1200 Relatos para una cultura de la prevención
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Estos 1200 relatos para una cultura de la prevención nos ayudan a ser conscientes de esos pequeños detalles que pueden convertir un día normal en un auténtico desastre. Pero sin agobios, sin culpas, con la naturalidad propia de saber que somos seres humanos y nos equivocamos a cada momento. De forma amena y fluida, los relatos cortos de John Jenrry Piedrahita, son como un espejo en donde seguramente nos veremos reflejados en muchos de ellos y que al mismo tiempo nos darán una gran enseñanza sobre la necesidad de cuidarnos.
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1200 Relatos para una cultura de la prevención - John Jenrry Piedrahita Bustamante
© Derechos de edición reservados.
Letrame Editorial.
www.Letrame.com
info@Letrame.com
© John Jenrry Piedrahita Bustamante
Diseño de edición: Letrame Editorial.
Maquetación: Juan Muñoz Céspedes
Diseño de portada: Rubén García
Supervisión de corrección: Ana Castañeda
ISBN: 978-84-1068-138-5
Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.
«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».
Prólogo
Suena el despertador y nos ponemos en marcha para comenzar un día más, pero la mayoría de las veces lo hacemos de forma automática. La sociedad nos empuja a actuar con ese automatismo, pero nosotros podemos luchar contra esta tendencia. Los accidentes domésticos, en el trabajo, en el campo son de lo más habituales. Accidentes que muchas veces podrían evitarse si pusiéramos más atención y no fuéramos con el piloto automático todo el tiempo. Y con la finalidad de ser más conscientes de lo que hacemos y también de lo que no hacemos, nace este curioso proyecto literario de 1200 relatos para una cultura de la prevención.
Decimos curioso por su originalidad. Relatos cortos, de lectura fácil y sencilla, algunos narrados en prosa y otros en verso, pequeños cuentos verdaderos y verosímiles que nos recuerdan a todos que podemos evitar muchos incidentes cotidianos. El bebé que se mete en la boca una moneda, el motociclista que no se pone el casco protector para la cabeza, los trabajadores sin equipo de seguridad, el frasco con gasolina, el frasco con veneno o las herramientas cortopunzantes dejadas por ahí en cualquier sitio… ¿cuántos detalles se nos escapan en el día a día?
¿Habré cerrado la llave del gas? Seguramente sea una de las preguntas que más se ha hecho, se hace y se seguirá haciendo la gente por todo el mundo. Estos 1200 relatos fluyen con nuestra propio día a día, reflejados en los olvidos, en los descuidos, en la falta de prevención. Y no se trata de vivir con miedo a que ocurra algún accidente, sino de poner un poco más de atención en nuestros quehaceres diarios. El objetivo, más allá de la seguridad y de prevenir incidentes, es mucho más loable: el cuidado. Cuidarnos a nosotros mismos y cuidar a los demás, a nuestra familia, a nuestros seres queridos y también a todos aquellos con los que nos relacionamos de una manera u otra.
Es un libro para todas las épocas y personas, para el niño, el ama de casa, el deportista, el campesino, el estudiante, el abuelo, para todo aquel que trabaja sea cual sea su profesión. Sin distinción de credo, nivel social, nacionalidad, inclinación política, al fin y al cabo la prevención es un lenguaje universal que como sociedad debemos comunicarnos.
.
Dedico este libro a la memoria de:
Mi padre, Gilberto de Jesús Piedrahita
Mi madre, Matilde Rosa Bustamante Lopera
Mi abuela, Soila Rosa Lopera
Dedicaron su vida entera… por nosotros, sus hijos y nietos
.
«Y la palabra se convirtió en oración
Y la oración se volvió párrafo
El párrafo se transformó en cuento
Y cada cuento dio vida a una estrella
Sí… a una estrella más
…En el cielo de nuestra memoria».
