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Amor y Odio
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Libro electrónico474 páginas6 horas

Amor y Odio

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En este dramático romance de Yvonne A. Pereira, se nos introduce en el drama vivido por el noble Gaston de Saint-Pierre, quien sufre una injusta condena tras ser acusado de delitos que no cometió. Sin embargo, al llegar a comprender las lecciones divinas, a través de la lectura de El libro de los Espíritu

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento2 ago 2023
ISBN9781088241103
Amor y Odio

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    Amor y Odio - Yvonne A. Pereira

    Romance Espírita

    AMOR Y ODIO

    PSICOGRAFÍA DE

    Yvonne A. Pereira

    POR EL ESPÍRITU

    Charles

    Traducción al Español:

    J.Thomas Saldias, MSc.

    Trujillo, Perú, Abril 2022

    Título Original en Portugués:

    Amor e Ódio

    © Ivonne A. Pereira

    World Spiritists Institute

    Houston, Texas, USA
    E–mail: contact@worldspiritistinstitute.org

    De la Médium

    Yvonne do Amaral Pereira nació en la antigua Villa de Santa Tereza de Valença, hoy Rio das Flores, sur del estado do Río de Janeiro, el 24–12–1906. El padre, un pequeño negociante, Manoel José Pereira y la madre, Elizabeth do Amaral Pereira.

    Tuvo 5 hermanos más jóvenes y uno mayor que ella, hijo del primer casamiento de su madre.

    A los 29 días de nacida, después de un acceso de tos, le sobrevino una sofocación que la dejó como muerta – catalepsia o muerte aparente.

    El fenómeno fue fruto de los muchos complejos que acarreaba en su espíritu, ya que en su última existencia terrestre, muriera ahogada por suicidio. Durante 6 horas permaneció en ese estado.

    El médico y el farmacéutico certificaron su muerte por sofocación. El velorio fue preparado. La supuesta difunta fue vestida con guirnaldas y un vestido blanco y azul. El ataúd blanco fue encargado.

    La madre se retiró a un aposento, donde hizo una sincera y fervorosa oración a Maria de Nazaret, pidiendo para que la situación se definiese, pues, no creía que la hija estuviese muerta.

    Instantes después, la criatura despertó a los llantos. Todos os preparativos fueron deshechos. El funeral fue cancelado y la vida siguió su curso normal.

    El padre, generoso de corazón, desinteresado de los bienes materiales, cayó en la quiebra económica por tres veces, pues favorecía a los feligreses en prejuicio propio.

    Más tarde, fue nombrado funcionario público, cargo que ocupó hasta su desencarnación, en 1935.

    El hogar siempre fue pobre y modesto, conoció dificultades inherentes a su posición social, lo que, según ella, la benefició mucho, pues desde muy temprano se alejó de las vanidades mundanas y comprendió las necesidades del prójimo. El ejemplo de conducta de los padres tuvo influencia capital en el futuro comportamiento de la médium.

    Era común albergar en la casa personas necesitadas y mendigos.

    A los 4 años ya se comunicaba audio–visualmente con los espíritus, a los cuales consideraba personas normales encarnadas. Dos entidades eran particularmente queridas: el espíritu Charles, a quien consideraba su padre terreno real, debido a los recuerdos vivos de una encarnación pasada, en que este espíritu fuera su padre carnal. Charles, el espíritu elevado, fue su orientador durante toda su vida y actividad mediúmnica.

    El espíritu Roberto de Canalejas, que fue médico español a mediados del siglo XIX era la otra entidad por la cual sentía un profundo afecto y con la cual tenía ligaciones espirituales de larga data y deudas a saldar.

    Más tarde, en la vida adulta, mantenía contactos mediúmnicos regulares con otras entidades no menos evolucionadas, como el Dr. Bezerra de Menezes, Camilo Castelo Branco, Frederic Chopin y otras.

    A los 8 años se repitió el fenómeno de catalepsia, asociado a un desprendimiento parcial. Aconteció en la noche y la visión que tuvo, la marcó por el resto de su vida. En espíritu, fue a pararse ante una imagen del Senhor dos Passos, en la iglesia que frecuentaba. Pedía socorro, pues sufría mucho. La imagen, entonces, cobrando vida, le dirigió las siguientes palabras: Ven conmigo hija mía, será el único recurso que tendrás para soportar los sufrimientos que te esperan, aceptó la mano que le era tendida, subió los peldaños y no recordaba más nada.

    De hecho, Yvonne Pereira fue una criatura infeliz.

