Autorretratos: conversaciones con Luis Poirot
Por Francisco Mouat
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Intentando fijar ciertos recuerdos de la misma manera en que el líquido del revelado fija la imagen capturada por la cámara, Mouat —gran cronista contra el olvido también— comenzó a desenredar la madeja de recuerdos de Poirot, de tal modo que el lector de estas páginas es testigo de una vida, una vocación, un arte. Así nos enteramos que de niño Poirot tenía que ser encerrado en una pieza oscura, debido a una alergia que le impedía soportar la luz. O que su padre abandonó a la familia, ante lo que Luis fue, en más de un sentido, adoptado por Isidora Aguirre y Eugenio Guzmán. O su paso por la Escuela Militar y la Facultad de Leyes, antes de entrar a estudiar teatro y descubrir la fotografía; mucho antes, claro, de sufrir el exilio y un cáncer en el ojo izquierdo.
A mitad de camino entre las memorias y la reflexión sobre el oficio, entre la pintura de época y el tributo a grandes fotógrafos, este libro de conversaciones con Luis Poirot —que incluye una muestra de sus fotos más queridas— sorprende por la forma en que se anudan la memoria, la fotografía y el misterio.
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Autorretratos - Francisco Mouat
Autorretratos: conversaciones con Luis Poirot.
Francisco Mouat
© Editorial Hueders
© Francisco Mouat - Luis Poirot
Primera edición: octubre de 2021
Registro de propiedad intelectual N° 2021-A-9505
ISBN 9789563652635
Todos los derechos reservados.
Ninguna parte de esta publicación puede ser reproducida
sin la autorización de los editores.
Diseño de portada e interior: Constanza Diez N.
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SANTIAGO DE CHILE
Diagramación digital: ebooks Patagonia
www.ebookspatagonia.com
info@ebookspatagonia.com
Francisco Mouat
Autorretratos:
conversaciones
con Luis Poirot
NOTA DEL AUTOR
Creo que la primera foto de Luis Poirot que miré cientos de veces hasta aburrirme de ella fue un retrato de Pablo Neruda, un retrato que debe ser la imagen más vista del poeta en todo el mundo, y la más pirateada también. Yo por supuesto no tenía idea de que la foto la había tomado Poirot en 1969. Simplemente me gustaba el afiche que compré en un pasaje de la calle San Diego donde aparecía Neruda riéndose, con su típica gorra negra de marinero más un par de versos manuscritos de algún poema de Residencia en la tierra que ya no recuerdo. Me gustaba tener a Neruda colgado en mi pieza junto a un banderín de la U con flecos dorados. Era mi manera adolescente, a fines de los años 70, de hablar de política y de fútbol. Neruda no era solo un Premio Nobel de Literatura. Había sido un destacado militante comunista y aunque murió de cáncer pocos días después del Golpe, su muerte la sintieron millones de personas, en Chile y el mundo, como si fuera un crimen de la dictadura, convirtiendo a sus funerales en el Cementerio General el martes 25 de septiembre del 73 en la primera manifestación pública —y masiva— en contra de la junta militar encabezada por Pinochet. Ese día, demasiada gente, cientos, miles, la mayoría de ellos probablemente disciplinados y también asustados compañeros de su partido, desafiaron la presencia amenazante de militares armados con fusiles y acompañaron la urna desde La Chascona, su casa en el barrio Bellavista, hasta el cementerio, levantando el puño, muchos de ellos llorando y entonando la Internacional. Hay una película breve de esos funerales que está en Internet, una que hizo la televisión francesa, donde en un momento se ve a un grupo de jardineros que esperan en la avenida Perú el paso de la carroza fúnebre en actitud de respeto y homenaje, bien erguidos, las manos atrás, sus herramientas de trabajo enterradas en el bandejón central de la avenida.