John Jenrry Piedrahita
Agradecimientos
Mi agradecimiento va dirigido a tantas personas que me he encontrado en el camino y que, sin saberlo, de muchas maneras nos hemos ayudado, enseñado y edificado.
Personas que con palabras y actitudes muy oportunas y positivas compartían mi sentir de materializar en el papel este anhelo de contribuir a fortalecer algo tan valioso en el ser humano como es la cultura para la prevención por medio de una lectura amena y educativa.
.
Proverbios 3: 13-14
Bienaventurado el hombre que halla la sabiduría y que obtiene la inteligencia; porque su ganancia es mejor que la ganancia de la plata y sus frutos más que el oro fino.
Reina-Valera 1960.
.
«El edificar una cultura de la prevención no es fácil. En tanto que los costos de la prevención deben pagarse ahora, sus dividendos se hayan en el fututo remoto. Además, los beneficios no son tangibles: son los desastres que nunca sucedieron».
Kofi Annan. Ex secretario General de las Naciones Unidas.
.
Vela encendida bajo la cama
1. Esa vela encendida
que bajo la cama colocó,
con una hermosa luz tenue
su habitación iluminó.
Pero de ahí la tendrá que retirar
y, para evitar una tragedia,
su llama deberá apagar.
Vela encendida cerca a la cama
2. Ella encendió una vela roja
y cerca de la cama,
sobre el frío piso,
la ubicó.
Al igual que en la habitación,
en su lindo rostro
la luz se reflejó.
Pero la apagué,
pues la cama se podría prender
y ella, yo y la habitación
podríamos arder.
Trapo de cocina cerca de la llama
3. Las arrugas y canas de la abuela
muchas historias guardaban
y al calor del fogón, en la cocina,
ella siempre las narraba
mientras un rico olor a chocolate con canela
toda la casa impregnaba.
Cierta vez, uno de sus cuentos
por poco en tragedia termina
pues junto a la llama del fogón
dejó un trapo de cocina.
Sin embargo, al notar su error,
rápido lo retiró
pues se podía prender
y un incendio ocasionar.
Ella puso el trapo lejos del fogón
y el cuento feliz terminó.
Casa sin extintor
4. A las once de la noche, ¡qué rico descansaba en mi cama! De pronto, muy fuerte, a mi puerta llamó un vecino: que le prestara el extintor porque el sofá se le había prendido. Rápido se lo presté y las llamas pudo apaciguar. Así mi vecino entendió que en una casa nunca debe faltar un extintor.
El extintor que nadie sabía operar
5. Sobre la pared de la casa, un extintor amarillo llamaba la atención de todos por su hermoso colorido y su forma tan extraña. Pero más les sorprendió cuando comprendieron que no lo sabían usar y en cualquier momento un fuego se podría presentar. Leyeron las instrucciones y lo aprendieron a manejar. Y así más lo pudieron admirar.
Extintor con fecha vencida
6. El trapo de cocina, cerca de la llama de la estufa quedó y pronto se encendió. De este, una refulgente llama surgió. Alguien cogió el extintor, pero cuando quiso apagar la llama, de este nada salió, qué sorpresa cuando notó que su fecha de vencimiento había caducado el año anterior.
El extintor descargado
7. El abuelo, con sus manos grandes y arrugadas, una mesa arreglaba en el garaje de la casa. De pronto, unos frascos con pintura descubrió y se ilusionó al pensar que con ellos la mesa podría pintar. Entonces leyó: ¡Cuidado!, líquido inflamable, se puede incendiar con facilidad. Pero el abuelo muy tranquilo se quedó, ya que tenía un extintor. Lo que no sabía era que estaba descargado y de nada le serviría.
Trapos de cocina cerca de la llama
8. Día tras día, durante muchos años vi a mi madre trajinar en la cocina y prepararnos con esmero ricas comidas. Muchas veces, ocupada, junto a la llama de la estufa dejaba los trapos sucios. Siempre que yo veía alguno pensaba: ¡se va a prender!, y rápido de allí lo retiraba.
