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De la Sierra Maestra al Escambray
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Libro electrónico658 páginas8 horas

De la Sierra Maestra al Escambray

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Esta obra revela importantes hallazgos históricos y realiza notables aportes al estudio de a la epopeya liberadora de la Revolución cubana: la Invasión de la Columna no. 8 "Ciro Redondo". Su autor, incorporado desde joven al Ejército Rebelde, tiene como fuentes un haz de constancias gráficas y orales de la mayor seriedad histórica. Además, no conforme con los datos de una sola parte, corrobora su verdad con los documentos localizados en los archivos de las fuerzas enemigas y los expone en esta obra con elocuentes fotocopias. Los diferentes archivos y museos de la Revolución, toda una red de activistas de historia a lo largo y ancho del país fueron también hontanar de valiosos datos.
IdiomaEspañol
EditorialRUTH
Fecha de lanzamiento15 jul 2023
ISBN9789590624490
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    De la Sierra Maestra al Escambray - Joel Iglesias Leyva

    Prólogo

    No hay testigos más fieles de una guerra que los combatientes. A la hora de contar, no cuentan lo que se cuenta, sino lo vivido. Lo que han visto sus ojos. Lo que han oído sus oídos. Lo que ha vibrado en sus nervios y se ha grabado en su memoria.

    Destacados historiadores militares fueron Jenofonte y Polibio, en Grecia. Cuadros vivos de las guerras de España ofrecieron a la Historia los militares Bernardino de Mendoza, en la época de Felipe II; Carlos Coloma y Diego Villalobos, en las guerras de Flandes; Sancho de Londoño, con sus Ordenanzas de Carlos III; Almirante y Villamartín, en el siglo xix; y Patricio Prieto, como Luis Bermúdez de Castro, en la misma centuria.

    Nuestras Guerras de Independencia contaron en sus filas con cronistas brillantes. Fernando Figueredo Socarrás, ayudante-secretario de Céspedes y Jefe del Estado Mayor de Calvar, presente en numerosos hechos importantes, dejó constancia valiosa de sus vivencias en sus obras históricas La Toma de Bayamo y La Revolución de Yara. Enrique Collazo Tejada, ayudante de Máximo Gómez en la Guerra Larga, combatiente al mando del general Calixto García en la Guerra del 95, asambleísta en La Yaya, que terminó la lucha con el grado de general, unía a sus méritos de la virtud de saber escribir, dijérase pintar, las escenas épicas donde él también se movió. Recopilador de anécdotas, episodios y efemérides, sus libros son obligadas fuentes de información.

    Entre ellos, Desde Yara hasta el Zanjón, Apuntes Históricos, Cuba heroica, La Guerra de Cuba y otras, que han servido para avanzar en el completamiento del conocimiento de la historia nuestras guerras de emancipación. Y en la Invasión de Oriente a Occidente, acompañó al Titán de Bronce en su tránsito glorioso, el culto y sagaz periodista José Miró Argenter, quien alcanzó grados de general y fue Jefe del Estado Mayor de Maceo. Su labor de historiador activo hizo posible que aquella concatenación de hazañas no se perdiera o disminuyese en su grandeza epopéyica si se ahorraba esfuerzos de razonamiento a los historiadores futuros, sin dejar lugar a las elucubraciones siempre dubitativas de la hipótesis. Sus Crónicas de la Guerra. La Campaña de Invasión y La Campaña de Occidente constituyen los testimonios más fehacientes de aquella expansión insular de la Revolución, pues alumbran la noche del centro y el oeste del país con el resplandor de los machetes, las llamas de las teas y la luz del ideal independentista.

    Por las huellas de aquellos valientes, reiniciado el mismo recorrido, se desataron otros, encargados de completar la obra trunca y poner sus relojes en la hora exacta de los tiempos.

    Eran los combatientes de las columnas invasoras Ciro Redondo y Antonio Maceo, comandadas respectivamente por los héroes revolucionarios Ernesto Che Guevara y Camilo Cienfuegos. Y el encargo se cumplió. Esta invasión liberadora culminó con la victoria de la libertad y la justicia.

    Ni una ni otra columna invasora llevaban en sus filas un Fernando Figueredo ni un Enrique Collazo ni un José Miró Argenter. Por eso, años después del Triunfo de la Revolución, el comandante Ernesto Che Guevara expresaba la necesidad de que los sobrevivientes de aquella acción dejaran testimonio fiel de sus recuerdos, con vistas a integrarlos y a reconstruir los hechos de un modo veraz.

    La Revolución, al derribar los muros que impedían el desarrollo cultural de las grandes masas trabajadoras, sentaba las bases para que de ahí, de donde había surgido el Ejército Rebelde, pudieran surgir los historiadores de la lucha insurreccional liberadora.

    En un año fueron alfabetizados un millón de obreros y campesinos. La enseñanza media y superior multiplicó sus aulas para acoger en su seno a miles de estudiantes adultos de la más humilde procedencia. En esta masa —claro está—, había numerosos integrantes del Ejército Rebelde.

    La Dirección Política del Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias estimuló la participación de sus miembros y de los trabajadores en general en su concurso nacional «26 de Julio», que incluye los géneros de historia y testimonio, con lo cual logró la revelación de no pocos valores e importantísimos hallazgos históricos.

    El autor de este libro, notable aporte a la reconstrucción de la epopeya liberadora, se integró al Ejército Rebelde casi un niño. Campesinito pobre de las lomas de San Luis, no sabía leer ni escribir. Participó en el Combate de El Uvero. Después de la hazaña, formó parte de un grupo que dirigía el Che. Esta pequeña tropa acampó varios días en un monte próximo a la desembocadura del río Dos Brazos de Peladero. Restablecidos los heridos, el grupo insurrecto se puso en marcha. Iban en busca de Fidel. Seguían al Che unos treinta hombres. En Llanos del Infierno se encontraron con el jefe de la Revolución. Allí, Fidel decidió formar la Columna 2 al mando del Che, que fue ascendido a comandante. Joel recuerda que, al regreso de una de las reuniones del guerrillero internacionalista con nuestro Comandante en Jefe, aquel le dijo: Le estuve hablando a Fidel de ti. Me dijo que por qué no te hacía teniente, pero tú no sabes leer ni escribir; por tanto, te harás cargo de la escuadra y no recibirás los grados hasta que no aprendas. Consíguete dos libretas y un lápiz, que yo te voy a enseñar.

