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Por Pueblos, Montañas Y Desiertos: El Privilegio De Ganarse La Vida Conociendo El México Profundo
Por Pueblos, Montañas Y Desiertos: El Privilegio De Ganarse La Vida Conociendo El México Profundo
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Libro electrónico618 páginas7 horas

Por Pueblos, Montañas Y Desiertos: El Privilegio De Ganarse La Vida Conociendo El México Profundo

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ALFONSO MARTÍNEZ GUERRA, nacido en Puebla en 1939, último de los hermanos Martínez Guerra.
Cursó sus estudios hasta la Preparatoria en el Colegio Alexander von Humboldt de Puebla, pasando a estudiar la carrera de Médico Veterinario Zootecnista en la Universidad Nacional Autónoma de México.
Para cumplir con el requisito de ley y poderse titular, realizó el Servicio Social en la ciudad de Monclova, Coahuila.
En 1963 se desempeñó como Médico Veterinario Regional y posteriormente como Supervisor Federal de Sanidad Animal en el Departamento de Control de Alimentos y Medicamentos para uso Animal, dependiente de la Secretaría de Agricultura y Ganadería, en los estados de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas.
Debido a una epidemia de Rabia que afectó el Norte de México y Sur de Estados Unidos, en la franja territorial que comprende a Coahuila, fue Miembro Fundador y Presidente del Comité de Lucha contra la Rabia y así mismo, del Comité de Mejoramiento Ambiental de Monclova.
Diputado Federal a la LVI Legislatura, integrándose a las Comisiones de Ganadería, Bosques y Selvas, Ecología y Asuntos Fronterizos.
Orador designado ante los Parlamentos de Finlandia, Alemania, Inglaterra y la Asamblea del Poder del Pueblo de Cuba en los respectivos encuentros interparlamentarios.
Representante del Congreso de México ante el Congreso Interamericano de Agricultura y Ganadería, Salvador, Bahía, Brasil, Octubre de 1996.
Actualmente es miembro asesor del Consejo Estatal de Ecología de Coahuila y del Consejo de Ecología de Monclova.
Conferencista con temas de Salud Ambiental y Cambio Climático.
Miembro Asesor de la Junta de Protección y Conservación del Patrimonio Cultural del Centro Histórico de la Ciudad de Monclova.
Ejercicio de la profesión de Médico Veterinario.
IdiomaEspañol
EditorialPalibrio
Fecha de lanzamiento20 may 2022
ISBN9781506547459
Por Pueblos, Montañas Y Desiertos: El Privilegio De Ganarse La Vida Conociendo El México Profundo
Autor

Alfonso Martínez Guerra

ALFONSO MARTÍNEZ GUERRA nacido en la ciudad de Puebla en 1939, último de los hijos del maestro Josaphat. Cursó sus estudios hasta la Preparatoria en el Colegio Alexander von Humboldt de Puebla, pasando a estudiar la carrera de Médico Veterinario Zootecnista en la Universidad Nacional Autónoma de México. Para cumplir con el requisito de ley y poderse titular, realizó el Servicio Social en la ciudad de Monclova, Coahuila. En 1963 se desempeñó como Médico Veterinario Regional y posteriormente como Supervisor Federal de Sanidad Animal en los estados de Coahuila, Nuevo León y Tamaulipas. Miembro fundador del Comité de Lucha contra la Rabia y así mismo del Comité de Mejoramiento Ambiental de Monclova. Diputado Federal a la LVI legislatura, integrándose en las Comisiones de Ganadería, Bosques y Selvas, Ecología y Asuntos Fronterizos. Actualmente dedicado al ejercicio de su profesión en la ciudad de Monclova. JOSAPHAT MARTÍNEZ Fotógrafo mexicano nacido en la ciudad de Puebla en 1889. Inició su exitosa carrera como profesional de la lente trabajando como aprendiz en un estudio fotográfico situado en el corazón de su ciudad natal a principios del pasado siglo. Su inquietud personal, una vez que conoció los secretos de la fotografía lo llevó a retratar a muchos de los caudillos de la Revolución, viajando para ello a la famosa Convención de Aguascalientes en 1914 en donde tuvo contacto con el general Francisco Villa entre muchos otros revolucionarios que posaron para su cámara. Al estallido del movimiento bélico, tal y como lo tuvo proyectado originalmente como una meta de superación, emigró a Rochester, NY para tomar cursos de alto nivel fotográfico y asentarse posteriormente en aquella ciudad instalando su propio estudio mientras duraron esos cursos. Tuvo después una etapa como profesional en Washington y otra más en Nueva York, ambas muy prolíficas y enriquecedoras, regresando a Puebla en donde marcó una profunda huella en el terreno de las artes graficas cuya calidad rebasó nuestras fronteras al ser galardonado en diversos certámenes fotográficos. Medalla de Oro en la Exposición Universal de St. Louis Missouri, Gran Premio Exposición Fotográfica Río de Janeiro, Premio Especial en Sevilla, además de los diversos premios nacionales que obtuvo durante su vida profesional. Su trayectoria que comprende siete décadas nos deja un invaluable legado artístico en el que destaca fuertemente la mujer mexicana, bella, distinguida y elegante en el día de su boda, de lo cual presentamos una muestra como homenaje a ella y, naturalmente al maestro Josaphat.