Neruda es uno de los cientos de artistas retratados por Luis Poirot a lo largo de sus ya 60 años de fotógrafo. Precisamente una muestra suya en el Teatro del Lago, en Frutillar, el verano de 2012, en donde Lucho expuso una selección de estos retratos, fue la primera vez en que me detuve a ver con calma y detalle algunas de las muchas fotos que hasta ese momento solo había conocido de manera azarosa y desordenada en diarios, revistas y algunos libros, pero nunca tomándome el tiempo necesario para recorrerlas y apreciar su notable fuerza expresiva. A fines de ese mismo año, en noviembre de 2012, coincidí con Poirot en la Feria del Libro de Guadalajara, y asistí a una charla-exhibición en la que habló del sentido de su oficio y fue proyectando y narrando de manera fluida una selección de algo así como un centenar de sus fotos.
Fue una charla contundente. Reconocí estar enfrente de un trabajo fotográfico excepcional, propio de un compromiso artístico y ético con su oficio que lo convierte, al menos a mis ojos, en uno de los grandes fotógrafos chilenos de todos los tiempos. Cuando terminó su exposición me acerqué a felicitarlo, y en ese mismo momento surgió en mí el impulso de profundizar en su obra y en su mirada, atravesar sus libros, saber más de ese archivo que Luis Poirot De la Torre ha ido construyendo en una vida de dedicación casi exclusiva a la fotografía.
Autorretratos: conversaciones con Luis Poirot está hecho a partir de charlas que mantuvimos de manera más o menos sistemática entre 2017 y 2021, la mayoría de ellas en su departamento de calle Darío Urzúa junto a sus gatos, hasta que la pandemia nos obligó a seguir conectados a través del correo electrónico, el teléfono y whatsapp.
Las fotos de Luis Poirot incluidas en este volumen las fuimos escogiendo juntos, a medida que avanzábamos en un intercambio que desde el inicio lo he vivido como un gran privilegio.
Francisco Mouat,
Julio de 2021
1
La excitación que produce la fotografía deriva de una carga de memoria. Este efecto se hace evidente cuando se trata de una foto de alguien que conocimos alguna vez. Una casa en la que vivimos. Nuestra madre cuando era joven. La forma precisa en que se derrite la nieve.
John Berger
Luis Poirot: Estaba pensando que hoy es 13 de octubre.
Francisco Mouat: Así es.
Luis Poirot: Mucha gente lo considera un número de mala suerte. Para mí el 13 es buena suerte, yo nací un 13 y no me puedo quejar de esta vida.
Está claro que no puedes quejarte. Has vivido una cantidad importante de años, casi siempre de manera intensa y apasionada, cargas dolores como cualquier mortal, conoces el amor y has tenido el privilegio de expresarte a través de la fotografía.
Tal cual.
Fui a ver tu exposición de retratos en el Teatro del Lago en Frutillar, he recorrido varios de tus libros, sigo atento lo que se publica de tu trabajo en diarios y revistas, pero hay una foto que me gustaría que siempre viviera conmigo: una parte del grupo de teatro La Remolienda sentados en un escaño del Parque Forestal, muertos de la risa los cuatro, el director Víctor Jara, el dramaturgo Alejandro Sieveking, la vestuarista Bruna Contreras y el escenógrafo Sergio Zapata.
Esa foto es la única a la que le puse título. Éramos tan felices. Y es una foto que a mi juicio hace contrapunto con otra imagen que mucha gente identifica y me la nombra, que es La Moneda bombardeada después del 11 de septiembre. Son las dos caras de un momento histórico en Chile. ¿Sabes lo que me gustaría hacer con esa foto de Víctor y el grupo de teatro La Remolienda, muertos de la risa como dices, sentados en ese escaño del Parque Forestal, una foto que obviamente voy a mostrar en la próxima exposición que haré en el Bellas Artes? Me encantaría hacer con ella una copia gigante, en género, y ponerla detrás de ese mismo escaño en el Parque Forestal, sin ninguna explicación, y que las personas que pasen por ahí y vean esa imagen se den cuenta de que ese lugar aparentemente no ha cambiado nada, aunque en verdad haya cambiado mucho, y yo apostaría a que mucha gente se sentaría en ese escaño y se tomarían fotos con sus celulares para reproducir un momento parecido al que vivieron un día en Chile Víctor Jara, Sergio Zapata, Bruna Contreras y Alejandro Sieveking cuando erámos tan felices.
