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Carlos, desde Hollywood, se prepara para volver al Festival de Cannes, donde estrena la película que puede ser el hito determinante de su carrera. Pero ese viaje reaviva también toda su nostalgia.
Sara, bailarina y actriz, vive en Madrid atrapada en sus recuerdos. Le resulta imposible dejar atrás su pasado y más ahora, que ante el estreno de la película de Carlos revive todo lo que pasó entre ellos.
James hace tiempo que dejó de cubrir la alfombra roja de Cannes, donde conoció a Carlos y Sara, para marcharse a Venezuela y demostrase a sí mismo y a todo el mundo que es un gran corresponsal.
Para los tres la vida cambió en ese festival. Ahora, a pesar del tiempo y la distancia, la vida los volverá a conectar para enfrentarse a un suceso que les llevará al límite en todos los sentidos. 
¿Serán capaces de reencontrarse o se perderán para siempre?
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento24 may 2023
ISBN9789895721061
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    Un instante - Asier Olaizola Bermejo

    Agradecimientos

    Fran Fernández Sarasola

    Capítulo 1

    Carlos

    Carlos observaba el jardín desde la ventana de su dormitorio. La maleta estaba lista, sobre la cama todo organizado. Se escuchaba el silencio. Algo que no le gustaba eran los espacios vacíos; miraba a su alrededor y sentía el peso de la ausencia.

    El dormitorio, exquisitamente decorado y con una enorme cama, tenía un magnífico ropero lleno de prendas elegantes y modernas con un toque clásico, piezas de marcas de alta costura, carísimas y perfectamente clasificadas. El baño, más grande que su primer piso en Madrid, era el paradigma del lujo y del buen gusto. Estaba repleto de botes de cremas que representaban su vida, condicionada los últimos años por la necesidad de mantenerse atractivo. La ventana daba a la parte trasera de su jardín donde destacaban la piscina y la vegetación típicamente californiana. Su casa de estilo mediterráneo, en uno de los barrios residenciales de San Diego, era todo lo que siempre había soñado. En el piso superior se encontraban los dormitorios, el principal y dos más que compartían un baño. Ideal para cuando tenga niños, recuerda que le dijo la agente inmobiliaria, guiñándole el ojo cuando visitó la casa.

    Las escaleras, con barandilla de hierro, llevaban a un espectacular salón abierto a la impresionante cocina con una gran isla de mármol. Los platos del desayuno esperaban a ser recogidos. Ambos espacios abiertos al jardín. En la planta baja se encontraba también el despacho, donde pasaba las horas estudiando los guiones y preparando los personajes.

    El jardín que rodeaba la casa tenía en la parte trasera un acogedor porche en el que una gran mesa invitaba a reuniones con amigos, a tertulias con comida deliciosa y típica de su infancia, como la tortilla de patatas de su madre o las magdalenas de su abuela, pero lucía impoluta de no usarse.

    La piscina era el otro elemento que destacaba y que le aportaba algo de felicidad. Siempre había desconectado de todo en el agua, el deporte que más practicaba era la natación y en la piscina se pasaba gran parte del tiempo nadando en bucle, girando y girando para seguir avanzando en ciclos cerrados que no le llevaban a ningún sitio.

    En el sótano, otro espacio de uso habitual tenía su gimnasio donde sudaba cada día. A las seis de la mañana su entrenadora estaba lista para hacerle sufrir lo que no está escrito, no fuera que su cuerpo tuviera la osadía de mostrar la edad que realmente tenía.

    Estaba solo en casa, en silencio. María la asistenta, en realidad un ama de llaves, y Marcos el jardinero, libraban ese día. Carlos necesitaba estar solo antes de este viaje.