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    Vista previa del libro

    Por Pueblos, Montañas Y Desiertos - Alfonso Martínez Guerra

    Copyright © 2022 por Alfonso Martínez Guerra.

    Número de Control de la Biblioteca del Congreso:2909400

    Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser reproducida o transmitida de cualquier forma o por cualquier medio, electrónico o mecánico, incluyendo fotocopia, grabación, o por cualquier sistema de almacenamiento y recuperación, sin permiso escrito del propietario del copyright.

    Las opiniones expresadas en este trabajo son exclusivas del autor y no reflejan necesariamente las opiniones del editor. La editorial se exime de cualquier responsabilidad derivada de las mismas.

    Fecha de revisión: 17/05/2022

    Palibrio

    1663 Liberty Drive

    Suite 200

    Bloomington, IN 47403

    842469

    ÍNDICE

    DEDICATORIA

    PREFACIO

    INTRODUCCIÓN

    LA VIDA EN LA PUEBLA DE LOS 40S

    LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

    CUERNAVACA, LA DE LA ETERNA PRIMAVERA

    EL COLEGIO ALEMÁN DE PUEBLA

    LA ADOLESCENCIA Y LA VIDA EN PUEBLA

    LA PREPARATORIA

    Y HABLANDO DE TEMAS ESPACIALES

    MOMENTOS DE DECISIÓN

    A MITAD DEL SEXENIO DE ADOLFO LÓPEZ MATEOS

    EMPEZANDO A PRACTICAR

    LA GRAN METRÓPOLI

    LA SUERTE

    LAS GRANJAS DE JIUTEPEC

    VIAJANDO AL PACÍFICO

    ACAPULCO, UNA AVENTURA INVEROSÍMIL

    ADIÓS A LAS GRANJAS DE JIUTEPEC

    LOS ERRORES SE PAGAN, AUNQUE UNO NUNCA SABE

    MONCLOVA, EL AVE FÉNIX DE MÉXICO

    A LA BÚSQUEDA DEL DESTINO, LA SALIDA AL NORTE

    LOS PRIMEROS CLIENTES DEL NORTE

    PREPARANDO EL EXÁMEN PROFESIONAL

    OTRA VEZ EL SERVICIO SOCIAL, Y LA SUERTE…

    UNA BELLA LUZ EN MI CAMINO

    LAS GRANDES EPIZOOTIAS. BRUCELOSIS

    ENCEFALITIS EQUINA VENEZOLANA

    EL CASO RUBALCAVA

    CUANDO NO TE TOCA….

    LA EPIDEMIA DE RABIA EN COAHUILA

    UNA BELLA ANÉCDOTA DE MONCLOVA: EL PILOTO PERDIDO DE LA FUERZA AÉREA DE LOS EU

    HABLANDO DE POLÍTICA

    ALGO MÁS CON TINTES POLÍTICOS.

    UNA CITA EN LOS PINOS

    EL OSO DE COAHUILA Y EL LEÓN AFRICANO

    ALGO RARO PASA EN EL PANTEÓN DE SAN BUENA, LA GENTE ASEGURA QUE ES COSA DEL DIABLO….

    UNA VISIÓN AMBIENTALISTA

    ESTAMBUL, PUERTA DE ORIENTE

    ANATOLIA, LA TURQUÍA ASIÁTICA

    VIENDO DE FRENTE A LA POLÍTICA

    EN LAS ENTRAÑAS DE LA POLÍTICA

    LA LUCHA SIGUE

    EL ATRACO ELECTORAL EN CHIHUAHUA, DETONANTE NACIONAL.

    LA CASA BLANCA

    BUSCANDO LA CURUL

    LA LEGISLATURA LVI

    CUMBRE DE LAS AMÉRICAS

    LA TRAGEDIA DE CHERNOBYL

    LOS VIAJES A INGLATERRA Y ALEMANIA

    CUBA, LA PERLA DE LAS ANTILLAS

    LAS PRUEBAS NUCLEARES FRANCESAS EN EL PACÍFICO SUR

    DEDICATORIA

    A mis padres y hermanos con amor.

    A la memoria de los que se fueron y que siempre los recuerdo con cariño porque entre todos formamos una gran familia de bien.

    A Beatriz mi esposa y compañera, con amor y reconocimiento por su incansable apoyo en mis luchas, duras, recias, pero de las que siempre salimos avante.

    No entendería la vida sin ella.

    A mi hija Beatriz y Mario, su esposo, que nos han dado el complemento de la vida, con los tres nietos que nos alegran aún más, lo que llamo una vida a plenitud, Eugenia, Daniela y Pablo.

    A mis compañeros y maestros del Colegio Humboldt de Puebla.

    A mis compañeros y maestros de la Escuela Nacional de Medicina Veterinaria y Zootecnia de la UNAM.

    A Alejandra Villarreal Guerra y Erika Villalobos por su valiosa colaboración para la realización de esta obra.

    POR PUEBLOS, MONTAÑAS Y DESIERTOS

    PREFACIO

    La narrativa es un género literario constituido por la novela, la novela corta y el cuento.

    Otra acepción considera que es un conjunto de obras literarias en prosa como novelas o cuentos de un determinado autor, época o lugar.