    Así, el joven campesino inició el aprendizaje de las primeras letras. ¡Formidable maestro le había tocado en suerte!

    El guajirito que se iniciaba en la enseñanza primaria se empezaba a graduar como guerrillero participando en el primer combate de Bueycito, en el combate de Tucutú, en las cercanías de El Hombrito; en el primer combate de Pino del Agua y en el combate de Mar Verde. En este último encontronazo con las fuerzas de la tiranía, murió combatiendo valientemente Ciro Redondo, y sufrió graves heridas el discípulo de Ernesto Che Guevara. A mediados de enero de 1958, Joel sanaba de sus heridas en La Mesa, lugar donde radicaba la comandancia del Che. Allí continuó estudiando bajo la orientación de dos compañeras. El Che lo fue a ver. Se interesó por su salud y le preguntó cómo leía ya.

    Enterado de que se había alfabetizado, le entregó un libro —una biografía de Lenin—, recomendándole que lo leyera y tratara de comprenderlo, pues su deseo era comentar su lectura con él.

    Y he aquí una de las tantas maravillas de la Revolución. A los veinte años del arribo del Granma a Playas Coloradas, aquel niño serrano analfabeto, actual coronel de las Fuerzas Armadas Revolucionarias, se gradúa de Licenciado en Ciencias Sociales y obtiene el primer premio en el concurso de historia y testimonio de las FAR, con el libro De la Sierra Maestra al Escambray, objeto del reconocimiento y la admiración del jurado calificador en el certamen mencionado.

    Fidel había dicho: La Historia de la Revolución está por escribir. Este es uno de los primeros esfuerzos por captar aspectos fundamentales de tan grandioso conjunto de hechos históricos.

    En sus palabras de introducción, el autor explica las numerosas fuentes de esta investigación, cuyos datos fidedignos fortalecieron sus vivencias como participante en la acción que describe. Forman estos un haz de constancias gráficas y orales de la mayor seriedad histórica, frutos de una labor compleja, paciente, profunda y amorosa. Se combinan así el método de conocimiento indirecto y el método de observación directa, solo dable a un testigo perenne de los acontecimientos. Los sobrevivientes —combatientes, prácticos y campesinos de las zonas comprendidas en el itinerario de la Invasión— constituyen aquí el archivo viviente y parlante que, de no trabajar el historiador a tiempo, se exponían al efecto borrador de los años y a la clausura definitiva de la muerte. El autor, no conforme con los datos de una sola parte, corrobora su verdad con los documentos localizados en los archivos de las fuerzas enemigas y los expone en esta obra con elocuentes fotocopias. Los diferentes archivos y museos de la Revolución, toda una red de activistas de Historia a lo largo y ancho del país fueron también hontanar de valiosos datos.

    Si no tuviéramos descripciones pormenorizadas de hechos como estos, nos parecería, a medida que pasa el tiempo, que con la misma facilidad que lo decimos se produjo el fenómeno. Así, de no existir el testimonio detallado de la marcha invasora de Camilo y el Che, pudiéramos imaginar que ambos héroes levantaron el pie en la Sierra Maestra y lo pusieron, sin algún esfuerzo, en las alturas villaclareñas. Y es que la noción sintetizada de un acontecimiento puede generar el criterio de lo fácil, la mitología de lo individual y la subestimación de los mayores sacrificios.

    En De la Sierra Maestra al Escambray no hay nada de eso. Su realismo plástico nos sitúa en espacio y tiempo. Mientras leemos, marchamos con los invasores, afrontando todas sus dificultades; los pormenores, excluidos en una abstracción definitoria, aparecen aquí en sus mínimos aspectos: lluvias, viento, desnudez, intemperie, campesinos hospitalarios, prácticos valientes con sus nombres, etcétera.

    Llegamos al Escambray, es decir, al fin del libro, jadeantes, sudorosos, con los pies ulcerados, con la experiencia de la sed, el hambre, el frío y la intemperie; con el recuerdo de hombres que no habían aparecido en las informaciones parciales y que también fueron héroes, contribuyendo calladamente al triunfo de la acción liberadora y quedándose luego, con la satisfacción del deber cumplido, en sus mismos puestos de trabajo, sobre el surco, sin ansiedad de reconocimientos individuales, sino laborando modestamente en la creación de la felicidad de todos.

    Comprendemos así la relación estrecha entre lo singular, lo particular y lo universal. Palpamos que de aspectos finitos está conformado lo infinito. Reconocemos que los pormenores, como pudiera ser atravesar un río crecido en una noche oscura, son importantes para medir el exacto tamaño de la hazaña. Y, especialmente, comprobamos que la fuerza invencible de todo héroe reside en su vinculación orgánica con el pueblo. Es él quien da estructura de gigantes a los hombres que saben interpretar sus intereses y descubrir las condiciones para golpear a los enemigos de clase.

    El autor, en concordancia con su concepción materialista de la historia, no se refiere apologéticamente a los hechos ni a su líder. Se convierte en un fotógrafo de la naturaleza y de los movimientos humanos. Su descripción es fílmica. Salimos del libro como de la sala de un cine con el recuerdo de una película que nos ha impresionado. No hay un solo adjetivo para el Che. El autor solo describe lo que hace, repite lo que dice y muestra sus manuscritos y todo lo relacionado con él. Basta para que el lector tenga una idea cierta de la personalidad extraordinaria del Guerrillero Heroico. No nos dice el autor, por ejemplo: el Che, gran orientador de los trabajadores, sino que nos presenta una escena real, en pleno campo, donde el Che explica a un grupo de obreros agrícolas la necesidad de que se unan y constituyan una sección sindical, para luchar contra el terrateniente que los explota. En relación con una huelga que están organizando, el Che razona que las luchas no deben emprenderse en cualquier momento, sino cuando las condiciones son más favorables para ellas.

