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Detective Zack y el secreto en la tormenta
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Libro electrónico125 páginas1 hora

Detective Zack y el secreto en la tormenta

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En esta aventura, el detective Zack, junto con su primo y su hermana, investiga algunos hechos misteriosos en la granja de los abuelos. Prisioneros que escaparon de la cárcel, ruidos inexplicables, alimento robado y un ataque sorpresa. Como su fiera poco, ¡se acerca un huracán a la zona! Y entre tanto misterio, surgen algunas preguntas muy serias: ¿Por qué Dios no respondió sus oraciones cuando su tía estaba enferma? ¿Cómo decide Dios qué oraciones responder?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento31 ago 2023
ISBN9789877989007
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    Detective Zack y el secreto en la tormenta - Jerry D. Thomas

    Dedicatoria

    Para Michael, Caleb y Zac y sus padres, que pasaron por la tormenta y ya aprendieron el secreto.

    A menos que se especifique de otro modo, las citas bíblicas se han tomado de La Biblia, versión Reina–Valera 95 (RVR95).

    Capítulo 1

    Truenos en Texas

    Tormenta tropical Jacobo

    Vientos de 68 km por hora

    Cada vez que tomo el lápiz ruge un trueno. No digo que me ruja a mí ni al lápiz, pero me sobresalta lo suficiente como para que la escritura no se vea muy prolija.

    Estoy intentando escribir en mi cuaderno en medio de una tormenta eléctrica. Lo bueno es que no estoy en la tormenta. Estoy en casa… en la casa de mis abuelos. Me parece que tienen un montón de tormentas eléctricas acá en Texas.

    De todos modos, esta tormenta se siente cada vez más cerca y más estruendosa. Antes de terminar de escribir la última frase… ¡Flash! ¡Crash! Se escuchó otro relámpago, y un trueno sacudió la casa. No es fácil escribir en medio de una tormenta.

    Igual, es mejor que luchar contra gallinas. Créeme.

    La granja del abuelo, en realidad, no es una granja. Mamá dice que solía serlo, pero ahora solo es una casa grande rodeada de árboles altos y campos abiertos. El abuelo dice que solía haber cultivos por kilómetros, pero ahora hay un montón de casas y solo quedaron unas pocas granjas. Igual es un lugar increíble para explorar, especialmente cuando nos juntamos con los primos.

    Solo me gustaría que hubiera algunos animales. Ya sabes, algunos caballos, vacas, ovejas… Algo normal como eso. Pero no. Lo único que tienen son ya-sabes-qué.

    Gallinas. Un gallinero lleno. Y no son las gallinas comunes ponedoras de huevos. Estas son gallinas que ganan premios; que se llevan el primer premio en la feria año tras año.

    Luego de los abrazos de saludo a la abuela, al abuelo y al tío Fer, nos fuimos derechito con Keyla y nuestro primo Ger al granero de heno. El abuelo lo llama así, aunque solo quedan un par de pacas de heno adentro. La mejor parte de un granero de heno es que tiene un pajar, una pieza enorme en la parte de arriba donde se guardan las pacas de heno.

    Nosotros usurpamos el pajar como nuestro fuerte hace dos veranos, cuando estuvimos de visita. Esa vez nos estábamos escapando y escondiendo de nuestro hermanitos y primos más pequeños. El pajar era el lugar perfecto porque solo se podía subir por una escalera de madera que estaba clavada a una de las paredes interiores, y los más chicos no tenían permiso para subir.

    –Yo subo primero –gritó Ger mientras cruzaba la puerta del granero a toda velocidad. Es un poquito más chico que yo, pero más grande que Keyla.

    –Buenísimo –gritó Keyla–. Así revisas si hay arañas o ratas.

    Ger corrió por el pajar hasta las enormes puertas de carga y sacó la tabla que las mantenía cerradas.

    –Zack, ayúdame a abrirlas.

    Cuando los dos empujaron con fuerza, las puertas se abrieron y nuestro puesto de espionaje estaba listo.

    –Esto es perfecto –dije–. Es hasta mejor de lo que recordaba.

    –Y más polvoriento –agregó Keyla. Miró con sospecha los rincones.

    Ger suspiró.

    –Lástima que no tengamos a nadie a quien espiar. Este lugar se ve desierto. No pasa nada.

    Levantó los binoculares y agregó:

    –Lo único que se mueve es la ropa que se está secando en la soga y las gallinas en el gallinero.

    –¿Y allá? –pregunté.

    Él miró hacia el granero de los Miller, otro granero de heno como el del abuelo, pero que se veía bastante más viejo. El abuelo dice que la casa de los Miller se quemó hace unos treinta años, y nadie vive en la propiedad desde entonces. El granero de los Miller está justo pasando el límite de la propiedad del abuelo, al lado de los bosques.

    –Parece que nadie se acercó a ese granero desde la última vez que estuvimos acá –informó Ger.

    Desde detrás de nosotros, Keyla susurró:

    –¡Shh! ¿Escuchan eso?

    Al principio pensé que hablaba de una araña o algo así; pero entonces lo escuché. Justo debajo de donde estábamos, algo o alguien estaba haciendo un sonido que parecía un crujido o un rascado. Y sonaba como algo grande.

    –¿Qué es eso? –me pregunté–. ¿El abuelo compró un caballo? ¿O una vaca?

    Ger se encogió de hombros.

    –No creo. Solo gallinas. Pero si eso es una gallina, ¡debe ser grande como una vaca!

    Apoyamos una oreja en el piso del pajar para escuchar mejor.

    –Ahí se escucha otra vez –susurré.

    Me ponía nervioso escuchar algo sin poder verlo. Era un sonido extraño, como crujidos o arañazos.

    –Quizá solo es el viento –comentó Keyla.

    De repente, apareció una cabeza por la trampilla detrás de donde estábamos.

    –¡Ey! ¿Qué están haciendo? –preguntó una voz.

    Ger y yo nos dimos vuelta tan rápido que casi nos rompemos la cabeza.

    –¿Qué? ¿Quién? –tartamudeó Ger–. Ah, Sonia. Eres tú.

    Y colapsó en el piso.

    –No los asusté, ¿o sí? –preguntó mientras terminaba de trepar hasta el pajar.

    Fruncí el ceño.

    –Eso es lo que escuchamos. Estabas caminando por abajo.

    Sonia y su familia viven en la siguiente granja, pasando el granero de los Miller. Desde el pajar apenas se ve el techo de su casa. A menudo vemos a su papá, el señor Labrador, porque el abuelo lo contrata para que lo ayude con algunas de las tareas más pesadas de la granja. Sonia siempre viene a jugar con Keyla cuando estamos de visita.

    Sonia negó con la cabeza.

    –No fui yo. Estuve practicando cómo moverme sin hacer ruido. Nunca nadie sabe cuándo estoy cerca. Seguramente era solo una rata.

    Keyla abrió grandes los ojos.

    –¿Una rata? No habrá alguna acá arriba, ¿no?

    Comenzó a mirar de reojo los rincones otra

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