    La narrativa, en su forma clásica, recoge una serie de hechos presentados o explicados por alguien, que viene a ser el narrador, que suceden a uno o más personajes que son los que realizan las acciones y se entiende que es la descripción oral o escrita de un acontecimiento, real o ficticio, con el fin de persuadir y entretener al espectador, que puede ser un lector o un oyente.

    En consecuencia, en teoría literaria, la narrativa es un género empleado por el autor para narrar una secuencia de hechos ocurridos en un tiempo y espacio determinados, vivenciados por uno o varios personajes, además de otros elementos que forman el entorno que les rodea y que en conjunto, son los que dan relevancia a esos hechos.

    En el caso de la presente obra, me constituyo en el narrador de hechos ocurridos poco antes de la primera mitad del pasado siglo en escenarios diversos que en suerte me tocó presenciar, hasta los inicios del presente siglo XXI.

    Siendo que la narrativa entraña también hechos ficticios en donde entra la novela y el cuento, lo que he de confesar, no se me da como escritor, me conformo con aquella de hechos reales, vivencias personales, acontecimientos presenciales, que por parecerme dignos de contar, me atrevo a platicarlos, tal y como sucedieron.

    El espíritu de la obra desde su concepción, el anteproyecto que antecede desde el momento en que la mente decide escribir una historia como la que presento, fue sin duda hacerlo apegado estrictamente a los hechos, sin soslayar vivencias de toda naturaleza, la infancia, la familia y la escuela, las aventuras juveniles y sus correspondientes excesos de esa edad, ustedes saben, a veces no hay sinceridad para tocar esos temas, pero sin ellos se pierde el sentido de la narrativa.

    Tampoco he querido renunciar al lenguaje coloquial, no solo por rememorar aquellas expresiones tan comunes en el hablar del mexicano, sobre todo en el medio rural, que son los escenarios en que preponderantemente me he desenvuelto como profesionista y que francamente son las que le dan sabrosura y contundencia a la narrativa, sin las cuales, que siendo verdaderas por haberlas escuchado en los diversos pasajes que presencié, siento que le quitaría sentido y sabor a los mismos.

    No soy escritor de aquellos que de eso viven, ni intelectual de las letras. Tampoco intento serlo. Me conformo con ser buen conversador, de aquellos que se emocionan al platicar anécdotas con los amigos y, considerando amigos a aquellos que lean esta obra, así como tales, se las platico.

    Así que prepárense a usar la imaginación y remontarse a épocas pasadas que con seguridad vivieron sus padres o abuelos, una época que sin dispositivos electrónicos, sin teléfonos celulares ni juegos digitales o cosas por el estilo, los de aquellas generaciones nos la ingeniábamos para jugar, distraernos, y finalmente ser felices.

    Aunque los "millennials" no lo crean.

    INTRODUCCIÓN

    Hay momentos en la vida, fundamentalmente en lo que llamamos la tercera edad, -que como si se tratara de una película de largo metraje- los recuerdos invaden la memoria para caer en cuenta de que vale la pena contarlos, platicarlos o escribirlos como lo intento ahora.

    Tal parece que los momentos en que suceden los acontecimientos a través de una larga vida, no les damos la importancia en su momento, hasta que llegamos a la recta final, entendemos el sentido de la historia, de lo que ya pasó y que después de todo, resulta interesante.

    Ya había escrito dos libros con temas fotográficos, abordando algo de la vida de mi padre que fué un gran fotógrafo y dejó un archivo muy interesante, pues comprende fotografías desde principios del Siglo XX, cuando la fotografía sorprendía al mundo como la única manera de "detener el tiempo" y que todavía estaba iniciando en cuanto a tecnología y eran los fotógrafos y nadie más que los fotógrafos los únicos capaces de manejar las enormes cámaras y los complicados procesos para lograr una escena.

    Josaphat Martínez era el nombre del fotógrafo de Puebla que retrató a medio mundo hasta la década de los 70s, de manera que vaya que resulta interesante tener fotos de un fotógrafo galardonado y que por tres cuartos de siglo retrató a infinidad de personas y escenarios de México y los Estados Unidos cuando trabajó en las ciudades de Washington y Nueva York poco después que estalló la revolución mexicana y cuando empezaba ésta, a muchos de los caudillos actores en la misma.

    Resulta emocionante tener fotos originales de Pancho Villa, de Venustiano Carranza y casi todos los que en la revolución ella intervinieron, las mismas que en su oportunidad tomó el maestro Josaphat y remontarse un siglo atrás evocando los momentos de la toma e imaginando lo que pasaba por la mente de guerrilleros y del propio fotógrafo cuando México era un polvorín a punto de estallar.

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    Visita del Presidente Venustiano Carranza a Puebla.

    Foto tomada por el maestro Josaphat Martínez.

    Puebla, 1914.

    Por lo tanto, disponer de todo ese acervo fotográfico y no escribir algo referente a tantos sucesos históricos que se fundieron con los artísticos, relacionados éstos últimos con personas de la sociedad civil, fundamentalmente de la ciudad de Puebla, familias, novias en el día de la boda, políticos de aquí y de allá, sería un desperdicio de tantos acontecimientos sin referencia alguna.

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    Catedral de Puebla.

    Por eso me decidí a escribir algo de ello con el soporte fundamental de aquellas fotos.