    Así, en todos los momentos, el narrador presenta al Che sustantivamente, verbalmente, a través de su significación intrínseca y sus actos, reflejando sus rasgos característicos.

    En conclusión, la narración pormenorizada nos hace valorar más justamente el hecho histórico. La presentación de los héroes anónimos muestra cómo las masas trabajadoras apoyan a los líderes y a las fuerzas organizadas que interpretan cabalmente sus intereses, agigantando las ideas y los brazos de sus dirigentes.

    Opone así el autor de este libro el enfoque marxista de la Historia al enfoque burgués de esta. Enmarca su libro en la concepción de la Historia que plantea el compañero Carlos Rafael Rodríguez, miembro del Buró Político del Comité Central del Partido Comunista de Cuba, y vicepresidente del Consejo de Estado, cuando dice:

    Frente a esos esfuerzos para privar al pasado de su aliento revolucionario, aparece en toda su riqueza la verdadera tradición, aquella que se va acumulando en la sedimentación de las rebeldías populares anónimas, la acción, el ejemplo y las ideas de los auténticos adalides del país, la conjugación entre los héroes y la masa que los engendra, impulsa y sostiene.

    Tampoco se escapa a Joel el vehículo entre lo histórico y lo económico. Cuando se refiere, en el comienzo de su libro, a las raíces históricas del hecho que narra, señala que el esfuerzo anterior se había frustrado con la intervención norteamericana que, aún con el olor de la sangre mambisa en nuestros campos, inauguraba la época del neocolonialismo en Cuba, la época de una república mediatizada, fundamentalmente en el plano económico y político. Y más adelante, cuando alude al momento en que aquellas raíces retoñaban, presenta esta realidad como un salto cualitativo de una larga lucha cívica, en una toma cotidiana de conciencia de clase, en la inevitable contradicción entre pueblo y oligarquía proimperialista. La desocupación, el hambre y la incultura eran efectos reales de la causa fundamental del problema: la injusta distribución de la riqueza, el sistema de explotación existente.

    El ataque al cuartel Moncada partió de un estudio económico de la situación en que se produjo, y que consta en las páginas alumbradoras de La historia me absolverá.

    También este libro responde a una inquietud martiana referida a la Historia y al deber patriótico revolucionario de recoger cuidadosamente todo recuerdo de los tiempos gloriosos. En su prólogo al libro Poetas de la Guerra, dice Martí:

    […] ¿Y quedará perdida una sola memoria de aquellos tiempos ilustres, una sola palabra de aquellos días en que habló el espíritu puro y encendido, un puñado si quiera de aquellos restos que quisiéramos calentar con el calor de nuestras entrañas? De la tierra, y de lo más escondido y hondo de ella, lo recogeremos todo, y lo pondremos donde se le reconozca y reverencie, porque es sagrado sea cosa o persona, cuanto recuerda a un país y a la caediza y venal naturaleza humana, la época en que los hombres, desprendidos de sí, daban su vida por la ventura y el honor ajenos […]

    Aquí está, para que se le reconozca y reverencie, la Columna Invasora Ciro Redondo, con su gigantesco jefe mayor y sus más simples colaboradores; con todas sus peripecias, estados de tiempo y de caminos, gracias a una pintura animada y verídica de su marcha victoriosa desde las alturas de la Sierra Maestra hasta las cumbres del Escambray.

    Jesús Orta Ruiz

    Introducción

    La Invasión a las provincias occidentales siempre formó parte de la estrategia en las guerras desarrolladas en nuestros cien años de lucha.

    Desde hace algún tiempo trabajamos en la reconstrucción histórica de la invasión de la Columna no. 8 Ciro Redondo, comandada por el Guerrillero Heroico, comandante Ernesto Che Guevara.

    El Che, en su prólogo a Pasajes de la Guerra Revolucionaria, cuando se refiere al combate de Alegría de Pío expresa:

    [...] Muchos sobrevivientes quedan de esta acción y cada uno de ellos está invitado a dejar también constancia de sus recuerdos para incorporarlos y completar mejor la historia. Solo pedimos que sea estrictamente veraz el narrador; que nunca para aclarar una cuestión personal o magnificarla o para simular haber estado en algún lugar, diga algo incorrecto. Pedimos que después de escribir algunas cuartillas en la forma que cada uno pueda, según su educación y su disposición, se haga una autocrítica lo más seria posible para quitar de allí toda palabra que no se refiera a un hecho estrictamente cierto, en cuya certeza no tenga el autor una plena confianza [...]

    Tratando de ser fieles a dicho postulado de cómo se debe escribir la historia por sus ejecutantes, hemos emprendido este trabajo. Como los participantes de esta campaña fuimos más de un centenar puede haber distintas consideraciones de determinada cuestión; sin embargo, aquí expresamos nuestro recuerdo y el resultado de la verificación realizada al respecto, en la cual podría haber errores que estamos dispuestos a rectificar.

    Siempre ha sido preocupación de los dirigentes de nuestra Revolución que los participantes o actores en nuestra lucha dejen constancia escrita sobre la misma. Por nuestra parte, después de la muerte del Che, nos sentimos profundamente instados a escribir algunas cosas de nuestra participación en la guerra, con especial énfasis en aquellas relacionadas con su vida ejemplar.