    Lo había conseguido todo, todo lo que siempre quiso. Hacía cinco años que la suerte lo había sorprendido. Tras tanto tiempo peleando por hacerse un hueco como actor, le llegó su gran oportunidad, una película independiente con un personaje escrito al pelo para él. La directora era de esas que sabía tratar a los actores y lograr que dieran lo mejor de sí mismos. Recuerda ese rodaje como el momento más feliz de su carrera; durante meses se metió en la piel de Miguel, un personaje delicado y fuerte, lleno de capas que luchaba contra la depresión y que finalmente perdía la batalla. La película fue un éxito de crítica y le abrió las puertas de la profesión.

    Tras los premios y el recorrido por festivales, le ofrecieron la oportunidad de rodar un piloto para una nueva serie en Estados Unidos. Como actor bilingüe y nueva promesa del cine español, Hollywood le abrió las puertas y no dudó en aprovechar la oportunidad.

    No había tenido tiempo de asimilar nada, habían sido cinco años de absoluta y maravillosa locura. La serie fue otro éxito, aunque no era un personaje especialmente interesante; la oportunidad de vivir en Estados Unidos y alejarse de todo por un tiempo lo fascinaron.

    Después de pasarte años intentado que se fijen en ti, esforzándote y asimilando los constantes rechazos, tu entereza empieza a romperse, te cuestionas todo y, a los actores, todo nos afecta a nivel personal. A fin de cuentas, cada rechazo es un rechazo a tu esencia a quien eres, además de a lo que puedes hacer. Así que cuando por fin te aceptan y te llegan ofertas, cuando todos quieren invitarte a jugar y además te agasajan con dinero, lujo y caprichos dices sí, sí a todo y te dejas mimar, ves como tu cuenta bancaria se va llenando y te acabas creyendo que eres tan maravilloso como dicen, se decía a sí mismo en alto cuando los remordimientos le asaltaban, solo en esa gran casa en la que todo era como pensó que sería su hogar ideal.

    Hacía meses que no dormía bien, en esos años había hecho algunas fiestas en esa casa. Fiestas a las que asistían actores y actrices, modelos, directores, productores, … en las que se bebía, se follaba y se hacía de todo. Nada fuera de lo normal y esperado. Pero lo que no había hecho era una cena como las que hacían en Madrid, entre amigos y, cuando venía su familia a verle, estaba tan ocupado que no tenía tiempo para ellos. No podía relajarse y pasar la tarde de sobremesa comiendo y bebiendo.

    Sus amigos estaban lejos y ya casi ni hablaban. En la soledad de esa casa el silencio era su mayor compañía. María se había vuelto la persona más cercana y todos los que formaban parte de su presente, en realidad, eran empleados suyos. Estaba solo, en la cima de su profesión. La fama y el dinero lo hacían deseado y envidiado por extraños, su imagen invadía las marquesinas, la televisión y, ahí donde iba, los flashes le acompañaban.

    Esperaba al chofer que lo llevaría al aeropuerto. En unas horas salía hacia el Festival de Cannes con el resto del equipo de la película de la que era protagonista y se estrenaba en el prestigioso festival del litoral francés.

    Esto le tenía inquieto, no podía evitar recordar su primer viaje a Cannes. No podía evitar comparar su vida de entonces y la de ahora. Observaba el jardín bajo el cielo azul californiano, el silencio en el gran dormitorio y una persona venía a su mente. El teléfono sonó. Era Jasmine, su representante.

    Carlos: ¿Sí?

    Jasmine: Carlos, querido… esto es indignante… acabo de tener una conversación con la productora y… no sé cómo decirte esto…

    Carlos: Jasmine, dímelo sin más… ¿Qué pasa?

    Jasmine: Acaban de decirme que vais a compartir el mismo avión Kate y tú, que no tienen un avión para ti.

    Carlos: No pasa nada Jasmine.

    Jasmine: Pero… es indignante, es el Festival de Cannes y tú eres el protagonista de la película. ¿Dónde se ha visto que una estrella no llegue con su propio avión?

    Carlos: No pasa nada, de hecho, le vendrá bien a la promoción de la película, así mantenemos la intriga.