Si tuvieras que contar tu historia como fotógrafo, ¿por dónde empezarías?
Yo trabajo con la memoria, pero no me gusta hablar mucho del pasado, a menos que nos ayude o sirva para entender un poco mejor el presente. Es peligroso cuando en el campo de la creación uno empieza a vivir de cosas antiguas. ¡Ah! ¡Que yo hice tal cosa en esa época! Me carga. Prefiero pensar en qué es lo que voy a hacer mañana, y el mes que viene, y el resto del año.
Una de tus próximas exposiciones será en el Museo Nacional de Bellas Artes.
Sí, ocuparemos tres salas grandes del museo. Es un proyecto en el que llevamos dos años trabajando, que partió con la Escuela de Teatro de la Universidad Católica y se ha ido ampliando a otras escuelas, a otras facultades que trabajan y reflexionan sobre el archivo de un fotógrafo. Me parece valioso que se aprecie el lenguaje de la fotografía desde distintas artes, porque no son pocos los que miran en menos a la fotografía y la consideran un arte menor.
Fue la misma Universidad Católica la que patrocinó tu postulación al Premio a la Trayectoria Antonio Quintana, que recibiste a fines de 2016. Es bueno que sepamos quién fue Antonio Quintana y qué importancia tiene para ti este reconocimiento.
Antonio Quintana fue un gran fotógrafo, que murió en 1972, y que alcancé a conocer poco antes de que muriera, cuando ya estaba ciego. Creo que fue el primer profesor universitario de fotografía y bajo su alero se formaron varias generaciones de fotógrafos. Fue además el primer fotógrafo que salió a la calle. Los fotógrafos antes de Quintana estaban muy encerrados en sus estudios y se dedicaban sobre todo a fotografiar a la gente que llegaba a esos estudios. Antonio Quintana, don Antonio Quintana, salió a la calle a recorrer Chile cuando los caminos eran difíciles, cuando prácticamente no había pavimento, y en esas condiciones Quintana recorrió todo Chile fotografiando al hombre anónimo de la calle, a los ciudadanos corrientes, a los trabajadores sin nombre. Ese fue su proyecto de vida, además por supuesto de ser maestro, y lo hizo con gran rigor técnico y una sensibilidad artística enorme. A mí me parece notable que a través de la entrega de este premio se despierte el interés por conocer su trabajo fotográfico, y por supuesto es un honor haber sido el primer fotógrafo en recibirlo.
A propósito de una de tus exposiciones anteriores en el Bellas Artes, el 2014, te voy a leer la primera parte del texto que publicaste en el catálogo de esta exposición dedicada a Fernanda Larraín, tu mujer, también fotógrafa, titulada Un retrato. Fotografías 1998-2014
: Temo al olvido. Nací en diciembre de 1940, dos meses antes de que mi padre se fuera de voluntario a la Segunda Guerra Mundial. Lo conocí cinco años después, tratando de unir esa figura que bajaba del avión con la de aquellos pequeños rectángulos de papel que llegaban por correo de tiempo en tiempo. ¿Para qué servía ese señor si yo tenía toda la ternura de mi abuela y de mi madre? Siendo yo adolescente, partió otra vez a Francia, ahora para vivir definitivamente con otra familia. Años después, en mi exilio, nos reencontramos y tratamos de entablar un diálogo. Solo cuando murió y me pasaron una pala para que, según el rito francés, fuera el primero en lanzar piedras y tierra sobre el cajón, provocando un ruido seco, pude entender la importancia que él había tenido en mi vida y cómo ya lo extrañaba. Busqué fotos que me devolvieran su presencia y encontré solo unas pocas. Las pequeñitas de la guerra desaparecieron y hasta hoy solo habitan en mi memoria. Mis fotografías han sido siempre un rescatar del olvido y la destrucción. Se me va la vida en ello. Son las primeras palabras que atraviesan mi mente cuando veo estas imágenes, larga obsesión de más de 15 años fotografiando sin tregua ni reposo a Fernanda, desde la muchacha de pelo largo hasta la cintura que me mira desconfiada a la mujer adulta, madre de nuestras dos hijas. Yo, por mi parte, adulto desconcertado, perdiendo el rumbo de mi vida y de mi oficio, vestido descuidado con ropa muy grande, zapatos sin lustrar por semanas y cordones sin atar. Pocas ilusiones y quizás sintiendo que el camino ha llegado a su fin
. ¿Escribiste este texto, Lucho, en un momento en que pensaste que te habías secado, que ya no habría más fotografía en tu vida?