Los tenedores con punta hacia arriba
9. Qué hermosos y brillantes quedaban los tenedores cuando mi madre los lavaba.
Pero con las puntas hacia arriba en el portacubiertos los ubicaba. Yo veía esas puntas amenazantes y qué susto me daba, pues alguien sus manos podría lastimarse. Entonces los cogía y los volteaba para que las puntas hacia abajo quedaran y a nadie lastimaran.
Tenedores bien guardados
10. Las delicadas manos de la abuela
en jabón se ahogaban
cuando los tenedores lavaba.
Estos quedaban resplandecientes
al igual que sus canas plateadas.
Luego, con la levedad
con que caen las hojas en otoño,
en un cajón los guardaba
y así la cocina más segura quedaba.
Cuchillo con punta hacia arriba
11. Altiva y desafiante, la punta de aquel cuchillo sobresalía del portacubiertos, en medio de cucharas, trinchetes y tenedores. «¡Pero qué veo! —dijo mi madre—. Con esa punta alguien se puede cortar. El que así ubicó el cuchillo, se equivocó. Lo voltearé para que nadie se vaya a lesionar».
Pipeta con gas abierta
12. Llovía y llovía sin parar. Mi madre y yo esperamos en la puerta a que la lluvia cesara, pues íbamos a salir a visitar a algunos familiares. De pronto, me llegó una corazonada: ¿será que la pipeta de gas quedó cerrada? Fui a mirar y… ¡Oh susto!: la habíamos dejado abierta. Ahí mismo la cerré y así un grave accidente evité.
Pipeta de gas dentro de la cocina
13. En una esquina de la cocina
la pipeta siempre estaba
dispuesta a darnos su aliento
para encender la llama.
Pero un día
tuvimos que sacar de la cocina
a aquella gran amiga de la familia,
pues, por seguridad,
una pipeta de gas
fuera de la casa debe estar.
Pipeta con gas dentro del cuarto
14. En aquel pequeño cuarto vivía y allí todo tenía: una cama, una mesa y una silla. Y, en la cocineta, una pipeta de gas también había. Adentro del cuarto no la quería tener, pero no tenía patio y afuera no la podía dejar. ¡Nada qué hacer! Allí se tenía que quedar, pero siempre estaba pendiente de que estuviera bien cerrada y el gas no se fuera a escapar.
Manguera de pipeta con gas bien asegurada
15. Como una gran pareja,
juntos en la cocina
siempre estaban
sin que nadie los pudiera separar.
Siempre unidos
por aquella manguera amarilla.
Ella, la pipeta de gas,
su atrapante aliento le daba
y su llama encendía.
Y él, el horno,
se aferraba a ella
con cuidado
de que su aliento
no se le fuera a escapar.
Entre pipeta con gas y horno manguera bien asegurada
16. Eran el uno para el otro,
unidos por una manguera que
como un lazo de amor los unía.
¡Cuántos lindos momentos vividos!
¡Y qué ricas comidas preparaban juntos!
Ella, explosiva pipeta con su gas inflamable.
Él, ardiente horno de corazón llameante.
Y entre los dos, muy bien asegurada,
la cómplice manguera que los enlazaba.
Cada uno la sostenía con amor y cuidado
para que el aliento de ella no se pudiera escapar
y el corazón de él jamás dejara de arder
pero que tampoco fuera a explotar.
Sartén con cogedera sobrevolada
17. Como lava ardiente de volcán furioso, el aceite en la sartén ardía y unos deliciosos buñuelos freía. Cuando estuvieron dorados y crujientes, mamá los retiró, pero ¿qué hizo? La sartén mal ubicada dejó: su cogedera de la estufa sobresalió. Me alarmé, ya que con ella alguien podría tropezar y con el aceite se podría quemar. Rápido, me acerqué, la cogedera volteé y así un accidente evité.
