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Metal Knucks: El Sarcófago Rojo
Metal Knucks: El Sarcófago Rojo
Metal Knucks: El Sarcófago Rojo
Libro electrónico393 páginas5 horas

Metal Knucks: El Sarcófago Rojo

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Primera novela de la saga «Metal K».

La III Guerra ha estallado. Tarde o temprano iba a tener que ocurrir. Nuestro planeta está desolado y el caos es insostenible. No hay esperanza, nadie espera sobrevivir a esto.

Charlotte Halley, una joven de veinte años, resiste en una vieja cabaña de Roswell (Nuevo México), pero permanecer a salvo es algo que le resultará extremadamente complicado debido a los peligros que acechan ahí fuera.

Conocer la verdadera historia de nuestro pasado hará comprender a Charlotte quiénes somos, de dónde venimos y a dónde nos dirigimos. ¿Cuál es nuestra misión en este mundo? ¿Existe un destino inalterable? ¡¿Dónde están nuestros dioses?! ¡¿Por qué no nos ayudan...?!

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento25 ene 2020
ISBN9788418073816
Metal Knucks: El Sarcófago Rojo
Autor

Roberto González

Roberto González, nacido en 1980 en la ciudad de Oviedo, actualmente trabaja como maestro en pedagogía terapéutica. Su infancia y juventud transcurren dibujando otras realidades, con lápiz y pincel sobre papel y lienzo. Ahora, en Metal Knucks, su ópera prima, lo hace de nuevo, pero utilizando palabras esta vez. Hace cuatro años nace su hija y también lo haría Metal Knucks, brotando como el impulso paralelo que le lleva a contar la historia de un universo muy auténtico que jamás existirá.

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    Metal Knucks - Roberto González

    Prólogo

    Si algo he aprendido en este tiempo, es que todos tenemos un lado bueno y un lado malo. Unos son más buenos que malos, otros son más malos que buenos, pero, al final, todos hemos cometido algún acto de maldad en cierta ocasión. La única diferencia que existe entre nosotros es la capacidad que cada uno tiene para amar a determinadas personas y la abnegada aceptación consciente de su lado negativo.

    ***

    Roswell (Nuevo Méjico),

    23 de julio de 2027 d. C., 19:30 horas

    Aquí, en la Tierra, la maldad ha rebosado. La III Guerra lo ha desolado todo. El planeta entero está siendo destruido por ambos bandos. Apenas quedan infraestructuras, los gobiernos han desaparecido y los alimentos escasean. Estamos en manos de los generales al mando de los ejércitos, más preocupados por vencer a su rival que por la supervivencia de los habitantes. Las bombas nucleares detonadas, unidas a la densa contaminación, hacen que cada día sea más difícil respirar. Ya no hay esperanza entre nosotros. Nadie espera sobrevivir a esto.

    Las personas que no mueren por las explosiones de los bombardeos lo hacen por la radiación, las infecciones, el hambre… o son víctimas de la delincuencia del caos y el pillaje que proliferan en todas las ciudades. Sobrevivir un día más es ahora el único objetivo de la mayoría de la población.

    Cuando yo tenía diez años, mi abuelo Jan Halley y yo nos vinimos a esta cabaña aislada que él tenía en lo alto de una colina del desierto a varios kilómetros de la ciudad. Yo no sabía de su existencia, pero parece ser que Jan había nacido aquí a finales de los años cincuenta y, posteriormente, también solía pasar mucho tiempo en el desierto hasta que tuvo que hacerse cargo de mí. Jamás me ha contado nada acerca de mis padres, solo recuerdo que él fue quien me crio. Nunca nos ha gustado hablar de ello.

    En las poblaciones más aisladas era más fácil sobrevivir a los saqueos que en las grandes ciudades. Eran menos frecuentes. Además, el nivel de contaminación del aire era algo menor. Aquí podías conseguir agua de alguna manera y, con algún animal y pequeños cultivos, podías ir tirando. Sin embargo, tenías que acudir a la ciudad cada cierto tiempo en busca de víveres, algo que era terriblemente peligroso y que mi abuelo solía hacer una vez al mes aproximadamente, si no quedaba más remedio.

