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War Third
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Libro electrónico329 páginas5 horas

War Third

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El miedo te detiene, pero la esperanza te impulsa.
Conflictos internos han hecho que un reino poderoso se desgaje en tres: Norce, próspero y cruel; Sauque, en vías de desarrollo, y la Sección X, habitada por quienes han desertado de la guerra sin fin que libran los otros dos. En ella vive la joven Hope, que, tras perder a sus padres y a su hermano, se alista en el ejército de Sauque para no morir de hambre. Conoce entonces a Shawn, un soldado que la atrae y que la ayudará a superar las pruebas exigidas a los aspirantes. Cuando al fin entra en combate aparece Max, el príncipe heredero de Norce, que se ganará su confianza.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento3 oct 2023
ISBN9788419776013
War Third
Autor

Isabella Hernández Saenz

Soy Isabella Hernández Saenz, nací en México en el 2004 y vengo de una familia normal, soy alguien apegada a mis amigos, a mi familia y al deporte, sobre todo, al futbol americano .Desde pequeña me ha gustado leer y escribir; pero mi verdadera pasión no comenzó hasta que tomé un curso de escritura en mi escuela, a partir de ahí, comencé a escribir pequeños cuentos en compañía de mis amigos a modo de diversión, sin embargo, no fue hasta la pandemia que finalmente decidí cumplir uno de mis más grandes sueños y escribir un libro.

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    War Third - Isabella Hernández Saenz

    War Third

    Isabella Hernández Saenz

    War Third

    Isabella Hernández Saenz

    No se permite la reproducción total o parcial de este libro, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio, sea éste electrónico, mecánico, por fotocopia, por grabación u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito del autor. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Art. 270 y siguientes del Código Penal).

    © Isabella Hernández Saenz, 2023

    Diseño de la cubierta: Equipo de diseño de Universo de Letras

    Imagen de cubierta: ©Shutterstock.com

    Obra publicada por el sello Universo de Letras

    www.universodeletras.com

    Primera edición: 2023

    ISBN: 9788419775603

    ISBN eBook: 9788419776013

    A mis padres y hermano,

    Gracias por ser la esperanza en mi guerra personal.

    Prólogo

    La guerra había acabado con muchas cosas a lo largo de los años: la hermosa vista a las estrellas, los árboles, los trabajos y la salud de las personas... Pero, sobre todo, había acabado con las esperanzas: las personas dejaron de creer en la paz, en una vida próspera y tranquila. La verdad, no los culpaba: habían sido más de 100 años de conflicto y nada parecía mejorar o llegar a su fin. Pese a todo eso, mis padres seguían creyendo y decían que la esperanza era lo último que tenía que morir. Por esa razón decidieron llamarme Hope, «esperanza» en inglés. Mis padres solían decirme que era su pequeña estrellita en la oscuridad, su esperanza. Durante mucho tiempo, intenté hacerle honor a mi nombre: mantener la esperanza ante todo. Pero hacer algo así en un lugar como la Sección X, o en cualquiera de los tres reinos, era muy difícil.

    Desde que nací, había vivido en medio de la guerra, en las ruinas de lo que en algún momento fue un gran reino, poderoso y unido. Según los libros de historia que había estudiado en la escuela, antes los tres reinos eran uno solo, temido por todos sus enemigos, pero nadie sabía que lo que destruiría a ese reino serían los conflictos internos. Hace más de 100 años sus habitantes comenzaron a protestar por la explotación de recursos naturales y el poder que ejercían los ricos sobre los de clase media y los pobres, pero al rey no pareció importarle y se desencadenó una revolución. Ese enfrentamiento nunca llegó a su fin y el gran reino terminó convirtiéndose en dos peleando entre ellos constantemente. El primer reino fue nombrado Norce, conocido por disponer de recursos, poder y dinero. Era un reino frío y sin principios, lleno de crueldad y tortura. Se encontraba al lado norte de todo y, en teoría, era el lado malo. Luego se formó el segundo reino que fue nombrado Sauque, un reino al sur que se fue levantando poco a poco con los recursos de su rico fundador. En un principio los recursos no eran suficientes, pero conforme el reino fue creciendo, su fortuna también, hasta casi equipararse con Norce. En teoría, era el lado bueno y con mejores principios, pero todo eso dependía de a quién le preguntaras.