    Jasmine: Oh my God!… qué comprensivo eres, eres tan bueno que no pareces una estrella… pero les he pedido que te compensen con la suite del hotel.

    Carlos: No hacía falta, pero gracias.

    Jasmine: ¿Ya tienes todo listo? Van a mandar los trajes directamente al hotel ¿Seguro que no quieres alguna de las joyas? Mira que ahora es lo último…

    Carlos: No me veo con diamantes Jas… no es mi estilo.

    Jasmine: Ok. Hemos asegurado que el gimnasio esté disponible y tu entrenadora ya está en Cannes. Recuerda mandarnos fotos para las redes sociales.

    Carlos: Claro… pero puedo subirlas yo directamente a Instagram.

    Jasmine: No, no, que para eso estamos nosotros. Alguien de la agencia estará para hacerte fotos, pero siempre viene bien algo más íntimo…

    Carlos: Ok. Voy a prepararme para que me recoja el coche.

    Jasmine: Perfecto darling ¿Seguro que no quieres que vaya para asegurarme de que todo va bien?

    Carlos: No, no hace falta. Cualquier cosa te llamo, además vamos unos días al festival, no creo que pase nada en tan poco tiempo.

    Jasmine: Es el Festival de Cannes, darling, va a pasar de todo… es tu consagración como estrella en el panorama del cine internacional.

    Carlos: Bueno, veremos si la película tiene una buena acogida.

    Jasmine: Seguro que sí, estás guapísimo en ella.

    Carlos: Gracias, yo me refiero a la interpretación.

    Jasmine: Claro, claro, eso siempre… pero además con ese look… yo te veo ya en lo más alto.

    Carlos: Gracias Jasmine. Te dejo que el chofer debe estar ya a punto de llegar.

    Jasmine: Ok, ok… kiss, kiss.

    Carlos colgó y se sentó en la cama al lado de la maleta. Sobre la cama también estaba el traje que había llevado a Cannes la primera vez. Lo había sacado y dudaba sobre si meterlo o no. Era un esmoquin de Zara sencillo y muy básico que llevó a todas las fiestas y que tenía las marcas de todo lo que pasó en aquel viaje. Lo había guardado todos estos años y le tentaba meterlo en la maleta. En uno de los bolsillos aún tenía las acreditaciones de Sara y la suya. También la servilleta con el teléfono de James.

    Acarició el esmoquin; llamaron al timbre. Sería el chofer que le llevaba al aeropuerto. Dejó el esmoquin en la cama, cogió la maleta y salió. Ya escribiría a María para que lo guardase en el ropero… en el último momento volvió y se llevó la servilleta.

    María, en mi cama hay un esmoquin viejo que para mí es importante, aunque esté un poco dañado no lo tires y guárdalo en el ropero. Gracias. Carlos. Escribió por WhatsApp de camino al aeropuerto.

    Capítulo 2

    James

    James llevaba años como reportero en Caracas y, a pesar de que la situación era cada vez más complicada, algo le atraía de esa vida con tanta incertidumbre. Desde el decadente hotel en el que se alojaba y que, al igual que el resto del país, estaba sometido a constantes cortes de energía, procuraba transmitir las barbaridades que ocurrían en él. La corrupción más despiadada había llevado a Venezuela de ser el país con más recursos económicos de latinoamericana a la pobreza más absoluta.

    Sentado frente a la ventana preparaba la crónica para las noticias. En las calles de Caracas, los ciudadanos que se oponían al régimen se manifestaban reivindicando el cambio que nunca llegaba. La habitación del que había sido un lujoso hotel ahora se veía decrépita, la moqueta deslucida, las paredes desconchadas y los muebles anticuados. James observaba, sentado en una mesa frente a la ventana, el paisaje urbano de edificaciones de hormigón de diversas alturas. Caracas, a pesar de mantener edificios históricos imponentes, era más una ciudad caótica de torres de hormigón y cristal desde donde atronaban las caceroladas, día sí y día también. La vida era triste y sombría, frente a él miles de ventanas se asomaban a historias maltrechas, restos de un pasado glorioso cada vez más lejano.

