Las aventuras de Pinocho
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Carlo Collodi
Carlo Collodi (Florencia, 1826-1890), seudónimo de Carlo Lorenzini, comenzó a trabajar como periodista mientras escribía relatos para adultos. Pero en 1875 entra en la literatura infantil con Racconti delle fate, una traducción de los cuentos de Perrault. Un año después escribe Giannettino, Minuzzolo y Il viaggio per l’Italia di Giannettino, una serie en la que cuenta la reunificación de Italia desde el prisma irónico de Giannettino. En 1880 comienza a escribir Storia di un burattino, también llamado Le avventure di Pinocchio, que es publicado semanalmente en Il Giornale dei Bambini, el primer periódico italiano para niños. Collodi muere sin saber la fama que alcanzaría su Pinocho.
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Las aventuras de Pinocho - Carlo Collodi
Carlo Collodi
Las aventuras de Pinocho / Carlo Collodi ; adaptado por Katherine Martínez Enciso ; editado por Vanesa Rabotnikof ; ilustrado por Rodrigo Folgueira. - 1a ed. adaptada. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Editorial Camino al sur, 2018.
208 p. ; 20 x 14 cm. - (Literatubers)
ISBN 978-987-47064-5-4
1. Narrativa Infantil Iitaliana. I. Martínez Enciso, Katherine , adap. II. Rabotnikof, Vanesa, ed. III. Folgueira, Rodrigo, ilus. IV. Título.
CDD 853.9282
© Editorial Camino al Sur, 2018
Guamini 5007 (C1439HAK), Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina
Reservados todos los derechos.
Prohibida la reproducción total o parcial de esta obra sin permiso escrito de la editorial.
Impreso en la Argentina - Printed in Argentina
Primera edición: Junio de 2018
Idea y dirección editorial: Roxana Zapater
Edición: Katherine Martínez Enciso
Adaptación: Katherine Martínez Enciso
Diseño y diagramación: Estudio Cara o Cruz
Corrección: Vanesa Rabotnikof
Ilustraciones: Rodrigo Folgueira
ISBN 978-987-47064-5-4
Portadillailustracionilustracionpestaña índice00 |Introducción. Al mundo de los muñecos
01 |Capítulo 1. Un trozo de madera que lloraba
y reía como un niño
02 |Capítulo 2. Maese Cereza regala el pedazo
de tronco a su amigo Gepeto
03 |Capítulo 3. Maese Gepeto comienza a hacer
el muñeco
04 |Capítulo 4. Pinocho y el grillo-parlante
05 |Capítulo 5. Pinocho tiene hambre y busca qué comer
06 |Capítulo 6. Pinocho se duerme junto al brasero
07 |Capítulo 7. Cuando Gepeto vuelve a su casa
08 |Capítulo 8. Los pies de Pinocho y el cuaderno nuevo
09 |Capítulo 9. El teatro de muñecos
10 |Capítulo 10. Los muñecos del teatro
11 |Capítulo 11. Los estornudos de Tragalumbre
12 |Capítulo 12. Tragalumbre regala a Pinocho
cinco monedas de oro
13 |Capítulo 13. La posada de El Cangrejo Rojo
14 |Capítulo 14. El encuentro de Pinocho
con unos ladrones
15 |Capítulo 15. La persecución de Pinocho
16 |Capítulo 16. La hermosa niña de los cabellos azules
17 |Capítulo 17. A Pinocho le crece la nariz
por decir mentiras
18 |Capítulo 18. El Campo de los Milagros
19 |Capítulo 19. Meten a Pinocho a la cárcel
20 |Capítulo 20. Pinocho trata de volver a la casa del hada
21 |Capítulo 21. La muerte de la hermosa niña
de los cabellos azules
22 |Capítulo 22. La Isla de las Abejas Industriosas
23 |Capítulo 23. Pinocho promete al hada
ser bueno y estudiar
24 |Capítulo 24. Pinocho quiere ver al terrible dragón
25 |Capítulo 25. La gran pelea
26 |Capítulo 26. Gran merienda de café con leche
27 |Capítulo 27. En busca de Espárrago
28 |Capítulo 28. El País de los Juguetes
29 |Capítulo 29. Pinocho se convierte en un
verdadero burrito
30 |Capítulo 30. Pinocho y Espárrago fueron vendidos
como burros
31 |Capítulo 31. El terrible dragón marino
32 |Capítulo 32. Pinocho encuentra una sorpresa en
el cuerpo del dragón
33 |Capítulo 33. Por fin Pinocho deja de ser un muñeco
PortadillailustraciónilustraciónilustraciónilustraciónilustraciónilustraciónilustraciónPortadillaImagenUn trozo de madera que lloraba y reía como un niño
—E ste era…
—¡Un rey! —dirán los pequeños lectores.
