Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

La esmeralda de la reina: Las crónicas de Iungetellus, #1
La esmeralda de la reina: Las crónicas de Iungetellus, #1
La esmeralda de la reina: Las crónicas de Iungetellus, #1
Libro electrónico718 páginas9 horas

La esmeralda de la reina: Las crónicas de Iungetellus, #1

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

En el mundo donde Axella vive, la existencia de los piratas es tan vieja como la tierra y el mar. Los ataques dirigidos a los barcos comerciales o hacia los puertos son los únicos acontecimientos que perturban la vida tranquila del continente Iungetellus.

Axella solo ha tenido contacto con los piratas a través de rumores o durante sus tentativas de robar Portus Avorum, la ciudad donde Axella vive.

Hasta que, durante un tal ataque, el hermano de Axella, Maximinus, logra lo que pocos han podido - enfrentarse al más famoso pirata de la historia - el temido Calogerus - y determinarlo a retirarse de la lucha.

Poco tiempo después de esto, la gente de Calogerus secuestra a la madre de los dos, pidiendo un rescate casi imposible de obtener - la Esmeralda de la Reina, un tesoro escondido en el corazón de un reino de Bazanthos, el continente ubicado al este de Iungetellus.

Antes de que su tiempo se acabe, Axella y Maximinus deben aventurarse de un continente al otro para robar una de las más preciosas posesiones del reino Eratrix.

Amigos fieles los apoyarán, enemigos imprevistos intentarán derrotarlos y su misión revelará verdades que cambiarán sus vidas y el mundo que conocen para siempre.

IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 abr 2023
ISBN9798215782460
La esmeralda de la reina: Las crónicas de Iungetellus, #1
Autor

Cristiana-Maria Pavel

Cristiana-Maria Pavel è una scrittrice rumena con una passione per leggere e scrivere romanzi di fantasia. Laureata in informatica e programmatrice, è sempre stata affascinata dall'idea di creare mondi e personaggi, e raccontare le loro storie. Nel suo tempo libero, le piace andare al cinema, imparare lingue straniere e passare il tempo con il suo gatto e i suoi due cani. Per scoprire di più, segue @cristiana.m.pavel su Instragram.

Relacionado con La esmeralda de la reina

Títulos en esta serie (1)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Fantasía para usted

Ver más

Artículos relacionados

Comentarios para La esmeralda de la reina

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    La esmeralda de la reina - Cristiana-Maria Pavel

    Capítulo 1

    - ¿Monica y Cassia no van a acompañarnos? - preguntó Junia -. Hoy era  nuestro turno de albergar el desayuno.

    - Cassia me avisó ayer que su padre regresaría hoy de Eratrix. Ella y Monica están preparando la casa para recibirlo - le contestó Axella a su bisabuela.

    - Todos estamos invitados a cenar esta noche - anunció Sabina, entrando en el comedor y sentándose al lado de su abuela -. ¿Tu hermano todavía no se ha despertado?

    Sentada con la espalda hacia una de las tres ventanas del comedor, Sabina tenía un aspecto angélico. Su cabello dorado estaba inundado por la luz del sol de mañana, que fluya sobre su cuello y lanzaba sobre su rostro sombras que le ofrecían una nota de misterio a sus rasgos finos.

    El aliento se le detuvo en el pecho a Axella. Le parecía imposible que haya heredado los rasgos de Sabina.

    - No oí ningún movimiento en su curato cuando bajé. Debe de estar cansado. Era pasada la medianoche cuando lo oí regresar anoche.

    - Un libro debe de ser muy bueno si hace que una joven permita que su rostro sea pintado con ojeras - remarcó Junia, un brillo alegre en su mirada.

    Sabina había heredado los ojos claros de su abuela, pero mientras que los ojos de Sabina tenían un color verde tan vivo que eran imposibles de olvidar, los ojos de Junia se encontraban al límite entre verde y azul.

    - Es la segunda vez que la leo - confirmó Axella -. De hecho, debería ir a la librería hoy, a ver que nuevos títulos tienen. Mis estanterías necesitan una actualización.

    - Estás de suerte. Ayer llegó al puerto un barco lleno de libros, tantos que quizá no quepan en la librería de la ciudad.

    Maximinus apareció en el comedor, caminando enérgicamente. Solo las ojeras debajo de sus ojos y la leve palidez de su cara indicaban el cansancio que había acumulado recientemente. Axella llevaba más de una semana oyendo a su hermano regresar a casa tarde - y sabía que eso no podía significar nada bueno.

    Su puesto de capitán en la flota real de Portus Avorum obligaba a Maximinus a garantizar la seguridad de la ciudad frente a cualquier amenaza que venía desde el mar - lo que significaba patrullas diarias a lo largo de la costa, revisar cualquier barco sospechoso y defender el puerto de ataques.

    Axella había aprendido con el tiempo que si su hermano tenía que pasar sus noches en el mar, era porque los piratas hacían sentir su presencia cerca.

    Pensar en Maximinus enfrentando los ladrones del mar hacía torcer el estómago de Axella. La náusea repentina la hizo perder todo el interés hacia la comida en su plato.

