Miradas reversas: 15 historiadores cuentan su historia
Por Jesús Piñero
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Miradas reversas - Jesús Piñero
Miradas reversas
15 historiadores cuentan su historia
Jesús Piñero
Twitter: @jesus_pinero
Instagram: @jesuspinero
Editorial Alfa
136 | Colección Trópicos
© Jesús Piñero, 2021
© Editorial Alfa, 2021
© Alfa Digital, 2021
Reservados todos los derechos. Queda rigurosamente prohibida, sin autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, incluidos la reprografía y el tratamiento informático.
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ISBN: 978-84-123371-9-8 (Edición impresa)
ISBN: 978-84-124204-0-1 (Edición digital)
Corrección de estilo
Magaly Pérez Campos
Imagen de portada
© Felipe Rotjes, © Daniel Hernández, © Alejandro Cremades,
© Pablo Hernández, © Cristián Hernández y © Lisbeth Salas
Retrato del autor
© Diego Vallenilla
Diseño de cubierta
Ulises Milla Lacurcia
Jesús Piñero
(Caracas, 1993). Licenciado en Historia y Comunicación Social summa cum laude por la Universidad Central de Venezuela (UCV), donde fue profesor hasta el año 2020. Actualmente se encuentra cursando estudios doctorales en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). En 2021, su trabajo de investigación José Rafael Pocaterra, periodista en Nueva York: la oposición a Gómez desde el exilio (1922-1923) obtuvo el segundo lugar del Premio de Historia Rafael María Baralt, auspiciado por la Academia Nacional de la Historia de Venezuela y la Fundación Bancaribe. Colabora en diferentes medios, entre ellos El Estímulo, Prodavinci, El Nacional, Cinco8 y La vida de nos.
Índice
Descubrir a los testigos
Por Víctor Amaya
Introducción
Inés Quintero:
La historia diáfana
Germán Carrera Damas:
Escribir para entender
Elías Pino Iturrieta:
El que no evoluciona es un idiota
Rafael Arráiz Lucca:
En busca del gran público lector
Tomás Straka:
De musiú solo el apellido
Margarita López Maya:
Por el centro a la izquierda
María Elena González Deluca:
Naturaleza reservada
Guillermo Morón:
La historia no se cambia
Catalina Banko:
El día de los vivos
Ocarina Castillo D'Imperio:
El sabor de la historia
Luis Ugalde:
Escribir historia con la sotana puesta
Carole Leal Curiel:
Historiadora por azar
Edgardo Mondolfi Gudat:
La agonía de escribir
Manuel Caballero:
Confesión y testimonio del siglo xx
Simón Alberto Consalvi:
Una conversación con Diego Arroyo Gil
A Marielba, mi profesora de entrevistas;
y a Jacobo, quien me ayudó a presentar estas.
Descubrir a los testigos
Por Víctor Amaya
El nombre de Gregorio Marañón engalana una estación del Metro de Madrid, y también un hospital de renombre de la capital española. Su actividad pública, concentrada en la primera mitad del siglo XX, estuvo dedicada principalmente a la medicina. Como endocrinólogo, se convirtió en pilar de la disciplina en el Hospital Central de Madrid. Pero también fue historiador. De hecho, se lo recuerda como un gran biógrafo. Con su verbo, plasmó las vidas de Enrique VI de Castilla, del Padre Feijoo, del conde-duque de Olivares, de Tiberio y de Luis Vives. Además, fue individuo de número de la Real Academia de la Historia, una de las cinco que integró.
Y de Gregorio Marañón bastante se ha dicho y escrito, siendo uno de los intelectuales españoles fundamentales de su tiempo. Se sabe que fue hijo de abogados, que fue el cuarto de siete hermanos, que estudió en España y luego en Alemania, que se casó y tuvo cuatro hijos, que se instaló en París al estallar la guerra civil española y volvió a su tierra en tiempos del franquismo, que se declaraba liberal.
En términos periodísticos, Gregorio Marañón es un personaje inigualable. Por eso se sigue escribiendo de él, y por eso más de uno quisiera haber podido entrevistarlo alguna vez. Después de todo, lo que se sabe de él pudiera estar explorado más a fondo, y con sus propias palabras.
El rol del periodista es uno bastante debatido, especialmente cuando se trata de reseñar, escribir, ahondar no en sucesos o eventos, sino en la vida de protagonistas, incluso cuando no creen serlo. Pero el rol del historiador no ha estado fuera de definiciones y expectativas.
