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Corazón: Edición Juvenil Ilustrada
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Libro electrónico186 páginas2 horas

Corazón: Edición Juvenil Ilustrada

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Corazón es una de las novelas italianas más conocidas, y la obra cumbre de Edmondo de Amicis.
En Corazón nos encontramos con el diario de Enrique, un chico de doce años que vive en la ciudad de Turín a finales del siglo XIX.
Con un tono moralizante y didáctico, no exento del nacionalismo propio de una Italia recién formada como país, Enrique narra sus vivencias durante el año escolar, detallando los actos pequeños y grandes, nobles o crueles que suceden en toda escuela. También asistimos a los dramas que acontecen a sus compañeros y al mismo Enrique al tiempo que el protagonista va dejando atrás su infancia y descubre la realidad de la vida con la ayuda de sus padres y profesores. 
Merecen especial mención los nueve cuentos mensuales que el profesor narra a sus alumnos, algunos de los cuales como “El tamborcillo sardo” o muy especialmente “De los Apeninos a los Andes” se han transformado en clásicos por méritos propios.
Corazón ha perdurado en el tiempo porque su autor supo cantar el mundo de la infancia, con sus alegrías y tristezas. Rescatando valores como la amistad, la solidaridad y el sacrificio de padres y maestros para darle un sentido integral a la vida de sus hijos y alumnos. 
En esta edición se presenta una cuidada edición ilustrada, adaptada al público más joven, y para los adultos que quieran revisitar las vicisitudes de Enrique, Deroso o Garrón de una manera rápida y amena.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento7 nov 2018
ISBN9788829546046
Corazón: Edición Juvenil Ilustrada
Autor

Edmundo De Amicis

El escritor italiano, novelista y autor de libros de viajes Edmondo De Amicis nació en Oneglia-Italia, el 21 de octubre de 1846 y murió en Bordighera-Italia, el 11 de marzo de 1908.Su primer contacto con la literatura sucedió en Cuneo. Luego estudió en un liceo de Turín. A los dieciséis años entró a la Academia Militar de Módena, donde obtuvo el título de oficial. Con esta categoría participa en la batalla de Custoza de 1866.Luego sería viajero y escritor, reflejando en sus obras las vivencias de sus viajes. Su obra se caracteriza por la mezcla del romanticismo y el realismo con un propósito ético en el sentido de orientar al lector siempre hacia el bien.Por ejemplo, Marruecos (1876), España (1873), Holanda (1874), son algunos de los libros de viajes que alcanzaron también éxito por la facilidad demostrada para describir lugares y costumbres que surgen ante su vista. Posteriormente en 1883, escribió su novela Los amigos (Gli amici,).Más tarde De Amicis se uniría al Partido Socialista, en cuyo periódico Il Grido del Popolo publicó artículos que luego reunió en su libro Cuestión social (Questione sociale, 1894), sobre el cual dictó varias conferencias.Enseguida volvió a la actividad literaria con Novela de un maestro (1890), cuyo estilo según ciertos críticos, diferente al empleado en sus obras anteriores, fue amargo y desencantado. Su siguiente trabajo, L'idioma gentile (1905), fue una apología de la lengua italiana, y de las tradiciones y cultura de su país.Anteriormente en 1886, publicó su obra, tal vez la mejor conocida, Corazón concebida en la forma de diario personal de un niño, Enrique, durante su año escolar como alumno de tercer grado en una escuela municipal de Turín, alternado con narraciones de tono emotivo. Fue traducida a múltiples idiomas y llevada al cine y la televisión y posteriormente en forma de dibujos animados en la serie japonesa Marco, de los Apeninos a los Andes, inspirada en la narración interpolada en este libro denominada De los Apeninos a los Andes.

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    Corazón - Edmundo De Amicis

    Créditos

    CORAZÓN

    *

    Edmundo de Amicis

    EDICIÓN JUVENIL ILUSTRADA

    Traducción y adaptación: Javier Laborda López

    Ilustraciones: Rosa María Zamora

    Corazón

    Título Original: Cuore

    Edmundo de Amicis, 1886

    © De la presente traducción y adaptación Javier Laborda López 2018

    © Ilustraciones: Rosa María Zamora 1984

    Primera Edición Digital: Marzo 2018

    ÍNDICE

    1. El primer día de escuela

    2. Nuestro maestro

    3. El muchacho calabrés

    4. Mis compañeros

    5. Un rasgo generoso

    6. Mi maestra de la primera clase superior

    7. En una buhardilla

    8. La escuela

    * EL PEQUEÑO PATRIOTA PADUANO (Cuento mensual)

    9. El director

    10. Los soldados

    11. Los mejores de clase

    * EL PEQUEÑO VIGÍA LOMBARDO (Cuento mensual)

    12. El comerciante

    13. La primera nevada

    14. Una bola de nieve

    15. En casa del herido

    *EL PEQUEÑO ESCRIBIENTE FLORENTINO (Cuento mensual)