    - Buenos días, señoras. - Maximinus se inclinó a colocar un beso en cada una de sus cabezas, antes de ocupar su sitio usual en la mesa, al lado de Axella y delante de Junia.

    A pesar de ser mellizos, Axella y Maximinus no compartían los mismos rasgos - el pelo de Maximinus era negro, y sus ojos eran castaños. Por más que había intentado, Axella nunca había encontrado alguna semejanza con su madre o su bisabuela en su rostro.

    - Así que Silvanus regresa hoy. ¿Debería considerar esto una oportunidad para atiborrarnos del manjar que sale de las manos de Monica?

    - Exactamente - confirmó Junia.

    - Después de cerrar la sastrería, vamos a ir directamente a su casa - anunció Sabina.

    - Cassia estaba tan entusiasmada ayer que dudo que pueda concentrarse en el trabajo hoy. Si fuera posible mantener la panadería cerrada por un día, creo que pasaría todo el día en el puerto, esperando.

    Al lado de Axella, Maximinus se puso tenso.

    - Preferiría que se mantuvieran lejos del puerto estos días. Han llegado reportes de Segestra sobre los ataques de los piratas en contra de sus puertos. Si van a atacar Portus Avorum también, preferiría que ninguna de ustedes fuera expuesta. Advierten a Monica y Cassia.

    - Yo preferiría que tu tampoco fueras expuesto - dijo Sabina.

    - Ustedes no pueden ser las únicas que trabajan en esta familia - se resistió Maximinus -. Y no puedo imaginarme haciendo ninguna otra cosa. El mar es mi llamada, madre, y la tengo que servir.

    Sabina miró hacia la ventana, pero antes de que sus ojos cayeran sobre el pequeño jardín más allá del vidrio, se encontraron con los de Junia. Axella había visto la misma imagen antes - cada vez tenía la sensación de que las dos mujeres estaban intercambiando palabras que nadie debería oír.

    Después de un momento de silencio pesado, Junia levantó su taza de té.

    - ¡A la valentía de seguir tus sueños! ¡A los corazones valientes y a los que los poseen!

    Axella levantó su propria taza, agradecida por la presencia de ánimo de su bisabuela y por todo lo que eran juntos.

    Era una de esas mañanas raras cuando el tiempo le permitía a Maximinus acompañarlas a la sastrería. Habían acabado de desayunar una media hora más temprano que lo usual, por lo que no tenían que apresurarse. El camino hasta el centro de la ciudad era un paseo bienvenido.

    Portus Avorum estaba despierto, la calles llenas de gente saliendo de sus casas o yéndose a sus asuntos diarios. Axella absorbía insaciablemente el ruido que los rodeaba, los perfumes que las damas que pasaban por ellos dejaban atrás, los olores deliciosos derramándose en la calle por la ventana abierta de alguna cocina, y guardaba atentamente las casas por la cuales pasaban, así como también las caras y ropa de las personas con las cuales se cruzaban.

    Aunque era de mañana, el sol de fin de julio estaba bastante caliente.

    - Estás mirando alrededor como si acabaras de poner pie en la ciudad por la primera vez - remarcó Maximinus en un tono divertido.

    - Así, ningún camino jamás será aburrido.

    Maximinus parpadeó dos veces antes de sonreír.

    - Lo tendré presente.

    Pocas cosas se comparaban con la satisfacción de enseñarle algo a su hermano mayor. Mayor por un cuarto de hora, por supuesto, pero aun así mayor. Al menos eso era lo que Maximinus le seguía recordando.

    La sastrería de Sabina se ubicaba en el centro de la ciudad, frente a la residencia del gobernador.

    El edificio delante del cual estaban ahora, esperando que Junia abriera la puerta, le había costado una fortuna a Sabina, dinero ganado en años de trabajo. La había comprado años antes, cuando Axella tenía quince años, y había resultado ser una inversión exitosa, ya que Sabina había conseguido ganar tres veces lo que había pagado por la propriedad.

    La ubicación del edificio ofrecía una gran ventaja para cualquier comerciante - visibilidad. Después del mercado de la ciudad, el centro era el lugar más repleto de gente de Portus Avorum, lo que ayudaba a Sabina a conseguir más clientas de lo que habría podido atraer en la antigua locación, una casa alquilada en una de las calles del norte de la ciudad.

    Junia abrió la puerta de la sastrería.

    En el suelo había macetas conteniendo diferentes plantas de interior cuyos nombres Axella no podía recordar, colocados discretamente en lugares donde no estorbaban. Sabina amaba mucho las plantas y las cuidaba con la misma devoción con la que había criado a sus hijos.

    - Antes que te vayas, Maximinus, ve al ático y trae abajo el cofre que se encuentra ahí, por favor - pidió Sabina antes de mirar satisfechamente alrededor de la habitación - la mirada de alguien quien había materializado todos sus ideales con sus proprias manos.

    - A sus órdenes, capitán. - Maximinus sonrío de oreja a oreja mientras subía las escaleras en el centro de la estancia.

    - Yo voy a traer los vestidos que tenemos que entregar hoy - se ofreció Axella.