Sartén con aceite caliente al alcance del niño
18. Sobre el banco de la cocina la vi, tan caliente, y me quedé sin palabras. ¿Pero quién la puso ahí?, me pregunté asustado, y sin pensarlo dos veces la retiré de ese lugar. Nuestro pequeño, que ya gatea, podría llegar hasta ella y quemarse. Y es que una sartén con aceite caliente siempre debe estar alejada del alcance de los niños.
Olla con agua caliente ubicada con seguridad
19. La cocina nublada
por el vapor que de allí emanaba
y las juguetonas burbujas
que en el agua se formaban,
le anunciaron que ya había hervido
y la podía retirar.
Así que, con cuidado,
la olla caliente de la estufa bajó,
en un lugar seguro de la cocina la colocó
y así un accidente por quemadura evitó.
Tenedor sobre la silla
20. Muy campante,
sobre una silla del comedor,
hermoso y brillante
con las puntas hacia arriba
se encontraba el tenedor.
¡Qué descuido!, pensó ella al verlo.
Rápido fue y lo retiró
antes de que alguien
se sentara y se chuzara con él.
Edificio sin detectores de humo
21. Eran las once de la noche cuando, de repente, escuché pasos en los corredores del edificio. Iban y venían. También escuché murmullos, así que me levanté para mirar: una nube de humo inundaba la primera planta. Vi a algunos vecinos corriendo con baldes llenos de agua. Una bolsa con basura que habían dejado abandonada se estaba quemando. ¡Qué irresponsabilidad!, pensé, ¿por qué no hay detectores de humo en los pasillos del edificio?
Botellas de vidrio arrojadas en el bosque
22. Hermosos bosques, cual pintura al óleo,
con pincel de apasionado pintor.
Imponentes montañas, cual majestuosa escultura,
con cincel de impetuoso escultor.
Mágicos bosques de ensueño,
de leyendas que aún no se han contado.
Inescrutables montañas
que aún nadie ha conquistado.
Cuántas botellas de vidrio
en esos bellos paisajes habrán arrojado.
Cuántas con los rayos del sol se han calentado
Espero que ningún incendio hayan generado.
Agua sobre el piso de la cocina
23. De un lado para otro, caminaba sin parar. Sus manos iban y venían, amasaban, desgranaban, cortaban y revolvían, pues en una cocina hay mucho que trabajar. En su afán, regó un poco de agua sobre el piso y rápidamente la secó. Es que un charco en el piso de la cocina no se debe dejar, ya que alguien se puede resbalar.
Aceite sobre el piso de la cocina
24. Era un lindo día, sin mucho frío ni mucho calor. El sol estaba en la mitad del firmamento: era el mediodía. Observé cómo ella retiraba de la sartén, una a una, las ricas albóndigas. Con estupor noté que el aceite se regaba sobre el piso, así que reaccioné: cogí un trapo y sequé el aceite antes de que ella se pudiera resbalar.
Piso de cocina mojado
25. Siempre estaba mojado. Parecía el piso de una zona húmeda. ¿Era un sauna, un jacuzzi o un turco quizás? Hasta un servicio de masajes se habría podido implementar. Mas no era lo uno ni lo otro: era la cocina de mi casa, en donde mucho trajín había. A mi familia, con cariño, le enseñé que siempre el piso se debe secar para que nadie se resbale y así accidentes evitar.
Llave del gas abierta
26. Cual medalla de plata,
la luna en el cielo brillaba.
Ella y yo en nuestro lecho descansábamos
muy cerca el uno del otro
tranquilos y abrazados.
De pronto, una duda cruzó por mi cabeza:
¿La llave de la red de gas había cerrado?
Entonces recordé que la había dejado abierta.
Corrí a la cocina y la cerré,
regresé adonde mi amada
y tranquilo descansé.
Revisar pipeta con gas y fogones en la noche
27. Después de disfrutar de un delicioso té
y una amena conversación
con aquella que era mi esposa, mi amante,
compañera y amiga,
nos fuimos a descansar.
