Alberto Delgado Delgado. Un soldado del silencio
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Alberto Delgado Delgado. Un soldado del silencio - Fernando Díaz Martínez
PÁGINA LEGAL
Edición: Laura Álvarez Cruz
Diseño de cubierta y pliego gráfico: Zoe Cesar Cardoso
Realización gráfica: Carla Otero Muñoz y Zoe Cesar Cardoso
© Fernando Díaz Martínez, 2019
© Sobre la presente edición:
Editorial Capitán San Luis, 2019
ISBN: 9789592115446
Editorial Capitán San Luis, Calle 38 no. 4717 entre 40 y 47, Playa, La Habana, Cuba.
Email: direccion@ecsanluis.rem.cu
www.capitansanluis.cu
facebook/editorialcapitansanluis
Sin la autorización previa de esta Editorial, queda terminantemente prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o su transmisión de cualquier forma o por cualquier medio. Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.
A mis hijos:
María Fernanda, Mary Carmen y Keller.
A los valientes y abnegados
soldados del silencio.
Agradecimientos
Muchas son las personas e instituciones que han colaborado en esta obra pero, entre todos, considero que debo resaltar a:
Dirección Política del Ministerio del Interior; en particular a su jefe, el general de división Romárico Sotomayor, y al coronel Sergio Ortega Queralta, jefe del Departamento Ideológico.
Centro de Investigaciones Históricas de la Seguridad del Estado (CIHSE).
Museo Nacional de Lucha Contra Bandidos y a todo su colectivo, incluyendo los trabajadores de la casa museo Alberto Delgado y el monumento en Masinicú.
Dirección Nacional de Agricultores Pequeños (ANAP).
Direcciones provinciales del Partido, del Poder Popular, de la ANAP y la Unión de Historiadores en Ciego de Ávila.
Secciones Políticas de las delegaciones provinciales del MININT en Ciego de Ávila, Camagüey, Sancti Spíritus y Villa Clara.
Jefaturas provinciales de la Seguridad del Estado en Camagüey, Ciego de Ávila, Sancti Spíritus y Villa Clara.
Coronel Francisco Javier Salado Villacín, asesor general del libro.
José Rogerio Moya Díaz, quien impulsó la idea, una y otra vez, desde que la iniciamos.
Mayor Alejandro García Vigistaín, investigador; y al mayor Lietsey Roque Morgado, encargado de las fotografías, los aseguramientos e investigador.
Al grupo de investigadores de este proyecto, que realizaron múltiples entrevistas a distintas fuentes, lo que permitió ganar en tiempo y ahorrar recursos. De forma particular, al mayor (r) Luis Adrián Betancourt, al capitán Juan Piñeiro Castillo y a la capitana Magdely Espinosa, a Luis Raúl Vázquez, a Miguelina Duarte Thondik y a Jesús Méndez Nieblas.
Al grupo de apoyo integrado por Henry Sánchez Olivero, director ejecutivo y encargado de la correspondencia; Katia Balado Fonseca, búsqueda informática y de imágenes; Danisbel Hernández García y Kleysi Torres Rodríguez, coordinaciones especiales.
A los once poetas repentistas de conocido arraigo popular cuyas décimas, escritas especialmente para este libro, encabezan cada capítulo.
Mi reconocimiento a todas las personas que en distintos lugares nos han apoyado.
El hombre de Maisinicú¹
El hombre llena una copa ancha,
aunque no cabe el peso de su extraña gracia,
y brinda por la muerte de su abril.
Después se sube a un sitio inexpugnable
y canta un canto que suena agradable,
mientras por dentro vuelve a maldecir.
El hombre niega de su rica tierra,
es su propio enemigo en esta nueva guerra:
el hombre vio su rostro sucumbir.
Que se abra bien la casa de la historia,
que se revise el trono de la gloria
porque un hombre sin rostro va a morir.
¡Oh, qué sensación,
no tener rostro y contemplar el mundo
con ojos tan profundos
como con ojos de guardián del sol!
¡Oh, qué sensación,
no tener rostro al contemplar la muerte,
correr la doble suerte
de rastreadores y de perseguidos,
teniendo tanto de estrella, escondido!
Cuanto millón de rostros no tendrá
el que nos regaló la claridad.