    James había llegado a Venezuela años atrás, hasta entonces, se había encargado de cubrir eventos de la crónica cultural de Francia. Gracias a su atractivo y a su facilidad para destacar y encandilar a la gente, se había hecho un nombre en la cadena y siempre lo mandaban como reportero a eventos glamurosos como el Festival de Cannes. En la alfombra roja de ese festival había aprendido a pisar antes de que te pisaran pero siempre había deseado hacer otro tipo de reportajes.

    Cuando llegó a Caracas una frase se repetía en boca de todo el que se cruzase con él. No salga de su hotel. Mire usted… no se vaya a meter por esas calles. No salga, no vaya, no entre. Tenga usted cuidado. Pocos fueron los que vislumbraron que la maltrecha situación heredada del régimen chavista fuera a deteriorarse aún más. Pero James sabía bien donde se metía.

    A James se le presentó la oportunidad de dar el salto cuando secuestraron al anterior corresponsal de su cadena en Venezuela y no la desaprovechó. Aunque en ese momento la situación era mucho mejor que ahora, la violencia callejera era habitual, los asesinatos cotidianos y los secuestros exprés el pan nuestro de cada día. Paul, su predecesor, tras años en Venezuela y un divorcio implacable, se desnortó, empezó a ahogar sus penas entre mujeres y alcohol, perdió así toda cautela haciendo ostentación de su nivel económico. Esto le llevó a ser víctima de sus descuidos cuando una de sus conquistas quiso sacarle más partido.

    Paul fue secuestrado y pidieron un rescate excesivo que la cadena no aceptó pagar pensando que la situación se solucionaría sin mayores problemas. Lamentablemente no fue así y el cuerpo de Paul apareció horas después en una barriada de Caracas.

    En la cadena, consternados, se resistían a ocupar el lugar de Paul pero para James fue la oportunidad perfecta. Le llegó en el mejor momento y a pesar de la deriva del país en esos años, aún no tenía intención de volver a Europa.

    Hijo de padre británico y madre francesa, James se había criado en Lyon en un entorno estable y afectuoso que hizo de él un niño inquieto, alegre y una persona feliz. Tenía una capacidad inmensa para disfrutar de la vida y sonreír. Se consideraba un afortunado, la vida le favorecía y quizás por eso le gustaba Venezuela, toda esa miseria, ese peligro y esa tristeza lo equilibraban. Por otro lado, y a pesar de todo lo que ocurría a su alrededor, encontraba a los venezolanos, cantarines, apasionados y entrañables.

    Todos los años le proponían volver a cubrir el Festival de Cannes pero siempre decía que no, ya no había nada en el festival para él, todo aquello había quedado en el pasado… o eso quería pensar.

    En su habitación del hotel todo estaba siempre listo para salir corriendo, vivía al día y con lo mínimo. Sólo se permitía el lujo de tener sobre la mesilla de la cama dos objetos personales: una foto de su familia y otra del último Festival de Cannes. Hacía años de esa foto. En ella James sonreía feliz entre Sara y Carlos, los tres con una copa en la mano en una de la fiestas del festival en la que bailaron, bebieron, rieron y disfrutaron hasta la extenuación.

    El último año que cubrió el festival fue uno de los momentos más especiales que no olvidaba, uno de esos momentos en los que la vida te sorprende y todo cambia. Y efectivamente todo cambió tras ese festival.

    Hacía tiempo que no sabía nada de Carlos. Con Sara mantenía contacto de vez en cuando. Aunque muchas veces había pensado en escribirle no encontraba las palabras que decirle a Carlos, después de tantos años… de todo lo que había pasado… a pesar de que vivían en mundos distintos y de que cada vez estaba más aislado, había seguido su carrera y se había mantenido como un testigo silencioso de su ascenso al

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