En la noche del 4 de junio de 1940, el nuevo embajador británico en Madrid, sir Samuel Hoare (1880-1959), envió su primer telegrama urgente a Londres. Se trataba de un comunicado reservado, dirigido al ministro del Foreign Office, lord Halifax, advirtiendo lo siguiente: «Hay indicios en Madrid de que está cobrando impulso la idea de abandonar la neutralidad, y tengo la impresión de que ha llegado el momento de hacer algo de forma inmediata para detener tal impulso… Para tal fin es posible que necesite hasta 500 000 libras, pero es preciso actuar cuanto antes». Inglaterra estaba entre la espada y la pared, y aquel mismo día había concluido la Operación Dinamo, que puso a salvo lo que quedaba del cuerpo expedicionario británico en Dunkerque.
La posibilidad de que España declarara la guerra al Reino Unido e invadiera el Peñón de Gibraltar con la ayuda alemana era una amenaza constante, y el flamante embajador se temía lo peor. Había tomado posesión de su cargo hacía tres días y estaba a la espera de presentar al Caudillo Francisco Franco y su ministro de Exteriores, el coro- nel Juan Luis Beigbeder Atienza, sus cartas credenciales para obtener el plácet del Gobierno, pero decidido a pelear por el prestigio de su país e influir de forma decisiva en el mantenimiento de la neutralidad española.
Hoare se había enfrascado en un intenso esfuerzo de documentación previa sobre las posibilidades que ofrecía la dramática situación económica del país. En los informes del Foreign Office que consultó abundaban las referencias que aseguraban tanto las presiones del Eje como que Franco quería permanecer neutral. Para el Political Intelligence Department (PID), resultaba difícil predecir por dónde pudiera discurrir la política española, haciendo hincapié sobre las pugnas existentes entre la Falange y el Ejército, cuyo resultado era impredecible. A tenor de los análisis, daba la impresión de que el Caudillo navegaba a la deriva de fuerzas sobre las cuales tenía escaso control. Seguía una política de equilibrio entre tendencias contrapuestas y se apoyaba en su cuñado Ramón Serrano Suñer, quien encarnaba las aspiraciones falangistas. El PID concluía que Franco no estaba bien informado sobre el mundo exterior, y tampoco sobre la situación interna, «por lo que se comprendía que se dejara influir por una personalidad tan fuerte y falta de escrúpulos como Serrano».
En principio, todo estaba en contra de los británicos para que España permaneciera neutral y la entrada del país en la guerra parecía inminente, salvo que se detuviera con todas las presiones diplomáticas disponibles y el recurso a los sobornos empleando una gran cantidad de dinero. Hoare estimaba que la compra de voluntades para ganar tiempo entre