    Jan tenía un búnker con un auténtico arsenal de antiguas pistolas y escopetas de todo tipo, con las que practicábamos cuando podíamos. Siempre había sido muy aficionado y las coleccionaba desde que era solo un niño. Cuando bajaba a la ciudad, iba armado hasta los dientes; llevaba una pistola en el bolsillo, un puñal atado a la pierna, un rifle de asalto en la mano, prismáticos, munición en la mochila… Si no estuviéramos en medio de esta destrucción total, esto parecería extraño. Pero no, era la única manera de sobrevivir. Además, había que moverse con sigilo. Lo más importante era no ser visto por nadie, coger lo que necesitaras y volver sin haber hecho el más mínimo ruido, con la máxima discreción. Mi abuelo no solía contarme los problemas que le habían surgido en sus incursiones a la ciudad, pero un día fueron los problemas los que nos encontraron a nosotros.

    Nuestra cabaña estaba bien camuflada en lo alto de la colina; sin embargo, una noche habían podido seguir a mi abuelo hasta aquí, a pesar de que él siempre tenía la precaución de conducir sin luces por los caminos al anochecer. Eran cuatro hombres, asediaron la cabaña desde los cuatro costados. Jan intercambiaba disparos con ellos desde la ventana hacia las laderas de la colina, pero no podía contenerlos a todos. No tuvo otra opción que darme un arma y ordenarme disparar. No lo pensé; mi confianza en mi abuelo era inmensa. Hice lo que me dijo; igual que lo hacía en nuestras prácticas de tiro. Pronto abatí a un par de ellos parapetada bajo la otra ventana. Teníamos la ventaja de la altura de nuestro lado y estábamos bien cubiertos, agachados en el suelo de la cabaña.

    Mi abuelo le había dado a otro mientras este intentaba avanzar colina arriba disparándonos a bocajarro. El cuarto logró entrar por la ventana donde estaba Jan, derribándola de una patada. Mi abuelo cayó hacia atrás, soltando su arma tras el golpe del ventanal. El desconocido tenía a Jan, expuesto, indefenso y desarmado. Yo le apunté en el pecho y apreté el gatillo. Estuve llorando durante días, tratando de entender lo que había pasado; tratando de entender por qué tenemos que arrebatar la vida a otras personas, eliminando también todo su futuro con ellas… y soportando el dolor que me estaba ocasionando no alcanzar ninguna respuesta.

    Pasados unos años, mi abuelo enfermó. Una extraña enfermedad empezó a consumirlo y, como si supiera que todo aquello era incurable e inevitable, tanto su enfermedad como la situación en la Tierra, me dedicaba todo su tiempo, más aún si fuera posible. Comenzó a contarme unas increíbles historias sobre batallas antiquísimas y enigmáticas aventuras espaciales que me ayudaban a dormir; eran fascinantes y extrañas al mismo tiempo. También me enseñaba decenas de complejos planos sobre naves y otros vehículos que yo copiaba y dibujaba para pasar el tiempo y entretenerme porque, después de todo, yo seguía siendo una niña que necesitaba jugar aunque estuviéramos en medio de esta terrible guerra. Era increíble cómo Jan conseguía que viviéramos en una pequeña burbuja de aparente normalidad y trataba de evitar, en lo posible, que yo fuera consciente de todo este maldito caos.

    Jan estaba bastante deteriorado por la enfermedad y, aunque realmente era un hombre increíblemente corpulento y ágil para su edad, no quería reconocer que sus sesenta y cuatro años le estaban empezando a pasar factura. Seguía prohibiéndome ir con él; cuando mi abuelo iba a la ciudad, yo esperaba en el búnker camuflado bajo el suelo de la cabaña hasta que él llegaba. Lo cierto es que este habitáculo subterráneo nos ha ayudado mucho todos estos años; diseñado originalmente para guarecerse de los tornados, aclimatado después como refugio antiaéreo y también nuclear durante la II Guerra y en la Guerra Fría.

    Aquí dentro, yo trataba de evadirme del ensordecedor ruido de los bombardeos de afuera, escuchando antiguas canciones de amor y destino de un viejo músico argentino con mi desfasado reproductor de MP3. Hay que ver cómo puede cambiar la percepción de una misma realidad si esta la sientes escuchando tu música preferida.