    En 1969 participamos en un recorrido por la Sierra Maestra con un grupo de compañeros de la Comisión de Perpetuación de la Memoria del Che. Fue entonces que nos dimos cuenta, mientras tomábamos algunas notas, de la utilidad y posibilidad de acometer esta labor. Pensamos que el tema de la Invasión era quizás el más comentado desde un punto de vista general, pero del cual se había hablado menos en lo particular, concreto y detallado, como es nuestro propósito. Nos animó, además, la comprobación de que cada día que pasaba se perdían más los datos; incluso, los participantes, como es el caso de los prácticos, que algunos ya habían muerto. Otros se habían trasladado de la zona donde nos sirvieron.

    Se planteaba, pues, la necesidad urgente de acopiar los datos necesarios para escribir sobre la Invasión. A estos efectos, hicimos un ensayo que llevaba a cabo un recorrido desde el campamento Marianao hasta el escenario de nuestro primer combate en el Escambray, o sea, Güinía de Miranda. Aunque los resultados de esta primera etapa fueron pocos, sacamos la experiencia de cómo debía hacerse el trabajo, en tanto perfilábamos el método a seguir para la verificación y la reconstrucción de los hechos, sin auxilio de técnica moderna en esta especialidad. Solo guiados por la intuición y un interés especialísimo.

    Volvimos a hacer otro viaje; esta vez, el punto de partida fue el lugar de la salida de nuestra Columna. Pasamos por los lugares donde estuvimos durante la Invasión. Ploteamos el itinerario en un mapa. Acopiamos y reconstruimos detalles importantes. Entrevistamos a los campesinos que de una manera u otra se relacionaron con la Columna o con el Che al paso de la Invasión. Especial atención préstamos a los prácticos que utilizamos en la guerra, quienes por el carácter de la misión cumplida conocían el itinerario, los lugares de los campamentos, las personas con las cuales el Che hizo contacto, así como la ubicación del enemigo. Esto nos permitió tomar cerca de 200 fotografías de los lugares más importantes del itinerario de la Columna, valioso aporte de la Sección Fílmica de la Dirección Política de las FAR.

    Entrevistamos asimismo a muchos participantes indirectos en la invasión, compañeros pertenecientes a distintas organizaciones políticas revolucionarias, enlaces y otros que de alguna manera contribuyeron con nosotros, para garantizar la información necesaria, suministros y datos para la marcha.

    Ampliamos nuestra información con entrevistas a algunos oficiales y soldados del ejército de la tiranía que habían participado en nuestra persecución.

    El aporte más rico lo encontramos —claro está— en la reunión organizada por la Sección de Historia de la Dirección Política de las FAR, a finales de agosto y principios de septiembre de 1973, por iniciativa del miembro del Buró Político y comandante de la Revolución, Ramiro Valdés, y a instancias del general de división Rogelio Acevedo González, en conmemoración del XV Aniversario de la Invasión. En ella tomaron parte la casi totalidad de los invasores de la Columna no. 8 Ciro Redondo. Los recuerdos, anécdotas y opiniones de los compañeros participantes en la hazaña fortalecieron nuestro propósito.

    La lista de colaboradores es grande, pero no es práctico hacer una relación general de ella —ni lo creemos necesario—, ya que todos han dado su ayuda con el espíritu de que se conozca más nuestra historia y de rendir, al mismo tiempo, el más justo homenaje a los héroes y mártires de nuestra epopeya revolucionaria y, en especial, al Guerrillero Heroico y a los combatientes que junto con él cayeron. No obstante, queremos mencionar la participación del mayor Alberto Ferrera Herrera y del 1er. teniente Rigoberto Pomo Soto, por haber participado en todo el curso de este trabajo; otros compañeros solo lo hicieron de modo parcial.

    Importante ha sido la colaboración de la Sección de Historia de la Dirección Política de las FAR, donde obtuvimos gran cantidad de datos sobre la Invasión y documentos del ejército de la dictadura, la participación de las organizaciones y organismos del Partido Comunista de Cuba y el MININT, en las distintas provincias y regiones que prestaron su colaboración en la solución de problemas que se presentan en un empeño de este tipo, así como la cooperación de las Oficinas de Asuntos Históricos de la Revolución, donde hemos podido revisar un cúmulo de documentos imponentes, en la mayoría de los casos firmados por Fidel, el Che o Camilo, lo cual ha sido un medio para verificar los elementos de nuestra memoria. Al copiar algunos de estos textos hemos procurado ir al original buscando la confirmación de los mismos. En ocasiones, por el efecto del tiempo transcurrido, se han deteriorado en parte, por lo que puede existir la omisión o sustitución de una palabra, especialmente en el caso de los documentos del Che, cuya letra no es, por su característica peculiar de manuscribir, de fácil lectura en todos los casos. Familiares de prácticos o colaboradores y compañeros que conservaban algunos documentos inéditos nos los facilitaron, lo que ha sido también de utilidad.

    Hemos procurado consultar en la mayor medida posible las informaciones publicadas durante los meses de agosto, septiembre y octubre de 1958, en los distintos órganos de prensa, así como las que han visto la luz después del triunfo de la Revolución.

    En esta búsqueda, en conclusión, nos hemos esforzado por destacar lo necesario y lo útil, a fin de que nuestro pueblo conozca más aún su historia, omitiendo aquellos detalles que, aunque puedan ser ciertos, no tengan interés ni utilidad para la comprensión del hecho en su esencia.

    El autor

    Raíces históricas

    La Invasión del Ejército Rebelde en el año 1958, como estrategia de la Comandancia General, tiene profundas raíces históricas en las concepciones políticas y militares del Ejército Mambí.

    Durante la guerra de 1868, el proyecto invasor encontró el primer esfuerzo de materialización en el transcurso de los años 1874 a 1876, cuando el mayor general Máximo Gómez organizó e intentó realizar la invasión hacia las provincias occidentales.

    La política de la tea incendiaria y la mayor incorporación a la lucha de las masas de esclavos en las provincias orientales fueron manifestaciones del grado en que se iba radicalizando la lucha revolucionaria.

    Era de vital importancia para lograr la victoria sobre el ejército español que la revolución se extendiera hacia las provincias occidentales.