    Vivía acosada por un inmenso recuerdo del ambiente familiar que tuviera en su última encarnación en España y que recordaba con extraordinaria claridad.

    Consideraba a sus familiares, principalmente su padre y hermanos, como extraños. La casa, la ciudad donde vivía, le eran totalmente extrañas. Para ella, el padre verdadero era el espíritu Charles y la casa, la de España. Esos sentimientos desencontrados y el afloramiento de las facultades mediúmnicas, hacían que tuviese un comportamiento considerado anormal por sus familiares.

    Por ese motivo, hasta los diez años, pasó la mayor parte del tiempo en la casa de su abuelo paterno. Su hogar era espírita.

    A los 8 años tuvo el primer contacto con un libro espírita. A los 12, el padre le regaló "El Evangelio según el Espiritismo y El Libro de los Espíritus", que la acompañarían por el resto de su vida, siendo su lectura repetida, un bálsamo en las horas difíciles.

    A los 13 años comenzó a frecuentar las sesiones prácticas de Espiritismo, que mucho le encantaban, pues veía a los espíritus comunicantes.

    Tuvo como instrucción escolar la escuela primaria. No pudo, por motivos económicos, hacer otros estudios, lo que representó una gran prueba para ella, pues amaba el estudio y la lectura.

    Desde luego tuvo que trabajar para su propio sustento, y lo logró realizando costuras, bordados, encajes, flores, etc... La educación patriarcal que recibió, hizo que viviese apartada del mundo. Esto, por un lado, favoreció el desenvolvimiento y recogimiento mediúmnico, pero por otro, la tornó excesivamente tímida y triste.

    Como ya vimos, la mediumnidad se presentó en los primeros días de vida terrena, a través del fenómeno de catalepsia, llegando a ser éste, un fenómeno común en su vida a partir de los 16 años.

    La mayor parte de las informaciones de más allá del túmulo, de los romances, de las crónicas y cuentos relatados por Yvonne Pereira, fueron recolectados del mundo espiritual a través de este proceso, y en la hora del sueño reparador.

    Su mediumnidad; sin embargo, fue muy diversa. Fue médium psicógrafo y recetista – hacía recetas homeopáticas – asistida por entidades de gran elevación, como Bezerra de Menezes, Charles, Roberto de Canalejas, Bittencourt Sampaio.

    Practicó la mediumnidad de incorporación y pasista. Poseía mediumnidad de efectos físicos, llegando a realizar algunas sesiones de materialización, más nunca sintió atracción por esta modalidad mediúmnica.

    Los trabajos, en el campo de la mediumnidad, que más le gustaba hacer eran los de desdoblamiento, incorporación y recetar.

    Como fue dicho, a través del desdoblamiento nocturno era que Yvonne Pereira navegaba por el mundo espiritual, amparada por sus orientadores, colectando las crónicas, cuentos y romances con los cuales hoy nos deleitamos.

    Como médium psicofónica, podía entrar en contacto con obsesores, obsesados, y suicidas, a los cuales, les tenía un cariño especial, siendo que muchos de ellos se tornaron en espíritus amigos.

    Con las recetas homeopáticas trabajó en diversos centros espíritas de varias ciudades en las que vivió durante sus 54 años de actividad.

    Fue una médium independiente, que no se sometía a los obstáculos burocráticos que algunos centros ejercen sobre sus trabajadores, seguía siempre a la Iglesia de lo Alto y el ejercicio de la caridad a cualquier hora y cualquier día en que fuese requerida por los sufrientes.

    Fue una esperantista convencida y trabajó arduamente en su propaganda y difusión, a través de la correspondencia que mantenía con otros esperantistas, tanto en el Brasil, como en el exterior.

    Desde muy pequeña cultivó el estudio y a la buena lectura.

    A los 16 años ya había leído obras de los grandes autores como Goethe, Bernardo Guimarães, José de Alencar, Alexandre Herculano, Arthur Conan Doyle entre otros.

    Escribió muchos artículos publicados en diarios populares. Los cuales todos se han perdidos.

    La obra mediúmnica de Yvonne Pereira consta de 20 libros, entre los que se destacan: "Memorias de un Suicida y Recuerdos de la Mediumnidad."

    Yvonne do Amaral Pereira desencarnó en Río de Janeiro el 19–03–1984.¹

    Del Traductor

    Jesus Thomas Saldias, MSc, nació en Trujillo, Perú.

    Desde los años 80’s conoció la doctrina espírita gracias a su estadía en Brasil donde tuvo oportunidad de interactuar a través de médiums con el Dr. Napoleón Rodriguez Laureano, quien se convirtió en su mentor y guía espiritual.