    Josaphat, un fotógrafo entre dos mundos y Las Mil y Una Novias de Josaphat, son los títulos de ambas obras que hablan algo de la singular historia de Josaphat, que vivió en una de las etapas históricas más apasionantes e importantes de México con su revolución y por supuesto del mundo con dos Guerras Mundiales en ese lapso de tiempo.

    Sin embargo, después de escribir acerca de algunos de esos sucesos, caí en cuenta de que yo también viví una etapa interesante, guardando las proporciones y la temática, pero al fin, digna de ser contada, por lo que tocó en mi tiempo observar y escudriñar mis escenarios que son los que toca a quienes tenemos la ventura de conocer el campo y su gente por el natural ejercicio de nuestra actividad, en mi caso como médico veterinario.

    Nunca se me ocurriría escribir mi biografía, sin embargo, narrada por mi contacto con otras etapas de la historia, con tanta gente interesante y las fascinantes experiencias en el ejercicio de mi profesión, tan digna y valiosa porque consiste en la preservación de las criaturas animales y el entorno que las alberga, lo que significa la salud, su vida, la perpetuación de las especies útiles al hombre, aunque no es eso lo único importante.

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    Centro Histórico de Puebla.

    La gente, los que se dedican a la crianza de animales y que por razones obvias están en contacto permanente con la naturaleza, recabando como herencia ancestral experiencias, conocimientos, sabiduría pura, algo de lo que nos transmiten con la gracia con que suelen narrarnos algo de sus vidas, de la cotidianeidad en sus afanes, la humildad de esa clase de hombres y mujeres que enseñan a los citadinos la esencia de la vida, en que la verdadera riqueza, la felicidad, radican no en lo material ni en el dinero, sino en la observación de las cosas naturales, los vientos, las nubes, el cielo estrellado en aquellas noches, que en sinfonía de magia, las criaturas invisibles nos cantan y deleitan con sus sonidos que llenan a la oscuridad de milagrería.

    La alegría al ver caer las primeras gotas de lluvia después de una etapa en que el cielo parecía olvidarlos con todo y sus criaturas, que les regresa el optimismo de que, a fin de cuentas, saldrán adelante en su noble misión de producir el necesario alimento para la humanidad.

    Ese es el escenario del médico veterinario y su oportunidad de tomar algo de ello, sentirse contagiado por las historias de la gente de campo y enriquecer nuestras propias vidas y platicar con quienes, para su infortunio, no tuvieron la suerte de conocer y tratar a esas gentes extraordinarias.

    El haberme desarrollado en todos los ambientes de México, desde las grandes ciudades, pasando a pueblos y rancherías, distribuidos desde los valles a los bosques, de las montañas a los desiertos, por infinidad de escenarios que me han permitido ver la vida y la gente con una óptica universalista y vasta, y ¿saben qué?, así como en el colegio y la universidad nos enseñaron los principios de la ciencia y la cultura, en el campo mexicano, desde el más modesto campesino y ganadero hasta los prominentes hombres de la industria pecuaria, me han dado mil lecciones de vida y experiencia que no se encuentran más que en el campo, en el medio rural, que es en donde la observación milenaria de la naturaleza y el universo, han aportado históricamente conocimientos vitales, que de generación en generación, han enriquecido a la humanidad.

    Nací en la Ciudad de Puebla al inicio de la II Guerra Mundial, o sea en el año de 1939, en medio de una familia acomodada sin ser de altos vuelos. Mi padre era un fotógrafo muy reconocido que había trabajado como tal en las ciudades de Washington y Nueva York por nueve años.

    Se llamaba Josaphat Martínez y mi madre Rosario Guerra. Ambos con la clásica buena educación de finales del siglo XIX, algo así como el sello porfiriano de buena parte de la sociedad mexicana, afectos a las tertulias de poesía y funciones de teatro y zarzuela, a las que frecuentemente nos llevaban a los seis hijos que fuimos, cinco varones y una mujercita, presentaciones que se escenificaban en el Teatro Principal de la Puebla de los Ángeles que es en donde vivimos en familia.

    Ese teatro, pequeñito y acogedor, con magnífica acústica, el más antiguo de América fue construido en el Siglo XVII.

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    Teatro Principal. Primer Teatro de América.

    Ciudad de Puebla.

    Cuando se entra en él, se transporta uno inmediatamente a épocas muy distantes y se llega a la etapa colonial. Tal es el ambiente que se respira en su bello interior.

    Afuera del teatro hay un pequeño jardín, una placita que mucho ayuda al lucimiento de su entorno, además, las edificaciones del costado, con arcos y la clásica arquitectura española que nos heredaron en el virreinato, nos permite entender la razón por qué la ciudad de Puebla es considerada una joya de la época colonial y pudo recibir de la UNESCO el honroso título de Patrimonio Cultural de la Humanidad

    La llegada del siglo XX fue para México un choque frontal de sucesos y sensaciones. Se vivía la tercera década de una dictadura controversial, la de Porfirio Díaz, que por una parte le era reconocida, sí, una mano dura, con estructuras férreas y manejo escrupuloso de las finanzas nacionales, que para admiración de propios y extraños, conducía a la nación por la ruta de la estabilidad y el orden.

    En el concierto de las naciones, el prestigio bien ganado por el régimen porfirista se veía algo así como el nacimiento de una gran nación, próspera, rica y autosuficiente en materia alimentaria.

