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Libro electrónico121 páginas2 horas

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Información de este libro electrónico

"Esto es sucio, fuerte y muy crudo, pero está hecho con agudeza y gran don literario. Cuagto es producto del talento, una obra de arte. No uso estas palabras a la ligera".

    J.R. Park, Autor de Al Despertar (Upon Waking)

"Cuagto logra muchísimo en muy poco tiempo. Es compleja y sorpresiva de principio a fin. Además, es verdaderamente espeluznante; en el mejor de los sentidos".

    Adiba Jaigirdar, Cultured Vultures

"Mezcla el cinismo de Cacho Palahniuk, la atmósfera grasosa y los personajes bien construídos de  Irvine Welsh con la atrocidad de los mejores libros de literatura de horror para crear una narración de múltiples capas que juega sus mejores cartas sobre el final".

    Jonathan Butcher, The Ginger Nuts of Horror

"Un ejemplo excelente de la buena ficción oscura que se está escribiendo actualmente y una narración que va a dejar una impresión duradera en cualquier fan del horror que se anime a leerla".

    Adrian Shotbolt, Beavis the Bookhead

"Hace tres días que leí la última palabra y todavía no puedo ni siquiera pensar en volver a leer otra cosa. No porque no hubiera disfrutado Cuagto, sino por el poder y la fuerza con la que está escrita".

    Alex Kimmell, Confessions of a Reviewer

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento6 feb 2018
ISBN9781547516728
Woom
Autor

Duncan Ralston

"Author of the cult smash-hit Woom and Ghostland and more than 15 other books that aren't the cult smash-hit Woom or Ghostland. His debut collection was blurbed positively by the legendary Jack Ketchum. In 10 years of publishing, Duncan Ralston hasn't won or been nominated for sh*t outside of screenwriting awards, and is definitely not bitter about it. For 7 FREE dark fiction short stories/novellas including the prequel to GHOSTLAND, ""The Moving House,"" signed copies of Woom, bookplates and merch, please visit www.duncanralston.com."

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    Woom - Duncan Ralston

    CHAPTER ONE

    WOOM

    Duncan Ralston

    Woom

    traducido por Celso Florance  

    www.ShadowWorkPublishing.com

    WOOM

    por Duncan Ralston

    Copyright © 2018 Duncan Ralston

    Todos los derechos reservados

    Publicado por Babelcube, Inc.

    www.babelcube.com

    Traducido por Celso Florance

    Babelcube Books y Babelcube son marcas comerciales de Babelcube Inc.

    ISBN-13: 978-0995242340

    ISBN-10: 0995242348

    del Autor de

    Gristle & Bone

    Salvage

    Wildfire

    Where the Monsters Live

    The Method

    Video Nasties

    CUARTO 6

    ÁNGEL ABRIÓ LA puerta del Cuarto 6 con una llave tan marcada que le sorprendió que todavía pudiera abrir. Estaba enganchada a un llavero rojo por el que habían pasado tantos pulgares que el número casi ni se veía. El viejo cuarto seguía igual, como lo recordaba; eso no era bueno. No sentía nostalgia acá, solo dolor. Algunos lugares guardan el dolor en las paredes, en las rajaduras de la alfombra, en las grietas del techo y en las ranuras de los zócalos. El Cuarto 6 del Motel Solitario, a 30 minutos de la frontera Nueva York - Canadá, era uno de esos lugares para Ángel. Con un poco de miedo se colgó la pesada mochila negra y cruzó el umbral.

    --Hola, Ma --le dijo al cuarto vacío--. Pasó muchísimo tiempo.

    Dejó la mochila en la alfombra, muy gastada y del mismo color que el llavero, y examinó despacio el cuarto. La colcha floreada era nueva. Era lógico, considerando que. La cama de madera y capaz que también el colchón, si es que le habían podido sacar lo rojo, eran los mismos.

    El cuadro clavado arriba de la cama en el revestimiento de madera era el mismo: una pobrísima interpretación de cuando Jonás salió de la ballena. La misma cómoda con espejo, roja y de roble trucho, agrietada en la parte de abajo y combada en la parte de arriba, como los espejos de los parques de diversiones de esos que si te parás en frente, la cabeza se te estira y se deforma toda. El cenicero era nuevo, de plástico negro, barato. La última vez que había estado acá, en la recepción decía que no se podía fumar, aunque ellos habían fumado igual. Había que, que sacar el olor de alguna forma.

    Se sentó en la cama y se sacó los zapatos. Se tiró sobre las almohadas (demasiado grandes y duras, las prefería finitas y suaves, aunque no importaba mientras que no estuviera durmiendo), y llevó las rodillas al pecho. Estuvo varios minutos así, mirando fijo el armario y las puertas del baño, una cerrada, la otra abierta, pensando en el recuerdo del dolor. Los cigarrillos y el perfume barato seguían impregnados en el tufo rancio de la alfombra.

    Dolor.

    Ángel sabía mucho sobre el dolor. Demasiado. Con suerte, su dolor iba a terminar hoy. Volvería el tiempo atrás y empezaría de nuevo.

    Este es el cuarto donde empezó todo, pensó. Está bien que termine todo acá, también. De golpe, lo sacudió la náusea. Se paró y fue agarrándose de las puertas hasta el baño. Levantó la tapa del inodoro y se pudo poner de rodillas justo antes de largar una bocanada de whisky agrio y desayuno sin digerir, el borde y la tapa quedaron todos salpicados. Tosió varias veces y escupió una baba marrón espesa que quedó flotando en el vómito. Tiró la cadena dos veces para limpiar los últimos pedazos de vómito y se paró lentamente.