    Posteriormente se mudó al Estado de Texas, en los Estados Unidos y se graduó en la carrera de Zootecnia en la Universidad de Texas A&M. Obtuvo también su Maestría en Ciencias de Fauna Silvestre siguiendo sus estudios de Doctorado en la misma universidad.

    Terminada su carrera académica, estableció la empresa Global Specialized Consultants LLC a través de la cual promovió el Uso Sostenible de Recursos Naturales a través de Latino América y luego fue partícipe de la formación del World Spiritist Institute, registrada en el Estado de Texas como una ONG sin fines de lucro con la finalidad de promover la divulgación de la doctrina espírita.

    Actualmente se encuentra trabajando desde Peru en la traducción de libros de varios médiums y espíritus del portugués al español, así como conduciendo el programa La Hora de los Espíritus.

    ÍNDICE

    PRIMERA PARTE

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    CAPÍTULO VIII

    SEGUNDA PARTE

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    TERCERA PARTE

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VI

    CAPÍTULO VII

    CAPÍTULO VIII

    CUARTA PARTE

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CAPÍTULO IV

    CAPÍTULO V

    QUINTA PARTE

    CAPÍTULO I

    CAPÍTULO II

    CAPÍTULO III

    CONCLUSIÓN

    DEDICATORIA

    Dedico este libro a la Juventud Espírita del Brasil, cuando se celebra el centenario de un amanecer de redención para las sociedades terrenales, esto es, la aparición de un gran manantial de enseñanzas que les proporcionarán las justas aspiraciones del alma "El Libro de los Espíritus", exponente de la Nueva Revelación.

    No te ofrezco moda de la generosa e idealista tierra de Santa Cruz, que te inspira a la sombra del Evangelio, y sobre cuyos hombros descansan grandes responsabilidades.

    Una obra de mérito, una joya literaria como correspondería esperar del más allá de la tumba y que realmente mereces. No habiendo sido escritor en la Tierra, sino solo un facultativo que pasó por los canales de la Medicina en un momento en que la gran ciencia no estaba animada con los descubrimientos y las mejoras de la actualidad, ni podría estar en la patria espiritual, donde, si mucho en los campamentos de las Bellas Letras, susurrando a los cerebros mediúmnicos ensayos literarios, lo hago solamente con el deseo de ser útil, haciendo uso de temas educativos que se encuentran aquí y más allá, una vez en la realización de compromisos sagrados con una falange de educadores espirituales adscritos a servicios de reforma individual y social en el inmenso terrón brasileño.

    Para el presente trabajo, adaptado al testamento de Cristo, tales normas de la falange mencionada, preferí usar un tema de la vida real, por lógico y sugerente para los propósitos para los cuales me propuse. No te ofrezco, por lo tanto, una ficción, sino un episodio dramático vivido hace solo un siglo, que yo mismo asistí en las etapas finales de mi última peregrinación terrenal.

    Necesariamente, inserté el Romance en las páginas de la realidad, para que tu delicado corazón no se confundiera demasiado, frente a la brutalidad de los hechos en sí, invitándote a cerrar el libro antes que su moral estuviera debidamente expuesta.

    Sin embargo, les declaro que la Cuarta Parte de este volumen fue derramada completamente en el aparato mediúmnico tal como lo escuché del narrador mismo; y que este Gastón, a quien te acostumbrarás a querer en el transcurso de la lectura, hoy reencarnado en las tierras del Brasil, incluso podrá llegar a leer su propia historia en estas páginas, porque, como tú, es joven, corazón y mente están elevados por los descubrimientos de la Doctrina de los Espíritus.

    Lo conocí en la Francia de Luis Felipe y, aunque no se tratase de un titular, como lo expresé aquí, sino un artista inspirado de verso y música, fue efectivamente alumno gratuito del profesor Rivail, un trabajador profesional tipográfico, mereciendo la confianza del señor Vítor Hugo para la composición de sus piezas.

    Muchos nombres que ilustran la literatura francesa de la época recibieran de sus manos los poemas ordenados, así como discursos en buena prosa e impresionantes canciones musicales, las que firmaran y publicaran como si fueran propias, validando así aun más la gloria que alardeaban, mientras que el muy pobre autor, paupérrimo, de sus bolsillos obteniendo remuneración, solo era felicitado por su pobre madre, a quien adoraba y de la cual era el único sostén.

