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El secreto de Frank: Un espía y su radio
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El secreto de Frank: Un espía y su radio
Libro electrónico270 páginas3 horas

El secreto de Frank: Un espía y su radio

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Adéntrate en 'El Espía y su Radio', un formidable despliegue narrativo en el que la ciencia ficción, la intriga policial y el drama histórico se entretejen con una energía desbordante. Es un libro marcado por las vivencias y ensoñaciones del autor, un retrato que nos introduce en la enigmática vida de Frank. Cuando su hijo Víctor se traslada a N

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento23 jun 2023
ISBN9781088168172
El secreto de Frank: Un espía y su radio

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    El secreto de Frank - Victor P Unda

    Cada decisión que tomamos

    define irrevocablemente nuestro destino.

    BAJO EL PRIMER SOL

    Confieso que mi interés por plasmar la vida de un eminente profesor de la Universidad de Washington State, llegó a flaquear en muchas ocasiones. En mi época universitaria, el camino fue escarpado, pero creí que las vivencias de mi querido amigo y las mías podrían dar forma a un relato digno de contar.

    Al conversar con Villanueva, una chispa de inspiración encendió mi corazón. Sus vivencias personales esculpieron un entramado donde la ciencia ficción, el relato y la novela policial en tiempos bélicos, tres géneros inconexos, se fundieron en una amalgama inesperada.

    Fue una lucha constante darle forma a esta historia; las ideas venían y se esfumaban, y hubo un tiempo en que la dejé dormir en el tintero. Sin embargo, mi empeño por pulir cada párrafo, como una hormiga meticulosa, alteró mi visión de la historia en múltiples ocasiones.

    ¿Cómo nace esta historia?

    A veces, las ideas surgen de formas inesperadas, a menudo se revelan en mis sueños.

    Respecto a mi método de escritura, carezco de un plan preconcebido: simplemente, escribo. Lo mismo ocurrió con mi primer libro, Truquerio, donde recopilé historias basadas en mis vivencias en Latinoamérica. Fue un camino espinoso plasmar todo aquello, pero me encantaría reeditar ese libro, explorar la vida y las injusticias en un régimen autoritario, la falta de leyes de protección ciudadana y la desolación de la impotencia es un reto que ansío asumir. Como te decía, esta historia de Villanueva, rememoro su familia, su madre, su juventud en Nueva York y su tiempo en la guerra. Le agradezco su generosidad al compartir sus experiencias en nuestras reuniones de fin de semana en Starbucks. Recientemente, me envió su novela corta finalizada. Solo he podido leer las primeras veinte páginas, pero se destila poesía en cada línea. Su descripción de los lugares, las personas y la trama es exquisita.

    Al igual que yo, Villanueva admira profundamente a Isabel Allende, en particular su visión surrealista. Pero confieso que mi devoción por María Luisa Bombal, precursora de este movimiento artístico que buscaba desentrañar lo irracional en nuestra realidad, es un poco más de lo que me gustaría seguir. Aunque, no descarto lo hermoso de las historias de Isabel y su forma de escribir.

    Finalmente, quiero advertir que este no es otro thriller policial. En esta historia, la radio no es más que un símbolo de justicia, un instrumento que, a pesar de las adversidades diarias, puede cambiar el curso de la historia, oscilando en el límite entre lo posible y lo imposible.

    El ESPÍA Y SU RADIO

    Frank Tyler se encontraba en su Restaurante tratando de conectar su radio en su cuarto secreto, cerca de la oficina donde atendía a sus empleados y asociados. Frank sintonizó las coordenadas de longitud y latitud de un lugar fuera de la ciudad de Casablanca minutos antes que los bombarderos americanos lanzaron sus misiles en las zonas vulnerables del enemigo. Se podría decir que era el fin de la Alemania Nazi ya que lo habían planeado desde hace mucho tiempo atrás.

    Frente a la radio, comenzó a aparecer una luz tenue que había visto días antes. Poco a poco, ese rayo de luz creció hasta dejarlo cegado por algunos segundos. Sin demora, se abrió un portal tipo túnel que lo transportó a otro lugar.

    El viaje fue como un rayo, desde Casablanca a las afueras de la ciudad de Marruecos.

