El 13 de abril de 1999, el Daily Mail británico y otros medios publicaron una noticia en la que se informaba de cómo dos ciudadanos alemanes, Ernst Dieter Korzen y Stefan Michael Mahn, habían sido condenados a cadena perpetua por el tribunal de Hagen, acusados de la agresión sexual, tortura, asesinato y filmación de una mujer de veintiún años que ejercía la prostitución, para vender la cinta por 100 000 libras esterlinas. Sin embargo, la mujer murió antes de terminar la grabación, por lo que secuestraron a una segunda víctima que logró escapar, siendo alertada la policía de lo sucedido. Al cumplir el caso con los requisitos que el FBI exige para poder hablar de una snuff movie, la misma noticia anunciaba que los detenidos eran «los primeros asesinos del mundo en ser condenados por asesinato mientras producían una película snuff».
¿Y cuáles son esos requisitos? «La grabación de un asesinato destinado a satisfacer una motivación sexual y con la intención de ser distribuido comercialmente», señala la agencia norteamericana. De ambos, el más difícil de cumplir es siempre la comercialización, porque, aunque se hayan conocido decenas de vídeos de asesinatos subidos a diferentes redes sociales o distribuidos en mano, no lo fueron por un fin económico, sino por un sentimiento exhibicionista, propagandístico o de consumo propio. Son casos como el de Steve Stephens, quien en abril