Año/Cero

LA CATALANA JOSEFA TOLRÀ

a fascinación por el trabajo creativo de estas mujeres inspiradas le vino a Pilar Bonet mientras estaba elaborando su tesis. En aquellos años tropezó con la figura de Josefa Tolrà, una médium cuyos trabajos gráficos causaron admiración en 1956: un grupo catalán compuesto por artistas y literatos de vanguardia, simpatizantes del esoterismo y de los estados alterados de conciencia, quienes quedaron seducidos con las composiciones de Tolrà, a pesar de que fueron expuestas casi furtivamente a lo largo de unas horas en la Sala Gaspar de Barcelona. Aquel encuentro artístico tan efímero y enigmático despertó la curiosidad de Pilar Bonet y le hizo adentrarse en la biografía de Josefa Tolrà, hasta propiciar una asociación en su memoria y promover la divulgación internacional de su arte. Bonet sintetiza la vida de Josefa diciendo que nació en una zona rural, Cabrils, que, de hecho, nunca abandonó: «Solo en una ocasión viajó hasta Badalona, apenas 20 km, para visitar a una médium que le ayudó a interpretar lo que le estaba sucediendo. Hasta entonces Josefa no había tenido ninguna inquietud ni actividad artística o literaria. De joven había trabajado en una fábrica textil, tenía formación básica, se casó con un hombre dedicado al campo y la agricultura, tuvo tres hijos y perdió a dos varones, lo que la sumió en una enorme tristeza y depresión. Pero nunca fue diagnosticada con esos trastornos ni padecimientos. Tampoco fue tratada médicamente. De pronto, advirtió que le llegaban voces, sentía presencias. Empezó a tener miedo de quedarse sola, aunque sentía que alguien más le acompañaba en el hogar. Y la médium le ayudó, junto con un familiar vinculado a un grupo espiritista, a interpretar y dar sentido a todas esas vivencias extrasensoriales. Asumió que se trataba de espíritus de difuntos que habían advertido la capacidad especial de Josefa para percibir otras realidades y, en cierta medida, le pedían que actuara como transmisora de sus mensajes desde el Más Allá. Una vez aceptada esta realidad, Josefa se tranquilizó e inició su labor creativa. Era una mujer ya madura, de casi 60 años. Escribió dos novelas, numerosas poesías, textos científicos, morales, un centenar de dibujos, etc. Por todo ello terminó siendo muy reconocida y respetada en su entorno local. Ayudaba como sanadora a sus allegados mediante el péndulo y la imposición de manos».

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