Rey se ofrece :: Bernadotte, el agente sueco y la monarquía en el Río de la Plata
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Rey se ofrece : - Berezán Eduardo
Rey se ofrece
Bernadotte, el agente sueco
y la monarquía en el Río de la Plata
Eduardo Berezán
Ernesto Gontrán Castrillón
ISBN 978-91-985704-3-4
E-bok
Copyright © Eduardo Berezán
& Ernesto Gontrán Castrillon
Copyright © 2019: Saturn Förlag
Edición:Violeta Lorenzatti
violeta.j.lorenzatti@gmail.com
Diseño de cubierta: Juan Ignacio Cajiao
www.behance.net/jicajiao
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This work is protected by copyright laws
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Till Thea
Acerca de los autores
Eduardo Berezán, periodista y escritor. Nació en Buenos Aires en 1953. Realizó estudios de Historia y Ciencias políticas en la Universidad de Estocolmo y trabajó por más de una década en Radio Suecia. También colaboró entre otros con los periódicos suecos Svenska Dagbladet y Sydsvenska Dagbladet y fue columnista del diario Hufvudstadsbladet de Helsinki, Finlandia. Berezán también fue corresponsal/stringer en Estocolmo entre otros de Radio Nacional de España, BBC y Deutche Welle.
Publicó varios trabajos periodísticos sobre América Latina en el Instituto Sueco de Política Internacional, Utrikespolitiska Institutet y ensayos en Global Reporting Books de Estocolmo. En la Argentina publicó artículos en el diario La Nación y Observador Global y fue columnista internacional en distintos programas de Radio Belgrano, Radio Cooperativa, Radio Splendid y FM-Imagina.
Ernesto Gontrán Castrillon, periodista, historiador y escritor, nació en Buenos Aires el 22 de agosto de 1954. Fue profesor de historia con una larga trayectoria docente y trabajó en el diario La Nación. Junto con Luis Casabal, trabajó en la elaboración de notas de investigación histórica. Fue columnista de la Revista Todo es Historia y también colaboró en Historia del Rock. Enciclopedia, la Argentina en el siglo XX, El diario íntimo de un país. 100 años de vida cotidiana y en otras obras en fascículos editadas por el diario La Nación. Durante una década fue profesor de la maestría de periodismo de la Universidad Torcuato Di Tella.
En coautoría con Luis Casabal publicó Tras la estela de los lobos grises. Submarinos nazis en la costa argentina. Fue también coautor con Sergio Coscia de Los 138 discos que nadie te recomendó. Ernesto, colega y entrañable amigo de siempre, no llegó a ver publicado este trabajo que presentamos hoy, falleció el 14 de diciembre de 2018.
Índice
Prólogo
Capítulo 1. De tronos y falsedades
Heredero se busca
Contacto en Francia
Una corona para el mariscal
Conjura militar
Un largo y sinuoso camino al trono
La ausente Désirée
Capítulo 2. ¿Quién fue el posible rey
de la Argentina?
Los primeros pasos
Bernadotte y Napoleón, o el juego de las mutuas desconfianzas
Désirée entre Bernadotte y Napoleón
Bernadotte y su «tibieza» el 18 del Brumario
El ascenso de uno y las dudas del otro
Capítulo 3. De Rusia con amor
La mecánica de una traición
¿Bernadotte rey en Francia?
El príncipe heredero desenvaina la espada
Otra vez el cálculo
¿También en Alemania?
Capítulo 4. Suecia y la América hispana
El amigo de la Revolución
Una cultura que ilumina
La prensa informa
Bernadotte ordena
Tres ejes de una política
Una isla en las Antillas
Piratas del Caribe
Capítulo 5. Devaneos monárquicos en el
Congreso de Tucumán
Bajo la sombra de Sipe-Sipe
Un congreso asediado
San Martín, la Independencia y el Congreso
Monarquía si, monarquía no
Antecedentes monárquicos
El monarca inca
A favor y en contra
Capítulo 6. La gran subasta de reyes
Danza de infantes
Otra vez el príncipe de Luca
Capítulo 7. Al servicio secreto de su majestad .......... 127
El espía que vino del frío
Larga marcha a Tucumán
El diario y sus silencios
Rey se ofrece
Graaner y la flota rusa
La obsesión de Fernando VII
Juego de espías
Informe a Bernadotte
Vivir y dejar morir
Capítulo 8. La política sudamericana
de Bernadotte
Entre la santa alianza y el libre comercio
Suecia la más interesada
Escándalo diplomático
Bernadotte y el trono del Plata
Pueyrredón entre EE.UU. y Suecia
Capítulo 9. De viajeros y relaciones diplomáticas
Carl Edward Bladh
Las Malvinas
John Tarras, el cónsul que no fue
Sobre la región y la política
Epílogo
¿Por qué la misión Graaner fue finalmente un imposible?