Silvio Rodríguez
El 26 de julio de 1965, en Santa Clara, durante el acto central por el XII aniversario del asalto al cuartel Moncada, el Comandante en Jefe Fidel Castro señaló:
Aquí, en esta provincia, el imperialismo y la contrarrevolución enseñaron al pueblo sus entrañas; en esta provincia perpetraron sus crímenes, no solo contra maestros y alfabetizadores, sino también contra obreros agrícolas y contra campesinos, tratando de sembrar el terror, perpetrando los mismos crímenes que el pueblo conocía de etapas anteriores.
Y la provincia se levantó contra sus enemigos, los campesinos de la montaña se movilizaron, los formidables batallones de Lucha Contra Bandidos surgieron con el propósito de aplastar a los contrarrevolucionarios. Fue larga la lucha, duró años. Unas bandas eran extinguidas y el enemigo introducía, armaba y organizaba nuevas bandas, hasta que fueron totalmente barridas […].
Hay que decir que ni un solo asesinato quedó impune; hay que decir que ninguno de aquellos malhechores que ultimaron a brigadistas, a maestros, a obreros, a campesinos, logró escapar; hay que decir que la ley y la justicia cayeron sobre los culpables.
Pero la erradicación de esas bandas no se hizo sin sacrificios. Miles de hombres, obreros y campesinos del Escambray la inmensa mayoría, lucharon durante años, persiguiendo incansablemente y sin tregua al enemigo y en esas operaciones doscientos noventa y cinco combatientes revolucionarios perdieron la vida en combate contra el enemigo, en accidentes ocasionados por el propio servicio; y fueron capturados en parte, y en parte aniquilados, 2005 contrarrevolucionarios.
Eternamente Alberto
Eres sueño en la memoria
de una hermosa clarinada
por tu muerte, camarada
está llorando la historia.
Cuba tiene en su victoria
un Alberto inigualable
que conociendo probable
la muerte y el sufrimiento,
nos regaló un monumento
con su ejemplo inolvidable.
Yara Luisa Aróstica Zulbarán²
Al lector
Hace más de cuarenta años, cuando todavía era estudiante en una escuela de nuevo tipo radicada en mi provincia, nos proyectaron la película cubana El hombre de Maisinicú. En esa época éramos muy jóvenes, pero verla nos impactó a todos y, como es lógico, los comentarios se sucedieron. Aquellas imágenes durante el asesinato del personaje de Alberto nos marcaron con creces. Mi profesor de Historia nos había hablado del fenómeno del bandidismo contrarrevolucionario en Cuba, pero a partir de la película nos dedicamos a buscar información. Si bien el filme no es una copia fiel de la realidad, por la lógica licencia dramatúrgica empleada por el equipo de realización, sí despertó interés por el tema en quienes la vimos.
En la madrugada del 1ro. de enero de 1959, tras el triunfo revolucionario, la mayoría de los colaboradores más cercanos al dictador Fulgencio Batista y, sobre todo, los más comprometidos en los asesinatos, robos, y latrocinios, se fugaron para Estados Unidos de Norteamérica, tratando de evadir las leyes revolucionarias acabadas de instaurarse en el poder, pero no todos lo lograron.
Desde el inicio de la Revolución comenzaron las transformaciones para cumplir las promesas hechas por Fidel en el programa del Moncada. La aplicación de las medidas benefició a la mayoría de la población, pero afectó los intereses de los grupos dominantes hasta entonces, de los que se fueron y de los que se quedaron. La que más rabia causó fue la Ley de Reforma Agraria. Tales personas, inconformes unos y confundidos otros, se agruparon y comenzaron a cometer sabotajes y actos terroristas contra la Revolución por indicación de los servicios de inteligencia norteamericanos. La mayoría recibió recursos militares directos del gobierno norteamericano. Así comenzó el bandidismo en Cuba.
El Escambray fue uno de los escenarios donde los bandidos asesinaron a campesinos, obreros, estudiantes, hombres, mujeres y hasta niños, por aceptar los nuevos ideales que representaba la Revolución Cubana. Ante estas acciones se organizó la fuerza del pueblo. Los bandidos fueron cercados una y otra vez hasta ser aniquilados. Es justo reconocer las principales fuerzas participantes en estas acciones frente a la contrarrevolución: milicias obreras y campesinas, combatientes del Ejército Rebelde, batallones de Lucha Contra Bandidos, organizaciones como los CDR, la FMC y la ANAP y, especialmente, la labor encubierta y arriesgada de los agentes y colaboradores de la Seguridad del Estado, quienes permitieron ubicar a los enemigos para su neutralización. Entre los compañeros que aparentaron ser contrarios al gobierno para penetrar las filas enemigas estuvo Alberto Delgado Delgado, quien casi al final de esta historia fue salvajemente asesinado por estos elementos.