    Sorprendido por lo que pasó, se preguntó, una y otra vez, qué había pasado. Segundos después, se dio cuenta de que la electricidad que la radio generó por el transformador de poder fue la causa principal de esa energía eléctrica.

    Ya en la ciudad de Fez, recordó haber leído sobre Nikola Tesla, un inventor muy criticado por sus hallazgos tecnológicos. Hasta los periódicos habían ridiculizado sus ideas, y la mayoría de sus compañeros también se habían burlado de él.

    Esto fue hace dos años atrás, cuando Tesla falleció en New York, que ni siquiera los doctores pudieron encontrar indicios como falleció. Las autoridades locales descubrieron que su casa había sido robada. Los agentes que condujeron la investigación confirmaron, que documentos y máquinas que Tesla había construido fueron sustraídas de su apartamento, y posiblemente sacadas del país. Mi padre estuvo en esa investigación.

    La agencia para la que trabajaba trato de saber dónde habían terminado los escritos y prototipos de máquinas, los cuales con el tiempo descubrió que habían caído en las manos de gente muy poderosa. Lo cual sus superiores le dieron la orden de cerrar la investigación.

    Por otro lado, una radio que fue incautada por mi padre, construida por Tesla fue utilizada para comunicar sus mensajes sobre el estado del enemigo. Fue la única tecnología que pudieron salvar, aunque escucho rumores que su agencia había confiscado otros trabajos personales del inventor.

    Muy atrás de sus memorias me contó que el señor Tesla presentó esa radio en el colegio de ingenieros de su universidad, pero nadie le creyó. Fue una teoría absurda que con el tiempo se desvaneció en el aire. Incluso los periódicos se burlaron de él, escribiendo sobre sus ideas locas que estaban más alineadas con la ciencia ficción. Algunos pensaron que podría filmar una película en Hollywood, pero eso fue hace mucho tiempo atrás.

    Cuando mi padre cruzó esa luz, se dio cuenta que estaba en medio de la nada a las afueras de la ciudad. Se quedó mirando el suelo pensando en lo que había pasado. Segundos más tarde, comenzó a tocarse el cuerpo para confirmar que todo estaba en su lugar, sin demora gritó en voz alta, «estoy vivo». Esto fue a pocos minutos después que la operación Torch bombardeara la ciudad de Casablanca.

    Sin demora se fue a España, y se estableció en plena Andalucía, en la ciudad de Tánger, extendiendo su permanencia por varios días con la esperanza de regresar a Casablanca o asumir otra misión.

    Por otro lado, el general Franco, que lideraba a las fuerzas nacionalistas, no tuvo planes para renunciar al poder, pero sus influencias con la Alemania nazi comenzaron a disminuir con el tiempo.

    Frank trató de no llamar la atención en esa ciudad, y en una vieja casa que rentó a las afueras, cerca de la playa se estableció.

    Pasaron dos meses sin saber de sus superiores. Pensó en reconstruir similar radio que Tesla construyó. Una mañana de sábado, se dirigió al mercado negro de la ciudad en busca de un instrumento de poder. Con una antigua radio que encontró en el sótano de la casa, lugar donde guardaba planos y armas para defenderse si fuera necesario, intento ensamblarla, pieza por pieza el aparato.

    Mi padre fue un hombre de una obstinación sin par, y en ese tenor, decidió embarcarse en esa experiencia singular, convencido de que, en algún momento no muy lejano, alguien se pondría en contactar con él.

    Después de completar la meticulosa tarea de modificar la radio, se sumergió en semanas de ensayo y error. Sin embargo, al cabo de varios meses, fue incapaz de resucitar aquel evento que le aconteció en Casablanca. La dolorosa verdad se manifestó ante él: no tenía la habilidad requerida.

    Un hilo de pánico lo recorrió y, preocupado por su siguiente movimiento, tomó la decisión de comunicarse con sus superiores a través de una vía alternativa. Fue un acto arriesgado, pero no veía otra alternativa.