    - Yo voy a abrir las ventanas de arriba.

    Axella le ofreció su brazo a su bisabuela mientras iban escaleras arriba, pero Junia solo alzó su mentón y le lanzó una mirada ofendida a Axella mientras pasaba junto a ella. Subiendo, Axella miró a su madre abrir el cuaderno donde tenía anotadas las citas de cada día.

    - ¿La sastrería siempre fue la vida de mi madre, verdad? - susurró Axella mientras abría la ventana que miraba desde arriba a la calle detrás del edificio. El aire fresco le acarició las mejillas al mismo tiempo que el ruido de la calle le cosquilleaba las orejas. Los sonidos de la vida diaria de la ciudad la fascinaban.

    - Aparte de ti y tu hermano, nunca hubo nada capaz de provocarle semejante alegría.

    Junia estaba rellenando la mesa con pergamino limpio, preparado para ser cubierto con bosquejos. Los movimientos de sus manos eran seguras, precisas, movimientos que revelaban años de experiencia. En la luz de la mañana, su pelo gris brillaba plateado. Aunque había cumplido setenta y siete años recientemente, las arrugas en su cara y su cabello gris eran las únicas cosas que revelaban la edad de Junia.

    Maximinus estaba bajando del ático, llevando un cofre enorme en los brazos.

    - Apuesto que hay metales más ligeras que el encaje.

    - O, te asombrarías. - Junia lo miró con una combinación entre diversión y afección.

    - ¿Solamente un cofre, madre? - preguntó Maximinus mientras descendía las escaleras a la planta baja.

    Axella lo siguió, esperando que la pila de seda, velo y encaje formado por los vestidos que cargaba reprimieran sus risas.

    Sabina estaba detrás de su escritorio, al lado de las escaleras, hojeando el cuaderno enorme donde llevaba la cuenta de las ventas y compras de la sastrería. Alzando los ojos de la letra pequeña , cruzó los brazos sobre el pecho.

    - Me encantaría explotarte más, hijo, pero esas son las ultimas telas que tenemos. Silvanus va a traerme unas nuevas.

    - Hablando de barcos y telas, tengo que irme. Diría que las veré a la hora de cenar, pero no puedo garantizarlo.

    - Cuidate, hijo.

    Maximinus salió por la puerta y pasó por delante de la ventana del frente, desapareciendo pronto de la vista de Axella.

    Sabina batió palmas, el sonido resonando de forma chirriante en el espacio amplío.

    - Muy bien, señoras. Pongámonos a trabajar.

    Axella acababa de tomar las medidas de una cliente y la estaba acompañando a la planta baja, Junia estaba cosiendo un vestido por la cliente que acababa de salir y Sabina le estaba cobrando el dinero a una tercera mujer cuando Monica, seguida de cerca por Cassia, apareció en la tienda. Estaban cargando bandejas llenas de pastelería que dejaba atrás un rastro de olor tentador. Aunque se había hartado al desayuno, el estómago de Axella protestó como si no hubiera comido nada todo el día.

    Ambas mujeres llevaban vestidos hechos por Sabina.

    A Monica le gustaba la moda y, como todas las mujeres que alguna vez habían pisado en la sastrería de Sabina, no había querido vestir nada que no fuera sus creaciones desde entonces.

    Monica puso la bandeja en el escritorio de Sabina y se dirigió hacia ella. Su cabello largo y castaño le caía sobre la espalda, y sus ojos eran azules como un cielo claro.

    - Queríamos compensar haberlas abandonado esta mañana.

    Axella llegó a la planta baja mientras Cassia colocaba la secunda bandeja al lado de la otra. Se dio la vuelta al mismo tiempo que Axella fue hacia ella y la tiró en un abrazo fuerte.

    El sol se reflejaba en su cabello castaño, y una luz encantadora brillaba en sus ojos negros.

    - Estuvimos preparando la casa hasta tarde la noche pasada, por lo tanto nos fue un poco difícil despertarnos esta mañana - explicó Cassia con una sonrisa larga que borraba cualquier huella de cansancio.

    Cuatro meses habían pasado desde que Silvanus se había marchado a Eratrix, y Cassia lo había extrañado desde el instante que se marchó de Portus Avorum.

    - Aceptaría una tal disculpa en cualquier momento - dijo Junia, apurándose por las escaleras detrás de ellas y yendo directamente hacia las bandejas rellenas de pastelería.

    Axella estaba convencida de haber heredado el amor por la comida de su bisabuela.

    Monica tenía una panadería próximo a la sastrería y la gestionaba con la ayuda de su hija. Después de haber llevado a cabo sus actividades en varias áreas de la ciudad, Monica había trasladado la panadería en el centro de la ciudad cuando Sabina había decidido de mudarse. No era fuera de lo común que Monica y Cassia les trajeran golosinas durante los días cuando la sastrería estaba tan llena que se olvidaban hasta de comer, y Sabina les hacía vestidos siempre que querían.

    En el mismo momento que Junia, todo el mundo se precipitó sobre la pastelería.