    Durante este tiempo en soledad, también buscaba alguna señal de radio con mi antigua emisora. Ansiaba poder contactar con alguna otra chica en una situación similar a la mía para poder hacernos amigas, porque realmente solo podía hablar con mi abuelo y sentía la necesidad de relacionarme con jóvenes de mi edad.

    Ahora han pasado ya cinco años desde que Jan fuera a la ciudad como tantas otras veces; aquella tarde necesitábamos carburante para el generador de electricidad.

    Pero, en esa ocasión, mi abuelo no regresó. Y nunca he podido despedirme de él.

    ***

    Mi nombre es Charlotte Halley. He conseguido vivir veinte años y no sé si podré ver la luz del sol el día de mañana. Por eso, esta noche no dormiré hasta que inmortalice, dejando escrita, la última historia que mi abuelo Jan Halley me contó días antes de marcharse.

    Primera parte

    I

    Capítulo 1

    Hace aproximadamente sesenta y cinco millones de años, en nuestro sistema solar

    Los smoux esperaban apostados en la luna Cassim —hoy la llamamos Caronte, luna de Plutón— hasta que lanzaron casi todas las naves de su pequeño ejército a través del espectro de traslación sobre las regiones sagradas de Shazku’. El ataque fue brutal e inesperado. Penetraron en sus atmósferas sin ninguna oposición. La invasión fue ejecutada al mismo tiempo en la mayoría de las lunas de la región, en las más grandes y pobladas. Dispararon los cañones láser de mayor calibre sobre las infraestructuras más importantes, inutilizándolas y destruyendo prácticamente todos los monasterios y núcleos de población. La batería de cañones fue devastadora. Miles de proyectiles tornaron el azulado cielo en un sangriento rojo oscuro.

    —¡A todas las naves, descended! —Bayiu, el líder de los smoux, ordenó tomar tierra a través de los intercomunicadores—. ¡Tomad el planeta!

    La nave líder se posó frente a lo que quedaba en pie del edificio más grande de la ciudad de Oteï, el órgano de gobierno de los monjes shazku’.

    —¡Destruid el centro de control de comunicaciones ya! —ordenó el segundo al mando de los smoux a su escuadrón—. ¡Vamos!, ¡rápido!

    Las naves que conformaban el tercer escuadrón, después de destruir los escasos hangares que poseían los monjes, destrozaron su centro de comunicaciones, aislando a las lunas shazku’ de cualquier tipo de contacto entrante o saliente. Las lunas estaban a su merced y el grueso del ejército smoux tomaba tierra. Solo unas pocas naves quedaron orbitando en función de vigilancia, evitando cualquier intento de escape por parte de los shazku’.

    Fue una auténtica masacre. Un día y medio había pasado desde la llamada de socorro emitida por el gobierno shazku’, una vez detectaron la aparición de las naves smoux, hasta que estos tomaron y destrozaron las ciudades, dispuestos a comenzar con el saqueo de la sagrada región.

    ***

    Los smoux eran una raza muy violenta, saqueadores, piratas conquistadores de tierras y mundos que devastaban hasta su total consumición. Nunca permanecían más de unos pocos días en una misma región, pues eran nómadas que vagaban de un lado para otro para aprovisionarse. Se abastecían en su camino de aquello que necesitaban y el resto era desechado o destruido. Y no solo de recursos materiales; eran carnívoros muy voraces y, dependiendo de si la especie saqueada fuera de su agrado o no, recolectarían a sus individuos como alimento en las salas frigoríficas de sus naves. Sus cuerpos eran muy corpulentos, lo que les proporcionaba ventaja en astros con menor índice de gravedad que su planeta de origen, de ahí su hábito de abordaje a lunas de pequeño tamaño. Su aspecto era medio humanoide, medio bestia; con una piel blanca como la leche, pequeños cuernos y una gran boca que se desencajaba para devorar a sus víctimas. Vestían ropas militares y casacas, siempre bien armados, como si fueran mercenarios. Organizados como un pequeño ejército de unos trescientos individuos varones y casi un centenar de pequeñas naves diseñadas para el asalto, al mando del general Bayiu. Su liderazgo, como en las manadas de lobos, era semejante al del macho Alpha que impone el miedo y el respeto a sus subordinados mediante la ley del terror.

