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Los cuentos del gato encaramado, 2
Los cuentos del gato encaramado, 2
Los cuentos del gato encaramado, 2
Libro electrónico161 páginas2 horas

Los cuentos del gato encaramado, 2

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Información de este libro electrónico

¿Qué tienen en común una gallina que se convierte en elefante, un pato que sale a probar fortuna y un cerdo que aprende a volar? Esta es la segunda entrega de fábulas sobre los animales de una granja que, con la ayuda de las pequeñas Marinette y Delphine, llevan a cabo planes fantásticos e intentan sobrevivir con creatividad e imaginación.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento18 nov 2014
ISBN9786071624581
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    Two little sisters live with their parents on a magical farm, where the animals can talk and other things magical happen.Meh. This one hasn't aged well, I think.
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    The farm is a wonderful farm. It’s a regular farm except that the animals can talk and mysterious things happen. Each chapter is another wonderful adventure, and it’s quite delightful.

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Los cuentos del gato encaramado, 2 - Marcel Ayme

Mexico

El elefante

♦ Los padres se pusieron su ropa de domingo y, antes de salir de casa, dijeron a las pequeñas:

—No las llevamos a visitar a su tío Alfredo porque llueve muy fuerte. Aprovechen para estudiar sus lecciones.

—Ya me las sé —dijo Marinette—, las repasé anoche.

—Yo también —dijo Delphine.

—Entonces diviértanse un poco y, sobre todo, no dejen entrar a nadie a la casa.

Los padres se fueron y las pequeñas, con la nariz pegada al vidrio de la ventana, los siguieron con la mirada por largo tiempo. La lluvia caía tan fuerte que casi no lamentaban no ir a la casa del tío Alfredo. Estaban hablando de jugar a la lotería cuando vieron que el pavo atravesaba el patio corriendo. Se resguardó bajo el cobertizo, sacudió sus plumas mojadas y limpió su gran cuello en el plumaje de su buche.

—Es una mala época para los pavos y también para los otros animales —comentó Delphine—. Afortunadamente, nunca dura mucho tiempo. ¿Pero, qué pasaría si lloviera cuarenta días y cuarenta noches?

—No hay ninguna razón para ello —dijo Marinette—. ¿Por qué quieres que llueva durante cuarenta días y cuarenta noches?

—Por supuesto que no sucederá. Pero yo pensaba que, en lugar de jugar a la lotería, quizá podríamos jugar al Arca de Noé.

A Marinette le pareció muy buena idea y pensó que la cocina sería un excelente barco. En cuanto a los animales, las pequeñas no tuvieron problema para encontrarlos. Fueron tanto a la caballeriza como al cobertizo, y el buey, la vaca, el caballo, la oveja, el gallo y la gallina las siguieron fácilmente hasta la cocina. Casi todos estaban muy contentos de jugar al Arca de Noé. Algunos gruñones, como el pavo y el cerdo, se enojaron porque no querían que los molestaran, pero Marinette les dijo muy seria:

—Es el diluvio. Va a llover durante cuarenta días y cuarenta noches. Si no quieren entrar al Arca lo sentimos por ustedes. La Tierra quedará cubierta por las aguas y se ahogarán.

Los gruñones no esperaron a que se los dijeran dos veces y se empujaron para entrar a la cocina. A las gallinas no fue necesario asustarlas, pues todas querían jugar, pero Delphine, después de haber elegido una, se vio obligada a apartar a las demás.

—Deben entender que sólo puedo tomar una gallina, de otro modo no podemos jugar.

