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El terrible adagio
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Libro electrónico157 páginas2 horas

El terrible adagio

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Sin saber por qué o qué estaba pagando, doña María de la Paz recibió un Terrible Adagio, el cual la llevó a reflexionar sobre el valor y brevedad de la vida, viviendo injustamente con su hija un desmedido calvario, quien a su corta edad compartió un capítulo oscuro de su vida.

IdiomaEspañol
Editorialibukku, LLC
Fecha de lanzamiento25 ene 2021
ISBN9781640867949
El terrible adagio

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    El terrible adagio - Andrés Cruz

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    EL TERRIBLE

    ADAGIO

    Andrés Cruz

    Reservados todos los derechos. No se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

    El contenido de esta obra es responsabilidad del autor y no refleja necesariamente las opiniones de la casa editora. Todos los textos fueron proporcionados por el autor, quien es el único responsable sobre los derechos de los mismos.

    Publicado por Ibukku

    www.ibukku.com

    Diseño y maquetación: Índigo Estudio Gráfico

    Copyright © 2020 Andrés Cruz

    ISBN Paperback: 978-1-64086-793-2

    ISBN eBook: 978-1-64086-794-9

    Esta novela está basada en hechos reales, inspirada en vivencias narradas por los personajes; aunque, se han cambiado algunos nombres y lugares para proteger la identidad de estos, además se ha incluido en la narrativa la ambientación y comentarios propios del autor, con el fin de proporcionar al lector una mejor percepción de los hechos.

    Esta es parte de la efímera vida de doña Paz,

    Quien después de recibir un Terrible Adagio,

    Vivió su propio calvario,

    Sabiendo que tenía una cita con la muerte.

    Con inspiración y dedicación especial a mi querida madre, quien siempre fue fiel a sus principios y propósitos, dándonos con mucho esmero y perseverancia lo que ella no pudo tener.

    Código uno, código uno, suenan las alarmas, suenan los parlantes, corren los doctores y las enfermeras, unos entran, otros salen, llevan medicinas, instrumentos y equipo médico, no disponen de tiempo para conversar con nadie. Todo es confusión y mucha tensión, vemos rostros extasiados, llenos de zozobra, de aflicción, de impotencia, de tristeza, de angustia…

    Eran las seis y cuarenta minutos de la tarde del fatídico 27 de julio de 2013, la emergencia continuaba, nos preguntamos ¿qué pasa?, ¿qué pasa?, ¿qué sucede?, ¿habrá problemas?, no nos queríamos imaginar lo peor, ni pretendíamos suponer nada, tampoco conjeturar de que nuestra madre se marchaba, nos negábamos a aceptar la realidad, nos invadía el miedo, nadie quería expresarse, nos volteamos a ver, nos veíamos atónitos unos a otros. Instintivamente, Andrea se dirigió a la Unidad de Cuidados Intensivos y observó por la mirilla de la puerta de acceso al área de emergencias, que su abuela estaba siendo atendida por muchos médicos y enfermeras, quienes le daban masajes en el corazón, utilizando equipos médicos especializados.

    Después de interminables y fatídicos minutos; por fin, los médicos nos dieron el terrible adagio, mi madre había partido.

    Tal como ella lo había narrado: después de varios días muy enferma, su salud mejoró, a tal grado que abrió sus ojos y con señales inequívocas nos manifestó que entendía muy bien lo que le preguntamos, lo que nos hizo suponer que pronto se recuperaría…

    Capítulo 1

    Durante se desarrollaba la segunda Guerra Mundial, doña Paz y su familia vivían en El Carmen, un pueblo pequeño perteneciente al departamento de La Unión, ubicado al oriente de El Salvador, en una humilde casa de campo construida de paredes de adobe, techo de tejas de barro y en su interior divisiones de madera y cartón (adobe: ladrillos de lodo sin cocción), a la orilla de un riachuelo de aguas limpias y sinuosas que pasaba cerca de la vivienda.

    Muchas veces sus hijos disfrutaban bañándose en unas pozas de agua no muy profundas, creadas por el movimiento vertiginoso de las corrientes del río, y hábilmente mejoradas manualmente por los lugareños, con las piedras más grandes; quienes aprovechaban el lugar para pescar, lavar ropa o simplemente acudían a bañarse, otras veces celebraban un día de descanso o de campo con toda la familia. Los fines de semana era muy concurrido, se volvía una verdadera fiesta.