    Su producción agrícola sobrepasaba con creces las necesidades internas y sus veinte mil kilómetros de vías férreas ya permitían lo que para una nación extensísima resulta un sueño, lo que significa la integración de todo el territorio a las comunicaciones y la transportación de mercancías y pasajeros en todas direcciones.

    Desde finales del siglo XIX, en 1888, ya se podía viajar por ferrocarril de la Ciudad de México a Chicago gracias a la formidable red que se conectaba en la frontera con la de los Estados Unidos. Así mismo, los grandes volúmenes de carga de diversos minerales extraídos del rico subsuelo mexicano, traducido en riqueza, le daban una formidable estabilidad financiera al país.

    Las grandes compañías mineras y petroleras extranjeras trabajaban a su máxima capacidad, apoyadas por una política extremadamente relajada en materia de inversiones multinacionales.

    Sin embargo subyacía en el ánimo social una inconformidad imposible de ocultar porque la gente esperaba los cambios políticos que tiempo después vendrían y que, ni por asomo los iba a dar Díaz.

    Era evidente la explotación de los trabajadores mexicanos a manos de los consorcios y grandes negocios de los extranjeros, así como hacendados y latifundistas mexicanos. Las famosas tiendas de raya y la falta de libertades políticas constituían el otro polo de la situación nacional.

    Algo que podría pintar la situación real de los trabajadores mexicanos, se daba en la conducción de los ferrocarriles. Las enormes locomotoras eran manejadas por operadores extranjeros exclusivamente, dejando las tareas de segundo y tercer nivel a los mexicanos, como garroteros y encargados de las tareas más rudas y peor pagadas.

    Todavía había mucha gente descalza y el analfabetismo llegaba a niveles de espanto. Por eso se incubaba un movimiento, inevitable, que traería como consecuencia una lucha armada, la Revolución Mexicana, el primer movimiento social del Siglo XX, cuyo objetivo fundamental del sufragio efectivo era el detonante de la inquietud y participación ciudadana.

    Un país que apenas disfrutaba de un período de paz y estabilidad después de un siglo de guerras, desajustes, asonadas por todas partes, invasiones y la dolorosa pérdida de nuestros territorios a manos, primero, de unos aventureros texanos que, apoyados por la enorme fuerza de la nación que emergía al norte de nuestra incipiente república, nos llevó al caos económico, político y social, del que se diga lo que se diga, después de varias décadas, Porfirio Díaz supo conducir a México por la ruta del orden y prosperidad.

    Pero aún así ¡pobre México! No podía descansar de tantas calamidades porque pronto estalló en 1910 la Revolución Mexicana, otra lucha armada que le costó cerca de un millón de vidas, hasta que las turbulentas aguas se calmaran y entraba el país nuevamente en la ruta, primero -de la suficiencia alimentaria- sin lo cual nada se podía esperar. El desasosiego revolucionario parecía quedar atrás.

    Bien pronto el país empezó a producir una gran variedad de insumos textiles, industriales, agrícolas y de diversa índole que permitía que se asomara la ansiada luz de esperanza, que a pesar de la pobreza y atraso del país, definitivamente era ya otra la óptica con que se veía a la nación. Y así, ya para llegar a la década de los 40s del siglo XX, es que se me ocurrió nacer, precisamente el año en que estallaba la II Guerra Mundial, o sea en 1939.

    Mi padre, que en Estados Unidos había triunfado en su profesión como fotógrafo, en Washington y Nueva York, desistió de seguir con su carrera en ese país en el momento más inexplicable dada la aceptación que tenía como retratista en esas ciudades, fotografiando lo mismo a los políticos más importantes del país, senadores y embajadores destacados en Washington, hasta al presidente Woodrow Wilson.

    En Nueva York desfilaban ante su cámara los financieros del momento, los llamados gatos gordos, aquellos tipos inflexibles, duros y generalmente antipáticos que históricamente han sido los que deciden las cotizaciones de los productos que se consumen en el mundo, oro, plata, minerales, café, tabaco, ¡todo!

    Así mismo, las divas de moda, las de los teatros del fulgurante Broadway posaban para su lente, ¿sabe alguien quién era Mary Pickford la novia de América?, era la figura femenina del cine mudo por la que todos se quedaban con la boca abierta por su belleza.

    Bien, pues de tal categoría era la clientela de Josaphat, que prefirió cambiar la glamorosa y exclusiva Quinta Avenida de la ciudad de los sueños y riquezas, la ciudad representativa del sueño americano, que era en donde estaba el estudio fotográfico en que trabajaba, por su querida Puebla en donde originalmente tuvo su estudio, el de siempre.

    Y sin embargo, las apariencias engañan porque Josaphat prefirió formar su hogar, su familia, como se hacía en la época en México, el de las tradiciones ancestrales, las de fuertes vínculos y modales más recatados, rechazando para los suyos el "american way of life" que desde la época era mucho más relajado que el mexicano.

    Lo que parecía inexplicable, tenía sus razones para regresar a México. A él le encantaban las tertulias y reuniones familiares así como excursiones al campo, por no decir que también le gustaba nuestra comida la comida nuestra, que siempre echó de menos en su prolífica aventura americana, sustentando la idea de que en la vida el éxito se da en todas partes, tal y como lo cosechó en su propio terruño con el agregado de que a final de cuentas fue un hombre feliz rodeado de la familia que supo formar.