En menos de un cuarto de hora, todos los animales de la granja estuvieron representados en la cocina. Temían que el buey no pudiera pasar por la puerta a causa de sus grandes cuernos, pero poniendo la cabeza de lado pudo entrar muy bien, al igual que la vaca. El Arca estaba tan llena que tuvieron que subir sobre la mesa a la gallina, al gallo, al pavo, al ganso y al gato. Sin embargo, no hubo desorden y todos los animales se mostraron muy razonables. Por otro lado, se sentían un poco intimidados por estar en la cocina, a donde, con excepción del gato y quizá de la gallina, nunca habían entrado. El caballo miraba la carátula y el péndulo del reloj cercano, la inquietud hacía que sus orejas puntiagudas se irguieran. La vaca también curiosa, veía todo lo que había detrás de los cristales de la vitrina y, sobre todo, no podía despegar los ojos de un queso y de un cántaro de leche mientras murmuraba repetidamente: Ahora comprendo, ahora comprendo…

Al cabo de un momento, los animales empezaron a sentir miedo. Aunque sabían que se trataba de jugar, llegaron a dudar si era en realidad un juego. Delphine, sentada en el alféizar de la ventana de la cocina, en el puesto de mando, miraba hacia fuera y anunciaba con una voz ansiosa:

—Sigue lloviendo… las aguas suben… ya no se ve el jardín… El viento sigue siendo muy violento… ¡Gira a la derecha!

Marinette, que era el timonel, giraba a la derecha la llave de la estufa, esto hacía que saliera un poco de humo.

—Sigue lloviendo… el agua acaba de alcanzar las primeras ramas del manzano… ¡Cuidado con las rocas! ¡Gira a la izquierda!

Marinette giró la llave a la izquierda, y la estufa arrojó menos humo.

—Sigue lloviendo… todavía se ve la punta de los árboles más altos, pero las aguas siguen subiendo… Se acabó, ya no se ve nada.

Entonces se escuchó un fuerte sollozo. Era el cerdo que no podía contener la tristeza por abandonar la granja.

—¡Silencio a bordo! —gritó Delphine—, que no cunda el pánico. Tomen ejemplo del gato. Miren cómo ronronea.

En efecto, el gato ronroneaba como si nada pasara, pues sabía muy bien que el diluvio no era algo serio.

—Si por lo menos todo esto fuera a terminar pronto —gimoteó el cerdo.

—Hay que pensar en que permaneceremos aquí poco más de un año —declaró Marinette—, pero nuestras provisiones ya están listas, nadie pasará hambre, pueden estar tranquilos.

El pobre cerdo se tumbó llorando en silencio. Pensaba que el viaje sería mucho más largo de lo que las pequeñas habían previsto y que los víveres se terminarían algún día, y como era gordo, temía que se lo comieran. Mientras él se aburría de esperar, una pequeña gallina blanca, toda encogida bajo la lluvia, se había trepado sobre el borde exterior de la ventana. Con el pico golpeó el vidrio de la ventana y le dijo a Delphine:

—Yo también quiero jugar.

—Pobre gallina blanca, eso no es posible pues, como puedes ver, ya tenemos una gallina.

—Además el Arca está llena —observó Marinette mientras se acercaba.

La gallina blanca parecía tan contrariada que las pequeñas sintieron pena por ella. Marinette le dijo a Delphine:

—De cualquier modo, nos falta un elefante. La gallina blanca podría hacer ese papel.

—Es verdad, el Arca necesitará un elefante.

Delphine abrió la ventana, tomó a la gallina entre sus manos y le dijo que ella sería el elefante.

—Ah, eso me da mucho gusto —dijo la gallina blanca—. Pero, ¿cómo hace un elefante? Nunca he visto uno.

Las pequeñas trataron de explicarle qué era un elefante, pero sin conseguirlo. Entonces Delphine se acordó de un libro de imágenes a color que su tío Alfredo le había dado. Se encontraba en la habitación contigua, que era el cuarto de sus padres. Delphine dejó a Marinette al cuidado del Arca y llevó la gallina blanca a la recámara, abrió frente a ella el libro en la página donde estaba el elefante y le dio más explicaciones. La gallina blanca observó con atención y con muy buena voluntad la imagen, porque tenía muchos deseos de hacer bien el papel del elefante.

—Te dejo un momento en la recámara —le dijo Delphine—, debo volver al Arca. Pero mientras regreso a buscarte, observa bien tu modelo.