    ¿Su objetivo? Arrasar la región independiente de Shazku’, su última misión, a cambio de nuevos mundos florecientes de agua y riqueza natural que les permitieran una vida más próspera para el futuro de sus crías y, así, poder dejar de vagar para siempre. La región Shazku’ estaba formada por el conjunto de satélites que orbitan en el planeta Salthac, el cual hoy los humanos hemos renombrado como Júpiter. Más de sesenta lunas, de las cuales solamente las cinco más grandes estaban pobladas, todas ellas conformaban la mayor maravilla de recursos naturales de nuestro sistema solar. Su belleza era incomparable; inmensos bosques, altísimas montañas desencadenantes de cataratas imposibles, preciosos lagos y mares cristalinos. El azul celeste y el verde esmeralda lo invadían todo. Nuestros ojos terrícolas nunca verán tanta belleza.

    Las contadas ciudades estaban superpobladas, pero daban paso a cientos de pequeñas aldeas donde se encontraban los monasterios más antiguos. Allí era donde vivían enclaustrados los más eremitas de la orden Shazku’. Esta sagrada región se mantuvo independiente y neutra desde hacía muchos siglos, aun poseyendo los mayores recursos naturales del sistema, debido al respeto que se les tenía a estos monjes desde el pasado más remoto.

    A pesar de su personalidad armoniosa innata, existía un gran antagonismo social en la región. Los monjes más ortodoxos habitaban los templos de las afueras, mientras que las ciudades estaban pobladas por la mayoría de los individuos de la raza shazku’; más laicos y cada vez más sofisticados y frívolos, habían perdido poco a poco las tradiciones y creencias más ancestrales a cambio de un banalismo, al igual que ha ocurrido en nuestra evolución cultural aquí en la Tierra. Pero, a diferencia de nosotros, ambas vertientes de su sociedad siempre se han mantenido totalmente pacíficas, de ahí que no hubieran ofrecido ninguna resistencia a la invasión smoux.

    Los monjes más ermitaños, dedicados a la más profunda meditación, se habían mantenido en armonía con la naturaleza que los rodeaba. Sus cerebros eran potencialmente inteligentes; con una cultura ancestral transmitida durante cientos de miles de años, su especie destacaba sobre las demás por su razonamiento lógico y una impertérrita moral. Además, su tradición contenía un arte marcial único, solamente adiestrado de generación en generación por y para la raza shazku’, en el secretismo de los monasterios más aislados. El arte aplicaba un conocimiento exhaustivo de la morfología de las diferentes especies de la galaxia en cuanto al modo de articular de sus extremidades, el grado de percepción que poseían del entorno, los recursos vitales que utilizaban para subsistir como pudiera ser el tipo de respiración, su esqueleto o exoesqueleto protector… como una información previa antes del ataque más efectivo, breve y de menor esfuerzo que fuera capaz de inutilizar cualquier función física del rival deteniendo la amenaza. Era una técnica que actuaba de manera proporcional, produciendo los mínimos daños necesarios en el oponente. Este arte marcial, más que un arma, era el modo de ejecutar una rápida respuesta ante un problema que así lo requiriera. Los monjes eran contrarios a la batalla, pero no dudaban en hacer uso de estas técnicas de lucha con una fría templanza, sin dejarse llevar en ningún momento por sentimientos de venganza, orgullo o rabia.

    Los shazku’ poseían una estatura escasa, no eran nada corpulentos, aunque eso era algo que compensaban con creces con su gran ingenio. Por ello, desde los orígenes de su existencia como sociedad han tendido a establecerse en lunas de pequeño tamaño con menos gravedad que en los demás astros mayores. Su estructura corporal era humanoide, pero con una cabeza de mayor tamaño y un tronco más pequeño en proporción a sus extremidades. El color de su piel solía mostrarse pálido, con un par de diminutas orejas puntiagudas encima de la cabeza y unos enormes ojos que insinuaban la brillantez y creatividad de sus mentes.