    CAPÍTULO I

    LA VIDA EN LA PUEBLA DE LOS 40S

    Puebla era entonces una ciudad acaso de cien mil habitantes y el lugar donde nací, precisamente en la colonia Santa María donde mis padres construyeron la gran casa familiar, ya saben, cuando se tienen seis hijos hay que estar preparados y si se puede y quiere, como fue el caso, a disfrutar toda la prole de espacios y jardín de la gran casona que con el esfuerzo de ellos, él con su trabajo como exitoso fotógrafo que tuvo merecimientos suficientes para darnos una vida holgada y llena de satisfactores gracias a su profesión, y mi madre como directora y organizadora de actividades familiares, promotora constante del mantenimiento de la casa, empezando por su propia construcción y la consecuente visión de ser la persona adecuada para dirigir a la gran familia.

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    La familia completa en la casa paterna de la Colonia Santa María.

    Un gran jardín arbolado, robles, pinos y árboles frutales y bardas vestidas de hiedras trepadoras fueron desde siempre el escenario de mis primeros y felices recuerdos de la infancia. Resulta muy común que existan familias que viven bien y se adaptan muchas veces por una inercia difícil de explicar, en casas o apartamentos rentados sin pensar seriamente en crear un patrimonio y construir su casa propia, Tal vez en aquella época resultaba difícil dar el salto y acometer la responsabilidad de hacer lo que para la mayoría de la población humana resulta una meta y una ilusión.

    En la actualidad, México, siguiendo esquemas oficiales de vivienda, ha abatido sorprendentemente el problema para la adquisición de casa propia, resultando más fácil hacerse de una vivienda aquí que en Europa.

    Pues bien, regresando otro poco más, queda claro que fue mi madre la que insistió y re insistió hasta ver su sueño hecho realidad de dar a los hijos el espacio y lugar que merecía la familia. La inteligencia, visión y tacto de las mujeres les da el privilegio de conducir a los suyos por ruta segura. Lo primero que yo recuerdo de aquella etapa inicial de mi vida, era el enorme jardín rodeado de árboles y que teníamos muchos perros.

    A mi padre le encantaba plantar árboles y se solazaba con solo verlos, además de que gustaba de tener perros, no solo como guardianes sino por el hecho de consentirlos disfrutando de las gracias y manifestaciones de alegría que le prodigaban.

    A medida que pasaban los meses de aquellos recuerdos infantiles, como sucede en el revelado de fotografías, todo se va aclarando y viendo con mayor intensidad, de tal manera que recuerdo el gran comedor, que guardando el orden familiar, llenaban la mesa los ocho que formábamos la familia, los seis hijos, cinco varones y una sola mujercita, además de mis papás.

    Mi padre era muy exigente en cuanto al orden que debía imperar a la hora de las comidas, la correcta separación con respecto a la mesa, las manos limpias, acabadas de lavar, no hablar con la boca llena y en fin todo lo relativo a las "buenas costumbres". Años después me preguntaba y admiraba, que siendo el origen de mi padre de familia modesta, a la vez era muy rico en educación, los clásicos buenos modales de principios del siglo XX.

    En ese ambiente que vivíamos y a pesar de mi corta edad, sabía que el mundo estaba en guerra.

    Sin comprender a cabalidad el sentido que tuvo la II Guerra Mundial, hubo muchos indicadores, que a pesar de mi corta edad, así lo indicaban. Mi padre hablaba algo de las llantas de sus autos, sin duda refiriéndose a las restricciones y escasez de ellas, lo mismo que de la gasolina y otras cosas más.

    Tal vez pensando en los niños de la guerra, eran más acuciosos nuestros padres en que todo lo que hubiera en los platos a la hora de las comidas, habría que acabarlo. Sin tolerancia en ese aspecto, aduciendo que había otros niños que no tenían qué comer y era injusto desperdiciar algo.

    Así oía por primera vez aquella indicación, que desde luego, no comprendía el sentido ni profundidad del no desperdicio de la comida. Los rostros de preocupación de mis padres, también señalaban algo de lo que pasaba en el mundo.

    Las condiciones de vida familiar, independientemente de los satisfactores que caracterizan una situación de economía holgada, la mesa familiar ordenada impecablemente, con abundantes alimentos y las charolas rebosantes de exquisito pan dulce de "La Flor de Puebla" que es una tradición de Puebla, daba un aspecto de esplendor que por sí hablaba de una felicidad familiar, atendidos además por la eficiencia y buen carácter de las trabajadoras de la casa, que décadas después nos parecía increíble contar con cocinera, lavandera y recamareras, que además de atendernos, nos llenaban de fascinantes historias de pueblos, de muertos y aparecidos, fantasías y ocurrencias que aportaban mucho a nuestra imaginación y entendimiento de la vida y también de la felicidad en que discurría la vida rural de México a pesar de sus carencias y pobreza. Sin embargo nunca oí que se quedaran sin comer o con hambre en sus villas y pueblos.

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    Avenida de la Reforma. Centro histórico de la Ciudad de Puebla.