    Se hacía imprescindible el avance revolucionario que destruyera las fuentes de recursos del occidente, con las cuales España sufragaba los gastos de guerra. Había que llevar la revolución a esa región, sublevar las dotaciones de esclavos, fortalecer el Ejército Mambí y obligar al mando español a dispersar sus fuerzas.

    En los primeros años de la guerra se pusieron en práctica algunos proyectos de invasión al occidente, surgidos de modo espontáneo o individual en el ánimo de algunos jefes militares, pero en esa época aún la dirección revolucionaria no se había planteado oficialmente la adopción de este tipo de estrategia militar.

    A finales de 1871 la presidencia de la República en Armas se dispone a planear seriamente la ofensiva invasora.

    Máximo Gómez no solo comprendió la necesidad que implicaba la realización de este plan estratégico para la derrota de España, sino que buscó las formas de ejecutar esta acción, en virtud de las experiencias que había acumulado en el desarrollo de la guerra, en la que se extendió ya con éxito la invasión al extremo este del departamento de Oriente.

    En su concepción político-militar se hallaba el convencimiento de que mientras no se pusiera en práctica el plan invasor, la Revolución —como expresara a un amigo en 1873— estaría estancada y carecería del carácter peculiar de toda revolución: su tendencia era ampliar el área de operaciones.

    La designación del mayor general Máximo Gómez para hacerse cargo de la División del Centro, tras la heroica muerte de su glorioso jefe, el mayor general Ignacio Agramonte, en los campos de Jimaguayú, acercó más sus planes de invasión. Al frente de las aguerridas y disciplinadas tropas, formadas bajo la jefatura de Agramonte, comienza Gómez la campaña en el territorio de Camagüey, cuyos movimientos tienden al desarrollo de este objetivo.

    A principios de 1874 la dirección revolucionaria acuerda que Máximo Gómez, al frente de las fuerzas de Las Villas, Camagüey y Oriente, realice el cruce de la Trocha de Júcaro a Morón, llevando en el filo de sus machetes la decisión revolucionaria de extender la lucha por toda la Isla. El audaz proyecto del mando revolucionario se vio obstaculizado de inmediato por el conocimiento que sobre este llegó a tener el Ejército español. Fuertes columnas fueron situadas con rapidez en Camagüey, con las órdenes precisas de detener el avance del Ejército Mambí. El general Máximo Gómez necesariamente tuvo que combatir en las llanuras agramontinas en 1874, con el consecuente aplazamiento de los propósitos invasores.

    Los campos camagüeyanos fueron escenario de las batallas victoriosas del Naranjo, Mojacasabe y las Guásimas, las cuales constituyeron, en el orden táctico, brillantes triunfos de las armas mambisas, aunque en el orden estratégico contribuyeron a demorar lógicamente la empresa invasora.

    No obstante, el general Máximo Gómez no desiste de sus propósitos y, a finales de 1874, entra directamente a preparar el Plan de la Invasión, organizando sus fuerzas y estudiando los puntos vulnerables de la trocha española. El 2 de enero de 1875 informa a los jefes bajo sus órdenes sobre la ejecución del plan, que fue apoyado por unanimidad. Sus fuerzas ascienden a 1 164 hombres, organizados en los regimientos de infantería de Potrerillo, Siguanea y Atollaosa, y los de caballería de Agramonte, Camagüey y Narciso. De acuerdo con el plan, la línea militar sería atravesada por dos puntos propicios para el cruce de la infantería y la caballería. Estos puntos eran el centro y sur de la trocha militar española.

    El 6 de enero de 1875 se produjo el histórico acontecimiento que tomó por sorpresa al mando español en la Isla, el cual no concebía una acción semejante.

    Máximo Gómez, al frente de sus heroicos soldados, había logrado franquear lo que España consideraba el valladar inexpugnable que impedía el traslado de la lucha revolucionaria a las provincias occidentales. En la construcción de la trocha militar de Júcaro a Morón había gastado cuantiosos recursos a partir de 1870. De norte a sur se prolongaban las hileras de fuertes bien pertrechados, las numerosas fortificaciones, las alambradas y las emboscadas en los lugares más importantes y propicios. La trocha militar de Júcaro a Morón permitía asimismo una poderosa línea de observación hacia el Camagüey insurrecto.

    La audaz acción del general Máximo Gómez, el 6 de enero de 1875, superó todos estos obstáculos y realizó lo que el mando español creía imposible en esa fecha: trasladar la llama revolucionaria hacia la provincia de Las Villas y preparar la extensión de la misma al resto de las provincias.

    La invasión de Gómez a Las Villas provocó crisis en el mando militar español y sembró el pánico entre los terratenientes occidentales. En breve tiempo las tropas invasoras ejercieron el dominio sobre el territorio de Sancti Spíritus y llevaron posteriormente la tea revolucionaria a Cienfuegos y otras regiones de la provincia villareña.

    A los 46 días de intensos combates, el Ejército Mambí, bajo la certera dirección de su audaz jefe, había tomado numerosas ciudades y fuertes, cuyas guarniciones se rindieron. Había incorporado a sus filas 1400 hombres, se había apropiado de cuantiosas armas y municiones y, bajo los efectos de la temible tea incendiaria, se habían quemado 83 ingenios.

    Entonces, Gómez resuelve continuar el avance hacia las zonas más occidentales, con el propósito de extender la guerra revolucionaria hacia la provincia de Matanzas. Sin embargo, para lograr el éxito de tan magna empresa, era necesario contar con los recursos en hombres y armamentos que debía suministrar la dirección revolucionaria en las provincias orientales; contar, además, con el apoyo decidido de estas a los planes invasores, así como mantener en las filas revolucionarias la disciplina y la unidad de acción indispensables para la consecución de tan altos fines.

