Allí viene el ferrocarril. Recuento de una historia oral
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La memoria es una espiral que trasciende de lo íntimo a lo colectivo, a partir de un hecho como piedra de toque de la reconstrucción personal.
Pachita, doña Francisca Mayén y Solano, nos convida una serie de historias engarzadas entre trenes, tés de hojas y pasajes revolucionarios de principios del siglo XX. Son hechos que forjaron nuestra historia y que conservan su sentido original, sin alteración alguna, aunque bajo el tamiz de las expresiones y modismos de esta mujer que nació con el siglo.
La memoria es selectiva, pero también se convirtió en un mecanismo para recuperar todas esas historias y personajes que quedaron varadas, ocultas, extraviadas de las versiones oficiales; resabios de una realidad que le dan color a esos pasajes históricos por los que transitó Raúl Hernández García, quien le da voz a su abuela y ella, a su vez, a todos aquellos héroes y heroínas anónimos que lucharon con los Dorados de Pancho Villa.
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Allí viene el ferrocarril. Recuento de una historia oral - Raúl Hernández García
Allí viene el ferrocarril
Recuento de una historia oral
NDICE
Presentación
Prólogo
El principio del final
I Allí viene el ferrocarril
II Vámonos preparando para Torreón
III Ya está sonando el clarín
IV Pa’ luego es tarde
V El fonógrafo
VI Vááááámoooooonoooooos
VII La última y nos vamos
PRESENTACIÓN
La Revolución Mexicana ha significado la fuerza de una nación en la búsqueda por encontrar el justo medio económico, político y social a que tienen derecho sus habitantes. Por desgracia, la investigación sobre este acontecimiento histórico se ha fraguado en los hechos relevantes de sus protagonistas, tanto del bando revolucionario como del ejército federal. En la historia de México, los nombres, las fechas, las batallas, los triunfos y las derrotas han sido ensalsados con todo esplendor.
Pero hoy, en Allí viene el ferrocarril, se da rienda suelta a la tradición oral de alguien que vivió los estragos del movimiento revolucionario. Todos sabemos que los libros no son de quien los escribe, sino de quien los sufre. Y, en este caso, quienes lo sufrieron nunca nos pidieron ni nos impidieron escribir sobre esos hechos de su vida, en especial de quienes hacen todo lo posible por aprovecharla hasta el último momento, con la clara decisión de nunca ahorrar vida para después. Por tal motivo, este texto es un reconocimiento a quienes vivieron en carne propia el movimiento revolucionario, pero que nunca tuvieron la oportunidad de plasmarlo en el papel ni de dar a conocer todo eso que los cronistas, relatores, historiadores y transgresores de la verdad no supieron que sucedió a la par de las revueltas, batallas y triunfos de ambos bandos.
Aquí se reúnen esas pequeñas grandes historias que fueron determinantes para engrosar las filas del ejército revolucionario y conformar ese colectivo decidido para acabar con la explotación de la población mexicana de la época. Historias que fueron escuchadas de viva voz de algunos de los protagonistas, algunas ocasiones con lágrimas en los ojos y otras con la risa franca provocada por las anécdotas mismas; regodeándose en los recuerdos y recordando los regodeos.
Hablemos de doña Francisca Mayén y Solano, nacida el 2 de abril de 1900, quien a sus diez años fue enviada a la ciudad de México para evitar exponerla ante el desarrollo del movimiento armado, mismo que se gestaba en el México rural, principalmente, y que le permitía ciertos privilegios a los citadinos, dado que las revueltas regularmente se desarrollaban a cierta distancia de los grandes centros urbanos. Fue su padre, don Guadalupe Mayén, quien buscó el apoyo de sus familiares en la ciudad para poder ubicar a Francisca en la urbe, con la idea de evitar que una señorita como ella tuviera algún desaguisado durante los enfrentamientos armados.
En calidad de provinciana, Francisca, como la gran mayoría de mexicanos, no sabía leer ni escribir.