    Siempre nos hablaban de sus gallinas, pollos y otros animales de corral que les daban de comer, así como de sus cosechas, que aunque no les permitían salir de pobres, les proporcionaban alimentos suficientes. No dejo de admirarme por la versatilidad y capacidad de sobrevivencia de nuestra gente del campo, que cuando ocasionalmente la visitábamos por alguna causa, nos encantaba ver los fogones coronados por un gran comal de barro en que cocían espléndidas tortillas de maíz en un ambiente celestial de aromas que se mezclaban con los de otros alimentos y salsas muy picantes que hábilmente hacían las mujeres con el metate y el molcajete, no sé cuál de ellos primero, pero entre el suave sonido del metate y del hervor en la cazuela sobre la lumbre, nos anticipaban la ricura de algún guiso, que con tortillas recién salidas del comal, nos llevaban al paraíso gastronómico que sólo en pueblos y rancherías se puede degustar.

    No conocer estas cosas tan sencillas pero a la vez tan exquisitas por sus sabores y lo que significa adentrarse en la vida cotidiana de nuestra gente humilde, es perder la oportunidad de conocer a la patria. A mi hermano Roberto y a mí, nos encantaba ir de compañía con mi padre a esos ranchos y pronto entró en nuestro vocabulario un catálogo de palabras nuevas, algo no muy común entre los niños citadinos.

    Conocimos de cerca, así como su significado, los silos, aquellas enormes construcciones verticales en donde se almacena la pastura y otros productos agrícolas, fundamentalmente compuesta por los tallos y hojas de las plantas de maíz una vez retiradas las mazorcas, con el preciado grano, que era visto por los hombres de campo desde nuestros orígenes aztecas, como un verdadero tesoro.

    Una vez retiradas las mazorcas, o sea una vez hecha la "pizca" con una destreza y conocimiento heredado por milenios, seleccionaban las más tiernas para deshojarlas y tenderlas a las brasas de no sé qué leña, daba igual la que usaran porque el olor del humo ya anticipaba que en unos minutos estaríamos saboreando tiernos y jugosos elotes que con maestría, hombres y mujeres con la sola vista, creo que hasta un instinto infalible, sacaban de la lumbre con sus manos curtidas por el rudo trabajo del campo, tan exquisitos manjares, que con una poquita de sal, se complementaban para hacer de todo ello momentos inolvidables.

    También nos maravillábamos al caminar por entre los surcos de aquellas ricas tierras labrantías, miles de arbustos, todos ordenados en líneas geométricas y bellas, preñados del fruto rojo, que siendo originario de México, orgullosamente cambió el curso de la gastronomía del mundo. La maravilla que significaba para nosotros chicos todavía, cómo era posible que aparentemente de la nada, surgían esplendorosos, rojos, turgentes jitomates que ahora se sabe que no solamente le dan sabor a las comidas de todos los continentes y grupos raciales, sino que la humanidad entera se vio favorecida en su salud gracias a su consumo.

    La misma sensación de asombro teníamos al entrar a los gallineros en que el ruido peculiar de las gallinas al deambular por el piso de tierra, sin duda manifestando estar a gusto, mientras con las patas rascando la tierra a la búsqueda de algún insecto que ahora sabemos en ello estriba el mejoramiento en sabor y color de la yema, e indiscutiblemente de su valor nutricional.

    Es entonces que me preguntaba de qué manera se forma un huevo, algo tan natural y cotidiano en nuestra dieta pero a su vez tan complejo e interesante, como lo son los fenómenos del origen de la vida.

    Los hombres de campo, una vez separadas las mazorcas de maíz para la venta, como si fueran hormigas previsoras, almacenaban lo que consideraban suficientes para alcanzar el siguiente ciclo agrícola y lo mismo hacían con la cosecha de frijol, de manera que tenían una absoluta autosuficiencia alimentaria, algo que como nación se ha ido perdiendo porque las estructuras oficiales responsables de la agricultura y ganadería, no han diseñado las estrategias adecuadas para producir lo que comemos.

    Creo que ése perfil de la gente de campo, en gran parte se ha perdido porque los hijos de aquellos que fueron ganando experiencia a través de generaciones con sabiduría ancestral, esos conocimientos y amor a la tierra que pasan de padres a hijos, se topa con la realidad moderna, cuando éstos, se deciden por lo que les ofrece la ciudad, trabajo y estudios, interrumpiéndose la experiencia de siglos en detrimento de la agricultura y ganadería.

    Cuánta experiencia y conocimiento de las actividades del campo, prácticas centenarias de saber hacer las cosas se han perdido ante el abandono del quehacer cotidiano en la agricultura y ganadería.

    Es tan importante conocer algo del campo, no solo el aspecto productivo y lo atractivo de estar en él, sino la observación del entorno cuando por mil razones estamos solos en medio de la nada y sin guía que nos acompañe. El hombre urbano es muy despistado cuando va al campo porque no sabe o no se preocupa por observar, lo que puede costarle caro.

    De chico tuve una experiencia que mucho me ha servido a través de la vida, y más por mi actividad profesional, que se ejerce precisamente en el campo.

    Recuerdo que en una excursión, cazando conejos con mi padre, en una pequeña distracción, él y sus acompañantes siguieron su camino y cuando recapacité ya no los pude ver y por lo tanto seguir. Era yo todavía muy chico y a pesar de ello, no me preocupé demasiado porque estaba a la vista un riachuelo que siguiendo su curso llegaba hasta donde estaba estacionada la camioneta de mi padre y por lo tanto era un consuelo saber en dónde estaba ubicado, porque en otras ocasiones que visitamos el mismo lugar, había observado, tal vez por curioso, el entorno, los cerros, barrancas y ese riachuelo.

