En dos pasajes de la Ilíada (XVIII, 497-501, y XXIII, 486), aparece el término ιστωρ, hístor (de antigua raíz indoeuropea) para designar al «testigo», es decir, a quien sabe algo porque lo ha visto por sí mismo y su testimonio es de primera mano. Por tanto, el valor de toda verdad histórica, para los antiguos griegos, proviene de saberla porque se ha sido testigo de ella con sus ojos. Sin embargo, a la vez el historiador debe estar a una cierta distancia de los hechos que narra, sin mostrar partido, único camino para encontrar una cierta verosimilitud e imparcialidad.
Claro ejemplo lo encontramos en Tucídides cuando explica cómo ha escrito el relato de la guerra del Peloponeso: «En cuanto al relato de los acontecimientos de la guerra, para escribirlo no me he creído obligado a confiar ni en los datos del primer llegado ni en mis suposiciones personales; hablo únicamente como testigo ocular o después de haber hecho una crítica (contrastando los diferentes testimonios) lo más cuidadosa y completa posible. La investigación ha sido ardua, ya que los testigos de cada hecho presentan