Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

Los últimos días
Los últimos días
Los últimos días
Libro electrónico840 páginas12 horas

Los últimos días

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

Una pandemia mundial que llevará a un pequeño grupo de personas a luchar por su supervivencia

Juan es un sencillo padre de familia que vive en la ciudad de Ávila, en donde empieza toda su andadura, tras impactar un meteorito contra la tierra y que porta un virus mortal que se extiende por todo el mundo, convirtiendo a la mayor parte de los humanos en zombis. El protagonista y su familia, junto con otros que se irán encontrando en su viaje hacia la supervivencia, deberán luchar contra los infectados, y superar las intrigas y traiciones de alguno de los supervivientes. Además, deberán viajar hacia otros lugares para cimentar su supervivencia, incorporándose nuevos personajes a la obra. Los supervivientes, tanto civiles como militares, deberán luchar por sus vidas y colaborar para conseguirlo, a pesar, de los zombis y de las traiciones de algunos miembros que quieren imponer su voluntad al resto del grupo, generándose persecuciones, muertes y complots en el seno de la comunidad.

IdiomaEspañol
EditorialCaligrama
Fecha de lanzamiento22 jul 2016
ISBN9788491126430
Los últimos días
Autor

Juan Manuel López - Bago

Juan Manuel López- Bago nació en Madrid hace 47 años. Estudió derecho en dicha ciudad y ha viajado mucho hasta residir en la provincia de Ávila. Amante del género de la ciencia ficción, ésta es su primera obra publicada.

Relacionado con Los últimos días

Libros electrónicos relacionados

Ciencia ficción para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para Los últimos días

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    Los últimos días - Juan Manuel López - Bago

    © 2016, Juan Manuel López- Bago

    © 2016, megustaescribir

               Ctra. Nacional II, Km 599,7. 08780 Pallejà (Barcelona) España

    Esta es una obra de ficción. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia. Todos los personajes, nombres, hechos, organizaciones y diálogos en esta novela son o bien producto de la imaginación del autor o han sido utilizados en esta obra de manera ficticia.

    Quedan prohibidos, dentro de los límites establecidos en la ley y bajo los apercibimientos legalmente previstos, la reproducción total o parcial de esta obra por cualquier medio o procedimiento, ya sea electrónico o mecánico, el tratamiento informático, el alquiler o cualquier otra forma de cesión de la obra sin la autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a Thinkstock, (http://www.thinkstock.com) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

    ISBN:   Tapa Blanda           978-8-4911-2644-7

                 Libro Electrónico   978-8-4911-2643-0

    CONTENIDO

    PRÓLOGO

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    CAPÍTULO VIII

    CAPÍTULO IX

    CAPÍTULO X

    CAPÍTULO XI

    CAPÍTULO XII

    CAPÍTULO XIII

    CAPÍTULO XIV

    CAPÍTULO XV

    CAPÍTULO XVI

    CAPÍTULO XVII

    CAPÍTULO XVIII

    CAPÍTULO XIX

    CAPÍTULO XX

    CAPÍTULO XXI

    CAPÍTULO XXII

    CAPÍTULO XXIII

    CAPÍTULO XXIV

    CAPÍTULO XXV

    CAPÍTULO XXVI

    CAPÍTULO XXVII

    CAPÍTULO XXVIII

    CAPÍTULO XXIX

    CAPÍTULO XXX

    CAPÍTULO XXXI

    CAPÍTULO XXXII

    CAPÍTULO XXXIII

    CAPÍTULO XXXIV

    CAPÍTULO XXXV

    CAPÍTULO XXXVI

    CAPÍTULO XXXVII

    CAPÍTULO XXXVIII

    CAPÍTULO XXXIX

    CAPÍTULO XL

    CAPÍTULO XLI

    CAPÍTULO XLII

    CAPÍTULO XLIII

    CAPÍTULO XLIV

    CAPÍTULO XLV

    CAPÍTULO XLVI

    CAPÍTULO XLVII

    CAPÍTULO XLVIII

    CAPÍTULO XLIX

    CAPÍTULO L

    CAPÍTULO LI

    CAPÍTULO LII

    CAPÍTULO LIII

    CAPÍTULO LIV

    CAPÍTULO LV

    CAPÍTULO LVI

    CAPÍTULO LVII

    CAPÍTULO LVIII

    CAPÍTULO LIX

    CAPÍTULO LX

    CAPÍTULO LXI

    CAPÍTULO LXII

    CAPÍTULO LXIII

    CAPÍTULO LXIV

    CAPÍTULO LXV

    CAPÍTULO LXVI

    CAPÍTULO LXVII

    CAPÍTULO LXVIII

    CAPÍTULO LXIX

    CAPÍTULO LXX

    CAPÍTULO LXXI

    CAPÍTULO LXXII

    CAPÍTULO LXXIII

    CAPÍTULO LXXIV

    CAPÍTULO LXXV

    CAPÍTULO LXXVI

    CAPÍTULO LXXVII

    CAPÍTULO LXXVIII

    CAPÍTULO LXXIX

    CAPÍTULO LXXX

    CAPÍTULO LXXXI

    CAPÍTULO LXXXII

    CAPÍTULO LXXXIII

    CAPÍTULO LXXXIV

    CAPÍTULO LXXXV

    CAPÍTULO LXXXVI

    CAPÍTULO LXXXVII

    CAPÍTULO LXXXVIII

    CAPÍTULO LXXXIX

    CAPÍTULO XC

    CAPÍTULO XCI

    CAPÍTULO XCII

    CAPÍTULO XCIII

    CAPÍTULO XCIV

    CAPÍTULO XCV

    CAPÍTULO XCVI

    CAPÍTULO XCVII

    CAPÍTULO XCVIII

    CAPÍTULO XCIX

    CAPÍTULO C

    CAPÍTULO CI

    CAPÍTULO CII

    CAPÍTULO CIII

    CAPÍTULO CIV

    CAPÍTULO CV

    CAPÍTULO CVI

    CAPÍTULO CVII

    CAPÍTULO CVIII

    CAPÍTULO CIX

    CAPÍTULO CX

    CAPÍTULO CXI

    CAPÍTULO CXII

    CAPÍTULO CXIII

    CAPÍTULO CXIV

    CAPÍTULO CXV

    CAPÍTULO CXVI

    CAPÍTULO CXVII

    CAPÍTULO CXVIII

    CAPÍTULO CXIX

    CAPÍTULO CXX

    CAPÍTULO CXXI

    PRÓLOGO

    Desde los orígenes del hombre, a éste siempre le han acechado peligros que, en ocasiones le han puesto en grave peligro de extinción, aparte de que, desde los albores de la Historia, la raza humana siempre ha tendido a autodestruirse, luchando unos clanes contra otros.

    A lo largo de nuestra corta Historia, nos hemos caracterizado por nuestra eliminación sistemática. Se dice que han muerto de forma violenta tantos humanos como días tiene la civilización.

    En la Edad Media, fue cuando parte de nuestra civilización estuvo más expuesta, pues, la peste negra hizo que la población europea se diezmara peligrosamente y en el Nuevo Mundo, los colonizadores hicieron estragos, llevando con ellos, nuevas enfermedades que diezmaron las poblaciones de los nativos americanos.

    En ocasiones, la Naturaleza también ha contribuido a poner en peligro a la Humanidad con terremotos, erupciones de volcanes e incluso caída de meteoritos. Pero lo realmente peligroso para el hombre, es él mismo.

    En la actualidad más reciente, no estamos exentos de peligros; existen guerras, atentados, enfermedades creadas por el hombre y, en ocasiones, la Naturaleza también hace su propio control de población.

    Pero con todo y eso, el hombre ha salido siempre indemne, incluso sigue siendo la especie dominante del planeta.