    La empresa de la invasión, que se inició con el cruce de la Trocha de Júcaro a Morón, hace cien años, careció de estos factores decisivos para poder triunfar. Ella se vio paralizada por el regionalismo surgido en las filas revolucionarias, por los brotes caudillistas en las provincias orientales —algunos jefes se negaron al envío de las fuerzas que tanto necesitaba Gómez para combatir a los 61 000 hombres que España mantenía a su frente en las puertas de Matanzas. Todas estas actitudes, tan funestas para la causa libertadora en la Guerra de los Diez Años, estaban condicionadas por la etapa histórica en que transcurren los acontecimientos, cuando aún no se había desarrollado plenamente la conciencia revolucionaria contra el colonialismo español.

    Pero la audaz acción del cruce de la Trocha de Júcaro a Morón y la decisión de llevar la guerra a las provincias occidentales, cuyo máximo exponente fue el general Máximo Gómez con sus extraordinarias dotes de táctico y estratega, quedaba impresa como una de las hazañas militares y políticas más grandes en la guerra de los Diez Años; hazaña militar que generaría, con el transcurso del tiempo, una profunda repercusión y ricas experiencias para futuras luchas revolucionarias de nuestro pueblo.

    El 24 de febrero de 1895 comienza en Cuba una nueva etapa de las luchas contra el colonialismo español.

    La guerra se iniciaba en nuevas condiciones históricas. Durante la etapa 1878-1895 habían ocurrido importantes transformaciones económicas, políticas y sociales en nuestro país. La industria azucarera había alcanzado un notable desarrollo en su tecnificación, concentrándose y centralizándose en grandes unidades de producción. Los medios de comunicación habían recibido a su vez un gran impulso.

    La estructura social del país presenta un cuadro diferente. El régimen esclavista, incompatible con el desarrollo incesante de las fuerzas productivas, recibió con la guerra de los Diez Años un golpe de muerte, insostenible ya después de finalizar la misma. En ١٨٨٦, la Metrópoli se vio obligada a dictar la abolición definitiva del oprobioso régimen. Este proceso es importante ya que repercute en el desarrollo del capitalismo, lo que propicia, a su vez, el fortalecimiento y desarrollo de la clase obrera.

    Por otra parte, la ruina de muchos terratenientes condiciona en esta etapa la aparición de una masa creciente de pequeños propietarios y campesinos pobres. La pequeña burguesía urbana y rural emerge en esta época histórica con gran fuerza. También se contaba con la nueva generación de jóvenes que, aunque no habían participado en la guerra de los Diez Años, abrazaron con creciente fuerza la idea de la independencia definitiva de Cuba, imbuidos esta vez de una conciencia política mucho más profunda que la de los heroicos veteranos mambises, debido a la nueva correlación de clases.

    En esta guerra, como en la del 68, la invasión seguía siendo una necesidad estratégica de imprescindible ejecución para la derrota del poder español.

    En relación con la realizada por el general Gómez en años anteriores, se caracterizaría por una mejor organización militar, cuando junto al desarrollo de las vías de comunicaciones, existía ya una mayor movilidad y capacidad de maniobra. Además, Máximo Gómez, Maceo y otros altos jefes militares estaban de acuerdo con el gobierno en armas. Era plena la unidad del mando militar y político.

    En el orden económico era necesario privar a la Metrópoli de los cuantiosos recursos que obtenía de la propia economía cubana, que le permitían el financiamiento de la guerra en gran medida, producto de la posición vacilante de los grandes terratenientes cubanos de la región occidental. Por estas razones, el objetivo de la invasión, en este sentido, era la destrucción de los centros económicos en dicha región, fundamentalmente en Matanzas, y, con esto, no permitir el desarrollo de la zafra azucarera de 1895, que ofrecía grandes perspectivas para el régimen colonial.

    En el orden político era necesario incorporar la población de occidente a la guerra en forma masiva, con la presencia de las fuerzas mambisas en esta región. En dicho sentido se lograría el desarrollo de la conciencia occidental y a su vez en todo el ámbito nacional.

    El 22 de octubre de 1895, desde las sabanas de Baraguá, la columna invasora se puso en marcha acompañada por el Consejo de Gobierno que había llegado a Oriente para hacer jurar la constitución del Ejército Libertador. Después de tres meses de invasión, en los cuales al principio se rehuyó la lucha, cuando las fuerzas de Maceo y Gómez se unen en Las Villas, se libran combates de envergadura y se produce en Matanzas una contramarcha para engañar al enemigo y, posteriormente, continuar el avance, hasta llegar Maceo, el 22 de enero de 1896, a Mantua, en la extremidad de Pinar del Río, mientras Gómez batía a las fuerzas españolas en La Habana.

    Al llegar las fuerzas invasoras a occidente, se encontraban sumidas en la guerra, prácticamente, todas las provincias, y se paralizaron los preparativos de la zafra. La situación financiera del gobierno español se agravó debido a que los impuestos no habían podido ser recaudados en las provincias sublevadas.

    La política de la tea incendiaria practicada en todo el trayecto de la invasión trajo como consecuencia que disminuyera la producción azucarera a 80%, lo cual privaba a la Metrópoli de su mayor fuente de ingresos.

    La invasión que se realizó tuvo extraordinaria repercusión tanto en Cuba como en el extranjero, ya que sus consecuencias fueron importantísimas en el orden militar, económico y político.

    La guerra de 1895 terminó con la intervención estadounidense sobre los sacrificios de una guerra que, en primer lugar, prácticamente estaba ganada por las fuerzas revolucionarias, o sea, por el movimiento de liberación nacional; y en segundo lugar, porque España, por su debilidad económica, política y militar, era incapaz de sostener esta lucha. Estados Unidos había preparado todas las condiciones para intervenir en Cuba y poner en práctica lo que por tanto tiempo tramaba: apoderarse de nuestro país, con lo cual se frustraba la victoria del pueblo cubano que tanta sangre derramada había costado. La intervención estadounidense inaugura la época del neocolonialismo en Cuba, la época de una república mediatizada, fundamentalmente en el plano económico y político.