    ***

    Las naves smoux estaban en tierra. Toda la organización mostrada en el ataque previo se había vuelto caos y desenfreno. Los colosos smoux parecían haber olvidado toda planificación anterior y se bajaron de sus naves disparando sus rifles láser a todo lo que se movía allí en las lunas, y a lo que no se movía también. Llevaban ya mucho tiempo apostados en Cassim esperando la señal, con las provisiones agotadas, por lo que su hambre era voraz y, durante el mismo saqueo, comenzaron a devorar a los habitantes shazku’ que huían a su paso por las calles de las grandes ciudades. Mientras ellos se alimentaban, unos buscaban agua, otros víveres… No parecía haber orden ni razón alguna en este estruendoso caos.

    Ilustrado por Charlotte Halley durante su estancia en la cabaña de su abuelo

    Capítulo 2

    Un día y medio antes, en el consejo de gobierno de la capital Shatal. Planeta Vharlük. Sistema estelar. Área 46

    El planeta habitado con la mayor civilización de nuestro sistema solar, Vharlük, que hoy llamamos Marte, había recibido la llamada de socorro de la región Shazku’. El consejo del gobierno de Vharlük estaba debatiendo el modo de actuación frente a esta demanda de auxilio.

    Los vharlükianos eran idénticos a nosotros los humanos, tanto morfológicamente como en sus aspectos cognitivos. Asimismo, su sociedad era muy parecida a la nuestra, solo que con una evolución aventajada en unos cuantos miles de años gracias a su desarrollada tecnología; aunque padecían los mismos defectos que en nuestra humanidad, o más si esto fuera posible. Los políticos controlaban cualquier asunto que aconteciera en el planeta, manipulando a todos sus habitantes para sus propios beneficios personales. Poseer el poder era lo más codiciado, ya que no había muchos otros bienes en el planeta aparte del placer de controlar a las masas para, de este modo, obtener todo aquello que se quisiera de ellas. Esto era lo más habitual en las altas esferas de Vharlük, desde donde adulteraban al pueblo para poder mantener su estatus, bien camuflado, detrás de un falso sistema democrático. Desde tiempos muy remotos, los vharlükianos habían respirado los sueños de libertad, tolerancia, pacifismo y respeto hacia todas las formas de vida del universo, colaborando con diferentes civilizaciones frente a conflictos comunes en el pasado. La orden Shazku’ fue una de ellas. Pero, unas décadas atrás, estos sueños esfumados no han sido más que sombras vendidas a los habitantes de Vharlük desde las salas más oscuras del poder político.

    Por otro lado, el planeta estaba a punto de agotarse desde un punto de vista ecológico. Apenas quedaban recursos naturales y las condiciones climáticas eran síntoma de un próximo final como planeta albergador de vida; el astro entero era un páramo de espesa y, prácticamente, inerte tundra. El estado de crisis total que padecían hacía aún más vulnerable al pueblo frente a las manipulaciones políticas.

    Pero todo esto solo afectaba a las metrópolis, ya que fuera de ellas no existía política ni tampoco tecnología; nada cambiaba nunca en la dura tundra. Había dos sociedades vharlükianas totalmente opuestas, separadas por los muros de ciudades superpobladas con altísimos edificios, supereficientes y avanzados. En ellas, el orden establecido por los políticos, controlado con su propaganda; fuera de estas, pequeños asentamientos de vharlükianos, o bien nacidos ya en la extensa tundra, o bien expulsados y repudiados por el sistema. Peligrosos delincuentes también buscaban cobijo en estas agrupaciones; todos, culpables e inocentes, tratando de sobrevivir en la nada y muriéndose de hambre por momentos.

    El edificio del consejo de gobierno, situado en el centro de la monumental capital de Shatal, era una maravilla de la arquitectura, combinando un estilo clásico con el más futurista y minimalista. Allí se congregaban todos los representantes políticos del planeta.

    —¡No lo duden! La actuación y el envío de tropas en defensa de la región independiente de Shazku’ ha de ser inminente —defendía uno de los consejeros—; ¡es intolerable permitir esta violación de su territorio!

    Los representantes reunidos abandonaron un silencio cortés dando comienzo a las miradas y los primeros susurros.

    —Los vharlükianos somos un pueblo respetuoso, un ejemplo para todos los demás —añadió otro—. Siempre hemos acudido cuando hemos sido testigos de actos en contra del Tratado. ¡Para que la paz prevalezca en el sistema estelar y en toda nuestra área, debemos evitar esta invasión!