    16. La voluntad

    17. El maestro suplente

    * EL TAMBORCILLO SARDO (Cuento mensual)

    18. Envidia

    *EL ENFERMERO DEL CHACHO (Cuento mensual)

    19. El maestro enfermo

    20. La calle

    21. Distribución de premios

    22. Litigio

    23. Mi hermana

    *SANGRE ROMAÑOLA (Cuento mensual)

    24. El asilo de niños

    25. Convalecencia

    26. Los amigos artesanos

    27. La madre de Garrón

    28. José Mazzini

    *VALOR CÍVICO (Cuento mensual)

    29. Los niños raquíticos

    30. Sacrificio

    * DE LOS APENINOS A LOS ANDES (Cuento mensual)

    31. Verano

    32. Papá

    33. En el campo

    34. Distribución de premios a los artesanos

    35. ¡Ha muerto mi maestra!

    *NAUFRAGIO (Último cuento mensual)

    36. Fin de curso

    Sobre el Autor

    1. El primer día de escuela

    Lunes, 17 de octubre

    ¡Se terminaron las vacaciones! ¡Los tres meses que he pasado en el campo han sido para mí como un sueño, y esta mañana mi madre me ha traído a la sección Bareti para inscribirme en la tercera elemental! ¡Con qué poca gana acudía yo a la escuela, mientras añoraba el campo, los pájaros y los árboles que había dejado!

    Van llegando chiquillos y chiquillos, y en las librerías de los alrededores se ve a mucha gente: papás y mamás de los niños que compran carteras, lápices, plumillas y cuanto ha de hacernos falta. En la puerta de la escuela, el bedel se esfuerza por mantener orden entre el tropel de pequeños que van entrando.

    El vestíbulo del colegio está abarrotado de señoras, caballeros, mujeres del pueblo, criadas; todos con un niño de la mano y sendos paquetes de material escolar. Ahora mismo tengo la impresión de que me resulta simpática esta vieja escalera que tantas veces he recorrido durante tres años. Aquí está la puerta de mi clase... ¡No, no! Es la del curso pasado; ahora tengo que ir al piso principal.

    — Ya nos separamos para siempre, ¿verdad, Enrique?

    Confieso que estas palabras me impresionaron profun­damente; era mi antiguo profesor de la segunda, un hom­bre alegre, cariñoso, con su pelo siempre revuelto, que me miraba con tristeza. No supe qué contestarle: también a mí me daba mucha pena separarme de él porque era todo un caballero y como un padre para nosotros.

    He encontrado más gordos y más altos a algunos de mis compañeros que saludan a gritos en medio de toda esta algarabía. También observo a unos pequeñines que se resisten a entrar en el aula, defendiéndose como potri­llos, y otros que, al verse solos, rompen a llorar hasta que sus mamás respectivas se vuelven desde la puerta para tra­tar de consolarles. La profesora toma a uno en brazos, luego acaricia a otro, reparte bombones y se multiplica en atenciones hacia sus nuevos discípulos que no cesan en su griterío. Mi hermanito se porta mejor: parece que le ha caído en gracia la maestra Delcato y el niño está muy quieto en su asiento.

    A mí me ha correspondido el maestro Perbono, y en su sección estamos cincuenta y cuatro alumnos, entre ellos unos quince compañeros míos de la clase anterior. Uno de éstos es Deroso, el que siempre sacaba el primer premio en nuestra clase del año pasado. Pero, ¡ay, qué triste es la escuela cuando recordamos los bosques y las montañas de nuestras vacaciones!

    Acaban de dar las diez. Ahora entra en la sala nuestro nuevo profesor. ¡Qué alto es! El anterior era tan chiquitín que casi parecía un alumno; además, siempre estaba de broma con nosotros. Este tiene la voz muy ronca y nos mira fijamente, uno a uno, como si quisiera vernos por dentro. Debe ser un señor muy serio, porque no le adivi­namos ni una sonrisa. "¡Dios mío! —me digo—. ¡Nos quedan nueve meses de trabajos, de exámenes mensuales, de fatigas! Ya me figuro que también ustedes lo habrán pensado más de una vez... Pero, ¿verdad que es impre­sionante?

    A la salida no me entretuve con nadie. ¡Necesitaba encontrar a mi madre, besarle la mano, contarle todo, to­do, todo!

    — ¡Animo, Enrique! —me dijo ella—. Estudiaremos juntos las lecciones y verás qué fácilmente las aprendes.

    Esto me causó gran alegría, pero... en una palabra: que la nueva clase no me ha gustado tanto como la otra; aquel maestro era muy bueno, siempre de buen humor; éste..., no sé, me parece terriblemente serio. ¡Ojalá me equivoque!