    Después de muchos años de muertes, batallas perdidas y derrotas se creó un supuesto tercer reino en medio de todo el caos, nombrado la Sección X. Era una especie de reino pobre y sin gobierno que sufría cada día para poder sobrevivir, pero también era el único de los tres reinos que no formaba parte de la guerra. Todos sus habitantes eran desertores de la guerra, personas que tras años de malos tratos y de vivir en terror habían decidido buscar una vida mejor. Todos ellos creían en la paz y no en la violencia. Ese era mi pueblo: se nos conocía como los factores, o bien como los habitantes más pobres y con menos suerte en el mundo.

    El pasado de los factores siempre ha sido un misterio. Todo mundo tenía sus propias historias, pero las que más se oían eran tres: la primera decía que un norce había empezado la Sección X, y la otra decía que un sauque, pero la tercera historia era mi favorita: decía que una pareja de un sauque y una norce no podían estar juntos por ser de diferentes reinos y habían decidido huir para vivir unidos y comenzar su propio reino, donde todos pudieran vivir en paz sin importar su procedencia. Sabía que era algo fantasioso, pero me gustaba porque significaba que aún había esperanza en alguna parte. Al final del día, nada de eso importaba porque, después de tantos años, seguramente todos los factores teníamos tanto sangre norce como sauque.

    Por lo que respecta a mi familia, mis padres nunca me dijeron de dónde habían desertado mis abuelos. Solo sabía que cuando ellos lo habían decidido, la idea de huir para formar parte de la Sección X prometía muchas cosas: un nuevo comienzo, una vida en paz y sin preocupaciones. Sin embargo, todo había quedado en eso, una idea, porque ahora, con el paso de los años, la Sección X era todo lo contrario a falta de gobierno. Pese a todo eso, cuando mis padres crecieron y tuvieron la oportunidad de huir de regreso a cualquiera de los otros dos reinos, decidieron quedarse, porque ellos se habían conocido allí y ambos creían en la Sección X: en algún momento iba a ser un gran lugar para vivir, y además ellos creían que combatir violencia con más violencia jamás sería la solución. Así que terminaron casándose y creando una familia en el reino más contaminado, más pobre y también con más muertes en el mundo, aunque no estuviéramos en guerra: lo habitual era que los factores murieran por falta de comida, de oxígeno o de higiene. Fuera como fuera, los factores morían lentamente y los pocos que quedaban de pie desertaban de regreso a Sauque o a Norce, porque se rendían y preferían unirse a la guerra para recibir a cambio un poco de comida u oxígeno. Si no lo hacían por su propia voluntad, Norce los llevaba a la fuerza. Así que, hiciéramos lo que hiciéramos, nuestra población desaparecía poco a poco, y mi familia no era ninguna excepción.

    Efectivamente, con todos los obstáculos diarios que había en la Sección X, Norce no nos facilitaba las cosas: en su errada anual, los soldados se llevaban a distintos ciudadanos al azar. Siempre se oía hablar de eso: el conocido de un conocido que había perdido a su padre, la tía de una amiga, el vecino de al lado, el señor que solía trabajar con mi padre. Todas eran historias que recorrían la sección y que jamás pensabas que te tocaría vivir. Sin embargo, cuando cumplí seis años me tocó: los soldados de Norce se llevaron a mis padres. Una tarde, después de la escuela, los agentes norce se presentaron en nuestra sección, por lo que todos los niños nos ocultamos en nuestras casas. Los soldados llevaban sus particulares uniformes rojos, que según los cuentos de terror de los niños eran para disimular la sangre de sus víctimas. Mi hermano y yo decidimos jugar a las cartas para distraernos hasta que los soldados se marcharan, pero tuvimos la mala suerte de que los soldados llamaran a nuestra puerta. Al ver lo que ocurría, nuestros padres nos escondieron en el armario y después se escuchó cómo la puerta principal se abría. De pronto oímos golpes al otro lado, e intenté gritar, pero mi hermano me tapó la boca. Después de eso, no recuerdo absolutamente nada, solo despertar al día siguiente, sin mis padres. A partir de ese momento, solo fuimos mi hermano y yo contra el mundo.