    Pero la opinión de todo el mundo, incluso del mundo científico es que, algo grave pronto sucederá, a saber, ya conocemos los grandes terremotos, grandes olas que han asolado a cientos de miles de personas, incluso la amenaza de grandes súper volcanes que nos llevarían a un invierno global impidiendo la vida en el planeta.

    La amenaza también está en aquellos locos que puedan inocular un virus que diezme tanto la población que nuestra sociedad entre en colapso, dejando a unos pocos la tarea de comenzar a construir una nueva comunidad.

    Pero todas esas amenazas que están en el pensamiento de todos, no se toman en cuenta por la gente, concentradas en salir adelante y sobrevivir en una sociedad cada vez más tecnificada y competitiva; van a lo suyo, ajenos a los peligros que les acechan.

    Pero, ¿y si algo extraordinario pasara poniendo en peligro nuestra forma de vida y nos tocara luchar para sobrevivir, en vez de seguir con nuestras tareas cotidianas y nuestras vidas anónimas? Es más, ¿podría la población mundial sobrevivir a un peligro inesperado y devastador como hubo en siglos anteriores?, ¿o esta vez sucumbiríamos como tantas especies lo han hecho antes?

    CAPÍTULO I

    Mi nombre es Juan y sentado en el capó de mi vehículo, me dispongo a contar, los hechos acaecidos hasta este momento.

    La historia comienza un siete de septiembre en la bella ciudad de Ávila, donde empiezan los festejos de las fiestas medievales que la ciudad hace cada primera semana de ese mes, donde todo se engalana y sus habitantes se disfrazan con atuendos de época para iniciar un tour de gastronomía y compras en los puestos que se colocan en la zona de la catedral y aledaños.

    En mi casa, mientras tanto, ajeno a todo, seguíamos con nuestra actividad matinal de cada fin de semana. Estamos jugando con nuestros dos hijos, Pablo y Juan y, mi mujer Alodia, haciendo los quehaceres de la casa. Siempre empezamos mi mujer y yo desayunando en la cocina y después tomando una cerveza, mientras los niños juegan o ven la televisión.

    Esa mañana, iba a ser como una mañana normal de fin de semana pero, ignorantes de ello, hoy iba a cambiar todo y todo se iba a desmoronar. Son la una de la tarde y mis hijos están aún en pijama, mi mujer y yo ya hemos paseado al perro y me dispongo a beberme otra cerveza mientras ella prepara una suculenta comida.

    Hemos decidido comer y después de reposar, marchamos a ver la fiesta de los medievales al centro.

    Nuestra salvación fueron dos cosas, que yo sepa, porque por un lado, cuando comemos estamos siempre viendo las noticias en la televisión y por otro, la casa en la que vivíamos, un adosado de tres pisos donde en el más bajo se encontraba el garaje y la bodega. También otra ventaja es que los viernes siempre hacemos la compra en los grandes almacenes por lo que teníamos la nevera llena.

    El momento en que cambió radicalmente nuestra situación, fue aquel en el que el noticiario dio una última hora. Decía así: Nos llega una noticia a nuestra redacción donde un meteorito de origen desconocido está a punto de impactar contra la Tierra. Éste no es de grandes dimensiones y se espera que impacte en algún lugar de Canadá, aconsejamos a los ciudadanos que hasta que no sepamos más, cubran las rendijas de las puertas y ventanas con toallas mojadas o, algo parecido, según consejo de los expertos, por si es toxica su composición, y mantengan todo cerrado; hasta más información les pedimos que se mantengan atentos.

    Obedeciendo las instrucciones, nos dispusimos a bajar a la bodega con acopio, móviles, aunque no hubiera cobertura, y algo de ropa, ya que los niños estaban aún en pijama. Serían, más o menos, las cuatro menos veinte de la tarde con la fiesta medieval en pleno apogeo.

    Son las seis de la tarde, los niños vestidos, y mi mujer y yo decidiendo si subimos para ver qué ha pasado. En la calle no se oye nada, hay un silencio demasiado espeso y el perro se empieza a poner nervioso. Un rato más tarde, empezamos a oír en la calle y en la lejanía unos gruñidos como de animales o perros rabiosos. Todo esto hizo decidirme a subir y arrastrarme por el suelo de la casa en el piso de arriba, no sin antes montar a mi familia en el coche por si teníamos que salir corriendo.

    Subí a la planta de arriba llegando al salón que, estaba casi a oscuras, pues cerramos todas las persianas. Casi a tientas, cogí las llaves de casa e indagar, aunque en el último momento decidí, subir al piso de arriba para ver mejor lo que ocurría fuera. Fue en ese momento cuando lo vi; una vecina decide salir de su casa, no sé, si porque quería saber lo que sucedía o, por que necesitaba escapar de su vivienda, en cualquier caso, vi a dos personas que se acercaban, torpemente, a ella y abalanzándose, se dispusieron a morderla violentamente hasta que cayó al suelo, mientras yo apartaba la vista de esa imagen tan dantesca.

    Bajé rápidamente, y busqué en la cocina un par de cuchillos de grandes dimensiones para proteger a mi familia y buscar una solución. Esa noche la pasamos en vela mi mujer y yo mientras nuestros dos hijos dormían. La situación nos superaba y decidíamos si quedarnos con el inconveniente de que la comida y bebida se agotarían o, por el contrario, arriesgarnos a salir con el coche, camino a la autopista y escapar de la ciudad.

    Sobre las cuatro de la mañana de esa noche, decidí subir al último piso para tener mejor perspectiva de la situación y, de intentar llamar al resto de las familias y amigos que teníamos guardados en las agendas de los móviles, así como, llamar a la policía nacional y policía local de Ávila. En ninguno de los casos tuve suerte pues, o decían que había avería o, sencillamente, no daba ninguna señal.

    Con mucho tiento y sin hacer ningún ruido abrí algo la persiana y me asomé a la pequeña terraza que hay en la habitación de los niños. Lo que vi fue algo sobrecogedor, pues había gente andando sin rumbo y de forma torpe y lenta. Pero lo que más me impresionó, fue las caras que tenían todas estas personas pues, a mi parecer, no tenían vida, ni emociones, no eran humanas y, por primera vez, mi cabeza pensó si estábamos ante una infestación global.

    Pensé en esos momentos que era estúpido, hasta que en ese instante vi lo que me hizo cambiar, repentinamente, de parecer. De repente, oigo el chirriar de unas ruedas cuyo vehículo acaba estrellándose contra la esquina de la calle en la que me encontraba mirando y que daba a la terraza en donde estaba situado. El vehículo era un monovolumen con grandes ventanas y que fue, rápidamente, rodeado por unos infectados. Lo que sucedió después fue la imagen más impactante que un ser humano puede soportar; los infectados rompieron las ventanillas y los ocupantes fueron devorados vivos mientras gritaban y algunos miembros eran sacados y desmembrados.

    Volví, apresuradamente, al garaje y sin mediar palabra me metí en el coche y abriendo la puerta que da acceso al garaje principal rectangular y con puertas de garaje a ambos lados, pertenecientes a las otras viviendas, vimos con horror, dos infectados que venían hacia nosotros. Debido a que no daba tiempo a que la puerta del garaje que daba a la calle se abriera y escapar de ellos, decidí salir del coche con un destornillador grande y primero uno y, después el segundo, les clavé el arma improvisada en un ojo a uno y en la nuca el otro, después de haberle podido, de un empujón, darle la vuelta y dejar vulnerable su parte trasera.