Incluso, para evitar que la obligaran a ir a la escuela, como lo establecía el gobierno, don Guadalupe la puso a trabajar como encargada de una carbonería que era propiedad de su tío Silverio. Además, de esa forma no sería una carga para la familia que la hospedaba.
Así transcurrió el tiempo y, en el año de 1918, surgió una pandemia de grandes alcances a nivel nacional, la denominada fiebre española, un raro virus que causó la muerte de más de 300 mil personas en el país, de las cuales más de siete mil fallecieron en la ciudad capital. Los caminos pronto se convirtieron en el medio para transportar a los fallecidos para sepultarlos en fosas comunes y, cuando éstas fueron insuficientes, se optó por incinerar los cuerpos. Por este motivo, Francisca se veía imposibilitada para visitar a sus padres y familiares, quienes también fallecieron a causa de la fiebre española, después de haber sobrevivido a la epidemia de tifus años atrás, entre 1914 y 1915.
Desde el mostrador de la carbonería, doña Francisca Mayén escuchaba las pláticas, comentarios e incluso las lecturas que algunos clientes hacían en voz alta acerca de lo que ocurría en los enfrentamientos entre revolucionarios y federales, además de las noticias que le hacían llegar desde el pueblo a través de algunos familiares y conocidos que visitaban constantemente la casa del tío Silverio, quien les ofrecía el hospedaje y alimentación requerido. Nombres, fechas, datos, muertos, fusilados, colgados, en fin, un sinnúmero de situaciones que iba registrando en su mente, datos que muchos años después contaría a sus nietos, ya como pasatiempo, ya como nostalgia, ya como dolor o por la llegada de recuerdos espontáneos a su memoria. Por fortuna ahí estaba yo, uno de sus nietos que mayor atención le ponía y que, en repetidas ocasiones, le pedía que volviera a relatar esas anécdotas, como aquellas del famoso tío Gangas
, un primo hermano de Francisca, que se sumó a la bola y a quien le encomendaron la tarea de ser el trompeta
del batallón para dar las órdenes que dictaba el comandante del ejército revolucionario, antes, durante y después de la batalla; sonidos que señalaban el momento de atacar, de hacer alto al fuego e, incluso, de irse en retirada. Hasta que un día, montado en su caballo, cuando galopaba alrededor de la tropa para que escucharan las órdenes de la trompeta, de pronto una bala le atravesó la boca de mejilla a mejilla, lo que le destrozó la lengua, por lo cual quedó impedido para hablar adecuadamente y tan sólo se le escuchaban gangas
cuando platicaba su cruel pasaje revolucionario.
Estos son algunos de los pasajes relatados por Francisca a un montón de chamacos, en una época en que no había un televisor que los distrajera por las tardes en esta vida mundana, pero que también comparte con alguien en otro tiempo y espacio, y que ahora salen a escena para compartirlos con ustedes.
RHG
PRÓLOGO
Apuntes sobre Pachita, la memoria y los trenes
La memoria es una espiral que trasciende de lo íntimo a lo colectivo, a partir de un hecho como piedra de toque de la reconstrucción personal.
Es terca escribiera el periodista y escritor Julio Scherer en un andamiaje donde coincide con Gabriel García Márquez, su colega en el periodismo y la escritura.
A diferencia de la literatura, el periodismo y otras ciencias tienen herramientas para describir esos hechos en los que las vivencias y experiencias adquieren tonalidades intensas por voces que narran esos acontecimientos y por quienes personifican el umbral de la historia oral o la no ficción.
Lejos de los argumentos epistemológicos de los científicos sociales, la memoria narrada representan las alas para salir del laberinto de la historia oficial. Su propio lenguaje marca una diferencia toral y redimensionar paisajes, contextos, personajes y actitudes.
De manera llana, es el rostro alejado de alguna máscara.