    Minutos después, la clienta a la que Sabina le acababa de cobrar dinero se estaba limpiando la mermelada de los dedos con un pañuelo.

    - He vivido en Fidantis por algunos años, pero nunca he comido algo tan bueno. ¡Ni siquiera en la corte del rey!

    - No estoy segura de que sea bueno decir algo así, pero ¡gracias! - contestó Monica con una sonrisa, y el aire se llenó de risas.

    - !Oh, Dios¡ - exclamó la mujer a la cual Axella le había tomado las medidas -. Una buena amiga mía se va a mudar a la capital estos días y necesita unos vestidos nuevos para presentarse en la corte real. La he visitado los días pasados y le he hablado sobre ti, Sabina. Te podría alojar en su casa por cuanto fuera necesario, si aceptaras ayudarla.

    Un silencio expectante cayó mientras todos los ojos estaban fijados en Sabina.

    El corazón de Axella latía rápidamente. Podría ir con su madre. Nunca había salido de su ciudad natal, y el pensamiento de ver la más importante ciudad en Agradalis, de presentarse en la corte real, aunque fuera a través de unos vestidos, era deslumbrante.

    - La oferta es halagadora, y te agradezco tu confianza, pero no puedo abandonar la sastrería y irme.

    Axella no se dio cuenta de que se estaba aguantando la respiración hasta que se le escapó del pecho con decepción.

    La clienta que había hecho la oferta parecía sentirse igual.

    - Entiendo, por supuesto. Sin embargo, la oferta estará disponible por unos días, así que si cambias de opinión, dímelo, ¿está bien?

    - Con certeza.

    Viendo la mirada de su madre, Axella entendió que no habría ningún cambio de opinión.

    - Deberías aceptar, Sabina - sugirió Cassia -. Podría ser una oportunidad para extender tu negocio. Las clientas en la capital seguramente pagarían mucho mejor que las de aquí. Nosotras cuidaríamos la sastrería, y tus clientas seguramente entenderían unas semanas de ausencia. Después de todo, nunca has tenido vacaciones. No desde que te conozco, por lo menos.

    Sabina río, pero era una risa tensa.

    - Estoy feliz con mis clientas en esta ciudad.

    Monica entrelazó su brazo con el de su hija y la tiró gentilmente hacia la puerta.

    - Deberíamos volver a la panadería. Los clientes van a empezar a acumularse, y no se si el chico que contraté para ayudarnos con las ventas los pueda manejar solo. Nos vemos en la casa esta noche.

    El edificio donde Gaius Quinctilius trabajaba como Almirante de Portus Avorum era el sitio donde todo lo que tenía que ver con la vida marítima de la ciudad era resuelto - hurtos ocurridos en el puerto, pago del impuesto de los comerciantes que traían mercancía en el puerto, reportes sobre la presencia de los piratas cerca o sobre sus ataques en las rutas comerciales.

    Maximinus tocó la puerta delante de sí y espero la permisión de entrar.

    Adentro, Gaius estaba sentado frente a su escritorio, frunciendo el ceño a los papeles en sus manos. Comenzó a hablar tan pronto como Maximinus pisó en la habitación.

    - Otros dos comerciantes han reportado ataques de parte de los piratas. Uno de ellos ha perdido un tercio de su mercancía en sus manos. Uno de los barcos del segundo comerciante se hundió, y no pudo recuperar a ningún miembro de la tripulación.

    Tales noticias sombrías llevaban algunas semanas nublándoles cada una de sus mañanas. Era verano, la temporada mas favorable para los ataques de los piratas. Era durante este tiempo que más barcos navegaban por las rutas comerciales conocidas, ahora era el tiempo para que los piratas robaran todo lo que pudieran para sobrevivir el próximo invierno, cuando el comercio iba a ralentizar drásticamente.

    - Entiendo.

    - Además, los ataques vienen reportados cada vez más cerca del litoral. Sabes lo que eso significa.

    Maximinus asintió. Solo tres semanas antes, Portus Ares había sido atacado. La ciudad se hallaba no muy lejos al sur de Portus Avorum.

    - Nos estamos preparando para un ataque.

    Gaius puso los papeles en el escritorio y fijó a Maximinus con sus ojos negros duros. Los ojos de un hombre que había pasado décadas en el mar y quizá había visto más de lo que le hubiera gustado. Maximinus no conocía la edad precisa de Gaius, pero ése no podía ser demasiado viejo - su hijo, Faustus, le llevaba solo dos años a Maximinus. Ninguna cana había aparecido en el cabello negro del almirante todavía.

    - Has sido un buen soldado, y eres un buen capitán, Maximinus. Nunca te habría ofrecido el puesto de capitán en la flota del rey si no hubiera estado seguro de tus cualidades. Pero tienes que ser consciente de una cosa. Los enemigos a los cuales nos estamos enfrentado ahora no se comparan a aquellos que hemos enfrentado antes. A juzgar por las descripciones que hemos recibido, estamos hablando de Calogerus.

    Un escalofrío pasó por la columna vertebral de Maximinus. Calogerus era una leyenda - una que causaba temor. Ninguno de los que se habían cruzado con el había escapado sin perdidas. Pocos lo confrontaban personalmente y vivían para contarlo.