    Después del secuestro de mis padres, todo se volvió más difícil en la casa Western. Por suerte yo no lo noté demasiado, porque mi hermano pasó de ser un niño más que iba a la escuela y salía con sus amigos a jugar, a ser mi guardián. Desde el momento en que mis padres desaparecieron, él se sacrificó por mí y trató de darme todo lo que necesitaba. Empezó a tomar cada trabajo que le ofrecían para así hacerse cargo de las facturas. En serio, se esforzó para que yo no notara el cambio tan radical y no me preocupara por nada. Sin embargo, por más que se hubiera esforzado, no podía pagar por los dos con el salario de un niño, así que llegó el momento en que las facturas lo empezaron a sobrepasar. Entonces tuvo que tomar la decisión más difícil de su vida: mandarme a trabajar. Primero me resistí a la idea: yo solo era una niña que después de la escuela quería salir a jugar y divertirse, no ir a trabajar. Ciertamente, no vivía en el mejor lugar, pero hasta ese momento nunca me había faltado nada esencial y no entendía lo que el dinero extra nos podía aportar. No obstante, después de una mala decisión, un par de azotes en la plaza principal de mi sección y una larga conversación con mi hermano, me di cuenta de que mi trabajo nos ayudaría a tener más lujos y de que sería beneficioso para mí.

    Después de largos meses buscando un empleo, alguien finalmente decidió contratarme y las cosas mejoraron para mi pequeña familia: mi hermano y yo. Por fin, comenzamos a adaptarnos a nuestra nueva situación y los dos juntos reconstruimos nuestras vidas. Sin embargo la suerte en la Sección X jamás duraba demasiado y así, años después de la partida de mis padres, la historia se repitió: los soldados norce regresaron a nuestro hogar, irrumpieron en nuestra casa y se llevaron a mi hermano. Una vez más, el armario fue mi escondite. Al salir, era una niña de doce años que estaba sola y lo había perdido todo. Aterrada, sin saber dónde estaba mi familia, tuve que encontrar la forma de sobrevivir por mi cuenta.

    Adaptarme me costó muchísimo, porque mi hermano y mis padres me habían acostumbrado a pensar que ser responsables y hacerse cargo de las cosas era una tarea fácil. Aun así, logré sobrevivir y después de un par de años de práctica comencé a adaptarme. Sin darme cuenta, comencé a trabajar más de quince horas a pleno rayo de sol y, en vez de vivir, comencé a sobrevivir. Después de tantas derrotas, me acostumbré a vivir en soledad, sin ninguna compañía: conocer a alguien significaba poder perderlo y prefería no tener que pasar por eso de nuevo. Así que simplemente me acostumbré a vivir sola, no me faltaba nada primordial y eso era más que suficiente para mí. Sí, mi situación era difícil, pero la guerra también lo era y era algo con lo que todos vivíamos. Así que en vez de quejarme por todo, me acostumbré y me adapté a los retos. Era lo único que me mantenía con vida y aunque a veces extrañaba a mi familia pensaba que, a diferencia de ellos, yo tenía la oportunidad de continuar.

    Capítulo 1

    En ese año, la sequía llegó mucho antes de lo que habíamos esperado. Solía llegar a inicios de la primavera o un par de días antes. Esta vez, en cambio, se adelantó a finales del año que terminaba y, como nadie lo había visto venir, arrasó con todos los cultivos y también con todos los trabajos en la Sección X. El ingreso principal de cualquier factor eran los cultivos. Éramos un reino dedicado a la agricultura y, como el agua fue racionada en todas partes, apenas y nos alcanzaba para poder sobrevivir. Los sembradíos comenzaron a morir y el desempleo aumentó y aumentó. Al inicio me salvé, pero después de unas cuantas semanas, los sembradíos en los que había trabajado por más de un año y medio murieron.