    Decidimos abrir la puerta del garaje y salir a todo gas hacia la salida. Pensé que el motor del coche tendría que ser protegido por los posibles golpes de los infectados que se nos abalanzaran, pero para mi sorpresa, la calle principal estaba despejada, debido a que, el coche que había en mi calle concentró a los infectados de los alrededores y nos dejaron el camino libre. A continuación, giramos a la derecha encarando una calle muy larga, poco transitada, pues en el lado derecho había campo, y en el otro, las traseras de otros adosados y, por tanto, sin salida por esa calle, donde había al final de la calle, naves industriales que al ser sábado estaban cerradas.

    Seguimos hasta llegar a una gran rotonda y giramos a la izquierda camino del cementerio y crematorio de la ciudad. Continuamos, aliviados, a la siguiente rotonda y salimos a la autopista que nos llevaría fuera de ella.

    La autovía que nos alejaba de la ciudad, estaba desierta y sin demasiados coches parados aunque, si que vimos infectados dentro de algún vehículo que, para mi familia, era la primera vez que lo veían nítidamente.

    Mi mujer, no sabía qué hacer y con cierta autoridad la calmé, pues, para no dar soluciones mejor no decir nada. Decidí ir hacia Madrid y cuando se acercaba ya el amanecer enlazamos con la autopista que nos conduciría a nuestro destino.

    Por el camino sí que pudimos ver a algunos infectados andando sin rumbo a un lado y a otro de la autopista y mandé a mi mujer que se sentara con los niños cuchillo en mano. A los niños les di permiso para que viajaran con el cinturón de seguridad desabrochado por si tenían que echarse al suelo. Me acuerdo, que en el transcurso de ese trayecto, pensé en que mi familia y yo podíamos morir de la forma más terrible que había visto y, eso me atormentaba y me ponía frenético; pensé también que si mi mujer y yo moríamos ¿que serían de mis hijos de nueve y siete años?

    Pasado el túnel de la autopista, unos kilómetros más allá y, en sentido contrario a nuestra marcha, nos sonrió la suerte pues, encontramos un convoy de siete vehículos militares abandonado y con algún miembro del mismo atrapado en el vehículo. Se trataba de siete vehículos todo terreno estilo Hammer, pero a medida que nos acercamos, vimos a los soldados devorados o semidevorados, así como a varios infectados merodeando por allí.

    La suerte nos sonrió una vez más porque la autopista, en ese tramo, estaba separada en ambos sentidos por una valla metálica estilo red. Todos los infectados, se dirigieron a mí y se agolparon en la valla sin poder alcanzarme. Así pues, dije a mi mujer que me avisara si venía alguno por nuestro lado y subiéndose en el techo de nuestro coche, observó que no venía nadie.

    Me acerqué a la valla donde se agolpaban de forma rabiosa los infectados y con el destornillador largo que llevaba, lo metí entre los agujeros y a la altura de la cabeza y, con un movimiento seco, se lo clavaba desplomándose éstos al suelo. En este momento hice un descubrimiento, pues en alguno de ellos, no acerté de pleno y no morían, por lo que comprendí, que era en la cabeza y, solo en la cabeza, el punto débil que les hacía desplomarse para morir.

    Cuando maté a los más de veinte o veinticinco infectados que había en la valla, con mucha precaución y valiéndome de mí mujer para vigilar, pasé al otro lado de la autopista y comprobé los vehículos militares. Dos de ellos aún tenían infectados dentro por lo que desistí en coger alguno de ellos, los demás, estaban vacíos y con cadáveres alrededor. Con muchísimo miedo, abrí la puerta de uno de los vehículos militares y cuando comprobé que estaba vacío, me monté en el puesto del conductor y eché un rápido vistazo para familiarizarme con su funcionamiento. Cuando pude arrancarlo comprobé en qué estado estaba el depósito de combustible y, cuando me cercioré que le quedaba más de la mitad, torcí el volante hacia la valla y la eché abajo para llegar hasta mi familia. Rápidamente, montamos en el nuevo vehículo que para nuestra tranquilidad era blindado incluido sus cristales lo que, salvaba la horrenda imagen de la familia del monovolumen de mi calle, que al final agradecí pues, distrajo a los infectados pudiendo nosotros escapar y llegar hasta donde estábamos en ese momento.

    Tanto en el vehículo militar como en los cadáveres de los alrededores encontramos armas de fuego, combustible adicional con bidones de treinta litros anclados en los exteriores de los vehículos e incluso, algunas raciones de campaña no consumidas por las tropas. Pero lo más importante de todo y que cambió toda la huida hacia ninguna parte, fue el poder encontrar un teléfono vía satélite y, volvimos a comunicar con nuestros seres queridos y amigos.

    Cogimos el teléfono con cierto temor y nos pusimos enseguida a marcar según los teléfonos que teníamos en nuestras agendas de móvil. Fuimos lo suficientemente cautos como para cargar los móviles y llevarnos los respectivos cargadores.

    Llamamos primero a mi hermana mayor, Victoria, y no nos contestó ni al móvil ni al teléfono fijo. Seguidamente hice lo mismo con los teléfonos de mi madre, con el mismo resultado; seguí con el móvil de mi hermano mayor, Javier, y el de su mujer, Elena, sin resultado. Hasta que llamé al teléfono fijo de mi hermano y sí que alguien contestó; era mi sobrino Nacho, y con mucho nerviosismo empecé a hablar. Enseguida se puso Javier y me comentó que cerraron todo antes de comer. Me dijo que estaban todos allí, puesto que, habían vuelto todos de vacaciones y decidieron hacer una comida en su casa. Yo por mi parte, le expliqué nuestra situación y le dije que necesitaba pensar como llegar hasta ellos.

    Después, le tocó llamar a Alodia a su familia. Llamó a su hermano Pedro y…, contestó. Nos explicó que estaban en Madrid, pero que cuando se disponían a salir a la compra oyeron las noticias y se encerraron en casa tomando las precauciones que dijeron los expertos. Nos dimos toda clase de explicaciones para saber cada situación y pasamos a llamar a otro de mis cuñados, Víctor. Por extraño que parezca, la familia de Víctor, estaban todos con gripe, que dijeron que ese año venía con una cepa muy fuerte. Ellos no tomaron las precauciones que dieron en las noticias, puesto que estaban en cama o tumbados en el sofá viendo una película. Sin embargo, no fueron infectados y, lo más sorprendente, es que no saben, absolutamente, nada de lo que estaba ocurriendo en el exterior.

    Cuando se lo explicamos al sobrino de mi mujer lo primero que hizo fue comprobar el móvil e internet. Vio que no pudo comunicar y llamó a su padre y a su madre para que se levantaran y miraran a la calle. Espantados vieron que, efectivamente, estaban atrapados, puesto que, por la calle, estaban viendo a los infectados caminar sin rumbo fijo.

    De la peor manera nos enteramos que mi cuñada Alicia, estaba infectada, pues, Víctor se percató que era una de las que andaba fuera.

    Con todo, cogí el teléfono por satélite a mi mujer, que no reaccionó con la noticia de su hermana y me dispuse a llamar al último de los hermanos de ella, Álvaro, que también pudimos hablar con él, pues descolgó el teléfono, aunque supimos que no había nada que pudiéramos hacer por él, ya que, solo pudimos escuchar un golpe y una serie de gruñidos, más de uno, por lo que, comprendimos que estaban infectados.

    Después de llamar a todos, donde pudimos saber que nuestros amigos Nuria y José, así como la madre de ella, Merche, y una hermana de José y su familia, Nerea, estaban vivos aunque, en una situación muy precaria.

    Por tanto, después de sopesar la situación en mitad de la autopista, decidimos que nos teníamos que llevar un segundo vehículo militar y, me dispuse a instruir en su manejo a mi mujer que, aunque tenía permiso de conducir, no tenía ninguna experiencia en su manejo, más aún, un vehículo de estas características.