    - Baja y encuentra a mi hijo. Preparen la tripulación y asegúrense de que todo sea bien. Espérenme antes de salir al mar.

    - Como ordene.

    Maximinus no pudo sacudir la inquietud que lo había agarrado y odiaba eso - sentía que estaba machucando la fundación de la confianza que había construido en años de trabajo y entrenamiento. Si Gaius iba a salir con ellos a patrullar la costa, el enemigo que estaban esperando era efectivamente de temer y suficientemente fuerte para que Gaius considerara que ellos no podrían lidiar con él.

    Encontró a Faustus delante de la entrada principal. El pelo negro, más largo que el de su padre, le caía sobre las orejas y atrás de la cabeza. Tenía rasgos finos, heredados de su madre, que todavía no habían sido endurecidos por la profesión que había escogido. Sus ojos negros, indudablemente los de su padre, revelaban inteligencia y humor, y sus experiencia en el mar todavía no había dejado una marca en su mirada.

    Eran jóvenes y llenos de esperanza, y pensando en lo vulnerables que eso los hacía delante de un hombre como Calogerus espantaba a Maximinus.

    - ¿Dónde estabas? Tu padre no te encontraba.

    - Estaba verificando el barco, como el buen segundo que soy.

    Maximinus río, avergonzado. A pesar de que era dos años menor que Faustus, había sido promovido al puesto de capitán antes que él. Y aunque Faustus no había mostrado ningún resentimiento, Maximinus aún sentía incomodidad y arrepentimiento cada vez que le daba órdenes a su amigo.

    - Gaius me dijo que lo esperáramos. Va a salir al mar junto a nosotros hoy.

    Maximinus sintió alivio al ver el pánico que se encendió en los ojos de Faustus antes que pudiera ocultarlo detrás de una mirada alegre.

    - ¿Por fin se ha dado cuenta de lo irresponsables que somos en realidad?

    - Aparentemente, no estamos suficientemente preparados para espantar a Calogerus.

    Faustus exhibió un aspecto ofendido mientras caminaban hacia el puerto.

    Los barcos ocupaban todo el espacio, casi todas perteneciendo a los comerciantes locales.

    La costa oeste de Agradalis, Litus Minor, era el sitio donde el comercio con el resto del continente ocurría.

    Litus Aeneus, la Costa de Bronce, donde Portus Avorum estaba localizado, servía para el comercio externo.

    Raramente sucedía que un comerciante de Bazanthos llegara a Portus Avorum. La mayoría de ellos preferían Segestra, el reino en el sur de Iungetellus que había conseguido a establecer más vínculos de comercio con el este que todos los otros reinos juntos, como destinación.

    En la mayor parte del tiempo, mercancías de Bazanthos llegaban directamente a Agradalis solamente si los comerciantes locales se aventuraban al otro continente y vuelta.

    Casi habían alcanzado el barco que Maximinus capitaneaba cuando una voz familiar los hizo darse vuelta.

    Blasius, el hijo del gobernador de Portus Avorum, estaba yendo en dirección a ellos. El viento le soplaba el cabello castaño de un lado para otro, pero no parecía importarle.

    - ¿No creen que sea un poco tarde para seguir estando en tierra firme? Mi padre ya lleva dos horas haciéndome trabajar.

    - ¿Porqué te ha permitido honrarnos con tu presencia durante las horas de trabajo?

    - Para entregarles éstos. - Blasius sacó dos rollos de pergamino del bolsillo interior de su camiseta y se los entrego a Maximinus y Faustus.

    Maximinus abrió el rollo y leyó el contenido deprisa.

    - ¿Tu padre te está organizando una fiesta de cumpleaños otra vez?

    Blasius giró los ojos.

    - La ocasión perfecta para reunir muchísima gente con el solo propósito de fanfarronear delante de ellos del descendiente perfecto que concibió hace veinte años.

    Faustus desvió su mirada del pergamino para mirar a Blasius.

    - Si se trata de comida, bebida y baile, cuenta conmigo. Pero te lo advierto, es posible que no sea demasiado impresionado con el alardeo de tu padre. Al fin y al cabo, conozco a su descendiente de verdad.

    Maximinus sonrió.

    - No me podría perder algo así.

    - Es un trato hecho. Pueden traer a quien quieran con ustedes.

    Era una de las pocas ocasiones en la cual Maximinus veía a Blasius sonriendo sinceramente, cuando su sonrisa le llegaba a los ojos verdes. Era una sonrisa aliviada.

    - Debería marcharme ahora. Regresar a mis responsabilidades honradas.

    - ¡Esta ciudad no funcionaría tan bien como lo hace sin tus esfuerzos! - gritó Faustus detrás de Blasius, atrayendo unas miradas de las personas cercanas.

    Blasius sacudió la cabeza con exasperación, pero no miró atrás.

    Capítulo 2

    Eran las ocho de la noche cuando la última clienta se marchó de la sastrería.

    Como sucedía cada año, desde el comienzo de junio, las señoras de Portus Avorum se reunían en la sastrería para refrescar su vestuario de verano.