Es el historiador quien da sentido a la experiencia colectiva, a esa necesidad del ser humano de conocer su historia; su papel es fundamental para entender el pasado
, escribió Josefina Manjarrez Rosas en 2015 en la revista Saberes y Ciencias, publicada en México. Desde Colombia, Marixa Lasso ha dicho, en una columna de El Espectador de 2016, que la profesionalización de la historia buscaba construir una historia que fuera menos anecdótica y más analítica, una historia que se relacionara más estrechamente con los métodos de otras ciencias sociales como la sociología y la antropología. Una historia que evitara el anacronismo y que usara de manera seria y profunda los documentos de archivos
, según escribió en una reflexión titulada: ¿Por qué y para quién escribimos los historiadores?
.
El historiador Edward Hallett Carr habla y teoriza sobre todo esto ya en el año 1961, cuando en su obra ¿Qué es la historia? escribió que la Historia requiere la selección y el ordenamiento de los hechos referidos al pasado, a la luz de algún principio o norma de objetividad aceptado por el historiador, que necesariamente incluye elementos de interpretación. Sin esto, el pasado se disuelve en un informe montón de innumerables incidentes aislados e insignificantes, y no es en modo alguno posible escribir la historia. Por tanto, no se debe aceptar ‘la objetividad absoluta e intemporal’ por ser una ‘abstracción irreal’
. De allí que Ignasi Vidal afirme que los historiadores no son los que saben de historia, sino los que la interpretan.
Pero los historiadores son más que eso; son personas con sus propias historias. Vidas adultas construidas en torno al estudio del pasado, en la búsqueda de comprensiones del presente y, a solicitud la mayoría de las veces, faros que intentan brindar luces sobre los acontecimientos por venir. Después de todo, quien sabe lo que pasó antes puede tratar de elucubrar lo que pasará a futuro si ciertos patrones, elementos, variables se reeditan.
La historia no es cíclica. En todo caso, sus lecturas pudieran parecerlo. La historia vive de la memoria, de la vivencia del humano, de las huellas y evidencias. Es el historiador el llamado a explorar la madeja, darle sentido, entender sus bemoles, sus principios y finales en constante cambio; y a explicarla desde su propio tiempo, espacio y lugar.
Y allí viene un aspecto fundamental: la vivencia humana. Porque el historiador no solo recopila, estudia y divulga aquella de las sociedades y momentos históricos que decide escudriñar, sino que lo hace con todo el peso que tiene la suya propia. La subjetividad propia del ser se cuela siempre en la labor asumida, en la manera de contar, en las decisiones de qué mirar y explorar. Por eso es valioso tener la oportunidad de conocer a quienes se han convertido en los relatores de la historia en la Venezuela contemporánea, a quienes mantienen la historia viva desde espacios académicos, pero también populares, a quienes han tenido que registrar y contar episodios de la vida nacional no solo viendo por el retrovisor sino saliendo a la calle, viviendo la historia en presente.
La Academia Nacional de la Historia de Venezuela ha incluido entre sus miembros a destacadísimos investigadores del pasado nacional desde hace casi 132 años. En estos tiempos modernos, sus sillones resisten el modus vivendi que soporta el país, y sus ocupantes asumen el reto de mantener los pilares. Pero no solamente en esos salones hay historias que contar, las del devenir nacional y las de quienes ocupan los espacios, sino también extramuros. Es justamente el reto que ha asumido Jesús Piñero desde que se propuso indagar en las personalidades de quienes han enfocado sus vidas en contar las ajenas.
En estas páginas queda retratada Carole Leal Curiel admitiendo que en algún momento entendió que ya no le interesaba la vida de los vivos, sino la de los muertos. Quería saber todo: qué pensaban, qué comían, cómo eran. Allí nació la pasión que conservo hasta ahorita
, dice la actual directora de la Academia Nacional de la Historia, hasta 2021, cuyo sillón albergó antes a Ramón J. Velásquez. También encontramos a Germán Carrera Damas, no solo compartiendo un diálogo con ese historiador convertido en presidente de la República por azares de la política, sino incluso haciendo las paces con la institución con la que tanto polemizó a partir de su crítica, sostenida y vigente cinco décadas después, al culto a Simón Bolívar que, afirma, pululaba por aquellos rincones.
En el volumen que construye Piñero, en tanto periodista e historiador, descubrimos a una Inés Quintero llegando al estudio histórico por accidente y por descarte, y luego desarrollándolo por amor a primera vista
; pero también a una Ocarina Castillo que opta por una historia sin rigidez y con mucho sabor, condimentada no solo por el destino sino por los ingredientes que han construido nuestra manera de ser y actuar en tanto venezolanos; así como a un Rafael Arráiz Lucca que asume con hidalguía la dilatancia de sus intereses, dejando atrás los rigores de la academia para abrazar las pasiones del estudio libre de la Historia. No trabajo para historiadores
, reta a quien lo cuestione.