Anexo. Semblanzas en el diario de Graaner
El general San Martín
Bernardo de O´Higgins
Antonio G. Balcarce
Tomás Guido
Apéndice
Fuentes consultadas
Bibliografía
Prólogo
Los caminos de Francia, Suecia y las Provincias Unidas del Río de la Plata se cruzan inexorablemente en los primeros tramos del siglo XIX. La Europa absolutista seguía enfrentando las consecuencias de la Revolución francesa y las guerras napoleónicas, que habían abierto el cauce a las ideas del liberalismo político y el nacionalismo. Las monarquías de los países centrales vivían tiempos difíciles y percibían estos cambios como una gran amenaza y su peor pesadilla.
En Suecia, en tanto y en medio de las complejidades de la política exterior, reinaba Carlos XIII, un monarca viejo y senil que no tenía descendencia. En un contexto cambiante y con el horizonte cargado de interrogantes, la aristocracia sueca era consciente de su debilidad y sabía que el país necesitaba de nuevas alianzas. En pocos años Suecia había estado en guerra con Francia, con Dinamarca y en 1809 había perdido Finlandia a manos de Rusia. Ante la agresividad rusa, en el país escandinavo no son pocos los que ven a la Francia napoleónica como un aliado necesario. Esta idea, de a poco, va tomando la forma de una conspiración, cuyo eje central es lograr que un mariscal de Napoleón sea investido como príncipe heredero. Los conjurados son todos militares y tienen en un joven teniente a su ariete principal.
En tanto, en América Latina, los criollos se sublevan creando focos revolucionarios en toda la región. El monopolio comercial español hace agua y el contrabando dominado por británicos y portugueses, parece estar por todos lados.
Esta historia que une a Europa con la rebelde América del Sur, gira en torno a tres personajes: Napoleón, su mariscal estrella Jean Baptiste Bernadotte y el agente sueco, el capitán Johan Adam Graaner. Los tres son actores de una trama que tiene a la alta política internacional como marco escénico, y la traición y el espionaje como elementos dramáticos de una obra que no sabe de limitantes geográficas, cuando lo que está en juego, es la conquista y el poder.
Jean Baptiste Bernadotte era un verdadero enigma para sus contemporáneos. Fue soldado de la Revolución francesa, de gustos y alianzas jacobinas, que supo cabalgar y salir airoso de los drásticos cambios que se produjeron durante la revolución. A esta le debió tanto sus más brillantes triunfos en el campo de batalla, como los rápidos ascensos de su carrera militar.
Para 1810, cuando la estrella de Napoleón comienza a apagarse, la de Bernadotte alcanzaría, inesperadamente, un sorprendente resplandor. La acosada monarquía sueca, le ofreció el título de príncipe heredero del viejo monarca que no terminaba de morirse, dignidad que Bernadotte aceptó pese a las dudas que guardaba Napoleón acerca del ofrecimiento y de las aptitudes de Bernadotte para honrarlo. Así, el hombre que tenía tatuada en el cuerpo la máxima jacobina «Muerte a los reyes», iría al encuentro de su destino monárquico en la gélida Suecia, y fue mayormente conservador cuando las circunstancias lo dejaron y moderadamente liberal cuando los tiempos así se lo exigieron.
Producida la derrota definitiva de Napoleón en Waterloo el 18 de junio de 1815, el absolutismo se imponía a lo largo del continente europeo. La paz volvía a una Europa diezmada por generaciones, con ciudades y aldeas que habían quedado en ruinas tras el paso de los ejércitos, que se movían siguiendo la cambiante y sangrienta suerte de la guerra. Sin embargo, en Suecia el futuro de Bernadotte no parecía tan claro. La historia reciente del reino (con asesinatos, conspiraciones y hasta un golpe de estado) le generaban temores y un alto grado de inseguridad. Además, se llegó a un punto en el cual ya no era tan importante para el país escandinavo tener un príncipe heredero como Bernadotte, que era un muy competente y hábil jefe militar. Por otra parte, su carácter autoritario y sus ideas inflexibles empezaban a molestar a importantes sectores de los círculos cortesanos. Menos aceptada, al principio, había sido su esposa, Désirée, que había utilizado cualquier pretexto mientras su marido era príncipe heredero para permanecer en Francia y evitar la austera y fría etiqueta de la corte de Estocolmo.