    Ya que julio se estaba acabando, la oleada de clientas iba a disminuir, ofreciéndoles un período mas relajado hasta el final de septiembre, cuando el tiempo cambiaría de nuevo.

    Para Monica, sin embargo, todos los tres meses de verano eran igual de solicitantes, puesto que la gente aprovechaba los anocheceres atrasados para pasear por la ciudad al final del día, lo que significaba que la panadería tenía clientes hasta tarde cada día.

    Aún así, esa tarde la panadería iba a cerrar temprano.

    - Vamos por el camino que pasa por el puerto - sugirió Cassia cuando las luces fueron encendidas y las puertas trabadas -. Si los barcos de papá ya han llegado, los podríamos ver.

    - Muy bien, entonces - sonrío Monica.

    La advertencia de Maximinus de esa mañana le pasó por la mente a Axella, pero no se atrevió a hablar de ella. No había visto a Cassia tan feliz durante meses.

    - Con las telas de Eratrix, podremos honrar todos los pedidos hasta el fin del otoño.

    La voz de Sabina resonaba inesperadamente clara en el espacio entre los edificios del centro de la ciudad. Axella necesitó unos momentos para realizar el porqué: ellas eran las únicas personal allí, mientras que en otras tardes, el espacio hubiera estado lleno de gente lista para disfrutar el aire placentero de la tarde.

    - No puedo esperar a ver que texturas y colores va a traer esta vez - añado Monica.

    Sabina se había mudado a Portus Avorum meses antes de dar a luz a sus hijos. Había alquilado una casa en la ciudad, donde también había realizado su actividad como costurera. Tres años más tarde, cuando su negocio había empezado a tomar vuelo, Sabina había comprado la casa en la que vivían ahora, manteniendo la casa alquilada exclusivamente como sastrería. Viviendo enfrente de Monica y Silvanus, se había enterado de que el último hacía comercio con las famosas telas producidas en Eratrix.

    Poco tiempo después de haber comenzado a hacer negocios con él, Sabina había conocida a su esposa, Monica. Sus familias habían sido inseparables desde entonces.

    - ¿Cuánto se va a quedar tu padre en la ciudad esta vez? - le preguntó Axella a Cassia.

    Sus madres estaban caminando a unos pasos delante de ellas, absortas en una conversación que no llegaba al oído de Axella. Su corazón se llenó de calor al ver a Sabina sonriendo. Junia estaba caminando al lado de las dos chicas, en silencio. La bisabuela de Axella tenía una admiración especial por las puestas del sol y saboreaba completamente el camino de vuelta a casa por la tarde.

    - Hasta septiembre, cuando va a hacer un corto viaje al este de Segestra. Esperaba convencerlo que me llevara con el, pero con los ataques que han ocurrido allá recientemente, creo que lo único que puedo hacer es intentar el año que viene.

    Maximinus debía de seguir estando en el puerto, patrullando la costa, y probablemente no iba a poder celebrar el regreso de Silvanus a casa con ellos. Una peña de culpabilidad y ansiedad ahogó a Axella cuando realizó que ellos iban a darse un festín mientras su hermano podría estar en peligro en el mar abierto.

    Como si sintiera la intranquilidad de Axella, Junia entrelazó su brazo con el de ella. Axella puso su cabezo en el hombro de su bisabuela y cerró los ojos. Por un instante corto, todos los problemas del mundo desaparecieron.

    Cuando abrió los ojos, el infierno estaba desencadenado frente a ellas.

    La gente estaba corriendo hacia y lejos del puerto, así como también hasta los extremos de la calle. Todos estaban gritando.

    Le costó a Axella un poco de tiempo para asimilar el caos que se desarrollaba delante de sí, para entender su causa. Los piratas habían atacado. Claro, Maximinus les había advertido esa misma mañana. Y ella le había permitido marcharse, ir al puerto y enfrentarse a los piratas como si no estuviera en peligro mortal.

    - Dios. - Junia se cubrió la boca con la mano.

    Portus Avorum había sido atacado por los piratas antes, pero Axella no había jamás asistido tan de cerca a un asalto en desarrollo, principalmente porque la gente del gobernador había limitado el acceso en el área cada vez.

    Aparentemente, esta vez habían sido sobrepasados.

    - ¡Padre! ¡Mi padre está allá!

    Los gritos de Cassia eran tan estridentes que tiraron a Axella del entumecimiento causado por el horror.

    Su amiga estaba temblando con todo su cuerpo, su mano indicando el puerto.

    - Hija.

    Monica intentó agarrarle el brazo, pero Cassia se apartó.

    Segundos después, estaba corriendo hacia el puerto, Axella detrás de ella.

    - ¡Axella!

    El grito de Sabina se perdió rápidamente en el alboroto de la multitud. La gente gritaba en terror, tratando de alejarse del puerto lo mas rápido posible, los comerciantes intentaban acercarse a los barcos estacionados en el puerto, la gente del gobernador haciendo esfuerzos para mantenerlos a todos bajo control.