    Se dirigió a la oficina de telégrafos de la ciudad, aquel lugar lleno de zumbidos y chasquidos metálicos. El primer mensaje que despachó al éter llevaba consigo la sombra de un nombre falso, un código de letras que oscilaba en el borde de lo incomprensible, cifras de coordenadas que danzaban al compás de la longitud y la latitud, y extraños símbolos que trazaban la ubicación de su presencia. Cada elemento, cada palabra, cada número, se enredaba en un baile de ocultación y revelación, un reporte oscuro y sinuoso de su paradero exacto

    Al entregar a la recepcionista su mensaje, un silencio cargado de indiferencia le rodeó, los empleados de la oficina de telégrafos, ensimismados en sus propios mundos de telegramas y códigos, no mostraron el más mínimo interés en él. Ninguna mirada curiosa, ningún gesto de sospecha, ningún aliento de problemática se alzó en su contra.

    Días más tarde, regresó a la agencia para comprobar si había algún mensaje. La recepcionista le informó que había recibido uno ese mismo día.

    En la parte superior del papel, observó la hora de llegada, el número de palabras, una clave para el destinatario, así como la dirección y el destino. En la sección del texto, leyó sobre una radio. Una encomienda que debería llegar en cualquier momento.

    Mi padre albergaba la firme creencia de que todo había sido consumido por las llamas en aquel restaurante, antes de su forzada partida de Casablanca. Sin embargo, al recibir el mensaje, respondió de inmediato, comunicando sus palabras de alivio y alegría al saber que algo se había salvado, y las ganas por el reencuentro con su familia. Fueron palabras desprovistas de verdad, una mera fachada, mientras en su interior aguardaba la llegada de una caravana de gitanos a su hogar, que jamás hubiera concebido que se atreverían a cruzar la frontera. Confesó, que fue para el un dejo de asombro, que resultó insólito enviar los instrumentos a través de ellos.

    Uno de los gitanos le confesó que habían hallado ventaja al transportar dicha mercancía. La mayoría de los puntos de vigilancia militar, atrapados en su propia desconfianza hacia la cultura gitana, apenas escudriñaban sus cargas. Esto facilitó la tarea de transportar el cargamento.

    Cuando vivíamos en Nueva York, había tenido la oportunidad de sumergirse en la cultura cíngara. Sabía que no había razón para temer; al contrario, el entendimiento de su forma de vida y sus tradiciones le permitió percibir el sufrimiento que ese pueblo estaba atravesando. Además, en muchas ocasiones recurrió a tretas similares. Por supuesto, en la sombra de la clandestinidad, había encontrado individuos que lo asistieron en la práctica de la magia blanca, una habilidad que probó ser esencial al resolver casos que enfrentó en la ciudad, muchos años atrás.

    Cuando la radio estuvo en sus manos, el instrumento cargado de promesas inició su labor de transmitir información a sus superiores, enfocándose especialmente en la situación de la Alemania nazi en España. Mantenía la convicción de que todo aquello estaba cerca de un final, que su papel de informante podría extinguirse en cualquier momento. El regreso a Estados Unidos, su patria, parecía más cercano de lo que había imaginado.

    Mi padre cultivó una estrecha relación con ciertas autoridades que se oponían al dictador. Fueron figuras que tenía poder, que movían los hilos de la economía de la ciudad, y autoridades locales que, en una osada discrepancia, se mostraban en desacuerdo con el régimen.

    En los sectores más privilegiados de la ciudad, la gestión de Franco no era vista con buenos ojos, lo que permitió a mi padre integrarse perfectamente en ese ambiente, su presencia fue como una pieza que encaja a la perfección en un intrincado rompecabezas.

    Para mi viejo padre, no resultó sencillo retomar el hilo de una vida normal después de todo lo que había vivido en Casablanca, y años atrás en España. A menudo, se exigía más de la cuenta o su preocupación por la misión eclipsaba su propio bienestar, una tendencia que reconocí en él cuando crecí en Nueva York.

    Frank, rondando casi los cuarenta años, se mantenía en excelente forma. Su memoria, como un cofre de acero, nunca le falló, y a la hora de revisar cualquier misión, la tolerancia al error no era un lujo para él. Al contrario, en el lugar en el que se encontraba, no se podía jugar a la ruleta de la suerte, especialmente cuando las patrullas militares acechaban en la oscuridad de la noche. Según sus propias palabras, optó por un perfil bajo, para no llamar la atención. Aunque pensó que vivir en la boca del lobo era más fácil pasar desapercibido.