    Los niños gustaban jugar mucho tiempo con pececitos recogidos entre sus manos, sacando chacalines, cangrejos, canechas y caracoles, lo cual era de gran diversión para los pequeños; ellos pasaban horas y horas jugando sin darse cuenta del tiempo transcurrido. La vida era tranquila, normal y sin sobresaltos, en convivencia con sus padres y demás familiares, todos disfrutaban de la vida del campo en familia.

    Don Lucio, el esposo de doña Paz, se dedicaba a tareas del campo, en especial al cultivo de maíz y a la corta del algodón, en su casa siempre tenía un área con una pequeña milpa, es decir siembra de maíz, y durante la semana laboral acudía a una hacienda cercana en la cual prestaba sus servicios, como cortador de algodón. En esa época, el algodón era el segundo cultivo principal del país, después del café; por lo que doña Paz se levantaba cada día muy temprano a prepararle el desayuno, y el almuerzo para llevar, éste último lo colocaba en un portaviandas de aluminio para que se conservara caliente, además llevaba consigo un saco de henequén donde se colocaba el algodón cortado y demás utensilios para el trabajo. Cada persona realizaba la corta del algodón a mano y lo iba depositando dentro del mencionado saco, que era atado a la cintura; al final del día, cada cortador llevaba en su espalda los sacos llenos a las básculas, las cuales eran colocadas en diferentes sitios de la hacienda o finca, bajo tiendas de campaña hábilmente amarradas a varas o árboles del lugar para protegerse del sol, donde el algodón era pesado por representantes del patrono, después de la jornada semanal se contabilizaba lo cortado por cada uno y se procedía al pago en colones, según el peso del algodón acumulado semanalmente.

    Cierto día, don Lucio, después del arduo y caluroso día de trabajo cortando algodón, llegó a su casa de habitación muy cansado, sus axilas estaban empapadas, emanaba un fuerte olor a sudor que rápidamente saturó todo el ambiente, el cual se confundía con el hedor a tabaco que masticaba, su camisa mostraba las evidencias del duro trabajo, dibujando un mapa irregular con el sudor de su cuerpo. Sus hijos, como era costumbre, corrieron a saludarlo con sus manitas unidas diciéndole bendito papa bendito papa a lo cual él les respondió abrazándolos contra sus pantalones y saludándoles también, agradeciéndoles su gesto, tomándoles las manos a cada uno. Una vez dentro de la casa, se quitó el sombrero, guardó su portaviandas y sus herramientas de trabajo en el desván, al mismo tiempo le preguntó a doña Paz:

    —¿Qué has preparado para cenar?—

    Sin embargo, doña Paz se encontraba moliendo masa para palmear tortillas y también tenía sin terminar la limpieza de la casa y aún no había iniciado la preparación de los alimentos, por lo que suavemente le respondió:

    Más ratito, lo voy a preparar—.

    Esa expresión: —que significa más tarde— propició una gran ira en don Lucio y rápidamente se envolvieron en una acalorada discusión, la cual fue subiendo de tono. Don Lucio le dijo:

    —Tengo hambre, vengo de trabajar, deberías tener la comida lista—.

    —Ya te contesté— respondió doña Paz.

    —Entonces no entendiste— le respondió don Lucio, tomándola fuertemente del antebrazo.

    —Suéltame, me lastimas, me estás haciendo daño—.

    —Es que no entiendes—.

    —El que no entiende eres tú, ya te dije que la voy a preparar—.

    —Ya, es en este mismo momento, no más ratito, además has tenido todo el día, ¿Qué has estado haciendo? —

    —Suéltame primero, suéltame—replicó doña Paz.

    La discusión se tornó violenta y en una forma inusual, saliéndose de control, a tal grado que ambos hablaban al mismo tiempo en un tono muy exaltado, haciendo gestos con sus manos; enseguida, se dio un forcejeo de manos, que con tan mala suerte terminó con una herida en la parte posterior de la mano derecha de doña Paz, ocasionada con una cuma que estaba mal puesta en la hornilla de leña y que fue manipulada por su consorte sin querer, mientras estaban luchando y en un momento de precipitación.