    Retoñan las raíces

    A pesar del revés, la magnífica lección de la gloriosa columna invasora de Gómez y Maceo fue aprendida por el pueblo cubano, porque los pueblos aprenden en el duro ejercicio de la lucha.

    Ahí, en los largos caminos de oriente a occidente, quedaba la experiencia militar revolucionaria, en espera de una nueva marcha triunfal.

    Decenas de años de lucha cívica, en un despertar diario de la conciencia de las masas, y un semillero de mártires caídos en pugna con la oligarquía nacional y el imperialismo culminaron dialécticamente en el reinicio de la lucha armada.

    Cupo este honor a la Generación del Centenario que, en desagravio a Martí, a los cien años de su nacimiento, bajo la dirección valiente y genial de su mejor discípulo, el compañero Fidel, atacó la fortaleza militar Guillermón Moncada, el 26 de julio de 1953, acción heroica que estuvo precedida por una ardua labor de organización, cuyo alto mérito histórico puede resumirse en los siguientes aspectos, definidos certeramente por el comandante Raúl Castro, hoy general de ejército:

    Da inicio a una etapa de la lucha armada que no se detendrá más hasta el triunfo definitivo de nuestra Revolución.

    Hace surgir como fuerte organización en la lucha revolucionaria el Movimiento 26 de Julio.

    Destaca a Fidel como dirigente de nuestra Revolución en su fase definitiva.

    Sirve como experiencia al desembarco del Granma y a la lucha posterior en la Sierra Maestra.

    La acción del Moncada y su programa revolucionario fueron el motor impulsor de las masas para la lucha de aquella época.

    Con el desembarco del Granma y después de recuperarse de los reveses iniciales, el naciente Ejército Rebelde comienza una etapa nómada de lucha por la subsistencia, por establecer contactos con los campesinos y con el movimiento clandestino que existía en todas las ciudades, entre las dificultades y limitaciones que implicaba el dominio por parte del ejército enemigo de la Sierra y sus alrededores, la persecución y represión en las ciudades. A partir del mes de febrero, con la presencia en la Sierra de un grupo de dirigentes del movimiento en la ciudad, encabezados por Frank País, se fortaleció el Ejército Rebelde, hasta alcanzar la fase en que se produce el combate del Uvero, que, con su repercusión política y militar, facilitó en el mes de julio la formación de una segunda Columna rebelde, la no. 4, al mando del Che, quien fue ascendido por Fidel al grado de comandante.

    Comenzó de este modo el dominio relativo por parte del Ejército Rebelde de las regiones al este y al oeste del Pico Turquino, así como las vertientes norte y sur, en tanto se iniciaba la etapa de asentamiento de la guerrilla y un acelerado proceso de desarrollo, crecimiento y dominio del teatro de operaciones, que culmina en febrero de 1958 con la formación de dos nuevas Columnas que se desplazaron hacia otras regiones.

    La Columna no. 6, comandada por Raúl Castro, pasa a formar el Segundo Frente Oriental Frank País, al norte de la provincia de Oriente; la Columna no. 3, al mando de Almeida, se enrumba a crear el Tercer Frente, al suroeste de Santiago de Cuba; ambos fueron ascendidos al grado de comandante y salieron el 1ro. de marzo desde Pata de la Mesa. Camilo se encaminó a operar en las llanuras del Cauto, a principios de abril.

    Este crecimiento del Ejército Rebelde, junto con el auge del movimiento clandestino que mejoraba progresivamente su organización y había llevado a cabo distintas acciones, entre las cuales podemos destacar el ataque al cuartel Goicuría el 29 de abril de 1956, el ataque al Palacio Presidencial el 13 de marzo de 1957 —dirigido por José Antonio Echeverría—, y el alzamiento de Cienfuegos el 5 de septiembre de 1957 —organizado por el Movimiento 26 de Julio—, había servido para impulsar, desarrollar y fomentar un movimiento y un ambiente de lucha revolucionaria en las ciudades, y estimular la organización y realización de la huelga del 9 de abril de 1958, en un intento del Movimiento 26 de Julio por dar un golpe de muerte al tirano, mediante la huelga general apoyada por acciones armadas en las ciudades y por el Ejército Rebelde, en busca de posiciones avanzadas y carreteras en los distintos frentes de combate.

    El 24 de mayo de 1958, en Minas del Frío, fue creada una nueva Columna, la no. 8, nombrada Ciro Redondo como homenaje al heroico capitán del Ejército Rebelde que muriera en el combate de Malverde, y que fuera ascendido póstumamente a comandante. Esta columna, al mando del comandante Ernesto Che Guevara, quedó formada por cuatro pelotones y una escuadra de comandancia. Muchos de sus combatientes procedían de la Escuela de Minas del Frío y sus cuadros de mando en su mayoría eran de la Columna no. 4, dirigida por el Che con anterioridad. Su creación tuvo como fin participar en el rechazo de la ofensiva del ejército de la tiranía, que culminaba sus preparativos en esos días.

    Unos meses más tarde, la Columna no. 8 Ciro Redondo sería designada por el Comandante en Jefe para la épica hazaña de realizar la Invasión hacia la provincia de Las Villas.

    No queremos adentrarnos en la descripción de esta extraordinaria proeza sin antes situar al lector en el marco de los acontecimientos que precedieron, en lo inmediato, la marcha arrolladora del ejército revolucionario, de la Sierra Maestra al Escambray.

    Antecedentes inmediatos y preparativos de la invasión

    ¹

    1 La información sobre provincias y municipios, en las partes gráfica y escrita, está referida a la división político-administrativa existente antes del triunfo de la Revolución.

    Después del fracaso de la huelga de abril, el movimiento revolucionario en las ciudades quedó desvertebrado, al menos de forma momentánea, factor que aprovecha la tiranía para incrementar la represión y comenzar a preparar una sonada ofensiva contra las fuerzas Rebeldes en la Sierra Maestra. Bajo estas condiciones, y a partir de este momento, se consolida Fidel como el máximo líder militar y político de la Revolución, triunfando la estrategia de la lucha sustentada por la Sierra.