    Con la radio en su poder, comenzó a transmitir valiosa información a sus superiores. Al tener acceso a tal tecnología, se propuso la meta de derrotar a los prófugos de la Alemania nazi, aquellos que habían escapado entre 1940 y 1945. Algunos de ellos se ocultaban en diversos rincones de Sudamérica, como Chile, Argentina y Brasil. Para él, esto fue un llamado, un desafío que lo instó a guardar su secreto y centrarse en su objetivo principal.

    Sus superiores le ordenaron permanecer en España hasta nuevo aviso. En ocasiones, se vio embargado por una sensación de frustración por no poder contribuir más activamente a su agencia. A pesar de que enviaba mensajes de vez en cuando, tenía la impresión de que su misión avanzaba a un paso demasiado lento.

    Pocos meses después de la rendición de la Alemania nazi, Frank comenzó a investigar algunos casos aislados que las autoridades de aquel entonces no consideraban importantes. En medio de los estragos de la guerra, este tipo de asesinatos parecían ser muy comunes para las autoridades locales. Sin embargo, para mi padre, esos casos no fueron simples hechos aislados, sino parte de una trama conectada con los prófugos alemanes que aún acechaban en la sombra del magnicidio. Al parecer, él fue el único que percibió la magnitud de lo que estaba sucediendo. Ya que muchas personas estaban en estado de shock, preocupadas por su supervivencia, y eso fue una de las razones por las que no prestaron atención a los hechos.

    Esa misma noche, Frank cayó como una roca, vencido una vez más por el poder del licor.

    Su depresión lo asaltó de nuevo, y el whisky que comenzó a tomar lo ayudó a escapar de todo. Para él, esa bebida fue una forma de refugio, un escape momentáneo de sus problemas y angustias.

    Al día siguiente, Frank despertó con un fuerte dolor de cabeza. Se tomó una ducha y se preparó un café antes de salir de casa en dirección a la feria. Allí compró algo para comer y, por la tarde, acudió al bar por media hora, donde se mantenía al tanto de las últimas novedades de la ciudad. Fue una rutina que seguía cada martes y viernes, una forma de mantenerse al tanto de lo que sucedía en la ciudad.

    —Lo mismo señor Frank. —Preguntó el bartender, que ya lo conocía.

    —Si, lo mismo Juan, gracias.

    Sentado en un rincón del lugar, mi padre escuchó hablar a dos personas sobre un nuevo policía local llamado Baviera. El capitán llegó a la ciudad meses atrás, pero nadie lo había visto. Al principio, Frank hizo oídos sordos a lo que escuchó, pero de alguna forma, muy atrás de sus memorias reconoció ese nombre cuando estuvo por primera vez en España y Francia. Un amigo de hace mucho tiempo atrás. Baviera fue un fuerte aliado de los Estados Unidos, desde el comienzo del régimen de Hitler. Frank no sabía si el viejo, como lo llamaba de vez en cuando, hablaba de la misma persona. Tuvo muchas ganas de preguntarle, pero no quiso hacerlo, hasta pensó que solo fue una coincidencia.

    UNA VISITA INESPERADA

    Era diciembre de 1945, alrededor de las ocho de la noche, cuando Baviera se presentó frente a la puerta principal de mi padre. Tres golpes resonaron en el silencio de la noche y, con calma, él abrió, preguntándose quién podría ser a esa hora.

    Con calma abrió la puerta, y vio a un hombre parado. Lo miro por algunos segundos tratando de recordar donde lo había visto. Sin demora su cara cambio. Frank insistió en mirarlo a los ojos y luego su atención se desplazó en su contextura física. Nunca pensó que volvería a verlo. Por alguna razón, creyó que lo había perdido durante la guerra, que el enemigo nazi lo había capturado y dado por muerto.

    La expresión de sorpresa en su rostro se transformó lentamente en una pequeña sonrisa de felicidad, que ayudó a enterrar la sensación incómoda que había sentido al principio. Su segunda reacción fue abrazarlo durante unos segundos, tratando de comprender cómo había logrado encontrarlo y deseando conocer las razones de su visita. Tal vez todavía mantenía conexiones con otros agentes estadounidenses, y a través de alguno de ellos había descubierto la presencia de mi padre en la ciudad.