Pero antes, como siempre,
una última ronda por la cocina ella fue a dar
y revisó la estufa de gas:
que estuvieran cerrados la pipeta y los fogones
y una fuga de gas en la noche no se fuera a presentar.
Fuerte olor a gas
28. Eran las ocho de la noche
y él estaba en el balcón
disfrutando con su mujer
de una exquisita botella de vino,
con brindis y palabras de amor.
De pronto, un olor extraño el romance opacó.
¡Es gas!, gritó ella.
¡No cerré la llave!, exclamó.
Del romance y del vino él se olvidó,
a la cocina corrió
y rápidamente la llave del gas cerró.
El banco para coger un foco
29. La luz iluminaba cada letra,
cada frase,
cada página que escribía.
Su imaginación volaba
y con el lapicero
en el cuaderno plasmaba
todo lo que su imaginación le dictaba.
De repente, la habitación se oscureció,
ya que el foco se quemó.
Un banco cogió para subirse y cambiarlo.
¡No lo hagas!, le dijeron, ¡espera!,
del banco te puedes caer,
es más segura una escalera.
Una escalera es más segura
30. Con sus hilos muy bien entretejidos,
una hermosa telaraña
el foco envolvió.
La joven, sentada en el sofá,
no le quitaba de encima la mirada.
Un trapo cogió
y debajo del foco una silla colocó
para subirse y limpiar la telaraña
que tanto la mortificaba.
¡No te subas ahí!, le advirtió su mamá.
Si más segura quieres estar,
una escalera debes usar.
Limpiar el aceite caliente sobre el piso de la cocina
31. Caliente caliente eeea, caliente caliente eeeo. Eso cantaba la tía cuando carnes freía. Y en medio de la alegría, cuando de la sartén las carnes sacaba, algunas gotas de aceite regaba. Pero la tía era prudente y de inmediato lo limpiaba, pues en él se podría resbalar y con facilidad se podría lesionar.
32. Si tuviera patio, todos los días me daría un rico baño de sol, y en él ubicaría la pipeta de gas, por comodidad y seguridad. Pero vivo en un pequeño cuarto, sin un patio donde tenderme a ver el atardecer. Lo que sí puedo hacer es ubicar la pipeta contra la pared y asegurarla muy bien para evitar que se pueda caer.
Tijeras jardineras abandonadas
33. Perdida en el jardín,
con sus dos grandes ojos
por entre las flores observa
y espera a que alguien la rescate.
Sus puntas son más filudas
que las espinas de las rosas.
¿Quién será que tan poco la quiere,
tan fácil la olvida
y siempre la abandona?
La tijera de jardinería
desea que alguien la guarde,
pues no quiere lastimar a nadie.
Desagüe del jardín obstruido
34. El amanecer llegó,
el sol asomó,
y la lluvia de la noche paró.
De pronto, escuché que el abuelo decía:
¡Se inundó el jardín de mi vida!
Y es que el desagüe que en el jardín había,
bajo un cúmulo de tierra y hojas yacía
porque desde hacía muchos días
el abuelo limpieza no le hacía.
Calle inundada por desagües obstruidos
35. La tormenta caía,
los truenos el cielo estremecían
y los rayos,
como largas raíces llenas de luz y energía,
la tierra sacudían.
Mi vecino del frente
sacaba agua por montones de su casa.
Y es que el desagüe de al lado
hacía tiempo que no lo limpiaban.
Vidrio de la ventana roto
36. El viento soplaba con fuerza. Un aguacero se vislumbraba. Rápidamente cerró las ventanas. Pronto llegó la lluvia y tuvo que mover algunos muebles, como siempre lo hacía cuando la lluvia caía, pues el vidrio de la ventana se había quebrado desde hacía seis meses y aún no lo había cambiado.