La pequeña gallina blanca tomó tan en serio su papel que en verdad se convirtió en elefante, algo que ella no esperaba. Ocurrió tan pronto que no pudo entender de inmediato el cambio que acababa de operar en ella. Creía todavía que era una pequeña gallina, encaramada en lo alto, muy cerca del techo. Por fin tomó conciencia de su trompa, de sus colmillos de marfil y de sus cuatro patas macizas, de la piel gruesa y rugosa que aún conservaba algunas plumas blancas. Estaba un poco sorprendida pero muy satisfecha. Sin embargo, lo que le causó más placer, era que poseía unas inmensas orejas; ella, que antes no tenía orejas, por así decirlo. ¡El cerdo que se siente tan orgulloso de las suyas, lo estaría un poco menos si viera éstas!, pensó.

En la cocina, las pequeñas olvidaron por completo a la gallina blanca que preparaba bien su papel del otro lado de la puerta. Después de anunciar que el viento se había calmado y que el Arca navegaba en calma, se preparaban a pasar revista a los animales que habían llevado consigo. Marinette tomó una libreta para anotar las peticiones de los pasajeros, y Delphine declaró:

—Queridos amigos, nos encontramos en nuestro cuadragesimoquinto día en el mar…

—¡Afortunadamente —suspiró el cerdo—, el tiempo pasa más rápido de lo que pensé!

—¡Silencio, cerdo! Mis queridos amigos, como ven, no tienen nada que lamentar por haber subido al Arca. Ahora que ya pasó lo más difícil, tenemos la certeza de regresar a tierra firme dentro de unos diez meses. Ya se los puedo decir, en estos últimos días, con frecuencia hemos estado en peligro de muerte, y gracias al piloto pudimos salvarnos.

Los animales agradecieron al piloto con un gesto amistoso. Marinette se ruborizó de gusto y dijo refiriéndose a su hermana:

—También hay que agradecer a la capitana… No hay que olvidar a la capitana.

—Por supuesto —aceptaron los animales—, sin la capitana…

—Son muy gentiles —les dijo Delphine—. No saben cuánto valor nos da la confianza que nos tienen. Y necesitamos mucho más. La travesía está lejos de terminar, aunque nuestras mayores dificultades ya han pasado. Pero quise hablar con ustedes y saber si tienen algún reclamo que hacer. Empecemos por el gato. ¿Quieres solicitar algo, gato?

—Precisamente —respondió el gato—. Me gustaría mucho un plato de leche.

—Anote: un plato de leche para el gato.

Mientras Marinette anotaba en su libreta la petición del gato, el elefante entreabrió suavemente la puerta con su trompa y lanzó una mirada al Arca. Le agradó lo que vio y se apresuró a unirse al juego. Delphine y Marinette le daban la espalda, y por el momento nadie más miraba hacia donde se encontraba. Pensaba con placer en la sorpresa que se llevarían las pequeñas cuando lo descubrieran. Pronto, la revista a los pasajeros estaba casi terminada y cuando se acercaban a la vaca, que no cesaba de examinar el contenido de la comida, el elefante abrió la puerta y dijo con una gran voz que no conocía:

—Heme aquí…

Las pequeñas no creían lo que veían. Por el asombro, Delphine enmudeció un momento y Marinette dejó caer su libreta. Ahora dudaban que lo del Arca fuera un juego y estaban a punto de creer en el diluvio.

—¡Pues sí —dijo el elefante—, soy yo! ¿Acaso no soy un hermoso elefante?

Delphine se esforzó por no correr a la ventana, porque de cualquier modo era la capitana y no le convenía mostrar su pánico. Se inclinó hacia Marinette y en voz baja le rogó que fuera a ver si el jardín no había desaparecido bajo las aguas.

Marinette se dirigió hacia la ventana y al regresar murmuró:

—No, todo está en su lugar. Sólo hay algunos charcos de agua en el patio.

Sin embargo, los animales se inquietaron un poco al ver al elefante, que les era desconocido. El cerdo empezó a lanzar gemidos que amenazaban con sembrar el pánico entre sus compañeros. Delphine dijo con severidad:

—Si el cerdo no se calla inmediatamente lo voy a arrojar al mar. Bueno, ahora les debo decir que olvidé hablarles del elefante que viaja con nosotros. Por favor apriétense un poco más para hacerle

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