    Una infeliz pasión de amor por cierta dama de la aristocracia dio lugar al drama que motivó estas páginas. Acusado de crímenes que no cometió, víctima de represalias odiosas, fue relegado a un humillante exilio por la fuerza imperialista de Napoleón III, y ciertamente habría sucumbido a la pena máxima si no hubiera sido por la generosa intervención de Rivail. En el mundo astral, en un día festivo para la Reforma de la Legión de Siervos de María, donde tengo el honor de profesar junto a nobles figuras de la espiritualidad, él mismo narró su historia, necesitando detalles que no sabíamos, en vísperas de la internarse en nuevas formas carnales, hace cerca de veinte años.

    Lo hizo a petición del gran Hugo, de quien fue inseparable en el más allá, y por quien había sido conducido allí en una visita fraterna.

    Te pido que vengas a la Juventud Espírita de Brasil para cambiar, para tu beneficio, el epílogo de este drama.

    No perderás con eso.

    Y, en cuanto a mí, al hacerlo así, estaré seguro que, después de leerlo, cerrarás el libro con una amable sonrisa para este amigo que, en el espacio, ha hecho grandes compromisos contigo.

    Charles,

    Rio de Janeiro.

    PRIMERA PARTE

    "Cierto hombre tenía dos hijos. El más joven de ellos le dijo a su padre: Padre, dame la parte de la herencia que me pertenece.

    Y el padre compartió la herencia con él. Y unos días más tarde, el hijo más joven, reuniendo todo, se fue a una tierra lejana, y allí desperdició su herencia, viviendo disolutamente."

    Jesucristo, el Nuevo Testamento,

    Parábola del Hijo Pródigo, Lucas 15: 11–13

    CAPÍTULO I

    Gastón de Saintpierre.

    En París, en los salones aristocráticos que la nobleza de la época de Luis Felipe consagraba con elegancia y buen gusto, cuya fama se extendería a la posteridad con un resplandor no reconocido, ese nombre resonó como un símbolo de amabilidad y esplendor.

    Gastón de Saintpierre. Qué caballero más cortejado al que llamaran el divino Apolo, en la Francia de Luis Felipe.

    Qué caballero de la más alta distinción con los dones intelectuales más completos. Oh.

    Y qué belleza más perfecta que la de su porte viril, que a la edad de veinte años le pidieron que posara para pinceles de renombre, como un tipo impecable para traducir la perfección inmortal del Apolo de Belvedere.

    Gastón d'Arbeville, Marqués de Saintpierre, ídolo adulado y envidiado, era visto en todas partes como un personaje indispensable y seductor.

    Hermoso, elegante, muy amable, al mismo tiempo que muy culto y con una apariencia atractiva, era con facilidad que fascinaba a las mujeres, las cuales a sus caprichos se rendían esclavizadas; mientras que su riqueza, a su vez, cautivaba la atención del elemento masculino, por quien fue adulado servilmente.

    Sobre todos los que lo rodeaban, en el vasto círculo de sus relaciones, ejerció una fascinación irresistible del semidiós que atrajo el fervor de una multitud de creyentes.

    Gastón d'Arbeville descendía de una antigua familia normanda, honesta y respetada, que había recibido poderes nobles de las poderosas manos del cardenal Duque de Richelieu, gracias a los servicios prestados por d'Arbeville cuando el mismo gran ministro de Luis XIII consideró moderar la prepotencia de los señores feudales afín de unificar a Francia alrededor de la Corona.

    También era normando y en el encantador entorno de su provincia natal, había permanecido durante gran parte de su infancia, trasladándose más tarde a la capital del reino, para mejorar la educación que sus padres querían darle.

    En París, había sido discípulo, primero, del eminente joven profesor Hippolyte Léon Denizard Rivail, a quien un glorioso futuro debería ser inmortalizado bajo el seudónimo de Allan Kardec.

    Pero luego, siguiendo su consejo, había perfeccionado sus estudios en varias capitales europeas, lo que le hizo mejorar sus habilidades intelectuales con tales pergaminos y sólidos conocimientos que sería difícil encontrar en un joven de su edad que se beneficiaría de la instrucción; mientras que en los conservatorios y academias de Italia había penetrado en los secretos sublimes del arte y se había convertido en un músico consumado y un pintor muy inspirado.

    Tocaba el piano y la flauta con una habilidad realmente digna de su tiempo. Sin embargo, el arpa era su instrumento favorito.

    Compositor y poeta, producía, él mismo, canciones y romances para su repertorio, entusiasmado por el verdadero idealismo, en un momento en que los soplos divinos de inspiración, la hermosa chispa de belleza, dieron a los genios de la música la gloria que los inmortalizaría, imprimiendo, así, él también, en estas producciones, una característica de un patrón idealista tan sagrado que habría pasado a la historia con las palmas del genio, si la trayectoria de su existencia no hubiera sido rastreada por la Ley irresistible que pesa los destinos de criaturas a través de las causas que producen efectos lógicos.