Tampoco facilitaba las cosas la férrea resistencia de Carlos XIII para dejar esta vida. Si bien ambos se entendían muy bien, el largo tiempo entre la designación de Bernadotte en 1810 y su ascensión al trono en 1818, dieron lugar a mil intrigas en círculos que no terminaban de aceptar al advenedizo mariscal francés. Lo que generaba muchas dudas acerca del futuro de Bernadotte en la corte de Estocolmo.
Es por eso que en 1816, temeroso de perder el trono, Bernadotte decidió tantear la posibilidad de hacerse de una corona alternativa en la América de Sur. Es ahí que hace entrada en esta trama Johan Adam Graaner, oficial de la marina y capitán del ejército sueco. Un hombre inteligente, despierto, culto y de buenos modales. Enviado al Congreso de Tucumán durante un tiempo corto pero intenso, llevaría a cabo las más discretas de las gestiones y se convertiría en el único extranjero, testigo de la Declaración de la Independencia de las Provincias Unidas del Río de la Plata. Graaner había participado de la conjura militar que había hecho posible la llegada del mariscal francés a Suecia en 1810. También tenía experiencia de combate. La había adquirido frente a las tropas rusas en la guerra de Finlandia, en la campaña de 1813 contra Napoleón y en la fuerza expedicionaria enviada contra la vecina Noruega que concluyó con la unión entre ambos reinos en 1814. Por sus valerosas acciones de guerra, el reino de Suecia lo condecoró en dos oportunidades. Hablaba varios idiomas y tenía una aptitud especial para la diplomacia. En otras palabras, Graaner estaba bien preparado para servir a la corona en misiones secretas más allá de sus fronteras.
La obra lo ubica en un lugar de privilegio, dando las últimas puntadas a un tejido complejo, donde las lealtades se mezclan y la información es más valiosa que el oro. Las acciones secretas que desarrolla, lo ubican en un tiempo de grandes cambios, frente a hechos excepcionales y personajes que iban a tener gran influencia en la política tanto en Buenos Aires como en Tucumán.
El agente sueco se mueve con la destreza de un espía experimentado y mantiene varias conversaciones privadas con el Director Supremo Juan Martín de Pueyrredón, uno de los propulsores de la monarquía para las Provincias Unidas del Río de la Plata. Ambos también intercambian cartas con valiosa información confidencial. Graaner construye hábilmente un puente entre el gobierno de Suecia y el de las Provincias Unidas. Sabe que además los dos gobernantes, el criollo y el francés, tienen algo en común. Es nada menos que la región de Pau en los Pirineos Atlánticos, lugar del que provienen tanto la familia de Bernadotte como la de Pueyrredón.
En 1816 con las dudas sobre su futuro a cuestas, Bernadotte navegaba en un mar de incertidumbres, pero tenía una clara certeza, quería ser rey. Si el trono no se le ofrecía en Estocolmo o en París, lo buscaría decididamente en el Río de la Plata.
Capítulo 1
De tronos y falsedades
1810 sería un clásico año bisagra en la historia contemporánea. Napoleón, engañosamente, parecía afianzar su imperio Europeo, tratando de prevenir las rebeliones nacionales en Prusia, manteniendo doblegado a su eterno rival austríaco, enfrentando a su vieja enemiga Inglaterra con el bloqueo continental, mientras sus tropas parecían ganar un nuevo ímpetu en ese viejo cáncer que era la guerra de España, y hacían retroceder a los porfiados españoles (ayudados por sus auxiliares británicos), acorralándolos en el extremo sur de la península.
Al compás del avance napoleónico y del consiguiente retroceso español, en América Latina los criollos se volvían cada vez más insolentes y levantiscos, lanzando, como piezas de un irrefrenable dominó, movimientos revolucionarios en todos los virreinatos, donde crujía y se desmoronaba, ya desde hacía décadas, el sistema del monopolio comercial ibérico, gracias al contrabando que los británicos y los portugueses llevaban adelante.