—Pero no, nada de eso. Este era un pedazo de madera. Pero no un pedazo de madera de lujo, sino un leño de esos con que en el invierno se encienden las estufas y chimeneas para calentar las habitaciones.
Pues, nadie sabe cómo, el leño de este cuento fue a parar un día al taller de un viejo carpintero, cuyo nombre era Maese Antonio, pero a quien todo el mundo llamaba Maese Cereza, porque la punta de su nariz, siempre colorada y reluciente, parecía una cereza madura.
Cuando Maese Cereza vio aquel leño, se puso muy contento, pues era perfecto para hacer la pata de una mesa que estaba por terminar. Tomó el hacha para comenzar a quitarle la corteza. Pero cuando iba a dar el primer hachazo, se quedó con el brazo levantado en el aire, porque oyó una vocecita muy fina, que decía con acento suplicante:
—¡No! ¡No me pegues tan fuerte!
Los ojos asustados de Maese Cereza recorrieron la habitación para ver de dónde podía salir aquella vocecita, y no vio a nadie. Miró debajo del banco, y nadie; miró dentro de un armario que siempre estaba cerrado, y nadie; abrió la puerta del taller, salió a la calle y nadie tampoco. ¿Qué era aquello?
—Ya comprendo —dijo entonces sonriendo y rascándose la peluca—. Esa vocecita ha sido una ilusión mía. ¡Reanudemos la tarea!
Y tomando de nuevo el hacha, pegó un fuerte hachazo en el leño…
—¡Ay! ¡Me has hecho daño! —dijo quejándose la misma vocecita.
Esta vez Maese Cereza se quedó como si fuera de piedra, con los ojos espantados y la boca abierta. Se quedó hasta sin voz. Cuando pudo hablar, comenzó a decir temblando de miedo y balbuceando:
—Pero, ¿de dónde sale esa vocecita que ha dicho ¡ay!
? ¡Si aquí no hay un alma! ¿Será que este leño habrá aprendido a llorar y a quejarse como un niño? ¡Yo no puedo creerlo!... Este es un leño de chimenea como todos los leños de chimenea: bueno para echarlo al fuego y cocinar una sopa de verduras. ¡Caray! ¿Se habrá escondido alguien dentro de él? ¡Ah! Pues si alguno se ha escondido dentro, peor para él. Ahora lo descubro yo.
Y diciendo esto, agarró el pobre leño con las dos manos, y empezó a golpearlo sin piedad contra las paredes del taller. Después se puso a escuchar si se quejaba alguna vocecita. Esperó dos minutos y nada; cinco minutos, y nada; diez minutos, y nada.
—Ya comprendo —dijo entonces tratando de sonreír y arreglándose la peluca—. Esa vocecita que ha dicho ¡ay!
ha sido una ilusión mía. ¡Reanudemos la tarea!
Y como tenía tanto miedo, se puso a cantar para tomar ánimos. Entre tanto dejó el hacha y tomó el cepillo para cepillar y pulir el leño. Pero cuando lo estaba cepillando por un lado y por otro, oyó la misma vocecita que le decía riendo:
—¡Por favor, me estás haciendo unas cosquillas terribles!
Esta vez, Maese Cereza se desmayó del susto. Y cuando volvió a abrir los ojos, se encontró sentado en el suelo.
Fin CapítuloImagenMaese Cereza regala el pedazo de tronco a su amigo Gepeto
En aquel momento llamaron a la puerta.
—¡Adelante! —contestó el carpintero con voz débil, asustado y sin fuerzas para ponerse en pie.
Entonces entró al taller un viejecito muy vital, que se llamaba Maese Gepeto; pero los chicos de la vecindad lo llamaban Maese Fideos, porque su peluca amarilla parecía que estaba hecha con fideos finos. Gepeto tenía mal carácter, y además le daba muchísima rabia que lo llamasen Maese Fideos. ¡Pobre del que se lo dijera!
—Buenos días, Maese Antonio —dijo al entrar—. ¿Qué hace usted en el suelo?
—¡Ya ve usted! ¡Estoy enseñando matemática a las hormigas!
—¡Es una idea feliz!
—¿Qué lo trae por aquí, compadre Gepeto?
—¡Las piernas! Sepa usted, Maese Antonio, que he venido para pedirle un favor.
—Pues aquí me tiene dispuesto a servirle —replicó el carpintero.
—Esta mañana se me ha ocurrido una idea.
—¿Cuál es esa idea?
—He pensado hacer un magnífico muñeco de madera; pero ha de ser un muñeco maravilloso, que sepa bailar, cantar y dar saltos mortales. Con este muñeco, me dedicaré a recorrer el mundo para ganarme la vida. ¿Qué le parece?
—¡Bravo, Maese Fideos! —gritó aquella vocecita que no