    Luego de eso, comencé a levantarme cada día antes de que el sol saliera para ir a buscar un nuevo trabajo. Primero me sentía confiada en que sería algo sencillo de conseguir, porque tenía experiencia desde los siete años. Pero mi currículum no le importaba a nadie: era una chica y todos buscaban hombres fuertes que pudieran ir a por cubos de agua hasta el río para luego regresarlos hasta los sembradíos. Yo estaba segura de que podía hacer ese trabajo: era algo flaca y quizás malnutrida, pero por un poco de dinero podía hacerlo. Insistí en decírselo a los dueños de los cultivos, pero ellos no confiaban en mí y nadie me quería contratar. Al final tuve que vender mis escasas pertenencias para tener un poco de dinero y seguir sobreviviendo.

    Después de casi un mes sin trabajo, mis esperanzas de encontrar uno nuevo se esfumaron. En pocos días, mis raciones de comida se iban a acabar y ya no tenía dinero o cosas para vender, así que ya no iba a poder comprar más comida. Pensé en ir a cazar, pero lo cierto era que me sentía débil y desmotivada. Además, el viaje me quitaría un día entero de búsqueda de empleo. No podía darme por vencida: tenía que seguir buscando un trabajo y esperar a que las cosas mejoraran, como hacían todos los factores. Continué buscando trabajo, día tras día. Ya estaba casi segura de que me habían rechazado en cada sembradío, fábrica, negocio, restaurante o lugar que pudiera contratarme, pero la misma mala suerte persistía. Pasé una de las temporadas más duras de toda mi vida. Tras una larga espera me cansé, y cuando una oferta tentadora se presentó en la puerta de mi casa, no pude resistirme a tomarla. Tal vez no era lo que yo esperaba, pero me había quedado sin opciones y, si quería sobrevivir, debía aceptar la oferta antes de que desapareciera. A fin de cuentas, de eso se trataba: de ser un factor, de sobrevivir.

    —¡Señorita Hope!

    El cartero Adam siempre me saludaba con una sonrisa forzada, más vieja y cansada con el paso de los años. Era algo delgaducho, como cualquier otro factor. Sus cabellos pelirrojos siempre iban peinados perfectamente hacia atrás, pero con los años se habían pintado de un color blanco que lo hacían aún más pálido. De pequeña estaba acostumbrada a verlo por casa: mis padres siempre recibían correspondencia, al igual que mi hermano y, como ellos siempre estaban trabajando, a mí me tocaba recibirla un par de veces al día. Sin embargo, la última vez que lo había visto había sido poco antes de que los soldados norce se llevaran a mi hermano. De eso hacía más de ocho años, así que era raro verlo de regreso a casa. Además, yo no conocía a quién escribirle ni a quién quisiera escribirme. Así, cuando lo vi en la entrada, fruncí el ceño. Él no pareció notarlo, porque me tendió dos cartas y, después de que las tomara, me dedicó una falsa sonrisa, dio media vuelta y sin decir nada más se marchó. Nunca había sido un hombre de muchas palabras y aunque de chiquita eso me molestaba, en ese momento de soledad se lo agradecí, porque su presencia me recordaba a mi familia y prefería no tener que verlo.

    Desconcertada por la visita del cartero Adam, me serví un poco de frijoles y me dirigí al único sillón que todavía conservaba. Era algo viejo y sus resortes salían de la tela haciéndolo un poco incómodo, pero en definitiva era mucho mejor que la silla que había en mi comedor. Dejé las cartas en la mesilla de al lado y me puse a comer mientras pensaba en mi familia cuando todavía se podía llamar eso, una familia. Una vez que terminé de comer, agarré las cartas y contemplé los sobres un par de minutos: hacía mucho tiempo que no sujetaba papel entre mis manos y me sentía extraña. Después de un rato finalmente decidí abrirlas. Tomé la primera carta que venía en un sobre maltratado y la abrí. Dentro no había nada más que un papel completamente en blanco. Se me hizo raro, así que la dejé a un lado pensando que tal vez se tratara de una broma. Después, tomé la segunda carta que venía en mucho mejores condiciones y la desdoblé para comenzarla a leer. Más que una carta, el sobre contenía un anuncio por parte de Norce: los reclutamientos anuales se iniciaban en una semana y, como para entonces habría cumplido los veintiún años de edad, oficialmente, podía unirme al ejército. Claro está, eso ya lo sabía: unas semanas antes, los soldados de Norce se habían presentado para colgar los anuncios por todas partes, y cada año, por esas fechas más de mil factores desertaban para unirse a la guerra, y todo para recibir a cambio un poco de comida, oxígeno y un techo estable. Unirme a Norce o Sauque siempre había sido una oferta tentadora: todos los factores pensaban en alistarse por lo menos una vez en la vida, incluso yo había pensado en ello. Hasta ese momento, solo había sido una idea y nunca se había quedado en mi mente más de lo necesario. Sin embargo, ese año era algo que en realidad podía hacer, y la oferta sonaba mejor de lo que jamás había pensado: estaba desempleada, pronto me quedaría sin comida y sin dinero... Poco a poco, la oferta de los otros dos reinos iba sumando atractivos.