    Nuestro maestro

    Martes, 18

    Mi nuevo maestro se llama Perbono. Y efectivamente, me equivoqué al creer que quizá tuviera mal carácter. Por el contrario, es una persona amable, seria y bondadosa. Al regresar de la escuela se lo he contado a mi mamá:

    — Sí, mamá, tienes razón. Mi nuevo maestro empieza a parecerme una bellísima persona.

    — A ver, cuéntame.

    — Mira: esta mañana, al entrar en clase, muchos de sus discípulos del año anterior le saludaban muy afectuosos: "¡Buenos días, señor maestro! ¡Buenos días, se­ñor Perbono! Algunos mostraban claramente su deseo de permanecer a su lado: evidentemente, le querían mu­cho. Él les cogía de la mano, les daba una palmada en la espalda... pero no miraba a ninguno, ¿sabes? Miraba al tejado de la casa vecina y permanecía serio, con una arruga en la frente y como si aquellos saludos le causaran pena. Entonces...

    — ¿Qué?

    — Verás: paseando entre las mesas ha empezado a dic­tarnos una página de historia y, de repente, se ha parado ante un chico que tenía la cara muy encarnada y con unos granitos por toda la nariz. ¿Qué te ocurre? , le ha di­cho, y le tocaba la frente para ver si tenía calor. Mientras tanto, otro de los alumnos se ha puesto a hacer tonterías encima de una silla, y el señor Perbono le ha sorprendido; se ha ¡do a él, y cuando todos esperábamos que le castiga­ra, le ha puesto una mano sobre la cabeza diciéndole: No lo vuelvas a hacer; y ni una palabra más. Después ha vuelto a su mesa y nos ha hablado con una voz que ya no se me hacía tan ronca como ayer, sino muy agradable, y nos decía: "Escuchad: hemos de pasar juntos un año y es de mi deseo que os resulte muy feliz. Estudiad y sed bue­nos. Yo no tengo familia y sólo pienso en vosotros como si fuerais mis propios hijos, a los que consagraré todo mi afecto. Y como os quiero bien, justo será que me paguéis en la misma moneda, tomándome como a un segundo pa­dre que sueña con vuestro futuro. Demostradme que tam­bién vosotros tenéis corazón, uníos conmigo en una gran familia y éste será mi mejor premio y mi mayor orgullo.

    Y como estoy seguro de que así será, desde ahora os lo agradezco con toda mi alma. En este momento ha entra­do el bedel a dar la hora, y hemos salido todos en silencio. El muchacho que se había puesto de pie en la silla ha ¡do hacia el maestro a pedirle perdón. Y el señor Perbono le ha besado en la frente diciéndole: Estás perdonado; anda, hijo mío".

    — ¿Ves, Enrique, cómo no se puede juzgar a los hom­bres a primera vista?

    — Es verdad, y tengo que reconocer mi equivocación. Creo que el señor Perbono es un santo.

    El muchacho calabrés

    Sábado, 22

    Ayer tarde, mientras el maestro nos contaba cómo a un compañero nuestro le había herido en el pie una rueda de un vehículo, entró el director con otro alumno, un ni­ño muy moreno, ojos y cabellos negros, y el traje y cin­turón oscuros también. El maestro le recibió y nos dijo:

    — Atención todos: desde ahora tenéis un nuevo con­discípulo que ha venido de muy lejos a haceros compa­ñía. Es de la provincia de Calabria, a más de cincuenta le­guas de aquí, donde nacieron tantos italianos ilustres, tan buenos labradores y tan excelentes soldados. Recibidle y tratadle bien, para que no añore su región natal. Hacedle ver que todo chico italiano encontrará siempre hermanos suyos en cualesquiera escuela de su patria.

    Luego, sobre el mapa de Italia, nos mostró el lugar en que figura la provincia de Calabria.

    — ¡Deroso! —llamó el profesor al primero de la cla­se—. En nombre de todos los alumnos darás al recién lle­gado un abrazo de bienvenida, el abrazo de los hijos de Piamonte al hijo de Calabria.

    Todos nos pusimos a aplaudir hasta que el maestro nos gritó:

    — ¡Silencio! En la escuela no se aplaude.

    Pero, después de todo, no podía ocultar su satisfac­ción. Y aun añadió:

    — Recordad siempre esto que voy a deciros: de la mis­ma manera que un muchacho de Turín está como en su casa en Calabria, uno de Calabria debe sentirse familiari­zado en Turín. No podemos olvidar que, para conseguir­lo, nuestro país batalló durante cincuenta años, y treinta mil italianos sacrificaron su vida en el empeño. Debéis amaros unos a otros porque, quien no lo hiciera, sería indigno de mirar con la frente alta la bandera tricolor.

    Cuando el calabrés llegó a su sitio, los más próximos le regalaron estampas e incluso plumas. Un compañero del último banco le mandó un sello de Suecia de dos coronas.

    Me ha conmovido la generosidad con que la mayoría de los muchachos

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