    Cassia estaba cruzando la calle cuando casi se estrelló contra un carro inmenso, jalado por soldados. Axella gritó del terror cuando Cassia cayó al suelo, sus ojos muy bien abiertos y llenos de miedo. Momentos más tarde, estaba de vuelta de pie, abriéndose paso adelante.

    Un soldado la detuvo esta vez, sujetándola firmemente mientras Cassia luchaba como loca para poder avanzar. Axella se echó hacia ella, cuando un brazo le rodeó la cintura. Agarrada por un temor súbito, empezó a retorcerse también.

    - ¡Cálmate! ¡Cálmense ambas! - La voz fuerte y familiar resonando detrás de sí detuvo a Axella. El agarre que la contenía desapareció instantáneamente.

    - Blasius.

    Cassia dijo el nombre del amigo de Maximinus como si fuera sinónimo con salvación.

    Axella se dio vuelta. Con su ropa en desorden y su pelo desaliñado, Blasius se veía como si había acabado de salir de la lucha contra los piratas. Aún así, Axella encontró una calma de acero en su cara. Había hecho esto antes, este infierno no le era desconocido. ¿De qué otra manera podría contenerse?

    - Toma a los soldados disponibles que puedas encontrar y bloqueen todos los puntos de acceso a esta calle. Mantén la gente a raya para que podamos transportar a los heridos a la residencia del gobernador.

    « Los heridos ».

    El soldado que había detenido a Cassia inclinó su cabeza antes Blasius y se alejó en la multitud.

    Axella veía a la gente del gobernador con más claridad ahora: estaban evacuando a las personas que podían caminar, transportando heridos en carros, impidiendo a la muchedumbre que se acercara al puerto.

    - Mi padre está allí, Blasius. - A juzgar por la manera en la cual Cassia lo miraba, parecía que estaba esperando que el hiciera todos esas atrocidades desaparecer, que trajera la ciudad de vuelta a su estado anterior.

    Blasius la miró a los ojos.

    - Lo sé. Las vidas de muchas personas dependen de lo que está sucediendo ahora. Podemos quedarnos aquí a hablar de esto, o ustedes dos pueden regresar a un sitio seguro. En algún lugar donde no estorben a los que están tratando de ayudar.

    Cassia alzó su barbilla para mirarlo a los ojos.

    - Tengo que ayudarlo. Tengo que llegar allí. Dile a tu gente...

    Blasius le tomo los hombros gentil pero firmemente y inclinó la cabeza hacia ella.

    No tenía ninguna posibilidad de hacerla desistir. Regresar a casa hubiera sido para Cassia lo mismo que echar a su padre en los manos de los piratas. No se hubiera perdonado nunca.

    Axella colocó una mano el el brazo de Blasius.

    - Entonces deja que nos quedamos. Permítenos hacer algo para ayudar.

    Blasius se dirigió hacia ella.

    - Le voy a decir a mi gente que las lleve a casa, donde estarán seguras.

    Cassia empezó a sacudir la cabeza violentamente, pero la mirada de Blasius se quedó inquebrantable.

    - Escúchenme. Mi gente ha estado en esta situación antes. Ustedes no. No están listas para enfrentarse a lo que esta pasando. Es el deber de la flota real proteger a tu padre, Cassia, no la tuya. Y ya lo están haciendo.

    Axella giró la cabeza en la dirección opuesta, hacia el lugar donde la lucha estaba aconteciendo. No podía apertar sus ojos de lo que estaba pasando más allá del puerto. Más allá de los barcos estacionados estaban los barcos de Silvanus, los barcos de la flota real y detrás de ellos, una multitud de barcos que Axella no había visto antes.

    Barcos piratas. Tantos, tantos barcos piratas. Axella intentó en vano contarlos, puesto que todas las fuerzas implicadas se movían rápido, pero en el horror del momento, le pareció que los piratas eran superiores en número. Los gritos duros de la gente en esos barcos resonaban hasta sus oídos, sobre la agitación que la rodeaba.

    Desistió de contar, ya que su vista se estaba nublando con lágrimas. Agarró a Blasius del brazo antes de caer de rodillas. El pavimento estaba frío debajo de ella, pero no le importaba.

    Se había enterado del horror de los ataques de los piratas, había oído sobre él de la boca de su hermano. Había sentido miedo cada vez que había sabido que Maximinus los estaba enfrentando. Aún así, jamás un tal suceso había sido tan real, puesto que había oído sobre ellos solo de cuentos.

    Incluso momentos antes, la lucha por Portus Avorum le había parecido distante. Hasta ese instante.

    - ¿Qué pasa? - Cassia se arrodilló al lado de ella un segundo más tarde. Sus manos estaban en la cara de Axella, quitándole las lágrimas.

    En algún sitio detrás de ella, Axella creyó oír la voz de su madre, pero ya nada existía de verdad, aparte del barco de su hermano. El barco en que Maximinus había trabajado desde que se había inscrito en la flota real, el barco cuyo capitán era. El barco que ahora estaba rodeado por piratas.

    Habían estado en situaciones peores.

    Maximinus seguía repitiéndose eso.

