Los miniseres
Por Eva Manzano y MAITE GURRUTXAGA
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Eva Manzano
Eva Manzano (Madrid). Nace en Madrid, donde vive y trabaja. Durante años ha centrado su actividad docente en la enseñanza de las artes plásticas. En la actualidad imparte talleres de creatividad para distintas instituciones y centros educativos privados y públicos. Su trayectoria profesional alterna las artes plásticas con la escritura. Entre sus publicaciones cabe destacar Ayúdame a pensar, ¿Dónde está Babia?, 82 ojos y un deseo y Recetas de lluvia y azúcar (10ª edición).
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Los miniseres - Eva Manzano
Para Diego,
que tienes la mejor edad del mundo.
¡Sueña con las aventuras más increíbles!
E. M.
Si tienes que decir alguna cosa, este es el momento. Te daré una dirección pasajera, no permanezco mucho tiempo en el mismo sitio. Pero, si me buscas, seguro que das conmigo.
Necesito tu ayuda. Sí, lo has oído bien. No puedo hacerlo sola, es un trabajo interminable. Tendría que tener ocho ojos, ¿qué digo?, necesitaría tener veinte manos y cincuenta pies. No, no sería suficiente, debería disponer de cien orejas. ¿Te imaginas mi cabeza con cien orejas? No cabría la nariz, que es muy importante para olerlos una vez que los puedas reconocer.
Por eso, necesito tu ayuda. Porque así seremos más ojos y mentes. Y las mentes son imprescindibles para reconocerlos y saber de ellos.
¿Que de qué hablo? ¿No te lo he dicho todavía? Pues de los miniseres.
¿Que no te suenan de nada? ¡No me digas eso! ¡Mira a tu alrededor! Está bien, intentaré contártelo de la manera más sencilla…
imagen¿Nunca has visto a los miniseres? ¡Ja, eso es lo que tú te crees, porque ellos sí que te han visto a ti! Mira a tu alrededor, son diminutos y se encuentran por todas partes. A lo mejor no te has dado cuenta de su presencia pese a que vives en su casa o, lo que es lo mismo, tu casa. Antes de contarte lo que sucedió, te diré breve y rápidamente cómo son y dónde encontrarlos. Aunque la verdadera agenda de miniseres está al final del libro…
Los colchonutos son peludos, greñudos y van siempre desnudos. Se comen sueños que andan por la cama y babas de la almohada, y son los más perezosos junto con los sofazanes o sofazosos, que son bastante marmotas. También están los alfombrillos, con sus dieciséis patas, que escalan por las alfombras y por los pies. En cambio, las parédulas suelen ser anchas como tortillas aplastadas y les encanta escurrirse por la pared. Son amigas de los cristalritas, que ya te imaginas dónde viven. Más abajo, a otra altura, están los mesaposas y sillapejos, que los encuentras por el comedor o los dormitorios. ¿Has oído un eructo de mesaposa? Un sonido tan bajito que parece el crujido de una miga al aplastarla. ¿A que has escuchado alguno? Los miniseres son diminutos, pero están alrededor de ti: las motas de polvo, los minifantasmas, los armarionones o las puertitis, que transmiten mensajes entre diferentes habitaciones con un sonido «ñiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiiñ».
Resulta adecuado mirar al suelo para no pisar a los chupapasillos, que están enamorados de las bolapompas de los baños y las duchas, muy juguetonas y que explotan de risa. Porque las historias de amor entre los miniseres son famosas. Sobre todo, aquella entre un basureta y un hada de toda la vida que ahora voy a contar.
Capítulo 1
ALGO QUE CORRETEA
Jimena miró por debajo de sus pies. Había sentido algo y dio un respingo que le erizó toda la piel, igual que al gato de su amiga Leo que, cuando se asustaba, parecía tener cien mil cerillas clavadas en vez de pelos.
Pero Jimena no tenía gato ni perro. Hace cinco años, cuando cumplió nueve, le regalaron dos peces, uno naranja y otro negro, que vivieron en un acuario en el que las plantas crecieron tanto que los peces se dejaron de ver. Ese ecosistema de océano-jungla fue la única fauna que tuvo Jimena. Por ese motivo, la sensación de haber visto corretear algo por la alfombra, alrededor de sus calcetines, era de lo más extraño. Normalmente, lo único que correteaba a su alrededor era su hermano pequeño, Diego, y no pasaba desapercibido. Todo lo contrario, gritando y dando saltos, Diego entraba sin avisar. La verdad, pensó Jimena, ella habría sido un excelente puercoespín porque había muchas situaciones que le ponían los pelos de punta.
—¡Otra vez! ¡Aaaaaaaaaay! ¿Qué es esto? Jimena no veía nada por más que miraba debajo de la mesa. Así no se iba a concentrar en los deberes.
—¡Mañana tengo el examen de Mate-máticas! —se decía Jimena cruzando los dedos de las manos—. Eso es, estoy nerviosa