    —¿Cómo sabes que vivo aquí? —preguntó mi padre, sorprendido.

    —Soy policía, es mi trabajo —respondió Baviera. Mi padre se quedó en estado de shock, pero al mismo tiempo se sentía feliz de ver a su amigo. Baviera le dio sus condolencias por la muerte de su hijo.

    —No está muerto, no está muerto —respondió rápidamente.

    Se dio cuenta de que, si Baviera conocía lo sucedido, para él era claro que, todavía mantenía contactos con algunos miembros de su antigua unidad.

    —¿Qué pasó? —preguntó Baviera.

    —Lo encontré en Casablanca, y antes de que la ciudad fuera bombardeada, logró escapar. Ahora está en Estados Unidos —dijo mi padre, con calma y seguridad, convencido de que esta vez había hecho las cosas correctamente.

    —Me alegra verte, mi amigo. Quiero expresarte mis condolencias por el fallecimiento de tu esposa —añadió Baviera, y mi padre se quedó en silencio.

    —Hoy he venido por dos motivos. En primer lugar, quiero informarte de que la gente de la ciudad está hablando sobre ti. Te consideran un traidor a la patria, creen que eres un nazi o aliado de Franco —explicó Baviera con una sonrisa en su rostro mientras se acomodaba en el sillón de la sala.

    —¡Cómo es posible! Eso es absurdo, tú sabes que no soy un traidor. Nuestra amistad se remonta a muchos años atrás. ¿Recuerdas? De acuerdo, de acuerdo, ¿a qué has venido? —dijo él.

    Sin perder tiempo, le ofreció una taza de té con licor para combatir el frío, recordando los tragos similares que solían tomar juntos en Francia durante el invierno. —Bien, antes de responderte, una vez más nos encontramos en una situación similar a la que enfrentamos años atrás —confirmó Baviera.

    —¿A qué te refieres? —preguntó Frank.

    —Bueno, no tienes de qué preocuparte, sé que no eres un aliado de Franco. De hecho, a nadie le agrada Franco en esta ciudad. Aunque ejerce una fuerte influencia, la mayoría lo desprecia —respondió Baviera rápidamente. Luego continuó—. Algunos dicen ser sus aliados, pero esto se debe a la forma cómo intimida a la gente. Como bien sabes, cualquiera puede actuar como camaleón, si alguien te apunta con un revólver en la cabeza. Bueno no me quiero a lárgame más, en otra oportunidad podríamos hablar más de eso. —Baviera tomo una pausa.

    —Estimado, estoy aquí porque hay algo que me preocupa. No solo a mí, sino también a todos en la estación de policía —dijo Baviera.

    —Cuéntame de qué se trata —respondió mi padre, mostrando interés.

    Baviera le entregó un informe policial detallado sobre una serie de asesinatos que habían ocurrido en las últimas semanas. Aunque había escuchado algunos rumores al respecto, nunca le tomó mayor importancia. Sin embargo, al ver la magnitud del caso y la falta de pistas para iniciar una investigación sólida, Baviera consideró que Frank era la persona indicada para ayudarlo a desentrañar la causa de los asesinatos. Mi padre comenzó a leer los documentos y encontró similitudes en las notas que el capitán había escrito. Parecía que las víctimas habían sido asesinadas de una manera particular. No sabía si Baviera también había notado esas conexiones.

    —¿Crees que estas heridas fueron causadas por un asesino común? —preguntó Baviera mientras señalaba con el dedo los papeles que Frank estaba leyendo, junto con algunas fotografías.

    —Creo que estos casos se asemejan a los que presencié en el pasado. Aquellos que encontramos cuando la Alemania nazi aún estaba presente en Francia. Incluso, durante mi estancia en Madrid también vi casos similares. Pero eso fue hace muchos años atrás —respondió Frank. Baviera estaba insinuando la posibilidad de que el asesino pudiera ser un nazi o quizás un fanático extremista.

    —¿Por qué me los muestras a mí? No sé cómo podría ayudarte —dijo mi padre, sorprendido por la confianza

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