    Cuando cantaba, acompañada por los sonidos del arpa, su voz aterciopelada de tenor, estrictamente educada, haría recordar escenas festivas de esas reuniones del Arte Clásico celebradas en las esferas educativas del mundo espiritual; mientras que, a menudo, después de pasar días en operaciones bendecidas, presentaba a sus amigos sorprendidos con lienzos tan hermosos como sugerentes, como un artista de pinceles que también era tan culto e inspirado por el verdor de los años, uno diría que el chico normando fue arrastrado de existencia previa el sólido conocimiento que poseía, pareciendo ser un esfuerzo suficiente de la voluntad para revivir su archivado en los tabernáculos de la subconsciencia.

    A excepción de las Artes y los deportes, que también cultivó, ya que se dedicó con destreza a la equitación y al esgrima, como un buen hombre de la época, solo estaba más preocupado por los caprichos y los deberes sociales.

    Sin embargo, una personalidad tan admirable parecía ser presa de un complejo singular, porque, señor de carácter generoso, fácilmente inclinado a los dictados del bien, por otro lado, fue víctima del mal, permitiéndose deslizarse en laderas de exceso dañino, que desagradablemente empañó la brillante tendencia anunciada. Incluso se diría que una dualidad temerosa lo obligó a desviarse de las acciones, que él mismo hubiera deseado orientar correctamente, como un compañero obsesivo invisible, quizás un enemigo del remoto pasado espiritual trataría de dirigir sus actitudes hacia los niveles de perdición.

    Entonces, teniendo oro, su principal preocupación era gastarlo en fiestas opulentas y libertinaje desenfrenado, cometiendo excesos de todo tipo.

    Sin embargo, se envolvía en la política, ya que los tiempos se vivieron cuando las ideas republicanas fueron vigorizadas para derrocar a Luis Felipe del poder y proclamar en Francia la República honesta soñada por un grupo de nobles idealistas.

    D'Arbeville se había unido a los republicanos y se había adherido galantemente al cuerpo de asociaciones poderosas, como la masonería y los gremios políticos que más tarde apoyaron a Luis Napoleón en la supremacía de la República.

    Aficionado a tales principios, excéntrico como era; sin embargo, se hizo digno de admiración.

    Sincero en su ideal político, liberal, ardiente y, básicamente, dotado de un bello personaje inclinado a la generosidad y el heroísmo, la idea que llevaba una gran parte de sus energías y la fortuna que poseía.

    Había fundado periódicos, que tenía bajo nombres falsos, ya que, como aristócrata, se molestó por confrontar a la nobleza con el liberalismo de tales doctrinas; mantuvo, por sí solo, empleados, redactores, talleres tipográficos, sin medir excesos, antes de remunerar generosamente a colaboradores de secciones literarias de sus periódicos, para que la suave atracción de las bellas letras sedujera para esos órganos el entusiasmo de la juventud de la Sorbona y los Liceos.

    Sin embargo, antes de establecerse en París, Gastón de Saintpierre había viajado por toda Europa, llegando incluso a las regiones heladas de Rusia.

    Los viajes le ofrecieran nuevas experiencias y mucha audacia.

    Y cuando, por primera vez en el evento de gala, las puertas estampadas de su Faubourg Saint–Germain se abrieran a la aristocracia de París, la encantadora gracia de antaño, capaz de recordar al adolescente de Normandía, ya no existía en su personaje.

    Esa noche comenzó una vida disoluta.

    La franqueza del alma, que no es inocencia, sino moralidad, la perdió entre el torbellino de placeres a los que se entregó.

    Se sobreponían los excesos, agregando responsabilidades.

    Los placeres mal dirigidos pervertían su reputación, comprometiendo también su honor personal.

    Las malas compañías, falsos amigos que pululan alrededor del incauto, engañando para arruinarlo, como moscas alrededor del estiércol, intentaban arrastrarlo por desvíos precipitados.

    El juego lo absorbió.

    La vanidad de mostrarse invencible en los juegos en los que estaba tentado, lo llevaban a derrochar sus inmensas riquezas y el lujo principesco del que se rodeaba, los imprudentes prodigalidades que practicaba, luciendo como un juego de sugerencias perniciosas provenientes de la mente obsesiva de algún enemigo de lo invisible y, finalmente, de una vida execrable que París le proporcionaba, carcomían, día a día, las preciosas semillas de las virtudes que su madre, la señora Assuncion D'Arbeville, entre besos y consejos le introdujera en el alma, al pie de la cuna, en los agradables días de la infancia y los albores de la juventud.