    Después de eso, la idea se quedó en mi cabeza por varias semanas. Estaba nerviosa, ansiosa y molesta porque sentía que era una mala persona por pensar en eso más de lo debido. Quería sacar esa idea de mi mente, hacerla desaparecer por completo, pero no podía. Y no se esfumaba porque, en el fondo, por mucho que tal vez no fuera mi mejor opción, sabía que era la más fácil de tomar. Si me unía a la guerra, me iba a quitar varios problemas de encima. De pequeña había juzgado con severidad a las personas que cedían y se unían, pero ahora comprendía por qué lo hacían. La idea de alistarme realmente sonaba mejor que cualquiera de mis posibles ofertas, pero cada vez que Norce venía a mi cabeza me volvía a sentir culpable, porque mi mente se marchaba a los recuerdos de cuando se habían llevado a mi familia. Entonces la idea perdía atractivo: no podía alistarme con los que habían causado la destrucción de mi familia y todos mis huecos emocionales. Mis padres no habían alcanzado a enseñarme demasiadas cosas, pero había dos que habían quedado claras en mi mente: la primera era odiar la guerra y luchar por lo que quería, pero sin la necesidad de usar la violencia. Ir a la guerra sería traicionar los principios de mis padres y de mi familia. Sin embargo, habían sido ellos quienes también me habían enseñado a no perder nunca la esperanza ni darme por vencida. Si me quedaba en la Sección X, sería exactamente lo mismo que darme por vencida. En ese lugar, ya no había nada más que pudiera hacer y, escogiera lo que escogiera, mi decisión no iba a dejarme completamente satisfecha. Así que después de una semana entera analizando cada pro y contra, finalmente llegué a la mejor conclusión posible: me alistaría, pero no en Norce, sino en Sauque.

    Alistarme en Sauque seguiría siendo una traición a todos los ideales de mi familia y lo sabía, pero al final era una mejor opción que unirme a Norce. Cada vez que pensaba en eso me sentía un poco mal. Pero mi familia ya no estaba y en el fondo sabía que, si no aprovechaba esa oportunidad, terminaría muerta en alguna parte de la Sección X por falta de alimentación. Aunque me sintiera como la peor persona del mundo y la idea no me convenciera del todo, tenía que sobrevivir y, si quería hacerlo, tenía que elegir un lado en la guerra, como todo el mundo hacía. Y ya puestos prefería Sauque, que quizás no era el mejor reino, pero por lo menos no era Norce. Ellos no se habían llevado a mi familia. Estaba muy indecisa, pero después de largas horas decidí alistarme en Sauque. Para no sentirme tan culpable, intentaría acabar con la guerra. Era un intento tonto de compensar a mi familia por traicionarlos.

    El viernes por la mañana iniciaban los reclutamientos. Pasé varios días sin comer para recargarme de comida justo el día que emprendería mi viaje y así no irme con el estómago vacío. Sauque no quedaba demasiado lejos de mi casa, pero aun así debía emprender un viaje que no estaba segura de si aguantaría. Busqué trabajo por el resto de la semana y no conseguí nada. El viernes, después de comer, tomé la vieja valija de mi padre, que estaba sobre el armario, y la sacudí para quitarle todo el polvo que llevaba encima. Una vez limpia, la abrí encontrándome con las viejas pertenencias de mi padre: un viejo saco a cuadros hecho de lana rasposa, sus viejos lentes para leer y el peine que solía llevar en la bolsa de su camisa para peinarse el bigote. Al ver todas sus cosas sobre la cama, el alma se me vino a los pies y las viejas cicatrices en mi espalda se tensaron. Creía que mi hermano se había deshecho de todas las viejas pertenencias de mi padre. Sin embargo, ahí estaba yo sujetándolas con fuerza en mi pecho y fundiéndome en los recuerdos de mi familia.