    Cuando ya me convencí de que podía manejarse con la conducción, aprovisionamos un segundo todo terreno y nos fuimos a rescatar a uno de mis cuñados y su familia. Se trataba de ir al pueblo de mi mujer a por mi cuñado Víctor, su mujer Toñi, su hijo y mujer Víctor y Elena y, la hermana pequeña de éste, Alejandra. Se trataba, por tanto, de cinco personas y teníamos que sincronizar todo muy bien.

    CAPÍTULO II

    Decidimos volver hacia Ávila y aunque estaba más cerca la desviación para ir por El Escorial, al ser una población grande, lo desechamos. Abandonamos la autopista sin complicaciones y seguimos por la carretera. Antes de llegar nuevamente a Ávila, encontramos la desviación que queríamos donde, girando a la izquierda ponía en un cartel informativo, Navalperal de Pinares 25 Km. Esta carretera es muy poco transitada y entramos justo por la parte trasera del pueblo. Cuando transitábamos por esta carretera nos sobrevino tres infectados que golpearon el coche sin incidentes, lo que ocurre, es que mis hijos se sobresaltaron y a partir de este momento y, en adelante, mi hijo pequeño tuvo infinidad de pesadillas por las noches.

    Llegamos y, con mucha precaución y, con un plan ya preconcebido, nos pusimos a ello. Alodia con su coche y, acompañado de los niños y el perro, atraería a los infectados que estuvieran por las calles circulando por ellas suavemente. Mientras, yo con el otro vehículo, atravesaría por el campo de fútbol y encararía la calle de la casa de mis cuñados. A mi cuñado le indiqué que cogiera todo el agua posible, que vaciara los depósitos de gasolina de sus coches y, que cogiera ropa de abrigo, comida y algún arma y munición de caza que tenía y, con todo, se dirigiera a la parte de atrás de su casa donde está más despejado y hay una pequeña puerta, y sobre todo, que mas allá estaban las vías del tren.

    En permanente contacto con los walkis de juguete de los niños, mi mujer y yo empezamos el rescate. Ella tocando el claxon atrajo a gran cantidad de infectados. Los niños estaban en el suelo del coche sin ver lo que pasaba y el perro ladrando todo el tiempo y, además, mi mujer pitando como una loca para atraer a cuantos más mejor, aunque tenía que detenerse de vez en cuando, pues los infectados eran demasiado lentos para el vehículo. Este todo terreno era fantástico pues, aunque mi mujer en muchas ocasiones se veía rodeada, se zafaba de ellos golpeándoles con la parte delantera.

    Yo mientras, ya estaba muy cerca de la casa y al girar a la izquierda me encontré con unos siete u ocho infectados en la parte trasera. ¡No lo puedo creer, joder!, ¿qué coño hacen estos tíos aquí?.Tuve que pensar deprisa, puesto que eran demasiados para mí; llamé a mi cuñado y les dije que salieran por la parte delantera de la casa, que cogieran cada uno una cosa y que entraran en el coche.

    Víctor y familia cogieron según su importancia un bulto cada uno y cuando les di la señal, salieron a toda prisa y algo desordenados pues, los infectados que me encontré en la parte trasera ya estaban doblando la esquina hacia nosotros. Primero se metieron la hija de mi cuñado y su nuera con dos garrafas de agua de ocho litros cada una, seguida de mí cuñada Toñi con una nevera pequeña y una mochila a la espalda. Mi cuñado con dos bolsas y una de las escopetas de caza que tiene le indica a su hijo Víctor que coloque los bultos suyos en la parte de atrás del vehículo militar y que se monte. Mi cuñado viendo que es posible que no le dé tiempo a subir, empieza a disparar su escopeta a la cabeza de los que un día fueron sus vecinos, haciéndolo con gran eficacia; abatió a los cuatro más cercanos para así poder subir al coche.

    Una vez que pudimos salir, con el walki llamé a Alodia para saber cómo la iba y reunirnos al final del pueblo para salir por el mismo sitio por el que entramos. Ella comunicó y pregunto qué fueron esos tiros y si su familia estaba bien. Cuando nos reunimos, mi cuñado se encargó de conducir el vehículo que yo llevaba y mi mujer me cedió el sitio del conductor del otro.

    Salimos por donde vinimos y, encontrándonos a más infectados que en el camino de ida, nuestro plan era volver donde estaba el convoy militar en la autopista, matar a los infectados que quedaban en los dos vehículos militares y equipar dos vehículos más para poder rescatar a los demás que, indudablemente, iba a ser mucho más complicado.

    CAPÍTULO III

    Cuando aprovisionamos los otros dos vehículos, se decidió que fueran conducidos por Víctor hijo y su madre. También por situación, se decidió, que el próximo rescate fuera el de mi cuñado Pedro, su mujer Ana y sus dos hijas Sara de trece años y Elena de siete.

    Lo primero que hicimos fue llamarle e informarle de lo que hasta este momento se había conseguido; nos indicó como subir y que había luz en la comunidad. Así pues, con toda la información de la que disponíamos, nos dirigimos a Madrid con uno de los coches vacío para que pudieran entrar en la finca.

    Para entrar en la capital tuvimos bastantes problemas. Primero, los infectados; después había muchos coches bloqueando los tres carriles, así que, tuvimos que sortear, retroceder y desviarnos por caminos y arcenes.

    Después de tres horas y cuarenta minutos intentando llegar, decidimos desistir, por lo que propuse, ir hacia el cuartel militar de El Goloso para aprovisionarnos y, con un poco de suerte, encontrar más armas y municiones acordes para lo que necesitábamos.

    Cuando llegamos al exterior del cuartel había muchos cadáveres en el patio principal y un coche incendiado. Cuando entramos y cerramos herméticamente la puerta del cuartel nos encontramos con bastantes infectados que decidimos arroyar con los vehículos y rematar a los que pudiéramos con lo que teníamos, pero una cosa estaba clara, necesitábamos armas que no hicieran ruido al disparar.

    Pudimos constatar, que dentro del cuartel la mortandad fue muy alta pues, había numerosos cuerpos apilados, tiroteados y devorados por infectados. Hasta el momento nos hemos encontrado con muchos de ellos pero de forma espaciada y no muy numerosa. Hay que pensar que estamos a menos de dos días de la catástrofe y a los infectados no les ha dado tiempo a expandirse por caminos y carreteras.

    Volviendo a nuestra situación dentro del cuartel militar, en el gran patio no solo hay cadáveres, sino también, vehículos blindados y acorazados que por falta de conocimientos no sabíamos conducir, por lo que tuvimos que descartar esa idea. De todas formas el grupo estaba más interesado en armas individuales que en blindados que gastaban mucho combustible. El problema es que no sabíamos dónde buscar pues, no conocíamos las instalaciones del cuartel; además, podrían salir más infectados de los edificios y tener que ocultarnos en otro lugar.

    Lo que se decidió, fue buscar todo lo que fuera útil que estuviera a la vista y encontramos bastantes cosas. Encontramos armas, bidones de combustible así como, un surtidor de cinco mil litros de combustible casi lleno y otro de mayores dimensiones a la mitad.

    Cuando ya estaba anocheciendo, dispusimos los vehículos en círculo e hicimos turnos de vigilancia. Quisiera decir que fue una noche tranquila pero en todos los turnos tuvimos que abatir a infectados, más o menos, en un número superior a ochenta.

    Por la mañana, decidimos buscar un camino hacia casa de Pedro y decidimos, también, hacerlo de día porque el tiempo apremiaba para el resto.

    Pero el día, nos iba a deparar otra sorpresa, pues sobre las ocho treinta de la mañana, vimos una sábana colgada de una de las ventanas de un edificio de tres pisos que ponía, Socorro, soy Diego hay zombies sueltos. El tal Diego estaba en la ventana mirándonos y parecía que era un soldado. Pensamos mi cuñado y yo que si intentábamos rescatarlo nos podría informar y guiar por las dependencias militares, aunque topamos con una seria resistencia por parte de nuestras familias.