    Desde el fondo de la antigua y tradicional Normandía; sin embargo, un correo llegaba trimestralmente.

    Era el mayordomo del Marqués de Saintpierre, su padre, el antiguo sirviente Michel Blanchard, casi tan noble como el antiguo hidalgo provinciano, dentro de su verdadera dignidad.

    Señorial, traía fondos, regalos y cartas. Los regalos partían de la incansable solicitud materna, que en vano invitó al ausente a una estación de descanso en la tranquilidad el lugar de nacimiento. Las cartas eran epístolas del sentido paterno, que invariablemente advertía al ingrato en estos términos:

    "Hijo mío:

    Nuestros notarios en París me han advertido que tus retiros bancarios fueron excesivos en el último trimestre.

    Considera, muchacho, que esto es bastante serio, ya que eleva tus gastos a los de un príncipe, cuando la prudencia aconseja la moderación de los placeres, para que no vengas para comprometer el futuro.

    No pretendo privarte de las alegrías naturales de la juventud.

    Sin embargo, te aconsejo que piense seriamente en los días por venir, para no lamentar los excesos actuales más adelante.

    Ven a Normandía a visitarnos.

    Sufrimos por tu prolongada ausencia y todo en nuestra aldea nos recuerda su anhelo por tu persona querida.

    Repito, hijo mío: el balance del último trimestre me asustó. Ven sin demora. Tu madre está molesta y llora constantemente.

    Es urgente que elijas la novia que más te convenga y te case sin más demora, para que las responsabilidades del matrimonio te otorguen moderación en las costumbres.

    Es necesario hacernos entender y modificar tu conducta, para que nuestra casa no sea destruida o su reputación se vea degradada."

    Pero Gastón no atendía a las amables súplicas de los bondadosos padres.

    Se disculpó débilmente con aquellos que le habían dado su ser y continuó encadenado a las redes de la letal seducción que el intenso zumbido de la capital ejercía sobre sí mismo.

    Un día, el mayordomo llegó a su palacio de Saint–Germain con un crepé significativo en sus vestidos, con una frente pesada y un semblante abatido.

    El noble lo hiciera entrar hasta la oficina donde descansaba y lo recibió alegremente, sin tener en cuenta el luto que envolvía al viejo sirviente.

    Gastón había terminado su primera comida a la llegada de Blanchard. Eran las dos de la tarde.

    La noche anterior, un fuerte banquete en la casa de uno de sus amigos lo había llevado a dormir toda la noche, deprimiendo sus energías corporales.

    Pero no era por eso que estaba aburrido.

    Este admirable Gastón de Saintpierre tenía la cualidad más extraordinaria de nunca estar de mal humor.

    Riendo y amable, como siempre, hizo que el viejo sirviente se sentara a su lado y, después de los derrames naturales del primer momento, dijo sin preocuparse:

    – Pero qué buenos vientos te alejaron de nuestra Normandía, querido Michel, antes del trimestre vencido.

    Entonces finalmente se convenció que París es preferible a la insoportable placidez de nuestro pobre Saintpierre.

    Blanchard suspiró significativamente, y Gastón lo escuchó responder a la pregunta con un acento de angustia tan profunda que, desafortunadamente, solo se dio cuenta del aspecto serio del mayordomo de su padre:

    – No estoy de paseo, señor.

    Razones muy serias me traen a su presencia.

    Impresionado y serio, aquel a quien el alboroto de los aduladores también llamó al apuesto d'Arbeville se sentó en el sofá sobre el que se apoyaba, y solo entonces notó los crepés que rodeaban su antiguo paje.

    – ¡Oh, Michel!

    – ¿Qué haces en París, por Dios? Te veo cubierto de luto.

    Tal vez nos ha pasado algo, Michel. Es mi madre.

    ¿Cómo está mi madre?

    Tomó al criado por el brazo, lo tocó, angustiado.

    El mayordomo respondió con calma:

    – Señor, la Marquesa goza de buena salud, señor.

    – Entonces, y este luto.

    ¿Qué significan tales retrasos?

    – Guardo luto por vuestro padre, Señor, el muy noble Marqués d'Arbeville de Saintpierre, mi señor.

    Como si el chisporroteo de una chispa eléctrica lo golpeara, el joven d'Arbeville se puso de pie, un poco loco:

    – Pero ¿qué?

