Tratado de Agronomía
Por Guillermo Mathé
3.5/5
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Tratado de Agronomía recorre las calles de un barrio porteño y nos abre sus puertas a un sinnúmero de universos personales que desvelan sus deseos más profundos. Así, ese barrio de baldosas rotas y frondosa arboleda se transforma en un lugar misterioso a descubrir. Los lectores que nos animamos a atravesar ese umbral nos encontramos con relatos en los que las voces de los personajes nos susurran al oído y nos hacen cómplices de sus fantasías, de sus sueños y de sus obsesiones.
Tratado es mucho más que una colección de relatos, es también una novela de iniciación en la que un niño va aprendiendo a vivir en cada una de sus experiencias que comienzan en ese barrio y que continúan más allá de sus fronteras. Escrito en primera persona que oscila entre la voz de ese niño/joven y la de sus amigos y parientes, la escritura lacónica, directa y precisa deja entrever lo no dicho y se convierte en testigo de esas vidas atravesadas por una misma pasión, el amor incondicional a su lugar en el mundo. Este libro es, sin lugar a dudas, el palpitar de un barrio y de su gente. ¡Imperdible!
Griselda Beacon
Guillermo Mathé
Una valija armada a último momento incluiría: El Aleph y Los Cuarenta y nueve Primeros Cuentos, mi cacerola de hierro,una cuchara de madera, un block de papel y una caja de lapices 5b, el cuchillo que me regaló mi padrino cuando cumplí 11, una guitarra, un jean, un par de zapatos de cuero, mi navaja suiza, una caja de fosforos, un mate, una pava, yerba mate, bombilla, un par de anteojos de sol.A suitcase packed at the last moment would include: The Aleph and The First Forty-Nine Stories, my Dutch-Oven, a wooden spoon, a paper block and a box of 5b pencils, the knife my godfather gave me when I turned 11, a guitar, a jean, a pair of leather shoes, my pen knife, a box of matches, a mate, a kettle, yerba mate, a metal straw, a pair of sun glasses.
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Tratado de Agronomía - Guillermo Mathé
Contenido
Prólogo
Sobre plantas y otras hierbas
Verano
Cristal
La vida
Bar de barrio
Día de pesca
Juegos de niños
Doble o nada
Sin rumbo
Los villeros
Chaina taun
El refugio
Ignibus
Los chanchitos
El cazador de alguaciles
Sobre el autor
Prólogo
Guillermo soñó un sueño, y aquí está. En él se mezclan emociones, recuerdos y mucha imaginación. Agronomía por momentos está donde tiene que estar y, por otros, se traslada a lugares impensados. La nostalgia no logra nublar la claridad de sus conceptos. Cada palabra tiene un peso propio, nos hace dudar, nos invita a reflexionar. Más de una vez me detuve en una frase, levanté la vista y me quedé en blanco para poder sellarla en mi mente, como aquella En su mente, durante todo el día pensaba en los yuyos que tenía que sacar
. Cuántos de nosotros necesitamos sacar yuyos de nuestros pensamientos, y de nuestras acciones, reflexioné. En la línea del realismo mágico, nos transporta a mundos cruzados y nos preguntamos si esa playa del verano era el club Costa Rica, o si Agronomía se fue a compartir los bosques de Villa Gesell. Encontrarán geografía e historia, memoria y presente, fantasía y realidad. No cabe duda que es un gran observador y eso permite que nos aporte detalles que otros pasarían por alto. En esos mundos que se cruzan, tiene algo muy en claro En el mundo de los adultos, un cazador de alguaciles no tendría sentido
. Así es, los adultos no ven ciertas cosas, como en El Principito
. Y la provocación para descubrirlas ya merece meterse de lleno en la lectura de los cuentos. No se van a arrepentir, cada uno de ellos les quedará en la memoria como En los dedos, el olor cítrico que permanecía por horas
. Así son los sentimientos y la memoria emotiva. No hace falta vivir en Agronomía para disfrutarlo, porque logró llevarla por los cielos, apenas con la palabra. Pasen y lean, y se darán cuenta de que no fue magia haberlo leído.
Néstor Centra.