    Decididos a rescatar a ese superviviente, cogimos un vehículo y nos acercamos a la puerta del edificio que el soldado nos indicó. Propuse ir tres, armados y con munición, dos avanzando y el tercero en la retaguardia formando, así, un triángulo.

    Abrimos la puerta y, casi enseguida, unos doscientos infectados salieron por una de las hojas de la misma. Nosotros empezamos a disparar a una distancia de unos cuarenta metros y aunque torpes y lentos, no podíamos con todos y empezamos a retroceder con el vehículo hasta que cargando varias veces nuestras armas conseguimos matar a todos, habiendo retrocedido unos sesenta metros.

    Lo peor ahora, era que teníamos que entrar en el edificio lejos de la protección del todo terreno. Como acordamos, dos irían delante y uno detrás, aunque muy juntos, para cubrir la retaguardia. El primer piso estaba casi limpio, pues nos topamos con seis infectados y, aunque en las diferentes estancias había más, no se nos ocurrió abrir ninguna puerta.

    Al final del larguísimo pasillo, nos topamos con unas escaleras que iban hacia arriba y, más inquietante, un piso o más hacia abajo. Decidimos seguir el plan y subir hacía el piso segundo, donde nos encontramos otra puerta cerrada de doble hoja. Mi cuñado Víctor fue el encargado de abrir, como anteriormente, una sola hoja de la puerta y aunque nos encontramos bastantes menos, no bajaban de los 50 ó 60 infectados. Con nuestros fusiles, pudimos acabar con todos ellos sin tener que retroceder. Con cautela seguimos por el pasillo del segundo piso, aunque, en esta ocasión sí que salió algún infectado de los despachos, por lo que, dedujimos, que podían abrirlas, lo que nos preocupó mucho.

    Sin estar tranquilos con la retaguardia, subimos a la tercera y última planta. Abrimos una de las hojas de las puertas y nos encontramos con más infectados de los que podíamos matar. Al menos habría unos seiscientos o setecientos, por lo que, ni siquiera empezamos a disparar. Cerramos la puerta, aunque no nos sirvió de nada, ya que, la reventaron y nos siguieron escaleras abajo. Fuimos disparando hasta casi agotar las balas y aún así, nos tuvimos que refugiar en el todo terreno donde cogimos más munición y con el vehículo pudimos alejarlos de los nuestros y seguirles disparando hasta acabar, hora y media más tarde, con todos ellos.

    Fuimos a por más munición y comprobamos que no había más que unos cargadores para cada uno, por lo que decidimos ir mi cuñado y yo solos, pues sospechábamos, que la mayoría de los infectados estaban muertos. Decidimos subir más rápido que antes, pero con precaución y para nuestra sorpresa nos encontramos en el segundo piso al famoso Diego que, habiendo decidido arriesgarse, salió de su escondrijo y empezó a bajar las tres plantas del edificio.

    CAPÍTULO IV

    Cuando nos sentimos a salvo hablamos con el militar, un hombre bien parecido, de veintisiete años y varios años en el ejército, que, por suerte para nosotros era mecánico de blindados. Nos dijo este soldado que, cuando cayó el meteorito se activó el protocolo de emergencia para dentro del cuartel y que antes del impacto ya salieron varias dotaciones para controlar las entradas y salidas de la ciudad y, también, las carreteras principales, apoyando a la policía y guardia civil.

    También nos indicó, como la gente se infectaba. El virus se propagó rápidamente por el mundo debido a las corrientes de aire que hay en la estratosfera. Todo empezaba con una pérdida de consciencia para, posteriormente, sufrir unas convulsiones muy bruscas y después morían. Pero a los diez minutos o una hora como máximo, se convertían en lo que yo empecé a denominar como infectados.

    Nosotros, por nuestra parte, explicamos cómo salimos, nuestra procedencia y lo que necesitamos hacer para rescatar a la familia y amigos que estaban atrapados en sus casas sin poder salir. Enseguida, confeccionamos un plan para rescatar a Pedro y a Jose y su familia, en un solo viaje.

    Llamamos a Pedro para saber si nos podría abrir la puerta del garaje para meter un vehículo y estar ajenos a lo que pasase fuera en la calle. Nos respondió que sí podía hacerlo pues, la ventana del salón daba a la calle principal. El plan sería entrar yo solo con el todo terreno y con mi subfusil con silenciador que Diego consiguió, así como, las gafas de visión nocturna; subiría las escaleras, daría con mi otro cuñado y le armaría para bajar al coche otra vez. Éste, en teoría, era el plan; abría que ver si los infectados nos dejarían ejecutarlo. Los demás estarían entreteniéndome fuera a la manada de infectados que habría en la calle.

    Salimos sobre las 23:45 h de la base dirección sur, con alguna dificultad en cuanto a que nos topamos con varias manadas de infectados, coches y camiones atravesados con gente devorada o infectados atrapados en los vehículos.

    Sobre las 01:37 h llegamos a la desviación deseada y nos presentamos enseguida en la gran avenida de tres carriles por sentido. La calle era una pura infestación, habría varios miles de ellos así como varios coches atravesados. Avanzamos por la calle y mis compañeros enseguida se pusieron delante mío para despistar a los infectados y poder dejarme actuar para que me abriera la puerta mi cuñado. Me puse detrás de otro todo terreno y cuando llegamos a la entrada del garaje, me abrieron la puerta y entré sin problema, aunque, como estaba previsto, entraron unos treinta infectados detrás de mí.

    Según me explicó Diego, en el techo del todo terreno, donde se monta una ametralladora, hay una puerta que aunque la había visto, no sabía manipularla ni bien, ni rápido. Saqué mi subfusil con silenciador y por la descrita puerta empecé a eliminar a los 30 ó 40 infectados que rodeaban mi vehículo.

    Una vez liberado de ellos, llamé a mi cuñado y le dije que me abriera la puerta del portal interior para acceder a la escalera y empezar a subir hasta su casa. Por el camino me encontré a dos infectados y, tras dispararles, aproveché para recargar las balas gastadas.

    Sin más incidencias, llegué a casa de mis cuñados y le expliqué como nos íbamos a bajar hacia el coche. Cogieron ropa, agua, comida, móviles y otros artículos. Salimos de su casa, yo en cabeza, Ana tras de mí con Elena, la pequeña, en brazos, la mayor, seguidamente, y Pedro con una pistola con silenciador en la retaguardia.

    Llegamos al todo terreno, y cuando me dieron la señal abrimos la puerta del garaje y salimos a todo gas al exterior con la cobertura de mis compañeros.

    Sin perder ni un minuto, nos dirigimos hacia el otro objetivo que era la casa de Nuria y Jose. Para ello tuvimos que hacer lo mismo y, afortunadamente, con el mismo éxito.

    CAPÍTULO V

    Se decidió hacer todos los rescates por las noches pues, nos fijamos, que los infectados no ven casi nada y también sabemos que, nunca se cansan; el por qué, era algo que no sabíamos.

    En un momento de asueto en las primeras horas de la tarde lo único que veo de forma simpática son los niños jugando con el perro que, con éste último, tendremos que pensar que hacer.

    Por la tarde noche, empezamos a estudiar el itinerario de por qué calles podríamos circular. Se decidió ir por calles anchas, pues las estrechas estarían bloqueadas en algún tramo o en muchos de ellos.

    Al llamar a mi hermano, me informó que había muchos infectados por las calles y también, en la escalera de su casa. Me indicó que sí podíamos entrar por el paso de cebra hacia la acera y bloquear la puerta del portal. También, me informó de que sigue habiendo luz en la escalera que de forma esporádica se enciende.