Son historiadores a los que les ha tocado vivir y contar una contemporaneidad acelerada, determinante para el devenir nacional. Se han convertido en relatores de un pasado muy reciente, estudiosos de algo que han atestiguado. Incluso de eventos en los que han participado. Porque cuando Elías Pino Iturrieta le habla a la tía Amelia
lo hace a un país entero a través de plataformas digitales; cuando dice que estudió Historia sin saber en qué se estaba metiendo pero motivado por lo que vio y sintió con la caída de Marcos Pérez Jiménez, y cuando explica por qué su rúbrica está estampada en un documento que da la bienvenida a Fidel Castro a Caracas en 1989, le habla a una parte de la sociedad que busca culpables, apestados y cómplices en cada esquina, esos a quienes lo que les interesa es el abajo firmante
, pero en ningún momento la evolución normal de un profesional o de un ser humano
, como lo leerá en las siguientes páginas.
Este es un libro que además sirve para el encuentro. Recuerda Pino Iturrieta cómo se configuró, y no de manera unilateral, una pugna entre la Academia Nacional de la Historia y la Escuela de Historia de la Universidad Central de Venezuela que, con el tiempo y las nuevas sangres, se fue mitigando hasta guardar las lanzas. Y aquí quedan retratados y con voz quienes participaron de aquellas confrontaciones y quienes han servido también para calmarlas. Pero también es la reunión atemporal de quienes sirvieron como inspiraciones mutuas.
Por ejemplo, María Elena González Deluca recuerda cuando fue preparadora del profesor Germán Carrera Damas, compañera de pasillos de Pino Iturrieta y amiga de un Manuel Caballero al que describe desde el sentimiento. Por su parte, Margarita López Maya relata sus pinitos en el área sociohistórica del Centro de Estudios del Desarrollo (Cendes), fundada por Carrera Damas. Son tan solo dos ejemplos de cómo este libro es punto de encuentro, entonces, de quienes a lo largo de sus vidas han coincidido en sus historias, caminos, formación, trabajos y realidades. Quienes hasta ahora no, ahora también lo hacen en estas páginas.
Conocer la historia tras la historia de quienes han decidido estudiarla y contarla es un aporte fundamental que, desde el periodismo, Jesús Piñero hace en sus entrevistas, unas impulsadas por la curiosidad propia del reportero que busca darles cuerpo, luces y sombras a sus entrevistados, pero también la que nace del historiador salido de la misma UCV y que por tanto comparte códigos, admiraciones, comprensiones y detalles de una comunidad específica, de esa cofradía que mira hacia atrás siempre, con coincidencias o sin ellas en las lecturas resultantes.
Desde un principio, en la revista Clímax vimos en esta serie de entrevistas un material valioso, una serie que junto a su autor quisimos diseñar y construir. Conversaciones, propuestas, nombres y exigencias fueron formuladas en diálogo permanente entre este periodista que les escribe y el historiador que, entonces, aún conciliaba dos títulos, dos vocaciones y una sola pluma.
El resultado es un testimonio de que la historia es tan rica como las vidas de quienes la cuentan, en un ejercicio que recuerda el ensayo Maldición y elogio del siglo XX en el cual Manuel Caballero escribió: es una buena forma de inscribir un destino personal en el colectivo decir que nací cuando la Revolución rusa tenía catorce años y se había asentado en su lugar el totalitarismo estaliniano; que nací a tres años de la crisis de la ideología venezolana de 1928 y a dos de la económica mundial; que cuando no tenía apenas un año llegaban al poder Hitler y Roosevelt; y que cuando cumplía cuatro años, estalló una de las crisis más fructíferas de nuestro siglo XX venezolano, el 14 de febrero de 1936
.
Es parte del recuerdo que nos trae Jesús Piñero, con admiración y respeto también, porque en estas páginas están contenidas voces que dan cuenta de cómo se ha construido la venezolanidad, del cómo y por qué llegamos a donde llegamos, incluso cuando se está ausente.
Introducción
En una entrevista publicada en el portal Prodavinci, la escritora Ana Teresa Torres le respondió a su entrevistador, el periodista Hugo Prieto, que el pasado está dentro de las manifestaciones culturales de Venezuela, cuando este le preguntó acerca del rescate de la Historia. Hubo una profusión de libros tremenda. Había muchísimo interés por la historia. Probablemente lo haya, pero también hay otros medios. (...) Eso es lo que nos va a quedar como consistencia de identidad de país. No han podido con eso. Lo han ignorado. Lo han asfixiado, porque la cultura cuesta dinero. Ése es el núcleo básico que nos quedará para la identidad, para la historia, para la recuperación de una sociedad
. Su comentario no pierde vigencia, y este libro espera contribuir con ese rescate, interpelando a algunos de sus más eminentes guardianes, los reconstructores del pasado.
Los entrevistados que concurren en esta compilación se adentran en la historia con sus propias ideas, cargando el bagaje de sus vidas. Se trata de hombres y mujeres de diferentes procedencias: venezolanos —caraqueños y de otras regiones— y extranjeros que se asentaron en el país. Hay