    La agitación se tornó alboroto.

    —¿He de recordarles que la región Shazku’ es totalmente independiente? —Carsneilli, el joven líder de la oposición, recriminaba con mezquindad la generosa opinión decidida a prestar ayuda y hacía callar a gran parte de la sala—. ¡Esos monjes no han hecho nada por nadie desde la Gran Guerra de los scraowns! Han tomado para sí ese complejo lunar y solo ellos disfrutan de sus riquezas; nunca debimos acogerlos en nuestro territorio. Ni siquiera poseen armamento para defenderse ellos mismos y luchar. Esos pacifistas están sufriendo ataques constantes y siempre hemos sido los vharlükianos los que acudimos a su rescate. ¡Es un gasto que no podemos permitirnos una vez más; no en el estado en que se encuentra Vharlük! ¡No podemos intervenir!

    El joven político concluyó su exposición y miró de reojo al gobernador Kaltheur, que escuchaba muy serio y con atención.

    —¡¿Cómo puede decir eso usted, consejero Carsneilli?! —le respondió el anciano Moss Allin, miembro fundador del partido más solidario y pacifista del consejo—. Usted precisamente, cuando fueron los monjes los que hicieron lo imposible por salvar la vida de su padre durante la Gran Guerra. Yo estaba allí, con él… Fue un gran amigo mío. Le hubiera destrozado escuchar esas palabras de su propio hijo. Tanto nuestro vecino planeta NS-36 como la región Shazku’ son independientes, cierto es, y también pacíficos y neutrales, por eso mismo son intocables. Se trata de los dos últimos bastiones de vida salvaje, natural y próspera del sistema, y debemos preservarlos con todos los medios de que dispongamos, por el bien de nuestro propio futuro.

    El gobernador, finalmente, tomó la palabra después de escuchar pacientemente a su consejo.

    —¡El pueblo de Vharlük es una sociedad ejemplar! Desde el pasado hemos respetado las regiones independientes de Shazku’ sin apropiarnos de ninguno de sus recursos. Es más, siempre hemos acudido en su defensa cuando han sido asediadas por piratas u otros conquistadores violando los tratados del sistema estelar —el gobernador Kaltheur intervino ganándose la ovación de la sala—. ¡Somos los defensores de este sistema, su referente y el planeta más importante de toda el área 46! Por favor, tengan esto en cuenta en sus votos.

    Los ojos de Carsneilli miraban con odio a Moss Allin cuando el moderador tomaba la palabra tras varias horas de duro debate.

    —¡Silencio en la sala! ¡Que den comienzo las votaciones!

    ***

    El resultado fue positivo: las tropas de Vharlük partirían hacia las lunas shazku’ del planeta Salthac.

    Una vez hubo terminado el consejo, unos instantes después, tenía lugar otra reunión en una estancia con un ambiente mucho más lúgubre que en la sala del consejo: el despacho del gobernador de Vharlük. Kaltheur fue elegido gobernador en varias ocasiones; era aclamado por los vharlükianos por su política tolerante y pacífica, pero la realidad de sus actos no era tan generosa. Se trataba de una persona anciana con un entrañable aspecto que conseguía su propósito de satisfacer al pueblo; sin embargo, su sed oculta de poder era terrible. Conspiraba entre las sombras con sucios camaradas desde hacía años para conseguir sus objetivos secretos. Uno de sus más turbios asuntos fue apoderarse de los recursos minerales y la fauna animal del planeta virgen NS-36 —el que ahora es nuestro planeta Tierra— para comercializarlos ilegalmente fuera del Tratado a espaldas del consejo, ya que era un planeta protegido por la ley debido a su biología excepcional. Además, Kaltheur y los suyos solían organizar en el mismo NS-36 sangrientas cacerías clandestinas de oröngs —los que luego nosotros llamaríamos dinosaurios— para el disfrute de miembros poderosos de los sectores más exclusivos de la alta sociedad vharlükiana. Al terminar su carísimo y cruel deporte, vendían los cadáveres de oröngs tanto vivos como muertos, por su deliciosa carne, a los seres más necesitados de las otras áreas del cuadrante.