    El mismo espejo de antes ahora reflejaba su cara demacrada. Estaba completamente pelado y la luz que arriba del espejo le hacía brillar la cabeza, las bolsas debajo de los ojos eran casi tan pesadas y oscuras como la mochila que había traído.

    Siempre tuvo muy presente lo que podía pensar la gente sobre su cara. Una cicatriz irregular le recorría todo el lado izquierdo la cara, y la cabeza se le estrechaba en la punta, como un huevo, pero este rasgo se hizo visible solo cuando se peló. Aunque técnicamente no tenía cerebro de pollo, los que estaban más abajo en la cadena evolutiva lo habían sugerido varias veces. Vestirse bien parece distraer la atención de esos rasgos, por eso teína puesta una camisa Armani a rayas, pantalones de paño negro con el pliegue muy marcado (Hugo Boss), y medias de seda roja de Paul Smith. Los zapatos que estaban al costado de la cama eran unos Gucci de cuero marrón, tan pulidos que brillaban casi tanto como su cabeza.

    Ángel apagó la luz del baño y examinó la bañera antes de salir.  Se sentó en el borde de la cama y agarró el teléfono de la mesita de luz, el mismo teléfono a disco negro con el que había llamado al 911 la ante última vez que había estado acá, mientras iba hacia la puerta. Levantó el auricular y empezó a discar.

    --Sí, hola. Te quiero pedir una mujer.

    Esperó, escuchó a la operadora.

    --Tiene que ser gorda. Claro, mientras más grande mejor. Pero escuchame, la última vez que llamé no me mandaron lo que pedí, así que te repito: tipa gorda. La belleza guardátela. ¿Listo?

    Escuchó. La disculpa seca y nasal de la mina lo enojó, pero se controló.

    --¿China? Gina. Sí, perfecto. Estoy en el Motel Solitario, Cuarto 6. Si, el que está cerca del aeropuerto. Gracias.

    Colgó el teléfono. Esperaba que esta vez se la mandaran bien. Su día dependía de eso. Se recostó a esperar, y empezó a pensar de nuevo en el dolor.

    Un golpeteo en la puerta lo despertó. El reloj en la mesita de luz decía que había dormido una hora. Tenía gusto a culo de perro en la boca. Se había dormido arriba de la frazada en posición fetal y tenía las rodillas rígidas. Se paró con dolor y sacudió las piernas antes de ir a la puerta. Examinó a la mujer que había pedido por la mirilla. O la agencia había hecho bien las cosas, o la mirilla le estaba dando un panorama bastante más reducido de lo normal. Parecía que se había quedado sin aire por subir las escaleras, eso era un buen augurio.

    Con ansias, abrió la puerta. Ahí estaba Gina, con toda su gloriosa masa carnea, los hombros flechados por el sol que asomaban, el resto del torso cubierto con un chal de seda negra y un mini vestido de lamé dorado (que era bastante maxi considerando las dimensiones). Tenía pecas en las piernas, que llevaba al aire libre y por entre las sandalias con plataforma asomaban un par de piecitos fofos (con las uñas pintadas de rojo carmesí). Tenía el pelo castaño con claritos, enrollado como si fuera una palmerita.

    --Hola, Ángel me llamo. Vos debés ser Gina.

    Estiró su mano y ella la tomó con suavidad, esto dejaba claro que sus clientes no la tenían acostumbrada a tales delicadezas sociales.

    --Por favor --dijo--, adelante.

    La señorita sonrió y entró al cuarto.

    --Qué caballero --dijo con voz aguda y un poco gutural.

    Ángel pensó que podría ser muy buena para una línea de sexo por teléfono, pero ya debía ganar bastante con lo que hacía ahora. La categoría de Gorditas lindas ocupaba la mayor parte del anuncio de donde había sacado el número de la agencia. Ella parecía que cubría el nicho entre trans y Asiáticas.

    --¿No habían cerrado este motel por cuestiones de higiene?

    --Yo pensaba que sí --dijo mientras cerraba la puerta detrás de ellos y le ponía la traba.

    --No es de maleducada --dijo, dándose vuelta para mirarlo de frente--, pero este lugar es una cagada.

    --No estoy en desacuerdo.

    Le pasó por al lado, respirando su dulce perfume y un poquito de olor a chivo, mientras ella buscaba el paquete de cigarrillos en su carterita de Chanel.

    --¿Te molesta si fumo?

    --Sentite como en tu casa.

    Ángel giró la silla que estaba frente a la cómoda para que quedara mirando a la cama y se sentó mientras Gina prendía un cigarrillo largo y finito, y sin sacarle los ojos de encima, largó una bocanada de humo en el rayo de sol que se filtraba entre las cortinas. El aire entre ellos se llenó olorcito a tabaco mentolado.

    --¿De verdad te llamás así? ¿Ángel?

    --¿Vos te llamás Gina?

    Se rio y exhaló una nube espesa.

    --Touché.

    --Sentate en la cama si querés.

    Ella la miró con desagrado.

    --Está limpia, en serio. Yo dormí ahí una hora más o menos.

    --Hay olor a vómito.

    --La mucama debe haber hecho mal la tarea.

    --Pensarlo así me emociona sobremanera.

    No muy convencida, Gina se sentó en la cama. Los resortes chillaron cuando le hundió su humanidad al colchón. La carne le colgaba por todos lados. Sus caderas de movimientos suaves, sus brazos, sus glúteos, hasta incluso sus pestañas, todo era ancho. La examinó con distancia clínica: mirada de ginecólogo. No estaba ni asqueado ni caliente. Ella era un recipiente nomás. Una cosa para llenar y descartar.

    --Bueno --dijo Gina levantando las cejas--, venite más cerca, chiquito.

    Ángel se cruzó de brazos.

    --Por ahora estoy bien acá.

    La mujer lanzó un

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