    Bien pronto supe por experiencia propia el significado de un proverbio muy de campo que dice que: si quieres saber lo que dejas de andar, apéate del caballo y bájate a mear, o sea que en un instante se pierde de vista a los acompañantes. Entonces mi preocupación no era por mi situación sino por la de mi papá que con seguridad temía que algo me hubiera pasado.

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    Iglesia de La Compañía. Puebla.

    La tarde era lluviosa y el cielo cerrado con muchos relámpagos, cuyo estruendo se amplificaba con las barrancas que daban al valle donde me encontraba y ahí sí que sabía lo que me podría suceder, algo que los citadinos debemos aprender, cuidarse durante las tormentas eléctricas y no guarecerse bajo los árboles. Así las cosas, mi sentido común me aconsejó no tratar de buscar a mi padre caminando a la insegura, de manera que bajé al arroyo y seguí su curso hasta llegar a la camioneta, sintiéndome a salvo, también porque la tormenta amainaba y tuve una sensación de hambre desmesurada.

    El esfuerzo físico, la preocupación por mi padre y el miedo por la tormenta hicieron su cometido en mi organismo. No era una sensación de hambre, digamos normal, era más que eso, la necesidad imperiosa de nutrirme en que si no hubiera otra cosa, comería yerbas.

    Sin perder el control de mis acciones vi cerca un terreno labrantío, que en perfecto orden dejaba ver unos racimos verdes. Al acercarme puede ver que se trataba de un cultivo de cebollas y el primer racimo que arranqué, dejó ver una gran cebolla blanca, preciosa y exquisita que devoré como si fuera manzana. No recuerdo cuántas comí, pero con seguridad fue más que una y claro es, suficiente para sentirme bien, tan bien que entonces pude ver con más claridad que pronto sobrevendría la clásica reprimenda por parte de mi padre, completamente justificada, mismo regaño que en corto tiempo recibí, pero que me dejó experiencias imborrables que a través de la vida siempre me sirvieron y que desde mi infancia me enseñé a respetar a la naturaleza y escuchar la sabiduría de su gente, esa que hace producir la tierra y dar buenos consejos.

    CAPÍTULO II

    LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

    Corría el año de 1944, tendría yo algo más de cuatro años cuando mi padre nos inscribió a mi hermano Roberto –un año y medio mayor- y a mí en el Colegio Alemán de Puebla. Era la época de la II Guerra Mundial.

    Los alemanes siempre fueron bien vistos en México, que bien podría ser calificado como un país germanófilo. Desde antes de la visita que hizo a México Alexander Von Humboldt a principios del siglo XIX, ya existían familias formadas por alemanes. Hombres trabajadores y tesoneros, amantes del orden y la disciplina, despertaron desde siempre la admiración del pueblo mexicano que forzosamente establecía comparaciones con otros europeos y la herencia que como pueblo nos dejaron.

    Los alemanes estudiaban las especies vegetales y animales, así como las culturas milenarias de los antiguos pobladores de lo que ahora es nuestro territorio, de manera que siempre aportaron conocimientos y modelos de trabajo a México. En esa década de los 40´s nuestro país estaba en guerra con Alemania. El hundimiento de dos barcos petroleros mexicanos, Faja de Oro y Potrero de Llano por las fuerzas navales alemanas, fue el detonante para que dos naciones otrora amigas, entraran en estado de guerra. Así, por más simpatía que despertaran los germano-mexicanos, causaba escozor en algunas esferas al tratar con ellos abiertamente, fundamentalmente las esferas oficiales. A mi padre todo ello lo tenía sin cuidado, separando lo político con lo pragmático como muchos padres de familia y así ingresamos al famoso Colegio Alemán.

    Siempre supo mi papá diferenciar los actos de guerra, de sus amigos, clientes y conocidos alemanes. Para nosotros, mi hermano Roberto y yo, el primer día de clases en el kínder fue una experiencia muy grata, nunca habíamos visto a tantos niños y menos en tales condiciones mezclados los prietitos con los alemancitos, que aunque en menor número, formábamos un mosaico infantil pocas veces visto.

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    El Canciller alemán Helmut Kohl en la ceremonia

    de la colocación de la primera piedra del nuevo

    edificio del Colegio Humboldt de Puebla.

    Puebla, 1996.

    Niñas rubias muy bonitas con ojos azules y aunque eso de los ojos azules nada nuevo era para nosotros, pues mi madre de ese color los tenia, pero ¡tantas!

    La belleza de una de las profesoras de kinder era extraordinaria, se llamaba Gerda y le decíamos ‘Tante Gerda’ que es la denominación que se tenía hacia las profesoras en el Colegio Alemán, "tante" significa ‘tía’ y así era como lo anteponíamos al nombre de ellas e ignoro si así se les llama en Alemania.

    Se podrán imaginar la hermosura de Gerda como para impresionar a un chamaco de 4 años y que muchas décadas después permaneció grabada en mi memoria. Alta, bien peinada con un elegante chongo de cabello dorado, impecablemente

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