    La ofensiva enemiga estuvo dirigida fundamentalmente hacia el oeste del Turquino, hacia La Plata y Mompié, donde radicaba la Comandancia General del Ejército Rebelde. Para ello, comienzan a trasladarse fuerzas de todo el país hacia dicha región, que se sitúan alrededor de la Sierra Maestra, con lo cual establecen un control riguroso de todas las vías de acceso, para aislar e impedir el contacto de las fuerzas rebeldes con el movimiento en el llano, y, en especial, evitar el abastecimiento de todo tipo, que en cierta medida procedía del mismo. Ante esta situación, nuestro Comandante en Jefe cursa las órdenes oportunas para que se comience a preparar el terreno con vistas a garantizar el rechazo de la ofensiva, y entre otras medidas incluye el traslado del Che, deja en su lugar al mando de la Columna no. 4 al comandante Ramiro Valdés, al este del Turquino.

    La preparación del terreno comprendió trabajos en la construcción de trincheras, refugios y otras obras de fortificaciones de acuerdo con nuestras posibilidades, de forma escalonada, desde las estribaciones de la Sierra Maestra en esta zona hasta los lugares más intrincados, que servirían de áreas de concentración a las fuerzas principales del Ejército Rebelde. Asimismo, se almacenan medios materiales, como víveres y municiones. También se creó la escuela de Minas del Frío, a la que se incorporaban todos los nuevos combatientes que llegaban sin armas ni conocimientos militares, donde se les impartía la preparación básica del soldado. Muy en especial eran sometidos al bombardeo y ametrallamiento de la aviación enemiga, tanto de día como de noche, ya que estos conocían la posición de la escuela, lo cual formaba parte de la preparación de los soldados bisoños, forjándolos así para los combates futuros, donde se emplearían ampliamente estos medios.

    Fidel también dio órdenes, cuando ya estaban cercanas las agrupaciones del enemigo, para la reagrupación secreta de nuestras fuerzas, en aras de atraer del suroeste y centro de la provincia, hacia el futuro teatro de operaciones, las fuerzas principales, en tanto se dejaban pequeños grupos que se encargarían de mantener la presencia del Ejército Rebelde y el control de distintas áreas donde actuaba. Es así que manda buscar a Camilo con la Columna no. 2, a Almeida con la Columna no. 3, a Ramiro Valdés con la Columna no. 4, y Cresencio Pérez con la Columna no. 7, que operaban en distintas zonas, con excepción de las fuerzas del Segundo Frente Oriental Frank País, donde el enemigo, durante la realización de la ofensiva, asestó un golpe auxiliar que también fracasó.

    Todas las tropas, incluidas la Columna no. 8 al mando del Che, y la Columna no. 1 al mando del propio Fidel, fueron ubicadas en el centro de la región donde se librarían las acciones combativas en los lugares previamente preparados, unos 30 km de extensión, al oeste del Pico Turquino, lugar con algunas vías de acceso en distintas direcciones.

    La estrategia utilizada por el Comandante en Jefe para el rechazo de la ofensiva consistió en imponerle su voluntad al enemigo, mientras empleaba para ello una defensa activa y la estratagema de situar pequeñas fuerzas en las vías de acceso, las cuales ofrecieron resistencia y realizaron acciones de retardo y desgaste. A su vez, hacían que el enemigo apreciara la posibilidad de una fácil victoria, lo cual resultó en que se dirigiera precisamente hacia la región preparada de antemano, para causarle la derrota a sus fuerzas principales, con las Columnas Rebeldes que se encontraban listas para contratacar.

    La mayoría de los catorce batallones de infantería y de las siete compañías independientes del enemigo comienzan a ser cercadas, diezmadas y aniquiladas, mientras que otros grupos de rebeldes, con mayor capacidad combativa que los anteriores, vuelven a situarse en las vías de acceso para evitar el refuerzo de las unidades enemigas.

    Desde que se realiza el cerco al batallón 18 de la tiranía, acampado en el Jigüe, por las tropas dirigidas personalmente por el Comandante en Jefe, comienza de hecho el fracaso de la ofensiva, ya que a partir de ese momento las fuerzas enemigas se encontraban cercadas y en franco intento de retirada, por lo que prácticamente había comenzado la contraofensiva del Ejército Rebelde, la que se desarrolló de forma ininterrumpida y culminó en los primeros días del mes de agosto en Las Mercedes, con una de las batallas fundamentales. Durante esta última batalla, varias unidades de refuerzo, que en grandes cantidades trataban de llegar a este lugar, fueron rechazadas. Sin embargo, después de una reagrupación parcial del ejército de la tiranía, donde emplearon infantería, tanques y carros blindados, estos lograron abrir una brecha en el cerco y, en cooperación con un amplio apoyo aéreo, permitieron la fuga de las unidades que se encontraban cercadas y desmoralizadas, con grandes bajas, en Las Mercedes.

    Esto motivó el inicio de las conversaciones que le fueron impuestas al enemigo, sobre la entrega de prisioneros y heridos a través de la Cruz Roja.

    Era la derrota total de la cacareada acción militar, que el enemigo denominó: la ofensiva.

    Los resultados finales, después de 76 días de intensa lucha, donde se libraron más de treinta combates y seis batallas de envergadura, señalados en la intervención de Fidel a través de Radio Rebelde los días 18 y 19 de agosto y en la cual informó que el ejército de Batista había sufrido 1000 bajas, de ellas más de 400 prisioneros; les habían sido tomadas 507 armas de distintos tipos y calibres, incluyendo dos tanques de 14 ton; más de 100 000 proyectiles y cientos de obuses, de morteros y lanzacohetes de 88,9 mm (bazookas) y 20 equipos de comunicaciones. Por nuestra parte, el Ejército Rebelde sufrió un total de 77 bajas:

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