En Buenos Aires, en mayo de ese año, un movimiento revolucionario realizado en nombre del cautivo Fernando VII (lo que los historiadores llamarían muy apropiadamente «la máscara de Fernando») apostaba, tal vez con demasiado optimismo, a la definitiva derrota española en manos de Napoleón. Los revolucionarios apuntaban en dirección a la libertad y a la separación de España pero sin atreverse a decirlo con todas las letras. Cuando esta derrota española en la península ibérica no se produjo y «el Deseado» (como se llamaría con proverbial falta de tino a un Fernando VII tan despótico como inepto y cruel) vuelve a instalarse en el poder real tras el retroceso napoleónico, tratando de reinstalar el viejo absolutismo borbónico, los nuevos gobiernos revolucionarios surgidos en la América hispana serían aplastados uno a uno por la reacción española, que tomaría la forma de fuertes expediciones punitivas enviadas al mando de jefes feroces, dispuestos a recuperar estos territorios a sangre y fuego para el dominio de la corona española. Así, nuevamente estarían bajo el poder de los ejércitos españoles México, Chile, mientras que los rebeldes del norte de América de Sur sufrían un grave repliegue en su movimiento independentista. En Buenos Aires, el gobierno de las Provincias Unidas sobrevivía a duras penas a la marea absolutista con el expediente de seguir haciendo la guerra a las tropas realistas en las cambiantes fronteras del Alto Perú, siempre en nombre del soberano español y retrasando lo más posible la declaración de la Independencia.
Ese mismo año crucial de 1810, Bernadotte estaba a punto de tomar posesión del cargo de Gobernador de Roma (otro de los inventos napoleónicos en el nuevo trazado del mapa de Europa) cuando el más inusual de los ofrecimientos le llego desde las lejanas y gélidas costas de Suecia. El país escandinavo había estado en sucesivas guerras con Francia y la vecina Dinamarca y en 1809 había perdido Finlandia a manos de Rusia. En un contexto cambiante y con el horizonte cargado de interrogantes, la aristocracia y los círculos de poder tenían algo en claro, el reino ya no podía seguir como estaba y necesitaba un cambio en su política exterior con el establecimiento de nuevas alianzas. De esta manera estaría en mejores condiciones para hacer frente a su relativa debilidad.
En el plano interno la situación no era mejor. A tres años de la Revolución francesa caía asesinado el rey Gustavo III. Su hijo y sucesor Gustavo IV Adolfo reinó temeroso de que se propagaran las ideas de la revolución y que le sucediera lo mismo que a su padre. Sus temores no eran infundados y si bien no fue asesinado, tras la pérdida de Finlandia, un golpe de estado le hizo perder el trono.
Como señala el historiador J. Christopher Herold: Desde el siglo XVIII, el reino de Suecia había estado oscilando entre una política exterior pro-francesa o pro-rusa. Gustavo III había sido decididamente pro-francés, pero cuando en 1792 fue a liderar la coalición europea en defensa de la monarquía francesa contra los revolucionarios, una bala asesina puso fin a sus planes. En 1805, su hijo, Gustavo IV Adolfo, que parecía haber copiado los principios de política de Don Quijote, se unió a la coalición de Inglaterra, Rusia y Austria contra Napoleón. En Tilsit, debe ser recordado, el zar Alejandro sacrificó a su aliado sueco a su nueva amistad con Napoleón, quien generosamente lo envalentonó para tomar Finlandia. En la desigual lucha, los rusos habían emergido victoriosos, aplastando Finlandia y marchando sobre el congelado Báltico para tomar la isla de Åland. Cuando Gustavo persistió en continuar la lucha, arriesgando la ocupación de toda Suecia por Rusia, los nobles y el ejército se revelaron y en marzo, de 1809, lo forzaron a abdicar
(Christopher Herold J., 1983, pág. 340).
Heredero se busca
Con Gustavo IV Adolfo en un duro y triste exilio en Baden primero y luego en Basilea, la corona de Suecia había quedado en manos de su tío, Carlos XIII. El rey estaba viejo, un tanto senil y no tenía descendencia. En realidad tuvo un hijo pero este murió sin haber llegado a cumplir su primer año de vida. Ante la falta de un heredero, fue obligado por el parlamento, con el que no se llevaba del todo bien, a adoptar al príncipe danés Cristian Augusto, quien viajó, con el entusiasmo de un colegial, a Estocolmo a principios de enero de 1810. Cristian Augusto era un viejo conocido de la corte sueca ya que había apoyado la conspiración que terminó con el reinado de Gustavo IV Adolfo un año antes. Pero, como en una obra teatral con reminiscencias shakesperianas, la suerte no quiso acompañar al