Pachita, Doña Francisca Mayén y Solano, nos convida una serie de historias engarzadas entre trenes, pasajes revolucionarios y tés de hojas de principios del siglo XX.
Son hechos que forjaron nuestra historia y que conservan su sentido original, sin alteración alguna, aunque bajo el tamiz de las expresiones y modismos de esta mujer que nació con el siglo.
El ferrocarril representó un medio de comunicación determinante para el México de fines del siglo XIX, sobre todo para el transporte de productos y su distribución por el país, aunque de manera paralela o - acaso está ahí su génesis- respondió al negocio para empresas e inversionistas estadunidenses con el aval del presidente Porfirio Díaz.
Dicen los que saben que la primera línea ferroviaria, El Mexicano
, iba del puerto de Veracruz a la Ciudad de México en las épocas de Maximilano y Benito Juárez.
Ya con Díaz se tiraron durmientes para construir las líneas del ferrocarril hacia el Occidente, Centro y Noreste mexicano, siempre vinculados a empresas de Estados Unidos.
Pachita nació en la primavera de 1900, el mismo año en que se expidió la Ley General de Ferrocarriles para establecer concesiones tendientes a comunicar a los puertos del Golfo de México y el Océano Pacífico.
Esta historia de la modernización mexicana tuvo una paradoja final y determinante, toda vez que los camarotes, camarines y los vagones de primera, segunda y hasta de tercera clase, sirvieron para el traslado de a las fuerzas revolucionarias.
El ferrocarril representa un momento importantísimo en nuestra historia y se convierte en la historia de historias la propia Pachita, cuyo hilo conductor lo enhebra Prisciliano y su espacio amoroso con Domitila. A partir de ahí, todo.
La manera en que esta memoria se fortaleció a lo largo de los años al contarlos ante un grupo de niños y curiosos que le atizaban para hacerla recordar anécdotas, el sentido de lo vivido y la forma en que le platicaron para hacer una recordación amorosa del ferrocarril.
Más que su imagen, el recuerdo cercano es su voz, lista para el grito correctivo y el tono exacto para la historia. Gustaba de tener plantas y animales de granja en barrios de la ciudad capital.
Su mirada gravitaba por el patio, habitaciones, cocina, para controlar todo en el espacio y el tiempo. Miraba sin ver hasta que descubría algo fuera de lugar y sus ojos se clavaban en una transición admonitoria o compasiva.
Sus palabras y miradas eran ley, historia, recuerdos y memoria.
La memoria es selectiva pero también se convirtió en un mecanismo para recuperar todas esas historias y personajes que quedaron varadas, ocultas, extraviadas de las versiones oficiales, resabios de una realidad y que le dan color a esos pasajes históricos por los que transitó Raúl Hernández García, maestro, antropólogo físico y escritor.
De regreso a García Márquez, el autor recurrió al disco duro de su infancia y de la memoria disponible siempre, siempre, en la selección de datos y temas que de tanto se hicieron propios y erosionan con verdades, sin mediastintas, ni personajes o sucesos inventados a modo.
Hay una ley de la memoria que hace que las cosas de la niñez se queden fijadas para siempre, sentenció García Márquez en una entrevista. Justo esa sentencia es la que comparte Raúl Hernández en este texto de narrativa no ficción y aventuró a señalar que lo que quedó fuera del libro perdió interés.
Allí viene el ferrocarril
es un libro que se tatuará en su memoria.
Antonio Heras
EL PRINCIPIO DEL FINAL
Imagen 1Doña Pachita
—Pues sí joven, esas son historias que muy pocos conocen. Y quienes lo saben, nada más se hacen, tal pareciera que les avergüenza haber estado bajo e l mando del general, y después de tantas revueltas y haber vencido en múltiples batallas a la muerte, su vida pasó sin pena ni gloria, sumidos en la misma miseria contra la cual combatieron.
Las palabras de doña Francisca, Pachita, retumbaban en toda