    Mi padre. Mi padre, muerto.

    No es posible, Michel, no puede ser. ¡Oh, mi pobre padre!

    No puede ser, Dios mío, no puede ser. Mi pobre y querido padre.

    Sus lágrimas eran sinceras. Gastón amaba profundamente a su padre.

    La desobediencia en la que estaba incurriendo no excluía la ternura de aquellos que le habían dado la vida desde su corazón.

    Sufrió con la inesperada noticia del funeral y su corazón estaba angustiado, mientras que su conciencia lo acusó de ingratitud contra el pobre anciano que tanto lo amaba.

    Quisiera volver a visitar en la mansión donde nació, a su lado experimentar el trabajo saludable de las criaturas sin ambiciones; quien había gritado con nostalgia, quejándose del angustioso aislamiento con el que la ausencia de su hijo hizo su vida infeliz; quien se había arrepentido de las incontables veces la indiferencia de este hijo al responder a las súplicas de sus padres, les gustaría volver a verlo en sus brazos, anhelando mantenerlo cerca de su corazón. Y ahora, inesperadamente, este muy buen padre murió sin besar una vez más ese pedazo de su ser, que permaneció allí, en París, y solo de tiempo en tiempo los visitaba; ciertamente torturado con anhelo, afligido durante los espasmos de agonía, perdón por no poder bendecirlo, aconsejándolo una vez más.

    Michel lo consoló con el cuidado que se había acostumbrado a darle desde su infancia.

    Y cuando vio que la violencia del shock había dado paso a un dolor más concentrado, explicó:

    El viejo Marqués Gastón Augusto d'Arbeville, señor de Saintpierre, había muerto.

    Hace solo tres días, después de una crisis momentánea que no le había dado tiempo para reclamar la presencia de su hijo junto a su cama.

    – Fue un aneurisma.

    El noble señor siempre se había estado quejando de dolencias cardíacas. La enfermedad empeoraba diariamente.

    Hasta que una molestia inesperada, dolorosa e impactante, lo había golpeado.

    Avergonzado, Gastón, después de darse cuenta que el criado había terminado la exposición, preguntó, pensativo:

    – Y esa molestia, ese choque mortal, que se originó. Su respetable madre se lo explicará en Saintpierre, señor Marqués.

    – Seguramente mi madre me está esperando.

    – Le pido, en nombre de su padre, que parta para Saintpierre sin demora, para presidir los funerales y sellar el mausoleo, como es tradicional en su familia que lo haga el heredero del nombre.

    – Sí, Michel, vete sin demora.

    – Mi pobre y querido padre, perdóname, perdóname.

    A la mañana siguiente partieron.

    Profundamente sorprendido por el evento inesperado, Gastón había pasado la noche febril e insomne.

    Los crepés estaban dispuestos en los escudos de armas.

    Las ventanas y puertas de las dos residencias que poseía estaban rigurosamente selladas.

    El apuesto Marqués hizo que algunos amigos participaran en el evento que lo sorprendió y se despidió de París indefinidamente.

    Uno de esos amigos, sin duda el único que realmente se preocupaba por él, George de Soissons, agregado al cuerpo de la embajada de Francia en cierto país extranjero, pero casualmente en París, en ese momento, lo acompañó en la dolorosa misión de presidir funerales, consolándolo como un verdadero hermano que él diría que era.

    Sin embargo, en la misma noche de su partida, en los pasillos de los valientes clubes que frecuentaba, surgieron varios comentarios sobre su nombre y la muerte de su padre: he aquí, nuestras fiestas perderán su brillo; nuestro divino Apolo, en duelo, no huirá del embrujo de estas salas ni de la magnificencia de sus encantos.

    Afirmaban apesadumbradas, las mujeres enamoradas. No sería así.

    Dudaban las más ambiciosas, el querido Marqués pronto se aburriría de la provincia, no soportará ni siquiera tres meses de luto.

    Y cuando regrese a las salas será para favorecernos mejor, con el oro de la herencia. Nada

    Nada.

    Los calumniadores interrumpieron, el padre era millonario, pero la locura de su hijo lo arruinara.

    Y es posible una fortuna, por grande que sea, para resistir los estragos, como los tiene d'Arbeville.

    Si Gastón d'Arbeville se arruina, se matará. Profetizaban los pesimistas, dramáticos.

    Es orgulloso y ateo. No enfrentará la ruina.

    Un personaje como el suyo no se resignará a la lucha por la existencia. La risa explotó.

