LA SOMBRA DE FRANCO
La larga dictadura del general Francisco Franco se asentó casi desde el principio en dos pilares, la mayor parte del tiempo poco aireados en los medios, pero decisivos a la hora de aplicar las medidas que garantizaban la seguridad del régimen ante las múltiples amenazas que lo acosaban. Uno fue el enigmático almirante Luis Carrero Blanco y el otro, el general Camilo Alonso Vega.
Aunque oficialmente era el general Agustín Muñoz Grandes quien pasaba por ser el segundo hombre del entramado del poder, en la práctica, su capacidad de decisión y, aún más, de ejecución represiva era escasa. Por su afabilidad y sencillez, incluso despertaba menos animadversión que sus otros dos compañeros de triunvirato. El menos conocido, el que aparecía como más gris, quizá por su carácter más esquivo y bronco, fue Camilo Alonso Vega. Durante varias décadas, mantuvo las riendas del poder en las calles y la iniciativa en la lucha contra quienes se rebelaban o intentaban desafiarlo, desde el maquis hasta los comienzos de actividad de ETA, impulsando la represión contra los terroristas capturados y todos los símbolos nacionalistas, especialmente la ikurriña. Algunos guardias civiles murieron electrocutados al intentar retirarla de los postes del tendido eléctrico.
Tal vez su mejor definición es la que le valió el apodo de Don Camulo, por su obstinación contra todos los enemigos del régimen, su autoritarismo y su actitud iracunda. En su vida militar también era conocido como el General de Hierro, y en la política, como la sombra de Franco.
Dos grandes amigos
El paralelismo entre ambos militares, unidos por una amistad imperturbable, es asombroso: los dos nacieron en El Ferrol (“del Caudillo” durante la dictadura) con apenas tres años de diferencia: Alonso Vega en mayo de 1889, y Franco en diciembre de 1892.
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