    Como ayer, salimos sobre media noche y en varios vehículos. Una diferencia es que Diego conduce un carro de combate por si tiene que apartar algún obstáculo grande y, yo por primera vez, y gracias a las lecciones de este mecánico, estaba conduciendo un blindado junto con mi cuñado Víctor que conducía otro. También llevábamos tres todo terreno para despistar y alejar lo más posible a los infectados.

    Llegamos por fin, a la autopista y entramos con muchos obstáculos porque estaba llenos de coches abandonados, muchos infectados y mucha incertidumbre por si podríamos llegar a casa de mi hermano o no.

    Como nos dijo Diego el carro de combate hace su trabajo de forma impecable apartándonos los vehículos abandonados y abriéndonos camino hasta el objetivo. Encaramos la calle y la serpenteamos, e incluso, nos subimos a la acera. Caen muchos infectados aplastados por nuestros vehículos lo que nos hace pensar que podremos llegar hasta donde queremos; el poder rescatarlos y bajarme del vehículo sería un problema aún mayor.

    Giramos a la derecha donde varias decenas de miles de infectados nos siguen por detrás y tenemos la delantera casi colapsada. Entro por el paso de cebra, como me indicaron, y para salir del vehículo optamos que el carro de combate por un lado y el otro blindado, gemelo al mío, por el otro, me cubriera la salida del vehículo.

    Cuando bajé del vehículo me cercioré, primero, que por los bajos del mismo no aparecía ningún infectado y una vez hecha la comprobación, me dispuse a entrar por la puerta que me abrió mi hermano nada más vernos por la ventana.

    El edificio son siete pisos largos pues, tiene dos tramos de escaleras en redondo con techos muy altos y en el centro está el ascensor encerrado en un enrejado de color negro de forma cuadrangular que recorre todo el edificio de arriba a abajo. Entré en el portal y nada más entrar, me encontré con tres infectados que, al estar a oscuras y yo tener gafas de visión nocturna, poseía una ventaja inmejorable para ganarles la partida, por lo que disparé y gané.

    A continuación, encaré la escalera no sin antes mirar a mi derecha, al lado del ascensor, para cerciorarme que no había nadie en ese rincón. Subí la escalera y me percaté en ese momento que los infectados se oían antes de verles por lo que se descubrían antes de ser vistos, lo que constituía otra ventaja más.

    Subí el segundo piso sin incidencias y en el tercero sobre la mitad de la escalera eliminé a otro de ellos; seguí con mucha precaución, ya que, no estaba familiarizado con la visión nocturna, aunque no lo estaba haciendo del todo mal, quizás algo lento. Seguí subiendo y ya iba por el cuarto piso, empezando el quinto y, aquí, paso algo inquietante, donde me dio un vuelco al corazón pues, repentinamente, se encendió la luz de la escalera iluminando todos los pisos, por lo que, no solo dejé de ser invisible a ellos, si no que, en unos segundos, no sé cuantos exactamente, me quedé ciego pues, la visión nocturna aumentaba la poca luz que hay en el entorno y, al encenderse la luz de repente, me dejó todo en blanco y al quitarme las gafas no veía nada, absolutamente nada, y mi oído me decía que algún infectado se me acercaba.

    Al recuperar parte de la visibilidad pude ver que, en la parte superior de la escalera del quinto piso, bajaba un infectado seguido de un segundo, así pues, sin ningún miramiento disparé a cada uno varios disparos por si el primer o segundo balazo no daba en su objetivo y gracias que vi, aunque borroso, como se desplomaban en la escalera frente a mí.

    Cuando llegué al sexto piso, no me detuve allí, sino que decidí subir hasta el último piso para asegurarme que no había más. Cuando me cercioré de que no había más infectados llamé a la puerta y al abrir mi hermano, vi a todos, los once, listos para salir de la vivienda.

    Cuando estaba explicándoles cómo íbamos a bajar por las escaleras y lo que se iban a encontrar, se abrió la puerta de la casa de al lado y como un resorte apunté con mi subfusil listo para disparar. Antes de que asomara alguien o algo, se oyó una voz justo detrás de la puerta, por lo que dije que saliera con las manos arriba. Salió un hombre y su mujer y mi hermano dijo que eran sus vecinos, tan solo dos pues, no tenían hijos.

    Una vez pasado el susto y hechas las presentaciones di a mi hermano una pistola con silenciador y le dejé en retaguardia. Bajamos los pisos que subí anteriormente, sin ninguna novedad pero, lo que me preocupaba era el entrar dentro de los vehículos. En el blindado que yo conduzco, había cuatro asientos disponibles.

    En este vehículo mi intención era meter ocho personas más yo mismo y los otros siete en el carro de combate y en un todo terreno como ya se planeó en la base.

    Cuando llegamos al portal, ya a oscuras, vimos que los vehículos estaban todos ahí y les indiqué como podían entrar. Mi madre, mi hermana, su marido y su hija pequeña serían los primeros. Después y en el mismo blindado, entraría mi cuñada Elena y mi hermana Victoria así como los dos espontáneos. Cuatro niños irían al carro de combate y el resto al todo terreno.

    Primero, comprobé si algún infectado estaba en los bajos de los vehículos. Abrí el portón y, enseguida y en orden, mandé a mis pasajeros entrar en el mismo y, casi a la vez los cuatro chavales y el resto que tenían que ocupar el todo terreno entraron en el carro de combate por la parte de arriba y en el todo terreno por las puertas y portón trasero.

    En pocos segundos nos vimos rodeados por los infectados aunque yo descansé, pues, el blindaje nos protegía de todos ellos.

    Por fin, cuando arrancamos los vehículos, nos fuimos por donde vinimos gracias, nuevamente, al carro de combate.

    Ya solo faltaba la hermana de Jose, Nerea y su familia. Todos los conocidos, amigos y familia que no estaban con nosotros les teníamos que dar por muertos.

    CAPÍTULO VI

    De vuelta al cuartel, desembarcamos de los vehículos y nos fundimos en abrazos y besos y, viendo las caras de terror en sus rostros, intuí que nuestra situación empeoraba a medida que los días iban pasando.

    Esa noche ningún miembro de mi familia pudo conciliar el sueño, preocupados por la situación tan terrible en la que estábamos inmersos. Yo, por mi parte, dormí hasta la mañana siguiente, ya que, desde que cayó el meteorito, no concilié el sueño tres horas seguidas.

    A la mañana siguiente, nos pusimos en contacto con la última familia que debíamos rescatar; en este caso era en una urbanización de Boadilla del Monte, un pueblo de la Comunidad de Madrid. Fue Jose, hermano de Nerea, quien se puso al habla con ellos para, informarles de los preparativos del rescate así como, nos informaran ellos del entorno, como entrar y dirección de la casa.

    Antes del rescate, en el cuartel, pasaban las horas del día, lentamente, y el grupo de supervivientes estaban, como podían, asimilando la nueva y trágica situación. Supongo que toda su vida anterior la había perdido para siempre y, aún peor, que cualquier miembro de su familia o ellos mismos, podían morir devorados o ser infectados.

    Con todo, en mí se estaba gestando una idea que, madurándola, tendría que exponer a todos pues, la situación dentro del cuartel, pronto sería insostenible.

    Son las 00: 55 h de la noche del quinto día desde la caída del meteorito y nos disponemos a partir con nuestros vehículos para rescatar a la última familia que nos contestó al teléfono por satélite.

    Salimos con cuatro vehículos, un blindado y tres todo terreno, Diego conducía el blindado, Jose, Víctor y yo, los otros y montándonos en ellos nos fuimos, rápidamente, hacia nuestro objetivo.