Manita herida por vidrio roto
37. En el sofá, con su pequeño, todas las tardes se sentaba y allí le hablaba y le cantaba. Él tocaba con sus manitas la ventana y a través de ella el mundo contemplaba. Pero un día el vidrio de la ventana se quebró y un pedazo filudo y cortante ahí se quedó. Junto a la ventana, con su bebé, ella no se volvió a sentar hasta que un vidrio nuevo volvieran a colocar, pues su bebé se podría cortar.
El vidrio flojo que fácil se cayó
38. Era la una de la mañana
y ella ya empezaba a soñar.
El viento soplaba desafiante
y un vidrio de la ventana empezó a golpear.
Cada golpe era como un grito
que llegaba a lo profundo de sus oídos.
El vidrio estaba flojo,
la fuerza del viento lo tumbó
y en mil pedazos se quebró.
Asustada, ella se levantó
y los pedazos de vidrio recogió.
Ese día aprendió la lección:
por seguridad,
un vidrio flojo siempre se debe asegurar.
Los filosos vidrios de las celosías
39. Dicen que después de la tormenta
la calma debe llegar.
Y así fue:
después de una noche de fuerte lluvia,
ella se acercó a la ventana con su bebé
y la ventana de celosías abrió.
¡Qué hermoso amanecer ante sus ojos apareció!
Pero de allí rápido se tuvo que retirar,
pues su pequeño las celosías quería coger
y sus manitas se podría cortar.
La taza de café caliente al alcance del bebé
40. De esa taza de café,
que sobre la mesa estaba,
qué rico aroma emanaba.
Al lado, recién horneadas,
unas galletas con forma de rosas
se veían muy apetitosas.
Ella, con su pequeño hijo en brazos,
aquel café con galletas quería disfrutar,
pero su pequeño intentaba la taza caliente alcanzar,
así que en su cochecito lo tuvo que ubicar
para que no se fuera a quemar.
La taza de café caliente que el bebé regó
41. Su pequeño hijo
las manitas extendía
como si el mundo entero quisiera abrazar.
La taza con café caliente
y el pedazo de pastel quería alcanzar.
En un descuido de la madre,
el pequeño la taza alcanzó
y sobre la mesa el líquido caliente vertió.
Por poco se queman los dos.
Ella se levantó con rapidez,
limpió la mesa
y se sirvió una nueva taza de café,
pero esta vez prestó más atención
con las manitas de su nené.
La sopa caliente al alcance del bebé
42. Cuando se sentó a la mesa para dar a su pequeño la rica sopa caliente, en un parpadear pudo calcular que las manitas de su hijo podrían alcanzar el plato. Sin dudarlo, movió la silla hacia atrás para que su pequeño no pudiera meter sus manitas en la sopa y con ella se pudiera a quemar.
Las copas de vidrio al alcance del bebé
43. Risas y carcajadas
hasta en el último rincón
de la casa se escuchaban.
Era su pequeño bebé
de tan solo ocho meses
que por toda la casa gateaba.
De pronto advirtió
que en la parte baja
de una repisa de la sala
unas copas de vidrio estaban.
Rápido las retiró
antes de que su hijo
las pudiera coger, quebrar
y con sus vidrios cortar.
El vaso con limonada al alcance del pequeño niño
44. ¡Uy, qué calor hacía! Preparó una deliciosa limonada y la dejó sobre la mesita de centro de la sala, mientras disfrutaba de la lectura de una revista. Al momento, observó que su pequeño hijo, gateando, llegó hasta la mesa. Rápido, retiró la limonada, antes de que su hijo pudiera alcanzar el vaso, quebrarlo y cortarse.
El desinfectante en las manitas del bebé
45. Debajo del lavadero de ropa, imponente, estaba el desinfectante, fiel protector contra los hongos, los virus y las bacterias. Pero un día, ella quedó horrorizada cuando vio que su hijo, que apenas gateaba, llegó al lavadero y cogió el desinfectante. De inmediato, ella se lo quitó y en un lugar más seguro lo guardó.