    Después de unos minutos, hundiéndome en mi propia tristeza, mi mente me obligó a regresar a la realidad. «No hay tiempo para esto», me dije antes de tomar mis escasas pertenencias y meterlas en la valija: una chaqueta sucia y rota, una vieja foto de mi familia, dos listones para hacerme el pelo y mi otra muda. Lo puse todo dentro, respiré profundo e intenté tranquilizarme, aunque no sirvió de nada. Con los nervios a flor de piel, salí de mi vieja y destartalada casa para darle un último vistazo. Sabía que cuando regresara muy probablemente ya no la encontraría y, aunque me dolía un poco, me sentí emocionada por iniciar mi nueva aventura.

    Capítulo 2

    Me esperaban más de dos horas de viaje. La base de reclutamiento sauque quedaba en el punto medio entre mi pueblo, la sección C11JB, donde solía cazar C19HF y un pequeño pueblo de Sauque ubicado en la sección L5JB. El camino no era tan largo como el que tomaba para ir a cazar, pero sí era un poco más peligroso al tener una ruta de escombros en medio: un pequeño tramo en el camino en donde ponían los restos de lo que en algún momento habían sido grandes estructuras, edificios o monumentos. Caminando por ahí era fácil encontrar animales del desierto, vidrios, rocas de todos los tamaños, ladrillos, varillas de metal, entre muchas otras cosas, todas apiladas en grandes montañas que me impedían el paso y que debía escalar, con algún que otro rasguño en el proceso. Pero prefería escalarlas a rodearlas, porque lo que hacía verdaderamente peligroso ese lugar eran las minas terrestres que, a pesar de haber sido desactivadas hacía tantos años, aun detonaban de vez en cuando.

    El camino se me hizo mucho más pesado que en ocasiones anteriores. Como siempre, me lastimé y casi al llegar me faltaba el oxígeno. Lo que volvió difícil ese recorrido fue que el hambre se presentó y logró que casi me rindiera. Por suerte, en la distancia pude ver las grandes carpas amarillas con los enormes logos sauque y las banderas ondulantes, lo que me dio la esperanza y los ánimos que me faltaban para continuar. Por fin estuve parada frente a las grandes carpas sauque que anunciaban el reclutamiento.

    Una vez allí, me tomé la libertad de descansar y recuperar el aire al igual que la confianza. Frente a las grandes carpas, me sentía vulnerable: mis piernas y brazos temblaban, todo en mi interior me suplicaba que huyera de ese lugar, pero ya estaba ahí. Si quería salir adelante, mi mejor opción era quedarme. Después de recuperar el aire, di mi primer paso hacia la entrada y sentí el corazón latir con fuerza. Tragué grueso y, con el poco valor que logré encontrar, comencé a caminar. Mi valor no duró mucho, porque cuanto más me acercaba, más me arrepentía de haber ido hasta aquel lugar.

    Paré en seco a unos escasos metros de la entrada: todo a mi alrededor sugería que saliera huyendo de ahí. Era fácil darse cuenta de quién era un sauque y quién, un factor. Por todo el recinto se oían lamentos ya fuera por piedad o compasión. A mi izquierda, un anciano de unos 80 años le rogaba a un guardia que le permitieran hacer las pruebas una vez más, que lo reconsideraran, y prometía que no se arrepentirían. Sin embargo los guardias sauque no le hacían caso y lo sacaban a rastras del campamento temporal: «Ese es factor», asumí en seguida y continué. En la entrada había un chico de más o menos mi edad que rogaba que lo dejaran ir a casa y aseguraba a los que yo supuse que eran sus padres que no era material para la guerra. «Ese es sauque», pensé. Intenté volver a concentrarme en mi cometido y caminar hasta el interior del recinto; sin embargo, las piernas

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