    —Me heriste— dijo doña Paz.

    —Tú te jalaste—.

    —No tenías que haber hecho esto—.

    —No quise hacerte daño, pero es tu culpa—.

    —Ya basta, esto se terminó—.

    —Como tú quieras— con ademanes extendió sus manos sobre su cabeza y buscó donde sentarse y dejo que doña Paz se curase.

    Rápidamente la mano estaba ensangrentada, y doña Paz corrió a lavarse con agua y jabón, después utilizó agua oxigenada que sacó de un botiquín de tela que tenía en una cómoda y se puso una venda que formó con una tira de tela que cortó con la boca de un solo tirón, la cual a los pocos minutos estaba completamente ensangrentada nuevamente. Después, al ver que la sangre no se le contenía, se puso gas que sacó de un mechero que estaba sobre una mesa y que era utilizado para dar luz por las noches, la sangre se empezó poco a poco coagular; por lo que, sobre la venda que ya tenía se colocó otra, la amarró un poco más firme. Sus hijos estaban en pie llorando junto a ella, la niña la había tomado de su falda y ella les dijo:

    —Todo está bien, ya me va a pasar, no es nada, no lloren—.

    Después del incidente ella decidió que no había más que hablar con su marido y no podía disimular su enojo, además pensó que no podía continuar con esa situación, por lo que su único camino era marcharse de la casa y terminar su relación con su pareja, a pesar de que habían procreado dos hijos (una hembra y un varón), aun así, era mejor no continuar algo que a la postre podría terminar en peores condiciones o en una fatalidad. Ella era una mujer con un carácter muy fuerte, inflexible, e independiente, con una voluntad de hierro; difícil de echar marcha atrás a lo que había iniciado.

    Doña Paz, con lágrimas en sus ojos y su rostro sonrojado, empezó a buscar sus pertenencias personales y fue colocándolas dentro de una funda de almohada que quitó de su cama; don Lucio estaba en pie a la par de un trípode hecho de un tronco de árbol y se dedicaba calladamente a preparar sus herramientas de trabajo para la corta del algodón que tendría el día siguiente, mascaba tabaco suelto que tenía envuelto en una bolsa y salía constantemente a arrojar escupitajos en el patio de la casa; sin embargo, con el rabo de sus ojos veía discretamente a doña Paz y a sus hijos. Los menores no se daban cuenta de la gravedad del problema, ni de lo trascendental que estaba ocurriendo, ellos permanecían sentados en unos taburetes de madera, atentos a las instrucciones de sus padres.

    Doña Paz terminó de empacar y le dijo a don Lucio:

    —Me voy con mis hijos, no hay más que hablar—.

    —Déjame a Chepito, el varón tiene que estar con su ¨papa¨— replicó don Lucio.

    Doña Paz respondió:

    —Son mis hijos y a mí me han costado—.

    —No quiero seguir discutiendo—. dijo don Lucio.

    —Entonces me llevo a Chepito, y quédate tú con la niña— contestó doña Paz.

    —No, ya te dije, déjame a Chepito— contradijo don Lucio.

    Ante tal situación doña Paz, no insistió más y tomó a la niña del brazo, llevándola al dormitorio donde procedió a ayudarla a cambiarse, después recogió y guardó su ropa. Ella no quiso seguir discutiendo sobre quién tendría la custodia de los hijos, aceptó de mala gana quedarse con su hija.

    Don Lucio no le pidió perdón, ni mucho menos rogó a doña Paz para que se quedase, tampoco le impidió o hizo algo para detenerla, simplemente sin emitir ningún comentario, consintió en la separación y la repartición de los hijos, esto era común en los casos de disolución matrimonial, simplemente se aceptaba lo que el hombre decía.

    Sin pensarlo dos veces, doña Paz después que preparó sus pertenencias personales, tomó de la mano a la pequeña. Inmediatamente, Chepito al ver a su mamá partir corrió y lloraba amargamente aferrado a la falda de su madre, me quiero ir contigo le decía en voz baja, pero ya estaba

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