    Cuando llegamos, no sin dificultad, a los alrededores de la urbanización, Jose, llamó, nuevamente, a su hermana y nos indicó porque calles nos debíamos meter. Todos los vehículos, tenían plazas para salvar a esta familia que, constaba de cuatro miembros, la pareja, una niña de seis años y un bebé.

    Cuando encaramos la última calle, la misma donde estaba la casa, justo al final de la misma, decidimos eliminar a los, no pocos, infectados que nos perseguían. Jose se encargaría de montar a su familia en el todo terreno, el blindado de Diego, en retaguardia y Víctor y yo al frente. Salimos todos nosotros, por las trampillas superiores de nuestros vehículos, y disparamos a todos los que venían.

    Jose, por su lado, sale del coche, y se adentra al jardín frontal de la casa y llama a la puerta. Le abre su cuñado Iván y con la niña en brazos, ordena a su mujer abandonar la casa con la niña mayor e introducirse en el vehículo. Jose, va el primero y abre la puerta a su hermana y sobrina mayor, y cubriendo a su cuñado le introduce, casi a empujones, en el coche.

    Nosotros, por nuestra parte, sabíamos que era cuestión de tiempo que nos rodearan, pues eran demasiados infectados los que había. Pero sería justo después, cuando de forma sorpresiva y fuera del plan inicial, ocurrió el desastre.

    Cuando ya estamos todos en los vehículos, salen de forma desesperada y gritando, personas de las casas de alrededor y los gritos hacen que los infectados que nos estaban, en ese momento acosando, se giraran hacia ellos y delante de nosotros y sin poder hacer nada, fueron devorados y mordidos. Serían unas once o doce personas, entre ellas, niños que iban corriendo o en brazos de sus padres. La imagen fue dantesca y nos marcó a todos.

    De vuelta al cuartel, salimos de los vehículos y sin hablar entre nosotros, abrazamos a los nuestros y dimos por finalizados los rescates.

    Esa noche nadie de los que fuimos allí durmió.

    CAPÍTULO VII

    Al día siguiente por la mañana, habiendo dormido algunas pocas horas, me despierto y me quedo tumbado en el catre pensando. Pienso toda clase de cosas, recuerdo el pasado reciente de mi anterior vida, como mi trabajo por ejemplo. Es casi cruel decir que salvo dos o tres de mis antiguos compañeros, sobre los demás, no tengo ningún sentimiento hacia ellos.

    Entre mis amigos, ahora es cuando me paro a pensar un poco en ellos y si sufrieron ellos y sus hijos. Sobre mis tíos y primos pensé un momento en ellos pero no dio para mucho más, suponiendo el final que tuvieron al no poder comunicar con ellos.

    Ahora hay que volver a la dura realidad del momento, somos treinta y seis supervivientes en una situación dramática y desesperada. Se decidió la noche anterior, antes del último rescate, tomarnos un descanso y no salir del cuartel y meditar el siguiente paso entre todos para saber si debíamos quedarnos o irnos.

    Sobre las 13:00 h, más o menos, dijimos a todos que debíamos hablar para decidir nuestro siguiente paso y planearlo. Cuando comenzamos, nadie en un principio, habló, no sé si porque no quería ser el primero o, porque no sabían que decir, pero pronto algunos empezaron a hablar diciendo, a veces, incoherencias y palabras vacías y sin ideas y en algunos momentos, se alzaba la voz y se atropellaban, mutuamente, intentando decir algo.

    Yo, les escuché pacientemente y cuando los ánimos se calmaron, les dije mi opinión que, en definitiva, era mi exposición de un plan ya madurado; plan que necesitaba grandes dosis de suerte, pero posible según las estadísticas.

    Cuando capté la atención de todos, les comenté mi proyecto y les dije: Desde hace unos días, he ido madurando una posible salida y empezaría por irnos de este sitio. Hubo algún murmullo y se palpaba el miedo en sus caras según iba exponiendo mi idea. Continué diciendo… se trata de irnos hacia el sur, a Rota, Cádiz, a la base aeronaval donde mi esperanza es encontrar a militares que se hayan visto atrapados pero vivos. Cogeríamos los blindados y por la autopista llegaríamos al lugar mencionado. Calcularíamos los riesgos, en todo lo posible, prepararíamos la ruta y que vehículos nos llevaríamos.

    La situación en la base era muy delicada; estábamos rodeados de cientos de miles de infectados tras los muros pero, la situación no era mejor en el interior, ya que, en muchos edificios de la base había muchos de ellos y, de vez en cuando, se las ingeniaban para salir y hostigarnos, lo que nos obligaba a vigilar y limitar los movimientos de la gente, sobre todo de los niños.

    Se propuso liquidar a los infectados del interior de la base pero, ese plan pecaba que pocos de nosotros sabíamos utilizar bien un arma y que, además, muchos eran niños. Aún así, se decidió intentar vaciar uno de los edificios, el que menor número de infectados tenía y, a partir de ahí, veríamos que pasaba. Si no funcionaba veríamos mi plan como la única opción.

    Esa misma tarde, nos dispusimos a entrar en tres edificios en dos equipos de tres personas, total seis. El primer edificio era sencillo, un barracón para media compañía. Había unos cuarenta o cuarenta y cinco infectados. El primer equipo de tres lo componía el soldado Diego, mi cuñado Víctor, y mi hermano; el segundo equipo, que iría por detrás se componía de mi cuñado Pedro, mi sobrino Luis y yo.

    Un miembro del primer equipo, abrió la puerta y los dos siguientes empezaron a disparar a los que más cerca estaban de la entrada, hasta que entraron en la estancia. A continuación, nosotros, el segundo equipo, entró disparando a los infectados más alejados y en menos de dos minutos, todos estaban muertos.

    El segundo edificio constaba de varias habitaciones y un gran salón; era la cantina y otras zonas de ocio y almacenes. En este edificio había unos dos centenares de infectados, por lo que la dificultad era mayor.

    Decidimos hacerlo como antes, pero el resultado iba a ser muy distinto. Abrimos la puerta para disparar a los más cercanos a la entrada, pero nos dimos cuenta que los infectados eran muy numerosos y que muchos de ellos estaban muy cerca de ella, por lo que, no pudimos entrar en la primera estancia y tuvimos que huir, dejando, la puerta abierta y haciendo salir a más de doscientos de ellos a uno de los patios del exterior. Además, como no teníamos vehículos de apoyo tuvimos que correr bastante y disparar al mismo tiempo.

    Afortunadamente, el resto del grupo, estaba en el barracón más alejado y con los vehículos cerca. Llamamos por los walkis para que nos recogieran con dos todo terreno, pero no les dio tiempo, pues los infectados, nos empezaron a rodear y si los vehículos llegaban estaríamos en su línea de fuego, por lo que no tuvimos más remedio que refugiarnos en uno de los hangares vacíos que había y, esperar a que los vehículos acabaran el trabajo que nosotros iniciamos. Se tardó casi todo el día para que acabáramos con todos y, como fue lógico, cancelamos la limpieza del tercer edificio.

    Esa misma noche, se decidió entre todos escoger mi plan, y ahí, fue muy valiosa la logística y experiencia de Diego. En primer lugar, Diego sugirió utilizar uno de los carros de combate para despejar los carriles de la autopista de coches y camiones que pudieran bloquear el camino. Este carro tenía una autonomía de algo más de 400 Km, por lo que se decidió que llegara hasta los primeros 150 km y así, tener superado la salida de la capital y más allá.

    También nos dijo Diego, que sería necesario llevarnos uno de los camiones cisterna para tener combustible de sobra para todos los vehículos y correr así menos riesgos que si fuéramos a una gasolinera. Todos los vehículos serían todo terreno pues, para evitar la ciudad de Sevilla, tendríamos que dar un rodeo y transitar por caminos.

