Desde los primeros compases de la conspiración que desembocó en la sublevación de julio de 1936 todos los implicados tuvieron claro que el general José Sanjurjo iba a asumir la jefatura del golpe militar.
Militar curtido en Marruecos, donde desempeñó diferentes mandos, y condecorado con la Cruz Laureada de San Fernando, Sanjurjo fue confirmado en su puesto como director de la Guardia Civil al manifestar su adhesión al Gobierno de la República. Este gesto, contrario a su ideología política, obedeció al descontento con la actitud mostrada por Alfonso XIII al abandonar a Primo de Rivera tras la caída de la dictadura. Sus críticas a las reformas militares de Azaña y los sucesos de Castilblanco y Arnedo, en los que resultaron muertos varios guardias civiles y obreros, provocaron su cese para pasar a ocupar la dirección del Cuerpo de Carabineros.
Estos desencuentros con las autoridades de la República desembocaron en un enfrentamiento abierto que convirtió a Sanjurjo en uno de los principales conspiradores contra el gobierno. El 10 de agosto de 1932 lideró una rebelión militar en Sevilla que pasaría a ser conocida como la Sanjurjada. La intentona fracasó al no contar con los apoyos previstos en el resto de España y el general fue detenido. Condenado a muerte, la pena le fue conmutada por la de cadena perpetua.
Con el triunfo de la coalición radical-cedista en las elecciones generales de noviembre de 1933, el general fue amnistiado, aunque prefirió autoexiliarse en Estoril. En el golpe meticulosamente trazado por Mola, Sanjurjo fue elegido para asumir el mando de la rebelión. Considerado como el militar más capacitado y de mayor prestigio, en torno a su figura aglutinaba el consenso de las diferentes corrientes políticas que apoyaban el golpe de Estado.
Todas estas expectativas se frustraron el 20 de julio de 1936, cuando el avión que le trasladaba a Burgos para que se hiciera con las riendas de la sublevación se estrelló nada más despegar. Sanjurjo falleció en el acto y, aunque su muerte descabezó la cúpula del golpe apenas iniciado, Mola mantuvo la cabeza fría y decidió continuar adelante. La figura del que estaba llamado a liderar a los militares insurrectos pronto fue olvidada por la rapidez con la que se sucedieron los acontecimientos.
El general Emilio Mola carecía del carisma de Sanjurjo, pero es considerado unánimemente como el cerebro de la sublevación, hasta el punto de que sus compañeros de armas implicados en el golpe le llamaron el Director. Hijo de un capitán de la Guardia Civil, Mola destacó dentro de la categoría de los denominados africanistas, nombre que recibían los militares que habían desarrollado