    —Gobernador, el viento sopla a nuestro favor —comenzó Carsneilli—, el ataque smoux ha aparecido en el mejor momento y el consejo ha determinado que enviemos a las tropas. Se lo han tragado. Ellos mismos han solucionado nuestro problema; están a nuestra merced.

    —El ataque no ha sido una casualidad, Carsneilli —Kaltheur sorprendía al joven consejero mientras lanzaba pedazos de carne a su mascota oröng, similar a un pequeño carnívoro Epidendrosaurus, que correteaba por la habitación—, yo los he llamado. Les he ofrecido una recompensa que no podían rechazar si conseguían eliminar a esos benévolos monjes. Esos territorios serán nuestros de una vez por todas. Sus ilimitados recursos naturales serán su propia perdición.

    —¡Perfecto!, ¡esta vez no podemos fallar! —Carsneilli se regocijaba en su ansiado éxito—. ¡Ahora tendrán que escucharnos!

    —¡Esos burócratas, sobre todo Moss Allin y su pandilla de defensores de la libertad, verán llegar los días a su fin muy pronto! Hemos esperado muchos años y, por fin, ahora estamos muy cerca de conseguirlo. Cuando entreguemos el sistema estelar a la Corporación, las riquezas del área 1 serán nuestras, mientras que todos los vharlükianos que no se dobleguen serán consumidos o esclavizados para siempre. Este planeta apesta, no puedo soportar su hedor ni un día más.

    —Por cierto, ¿qué les ofreció como recompensa a los smoux por hacernos el trabajo sucio y, luego, entregarnos las lunas así porque sí?, ¿el NS-36? —preguntaba Carsneilli con una media sonrisa un tanto estúpida y cara de incredulidad al mismo tiempo.

    El gobernador Kaltheur dejó de observar la ciudad de Vharlük desde la ventana de su despacho en lo más alto del mayor edificio de la ciudad y giró la vista hacia Carsneilli con un gesto violento.

    —Lo que les he ofrecido nunca lo obtendrán. Esos perros mercenarios están justo donde los necesitamos y jamás obtendrán premio alguno.

    ***

    El sistema estelar —solar para nosotros— pertenecía al área 46. Formaba parte de la zona neutra junto con la mitad de sectores del espacio conocido. La otra mitad de áreas, de la 1 a la 36, organizadas en espiral progresiva desde el Gran Agujero Negro, pertenecía a la nueva Corporación de los scraowns. Su ansia de expansión no conocía límites; se apoderaban de todo aquello que querían. Y lo que no querían lo destruían, o lo ignoraban durante un tiempo para destruirlo más tarde. El área 46 nunca les había interesado; sus viejas estrellas tenían poco que ofrecer. Preferían sistemas prósperos con estrellas más jóvenes. Lo más destacado del área se encontraba en nuestro sistema estelar, por sus lunas florecientes de naturaleza virgen y el planeta NS-36, con su variada fauna de oröngs, aves y reptiles. Pero, aun así, había muchas más regiones en el universo con grandes maravillas, objetivos prioritarios de los scraowns.

    Capítulo 3

    Doce años antes de la guerra de las lunas de Salthac. Tundra de Vharlük

    El espacio era un lugar muy hostil. Apenas quedaban regiones libres y en paz. Cada vez menos. La Corporación se estaba haciendo con todo el universo poco a poco, y la comida escaseaba si no formabas parte de ellos.

    En uno de los muchos asentamientos de la tundra, al otro lado de los grandes muros que protegen las ciudades, se oyeron unos gritos desgarradores clamando a los dioses en mitad de la noche. Se trataba de una de los cientos de cuevas subterráneas que albergaban los hogares de los desterrados, donde se estaba produciendo un nuevo nacimiento. Era una niña, vharlükiana, y su madre la llamó Bö por primera vez. Resultaba muy frecuente que las madres abandonaran a sus hijos nada más nacer, debido a la extrema pobreza y la ausencia de recursos que les permitieran una crianza factible. La madre de Bö se unió a un grupo de nómadas que se dirigían a los asentamientos de la otra cara del planeta en busca de mayores oportunidades de prosperidad, por lo que la recién nacida abandonada tuvo que ser alimentada por las demás madres lactantes que vivían en su misma

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