    El carro de combate saldría esa misma noche, para no perder ni un minuto. Además, equiparíamos el todo terreno con remolques donde llevaríamos, munición, agua, comida y más armas y más combustible adosado en los vehículos por si acaso uno de ellos se extraviara o, los infectados le obligan a separarse del grupo. También se decidió llevar un blindado totalmente equipado y con remolque.

    Con todo planificado y mirando mapas, fotos satélites y una foto aérea de la base de Rota, así como, también planos de la misma, decidimos salir al exterior.

    CAPÍTULO VIII

    El carro de combate salió sobre las 00:35 h de la madrugada para despejar el camino y, se decidió a última hora, que si lleváramos un remolque surtidor de combustible para los dos vehículos que más consumieran, podríamos intentar llegar hacia el objetivo final. Por el contrario, si el camino estuviera despejado de vehículos abandonados, abandonaríamos el carro de combate para economizar en todo lo posible.

    Por lo antes dicho, se tuvo que modificar el plan pues, se decidió salir unos veinte minutos más tarde que Diego. Se dispuso que cada vehículo fuera ocupado por unidades familiares, dos todo terreno, se componían por cada uno de los hermanos de mi mujer, otro, de mi hermano y su familia, otro, de mi hermana, su familia y mi madre, otro con Iván, Nerea, la niña y su bebé y, Marta la vecina de mi hermano que fue también rescatada junto con su marido Ricardo que, iban junto con Diego en el carro de combate. Por último, yo con Alodia, los niños y mi perro íbamos en un blindado, junto con mi otra hermana y su hijo.

    Salimos de madrugada de la base y nos fuimos encontrando a muchos infectados, aunque era algo que nos importaba poco, aunque si nos preocupaba lo desconocido del viaje. Queríamos que pudiéramos hacer el viaje en unas doce o catorce horas.

    Discurrieron ya unos cincuenta kilómetros del viaje y ya nos estábamos encontrando bastantes manadas de infectados que daban media vuelta y nos empezaban a seguir, aunque afortunadamente, eran demasiado lentos. El primer escollo importante con el que nos topamos fue una aglomeración de vehículos abandonados y atravesados por lo que, el carro de combate nos retrasó mucho para poder apartar algunos de ellos y despejar un carril de la autopista. Además, el carro consumió mucho combustible adicional.

    Eran las 5:30 h de la mañana y, necesitábamos parar para echar combustible a los vehículos, sobre todo al blindado y al carro. Elegimos un lugar fuera de la autopista, en un campo que estuviera sin cultivar y nos dispusimos a hacer un círculo con los vehículos y vigilar por si vinieran infectados.

    Estábamos descansando en el descampado y de forma intermitente, se iban acercando infectados habidos de hambre. Fueron eliminados y cuando se comió algo y se llenaron los depósitos de combustible de los vehículos, reanudamos la marcha.

    El ritmo era, para desesperación de todos, muy lenta y comprendimos que no podíamos llegar a nuestro destino antes de que amaneciera; es más, ni tan siquiera llegaríamos a la ciudad de Sevilla o alrededores. Por tanto, Diego decidió parar antes de que el día nos envolviera y buscar algún edificio para ocultarnos nosotros y los vehículos, cuidando mucho nuestra seguridad.

    Cuando pasamos el paso de Despeñaperros, nos introdujimos en Andalucía y nos empezamos a preocupar del sitio para pasar el día. Se hizo una pequeña exploración por parte de mis dos cuñados con un todo terreno y provistos de un mapa, pudieron encontrar una finca grande y con la casa principal rodeada por un muro donde, por el lado norte, se ubicaba un portón de madera y remaches de metal que nos protegería perfectamente de los infectados.

    Apresuramos la marcha para acudir hasta el citado lugar. Al llegar, abrimos la puerta metálica donde empezaba la finca y seguimos todo recto por un camino de tierra que se adentraba mucho en la misma. Pasado cinco minutos, torcimos a la derecha por otro camino que se cruzaba con el anterior y, al poco, empezamos a ver las primeras edificaciones, una nave pequeña, un almacén techado y sin paredes donde había apiladas alpacas de paja así como, un edificio de un solo piso con muchas puertas de madera que parecían unas caballerizas.

    Esta finca parecía que fuera de un importante terrateniente, Villa Clara ponía en el machón de la puerta de madera y metal del cortijo. Enseguida, la puerta se abrió y ahí estaban mis dos cuñados que nos indicaron donde dejar los vehículos. Yo fui, el último en entrar y, tras de mí, mi cuñado se apresuró en cerrar el portón.

    Cuando alguno de nosotros salimos de los vehículos, preguntamos si en la casa había algún infectado, a lo que mí cuñado Víctor contesto que no sabía pues, prefirieron esperarnos y abrir la casa con más armas.

    Se formaron cuatro equipos de tres hombres cada uno, como de costumbre, y dos de ellos entraría por la puerta principal, otro por la puerta trasera y, el último, se quedaría fuera protegiendo el convoy y vigilando tanto el interior de la finca como el exterior. Para ello el carro de combate se puso bloqueando toda la puerta del muro y el blindado, estaría pegado al muro al otro lado para vigilar y proteger el interior y exterior, así como, dar cobertura, si hiciera falta, al equipo de retaguardia.

    El equipo de vanguardia, se componía, por un lado, de Diego, Ricardo e Iván y, el otro, Javier, Jose y yo mismo. En retaguardia, el equipo se componía de Luis, mi cuñado, su hijo Luis, y mí, también sobrino, Ruslán, el hijo de mi hermana mayor, de origen ucraniano.

    Al no saber la distribución del cortijo y al ser muy grande con dos pisos y un desván en la parte de arriba, provistos de walkis entramos los tres equipos a la vez. En vanguardia, al entrar, accedimos a un hall distribuidor de forma casi rectangular donde se accedía a otras estancias de la casa. A la derecha, había dos puertas, una se accedía a una habitación que, parecía, que no era muy usada por la familia en muchas ocasiones. Parecía una habitación para recibir a los invitados y solo para eso. Tenía un tresillo de tercio pelo granate, un gran armario con espejo en la puerta y, otros muebles de menor tamaño, con una mesa en el centro de la habitación y rodeada por el sofá y los sillones y una gran alfombra muy vieja pero bien conservada. En esta habitación no había nadie.

    En la segunda habitación, había un salón comedor, donde parece que se hacía parte de la vida de la casa. En esta habitación, tampoco encontramos a nadie.

    En la parte izquierda del hall, había otra estancia que era la cocina. Era una cocina muy grande de forma cuadrada, y que a su vez, tenía otras dos puertas. Una era la despensa y, otra, daba a un patio interior estilo andaluz muy vistoso y bonito.

    En el patio, el segundo equipo, encontró a un infectado que, claramente, se trataba de alguien del servicio doméstico. En la despensa, no encontramos a nadie, pero, para nuestra suerte, encontramos gran cantidad de comida, sobre todo jamones y embutidos, así como, muchas conservas hechas por sus antiguos moradores.

    Decidimos extremar las precauciones, sobre todo, porque habíamos encontrado a una infectada en el patio, así que, decidimos mandar al equipo de retaguardia a la posición inicial en el exterior de la casa.

    Una vez hecho, los dos equipos restantes subieron al siguiente piso, uno delante y otro, cubriendo por si venía algún infectado desde el piso de abajo que no hubiéramos visto.

    En el segundo piso estaban todas las habitaciones que, al contrario del piso de abajo, constaban de muchas puertas, cuatro en el lado ancho de la casa y dos más en cada lado corto enfrentadas unas a otras. Se decidió, dejar a uno de cada equipo al borde de las escaleras, para que cubriera la parte de abajo, y vigilar todas las puertas salvo las últimas que había a cada lado donde las tapaba un tabique.

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1