    Era evidente que el joven normando no había logrado hacer amigos leales en tales entornos, a pesar de las innumerables amabilidades de las que era pródigo.

    Gastón de Saintpierre, arruinado, era una novedad a la que algunos no le daban crédito, pero que otros, envidiosos e irrespetados, deseaban suceder, sin aceptar; sin embargo, la posibilidad, por increíble que les pareciera.

    Sin embargo, surgieron otros problemas. Recordaba a alguien más a quien criticar.

    Y el nombre del apuesto d'Arbeville, como lo trataban las damas, ya no se decía esa noche.

    CAPÍTULO II

    Los días que siguieron al funeral del viejo noble se dividieron entre el dolor y las actividades derivadas de la situación.

    Madre e hijo, después de un período prolongado de ausencia, entraran en confidencialidad. Gastón le había pedido a su madre información sobre los sucesos que agravaran la enfermedad del Marqués, cuya importancia había previsto en la reticencia del viejo Blanchard. Y Assuncion, apenada, expuso sin rodeos la amargura de la situación: la casa de Saintpierre estaba arruinada.

    Motivos variados y complejos, independientes de la voluntad de su respetable jefe y, a pesar de su extrema dedicación al trabajo, razones por las cuales los gastos excesivos de Gastón no eran extraños, fueron los factores de la grave situación. Ya bastante enfermo desde hace algún tiempo, el señor de Saintpierre no había resistido la aprensión resultante de los últimos balances, que exigían fatiga ininterrumpida, en un intento desesperado por remediar la situación, y el mal había empeorado repentinamente, y luego llegó el fatal resultado.

    Para el joven heredero, la caída de la casa de sus antepasados, que, desde los tiempos heroicos del gran cardenal, brilló entre el honor y la riqueza, fue un hecho que no encajaba con su pequeña capacidad de resignación.

    La perspectiva de la insolvencia del caso aprensivo lo aterrorizó. En el corto espacio de tiempo necesario para que los expertos examinen los activos de Saintpierre, la aprensión se había apoderado de él como si una enfermedad persistente hubiera agotado sus energías. Sin embargo, la experiencia de los administradores había verificado que todavía era posible equilibrar las finanzas caídas, si se articulaban medidas vigorosas para suplir las fallas existentes.

    Por lo tanto, el momento exigía, del joven heredero, una devoción absoluta a la dirección de las operaciones, una orientación segura para las transacciones que, además, requerirían sentido comercial, medidas económicas severas y el sacrificio completo de los viejos hábitos.

    Pero Gastón, en quien las vanidades sociales y el orgullo personal ejercieron un poder desastroso, entendió que era desdeñoso pedir préstamos, pedir incumplimiento, deshacerse de las propiedades superfluas que exhibía en París, vacilación que lo llevó a perder un tiempo precioso para salvaguardar el patrimonio que había llegado a sus manos.

    Fuertes confusiones lo desorientaban, convirtiendo su mente en un caos.

    Y, al densificarlos, tal vez la siniestra idea, ya esbozada en sus pensamientos exacerbados, que, en su ausencia, la calumnia de los falsos amigos había predicho a su respecto: el suicidio. Pero, es cierto que la criatura humana, chispa del eterno foco de amor, nunca se encontrará indefensa en el crucial proceso de conquistarse a sí misma.

    La Providencia conoce las posibilidades morales y espirituales de cada uno y, muchas veces, de una colección de males supuestamente irremediables, extrae la refulgencia de la estrella de la que somos la esencia.

    En ese momento, se encontraron eventos cuando un importante hecho se interpuso repentinamente entre Gastón, su pasado de errores y el colapso que predijo la desesperación en los horizontes del futuro, ofreciéndole refrigerio y salvación.

    Una tarde, durante la cena, la Marquesa le dijo, con la acentuada cortesía que era habitual:

    – Me sería profundamente agradable, querido Gastón, si me concedieses mañana cierto obsequio que requiero de ti.

    – Pues lo que me pides, señora, no te lo puedo negar. Tus deseos son órdenes.

    Te atenderé encantado.

    – Gracias, hijo mío.

    Tampoco esperaba otra actitud de tu nobleza.

    De hecho, lo que quiero es simple: nuestros vecinos, Señores Vizcondes de Lacordaire, vuelven ahora a Francia, después de unos años en Nápoles, donde tienen grandes inmuebles.

    Son hidalgos turingianos, de excelente reputación, personas de alto valor y mucha ceremonia.

    – ¿Te gustaría tener relaciones con los señores de Lacordaire, madre?

    – Precisamente, querido Marqués, eso es lo que deseo abordar.

    – El

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