimoniales aportando su opinión de los hechos. Ahí se veía el rostro de Hopstein, pálido y con el pelo negro despeinado, junto a unos ojos marrones profundos y una cara de indiferencia, incluso de rechazo y dejación:

    —Antes habéis dicho que un amigo os explicó lo de la condena de Hopstein —interrumpió Marcel—, ¿de quién se trata, si supuestamente no conocéis a nadie de este mundo?

    —Ah, sí, es otro mago como tú que nos ayudó —respondió Coth—. Se llamaba Ronald. De hecho, ahora que lo pienso, nos dejó una tarjeta.

    Coth le enseñó la tarjeta a Marcel, bordada en marfil y con tipografía dorada. En ella figuraba tanto su nombre y su cargo como su número de teléfono. Marcelo cogió con pavor la tarjeta y, sin pensárselo dos veces, la rompió en mil pedazos:

    —¡¿Pero qué haces, chaval?! —rechistó Sandra—. ¿Te has vuelto loco? ¡Era nuestra solución para encontrar el dichoso hospital y volver a nuestro mundo!

    —Ronald es un mal tipo. Creedme, dentro del gremio de los magos es repudiado por muchos expertos de la magia por sus trucos fraudulentos y por amañar el trabajo de otros magos.

    —¿Pero qué dices? —se extrañó Coth—. Si es un tipo majísimo. Nos ayudó a encontrar una posada para dormir y nos dio muchos consejos sobre el mundo mágico. No puede ser un mal tipo ni por asomo.

    —Sí que lo es. Es muy difícil de explicar, pero digamos que se dedica a robar la esencia de todos los magos de la ciudad. Y no solo de los magos, sino de todo el mundo.

    —Si hubiésemos caído antes en la cuenta de que teníamos el contacto de Ronald ahora no andaríamos perdidos en medio de las calles de Xamú —se quejó Sandra.

    Los muchachos miraron con recelo y desconfianza a Marcel. No sabían en qué bando posicionarse. Aun así, le pidieron explicaciones al joven, pero no obtuvieron nada en clave. Solo se dedicaba a divagar y a proporcionar argumentos muy confusos y poco esclarecedores.

    Olvidando el tema, llegaron a la fuente central de la ciudad y dieron con el mapa. Una vez mejor ubicados, siguieron rumbo hacia el oeste y, como estaban muy cansados de caminar, decidieron coger un taxi. Marcel se ofreció a pagarlo por las molestias.

    Una vez dentro del vehículo, cuando andaban aproximadamente a medio camino se percataron de que el taxista conducía de forma muy temeraria. Se saltaba semáforos en rojo, derrapaba en las curvas y esquivaba a coches y motocicletas a escasos metros de distancia. No obstante, el conductor tenía, a su vez, una conducción muy prudente, puesto que no excedía el límite de velocidad y controlaba el automóvil con unos reflejos dignos de un deportista de élite.

    Una vez llegaron a su destino, el taxista solo pidió cinco monedas de bronce, cuando el precio por el viaje normalmente sumaba el doble:

    —¡Muy agradecido, señor! —dijo Sandra, aunque ella no era la encargada de pagar.

    —¡No hay de qué! Vuestras ilusiones y admiración valen más que cualquier penique.

    De camino al hospital, Sandra se extrañó por la respuesta del taxista. Como si le hubiese leído la mente, Marcel respondió a sus preguntas:

    —Veréis, quería esperar a que Talú Mar’meh os lo explicase, pero ya que ha salido el tema os lo voy a contar. En este mundo existe la magia, como ya habréis comprobado, pero no se trata de magia precisamente. Ahora mismo estáis respirando una sustancia que se llama magnetano, que se encuentra exclusivamente en el aire del mundo mágico, igual que el oxígeno. Tranquilos, no es nocivo para el organismo, todo lo contrario. Se trata de una sustancia clave para la elaboración eficiente de la magia y de cualquier otra labor o profesión. Cuenta de creer, pero el magnetano actúa como estimulante cerebral junto a la dopamina y la adrenalina, y juntos desarrollan unas habilidades extraordinarias para los humanos. Por eso ese taxista conducía tan bien.

    —Este mundo cada vez me sorprende más y más… —comentó Sandra, maravillada.

    —Ahora entiendo por qué fregamos los platos con tanta rapidez esta mañana —añadió Coth.

    —Puede ser. Pero hay un detalle más. El magnetano actúa como estimulante, y como tal, para que haga efecto con las sinapsis neuronales debe haber un incentivo, como una mecha que se enciende. Pues esa mecha no es nada más ni nada menos que la aprobación del resto de las personas, es decir, la ilusión o admiración que desprenden hacia ti.

    —Por eso todo el mundo se dedica a la magia, supongo —interpretó Coth.

    —¡Evidentemente! Se demostró hace años que la magia es la profesión que más magnetano absorbe el cuerpo humano tras la admiración de la gente. Con una tarea tan simple como hacer la cama y que tu madre te felicite por ello, absorbes una pequeña cantidad de magnetano, y al día siguiente es probable que hagas la cama más rápido. Pero no solo eso, sino cualquier otra tarea tan simple como andar. Y resulta ser que la magia es de las tareas que más cantidad de magnetano puedes llegar a absorber en poco tiempo.

    —Es difícil de creer, pero de este mundo ya me espero cualquier cosa —dijo Sandra.

    —La cosa no acaba aquí. Desgraciadamente, puedes perder magnetano de tu cuerpo y, por consiguiente, las habilidades especiales que habías aprendido.

    —Déjame adivinar —intervino Coth—. Si ganas magnetano con la aprobación colectiva, pierdes magnetano con el rechazo colectivo.

    —¡Lo has clavado! Por eso Ronald es un tipo tan simpático de primeras, porque lo que esconde realmente son sus viles estratagemas que consisten en desacreditar y amañar los trucos de la competencia para que estos pierdan magnetano, y así hacerse con el monopolio de la magia.

    —¿Y crees que antes nos ayudó sin pedir nada a cambio por el simple hecho de conseguir magnetano gracias a nuestra amabilidad y gratitud hacia él? —preguntó Sandra.

    —Es lo más probable. Aunque la cantidad obtenida de magnetano en este caso sea muy pequeña, es capaz de quedar bien con todo el mundo por su afán de volverse más hábil y más poderoso.

    En ese instante, justo cuando iban a cruzar la puerta del hospital se toparon saliendo del recinto al mismísimo Talú Mar’meh. Marcel se abalanzó hacia él y lo abrazó con todas sus fuerzas. Su amigo y maestro soltó algún quejido de dolor puesto que tenía el brazo izquierdo escayolado y alguna herida vendada por el torso de menor gravedad. Las apariencias del tipo eran de lo más peculiares: turbante en la cabeza y un traje de cuerpo entero de colores varios parecido a una sotana, tez morena con bigote y barba negra poblada, seguido de unos ojos verdes

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