Sobre plantas y otras hierbas
Había un tipo que odiaba las malezas. Es que en el barrio de Agronomía las plantas crecen en cualquier lugar. Si usted estuviese caminando por la calle, adonde quiera que mire las encontrará creciendo en los lugares más inusuales. Yuyos emergiendo entre grises baldosas, arreciados por el constante fluir de centenares de pies que vienen y van pero sin embargo erigiéndose monumentales, aunque sea a tres centímetros del suelo. Malezas saliendo de entre grietas ínfimas, casi invisibles al ojo humano, que parecen que fueran fruto del cemento mismo. En las paredes de las casas olvidadas. Entre los centenarios adoquines de las calles. Crecen, se expanden. Dentro de las cajas de la compañía de luz empotradas en la pared de una casa donde antaño hubiera un inquilino que olvidando pagar sus cuentas por largo tiempo el medidor le habían sacado. Ahí también. En el baúl sin baúl de un Peugeot 504 abandonado. Sobre el toldo verde y blanco a rayas y ahuecado por la lluvia y el granizo en una casa de jubilados. En los bancos de piedra de la plaza donde los pibes sueñan sueños redondos como pelotas de cuero. Desde detrás de las parrillas en los patios donde se asan nuestras tradiciones y luego en el descanso que precede el combate épico de cada domingo.
Sin embargo supe de un tipo que, como dije, detestaba las malezas. Se pasaba sus momentos libres limpiando cuanta endijita, grietita o agujerito encontrara. Sus armas eran un destornillador o una palita de esas que vienen de regalo con la revista de jardinería en macetas. Cada día al llegar del trabajo con el maletín todavía en una mano y sin colgar las llaves en el porta llaves, ni bien entraba a la casa iba directo al cuarto de herramientas y tomaba un destornillador Philips que ya no servía para destornillar pero que era excelente para remover yuyos. Si había alguien en la casa, él no entraba a saludar. Su mayor preocupación era mantener la casa libre de yuyos. Le enfermaba que estos crecieran por todos lados y continuamente. Siempre había yuyos por remover.
En su mente durante todo el día pensaba en los yuyos que tenía que sacar. Mientras se duchaba a la mañana mirando los hongos que se formaban entre los azulejos del baño, pensaba en yuyos. Mientras se acomodaba el nudo de la corbata frente al espejo y de reojo observaba una arañita que se escondía entre el botiquín y la pared. Cuando tomaba el café de la mañana y observaba como su mujer movía la boca y gesticulaba. Parado en la oficina de su jefe viéndolo caminar de un lado a otro y señalar con su dedo índice. Pensaba en yuyos y malezas. Una vez había comprado un líquido, un herbicida, que garantizaba la eliminación de las malezas. Había llamado a la compañía días después para quejarse sobre la inefectividad del producto.
La estación de tren Arata
, cerca de la frontera sureste de Agronomía, le fascinaba. Había yuyos por todos lados. Solía sentarse ahí a la mañana, maletín en mano entre sus piernas, mientras esperaba el tren para ir a trabajar. Sus ojos recorrían la estación de punta a punta. Había yuyos entre los azulejos de las paredes, entre las baldosas del piso, en los bordes de la boletería y al límite del andén. En el techo también había. A sus ojos, todo lo invadían. La cercanía del parque de Agronomía era responsable de esto, sin dudas. Varias veces había considerado dejar su trabajo y ofrecer sus servicios al consejo vecinal. De hecho era una excelente idea. Se lo plantearía a su mujer. Se imaginaba, ya, con un uniforme azul. En sus manos, sus herramientas clásicas. O mejor, una de esas cajas metálicas para herramientas. Siempre había querido tener una de esas. De hecho, ¡Al diablo con el consejo vecinal! ¡Fundaría su propia empresa! ¡Qué magnífico sería! Se imaginaba, ahora, apuntándole él con el dedo índice a su jefe. Él caminando de un lado a otro de su extensa oficina. Recordó la fábrica abandonada de cerámicos Sabona al borde del Barrio Rawson. Un excelente lugar para montar las oficinas de su empresa. Muchas veces había pasado por la puerta de la fábrica pensando lo bien que le vendría una limpieza de yuyos. Miró su reloj. Eran las cinco de la tarde ya. Hora de volver a casa. Se levantó del banco y recorrió los diecisiete metros hasta la salida de la estación.
Cuando llegó a su casa, como siempre, fue a tomar sus herramientas. Se dirigió al patio y se dispuso a quitar unos yuyitos que crecían alrededor de la rejilla. El trabajo le llevo una hora aproximadamente. Al terminar se incorporó y observó la perfección de su obra. Había oscurecido ya, pero las luces del patio no estaban encendidas como de costumbre. Frunció el ceño ante este detalle que no le permitía admirar su trabajo en toda su dimensión. Entró a la casa decidido a pedirle una explicación a su mujer. Dentro de la misma todo estaba a oscuras.