El 1 de abril de 1939 Franco declaró el final triunfal de su cruzada contra las hordas bolcheviques. El 19 de mayo sus conmilitones le organizaron un soberbio desfile, le regalaron su ansiada laureada y empezaron las conspiraciones para disfrutar del poder. Falangistas de la vieja guardia, oportunistas con camisa azul, monárquicos, carlistas y militares con ascensos meteóricos, todos a la vez, querían que el caudillo gobernara con mano firme, pero a su favor.
El primero de septiembre, con la invasión de Polonia, el régimen se declara neutral y distintas facciones del Gobierno presionan para que España aproveche la ocasión y se arrime a la promesa de gloria que ofrece el fulgurante arranque de las divisiones de Hitler. El 10 de junio de 1940, en coincidencia con la entrada en guerra de Italia, España se declara no beligerante. El 23 de octubre Franco y Hitler se reúnen en Hendaya, donde parece que España se compromete a entrar en liza en una fecha que se habrá de fijar. El 22 de junio de 1941 Alemania ataca a Rusia. Al día siguiente el consejo de ministros aprueba mandar una división de voluntarios para luchar en el nuevo frente oriental. La llamada División Azul sería el aliviadero por el que se canalizarían las tensiones que se estaban enconando entre los vencedores de la Cruzada.
UNA DIVISIÓN MILITAR FRENTE A UNA DIVISIÓN POLÍTICA
Todavía hoy es motivo de polémica, pero parece que varios de los falangistas más influyentes de aquellos tiempos eran partidarios de entrar en guerra, aunque las explicaciones posteriores de Serrano apuntan a que se buscaron acuerdos con el que respetaran ciertas exigencias españolas, muy particularmente las de suministro de alimentos. El envío de una división de voluntarios permitió tanto a España como a Alemania dar una respuesta satisfactoria. La decisión de que los integrantes fueran individuos alistados de forma voluntaria permitía decir que