Puerta cerrada ante el fuerte viento
46. ¿Has escuchado al viento susurrar?
A veces silba
y otras veces prefiere cantar.
Algunos días llama a mi ventana,
con dulzura y suavidad,
pero en otras ocasiones
se comporta con agresividad,
como si quisiera pelear,
empuja con fuerza la puerta
y con rabia la hace cerrar.
Por eso cuando lo siento llegar
cierro la ventana de mi habitación
antes de que pueda entrar
y todo lo quiera destrozar.
La puerta que el viento con fuerza cerró
47. El viento volaba y entraba a su habitación llevando una suave brisa que humedecía su rostro. Allá, no muy lejos, la lluvia se veía venir. El viento sopló con fuerza y perturbó su tranquilidad cuando empujó con violencia la puerta. Debí cerrarla antes, pensó. Y, desde aquel día, siempre tuvo esa precaución.
El bebé jugando con el agua del sanitario
48. Dos piececitos caminan por la casa sin parar y dos manitas curiosas todo lo quieren tocar. Es su pequeño príncipe, que sus primeros pasos empieza a dar. Un día lo descubrió en el baño jugando con sus manitas en el agua del sanitario, así que la puerta del baño decidió cerrar, pues muy pendiente hay que estar de un pequeño que empieza a caminar.
El jabón sobre el piso de la ducha
49. El día apenas despertaba. El agua caliente corría por su cuerpo. Cuando salió del baño, su hermana ocupó la ducha. De pronto, salió un gritó del baño y la casa se estremeció. Su hermana se había resbalado en la ducha. ¡Qué descuido!: había dejado el jabón en el piso, su hermana no lo vio, se paró en él y se deslizó.
El bebé que jugaba con la papelera del baño
50. ¿Dónde estás, mi niño? Te voy a encontrar y muchos besos te voy a dar. Buscaba y buscaba y no lo encontraba. De pronto, un ruido en el baño escuchó. Rápido llegó y jugando con la papelera a su niño encontró. ¡Eso no es para jugar!, le advirtió. En sus brazos lo acunó y la puerta del baño cerró.
51. Como todas las mañanas, aquella joven se dio una ducha; deslizó por su cuerpo una barra de jabón y con champú medicado masajeó su cabello. Cuando salió del baño, el pequeño niño, que gateaba por la casa, entró, cogió el champú y se lo esparció por todo su cuerpo, pues ella lo había dejado en el suelo.
El veneno bajo el lavadero
52. Debajo del lavadero de ropa,
en medio de jabones,
desinfectantes y baldes se ocultaba.
Siempre temido, peligroso,
solapado, frío y calculador.
Un día, mi abuelo lo descubrió,
de allí lo sacó
y en un lugar un seguro lo guardó.
Y es que un frasco con veneno
alejado del alcance de los niños
siempre debe estar.
Malla de seguridad en el balcón
53. Para su pequeño, ella convirtió el balcón del apartamento en un parque de diversiones repleto de juguetes, donde él se entretenía, jugaba y reía. En un atardecer de juegos, el niño cogió una pelota y la arrojó por el balcón. Su madre observó todo esto y decidió instalar una malla alrededor del balcón para que su pequeño pudiera jugar tranquilamente sin arrojar sus juguetes a la calle.
Malla de seguridad en el balcón para protección del niño
54. Lo he visto crecer.
¡Qué rápido pasa el tiempo!
Recuerdo cuando nació
y me parece que fue ayer.
Muchos juguetes quedaron en el olvido
y otros nuevos ocuparon su lugar.
A él le gusta jugar en el balcón
y además quiere ser escalador.
Un día lo vi trepar por el muro del balcón
y ¡qué susto me dio!
No lo dudé:
una malla de seguridad
alrededor del balcón mandé a ubicar.
Malla de seguridad en el balcón para