En este libro pretendo contar la vida de este hombre, enmarcada dentro de la tenaz resistencia de los cubanos por ser un pueblo libre frente a las innumerables acciones del imperialismo norteamericano y los que le hacen el juego. Han pasado muchos años y, desafortunadamente, varios de los protagonistas han muerto o se encuentran en difíciles condiciones de salud, lo que ha impedido entrevistarlos. De todas formas, en la mayoría de los casos quedaron muchas de sus declaraciones encontradas en archivos y otros testimonios ofrecidos para diversos medios. Ojalá esta obra sirva para comprender cuánto ha hecho el enemigo por eliminarnos y cuánto ha tenido que hacer nuestro pueblo por defenderse, destacándose en ello mujeres y hombres valientes que, como Alberto Delgado Delgado, sin pedir nada a cambio, lo entregaron todo, y por ello constituyen un ejemplo a seguir, particularmente para los jóvenes de estas y otras generaciones venideras.
Fernando Díaz Martínez
Niño huérfano de amor
en su vida y su pobreza
iba oculta la tristeza
como la espina en la flor.
hambre, miseria, dolor,
lágrimas en el semblante
fueron el fertilizante
que en inmedible abundancia
recibieron en su infancia
las raíces de un gigante.
Omar Mirabal Navarro
Las raíces de un gigante
Las olas del mar repicaron una y otra vez contra el muro del muelle mayor en el pueblo de Caibarién, villa costera ubicada en la parte norte de la provincia Villa Clara. Los hombres fueron y regresaron cargando y descargando los barcos pegados al muelle. El ajetreo era enorme porque se mezclaban con el gentío que acudía sucesivamente al puerto para comprar o vender mercancías.
El muelle ardía de calor humano y del sol mañanero de aquel verano de 1917 cuando echó sus anclas el barco español donde venía como polizón Abel Delgado, procedente del puerto de Santa Cruz de Tenerife, en Canaria, de donde era oriundo. En las montañas de Villa de Arico había dejado a sus padres: Alberto Delgado y Guillermina González, que quedaron con la nostalgia por la partida del hijo. Venía huyendo, porque no tenía dinero para evitar el servicio militar, al amparo de un hermano de su padre, Felipe Ricardo Delgado Martín, que vivía en este pueblo de Caibarién desde hacía varios años. Este tenía una familia consolidada con Lucrecia Mesa Moreno, natural de Pinar del Río, y una hija adolescente llamada Nieves Delgado Mesa, nacida igualmente en Caibarién e inscrita en Remedios, cuya belleza destacaba entre los pobladores. Poco tiempo bastó para que Abel se enamorara de su prima hermana y contrajeran matrimonio. De tal unión nacieron seis hijos, entre ellos, Alberto Delgado Delgado, conocido más tarde como El hombre de Maisinicú.
Abel Delgado Martín se dedicó de inmediato, con la ayuda de su tío-suegro y el apoyo de su esposa Nieves, al negocio de los ferrocarriles, en el que prosperó rápidamente por su entrega y seriedad en el trabajo. Llegó a ser nombrado Superintendente de los Ferrocarriles Norte de Cuba, pero su actitud solidaria con varios de sus paisanos suspendidos por la compañía lo llevó a tener conflictos con los ejecutivos. Al provocarse una huelga ramal, apoyó incondicionalmente a los manifestantes, quienes reclamaban el cumplimiento de la jornada laboral de ocho horas y el pago por el trabajo realizado. Abel fue expulsado del empleo y amenazado de muerte. Sin más alternativas tuvo que mudarse del pueblo y junto a su esposa Guillermina y su primera hija se fue para lo más intrincado de la zona de San Pedro, cerca del poblado Caracusey, en el término municipal de Trinidad. En aquel entonces, San Pedro pertenecía a Caracusey; pero hoy son independientes y considerados, en la actual división político-administrativa, como