Bueno, en esa época fue cuando te dije que no iniciáramos todavía este proyecto de un libro de conversaciones. Esa exposición fue una obsesión de 16 años, y yo sentía que me había vaciado entero. No solo estaba Fernanda colgada en los muros del museo, estaba también yo entero expuesto. Había cartas, discos, música, mis fotos favoritas, otras fotos muy personales, y fue entonces cuando te dije: aquí está lo que soy como fotógrafo, como ser humano, esto es lo que soy y lo que no soy, aquí estoy a corazón abierto, y en este momento tengo la sensación de que no hay nada más que decir, aquí se termina todo, no volveré a fotografiar nunca más en mi vida.
Mentira, patrañas.
Pero en ese momento era verdad. No sabía qué más hacer, y me tomó un tiempo rearmarme, volver a fotografiar, sacar afuera lo nuevo que estaba viviendo.
No pasó mucho tiempo entre que te creías seco, vacío, y el día en que volviste con una exposición compartida con la Fernanda, en el taller de Salustiano Casanova en el barrio Bellavista, una sala pequeñita, cuando expusieron y presentaron su libro Al externo. Ahí no había rostros humanos, sino naturaleza viva, raíces, árboles, bosques, ríos, agua, follaje.
Ese trabajo, que concluyó con la publicación del libro Al externo, empezó con una invitación de Fernanda, que me veía detenido, mudo con mi cámara. Ella tenía un proyecto de fotografiar el bosque quemado. Me dijo: vamos juntos, vamos, a lo mejor te dan ganas de sacar fotos. Y yo partí sin mucha fe con mi cámara. Iba simplemente como el goma, su ayudante, el chofer. Manejaba el auto, la ayudaba con el trípode, con su cámara, pero ella, como me conoce bien y me conoce mejor de lo que me conozco yo mismo, sabía que era inevitable que me entusiasmara, y sucedió: comencé a entusiasmarme, y recordé fotos de naturaleza que había tomado y estaban perdidas en el archivo, fotos que en algún momento habían tenido una razón de ser. Una foto, por ejemplo, tomada el año 75 en Barcelona. Recién había llegado allí y salí a caminar un domingo con un amigo en un bosque en Gerona. Encontré un árbol con las raíces hacia afuera y lo fotografié sin saber por qué. Yo no era fotógrafo de objetos ni de árboles, no me sé los nombres de las plantas ni de las flores. Esa foto en el bosque era el exilio y yo en ese momento no lo entendía: ese árbol casi cayéndose y agarrándose a la tierra, con unas raíces enormes a la vista, era el destierro. Empecé a entender que yo también había tenido una relación con la naturaleza de la que no era consciente. Un puente patético, a punto de caerse, con un torrente que pasa por debajo con la fuerza de la vida, un puente patético que todavía servía como puente, era también mi autorretrato, y empecé a buscar eso, el significado profundo de mi relación con la naturaleza. No quiero hacer postales, no quiero atardeceres con un sol amarillo, no me interesa. Quiero dialogar con la naturaleza y encontrar en ella mi propio retrato. Eso fue lo que me pasó en ese momento, y se lo debo a la invitación que me hizo