    Habían estado en posiciones más difíciles que ésta y habían salido victoriosos. La única diferencia era que, esta vez, los piratas eran numerosos. Mucho más numerosos.

    Calogerus no era temido solo por causa de su reputación y experiencia. Tenía la mayor tripulación y la flota más grande que Maximinus había jamás afrontado.

    Habían seguido a Silvanus en el momento que se acercó a Portus Avorum, antes de atacarlo. Maximinus no sabía si habían esperado rodearlo antes que llegara al puerto y no lo habían conseguido o si tenían la intención de robar tanto el puerto como el comerciante.

    No que tuviera mucho tiempo para pensarlo.

    Silvanus había mandado una señal de alarma en el momento en el que se había acercado al puerto, y la flota real había tratado de aplicar la estrategia utilizada en  tales casos - posicionarse entre los barcos del comerciante y los piratas, protegiendo también el puerto de este modo.

    Lo habían logrado parcialmente.

    Dos de los cuatro barcos de Silvanus habían sido robados, pero la tripulación se había escapado y había logrado distanciarse de los piratas y anclar en el puerto. El tercero, el más lejano del lugar donde los piratas habían atacado, había escapado intacto.

    Era el barco principal al que Calogerus se estaba apegando ahora, el que este había atacado personalmente desde el principio.

    Un barco que Maximinus suponía que era capitaneado por Calogerus flanqueaba uno de los lado del barco de Silvanus. Con la ayuda de unas pasarelas improvisadas, algunos de los piratas habían conseguido llegar a bordo del barco de Silvanus, donde ahora se estaban enfrentando a los soldados de la flota real.

    Los barcos de la flota estaban posicionados a ambos lados del barco de Calogerus, intentando determinarlo a retirarse, pero no podían hacer muchos daños, ya que estaban hostigados por los otros barcos piratas.

    En el otro lado del barco de Silvanus, parte de los barcos de la flota de Portus Avorum, entre ellos el que Maximinus capitaneaba, les impedían a los piratas que flanquearan el barco de Silvanus a ambos lados, dejando un pasaje libre para una posible retirada del comerciante.

    Después de unas horas, la lucha se estaba estancando. Los barcos de la flota real no se podían retirar, pues eso hubiera significado abandonar a Silvanus en las manos de los piratas. Calogerus, por otro lado, no daba señales de que estaba listo a renunciar.

    - ¿Por cuánto tiempo más crees que podamos resistir? - preguntó Faustus, con el pelo mojado de sudor, la camisa y los pantalones desgarrados y manchados de la sangre de sus heridas de espada, mientras que la misma determinación exhibida por los piratas, combinada con solo un poco de ansiedad, estaba visible en su rostro.

    Maximinus y Faustus habían liberado uno de los barcos que habían sido saqueados, al mismo tiempo que Gaius había coordenado el posicionamiento de los barcos de la flota real. En uno de los barcos opuestos a ellos, el almirante le estaba dando órdenes a su gente.

    - Esto no me gusta - respondió Maximinus -. No es parte de la naturaleza de los piratas sentarse y esperar.

    - Seguramente no es así que Calogerus ganó su reputación - Faustus fue de acuerdo.

    Un sonido ensordecedor reverberó en el aire.

    - ¿Qué...? Faustus se inclinó adelante, sus manos agarrando la borda.

    Una serie de ganchos gigantescos, colgados en cuerdas gruesas, habían sido lanzadas del barco de Calogerus en el de Silvanus, donde se clavaron en la cubierta. Al mismo tiempo, los otros barcos piratas abandonaron sus puestos, juntándose a su capitán.

    - ¡Van a tirar el barco detrás de ellos! - gritó Faustus.

    Si los piratas conseguían separar el barco de Silvanus de los de la flota real y rodearlo, la lucha estaba perdida.

    - ¿Qué no entendieron? ¡Tenemos que rodearlos! ¡Parte de ustedes se van a quedar detrás del barco de Silvanus, la otra parte debe avanzar! - tronó la voz de Maximinus, y a su rededor fueron lanzados señales de sonido para anunciar el cambio de formación.

    Los otros barcos piratas comenzaron a moverse al mismo tiempo que el de Calogerus. La madera del barco de Silvanus gimió atrozmente cuando el barco fue obligado a moverse.

    Maximinus sabía que, tan pronto como el otro lado del barco de Silvanus estaría expuesto a los piratas, también sería enganchado y arrastrado detrás de ellos, junto con todas las personas a bordo. Incluso el padre de Cassia.

    La flota real también se estaba moviendo, intentando rodear los barcos piratas. A Maximinus le parecía que todo estaba sucediendo demasiado despacio.

    Y luego, un pirata más masivo que todos aquellos a los que Maximinus se había jamás enfrentado saltó en el barco de Silvanus. Maximinus sabía quién era sin que nadie se lo dijera. El mismo Calogerus, seguido por su gente, estaba atacando las personas a bordo, para no permitirlos liberar el barco.

    - Esto no va a funcionar. No ahora - murmuró Faustus.

    Maximinus miró horrorizado como Gaius, aprovechándose de lo cerca del barco de Silvanus que el barco almirante se encontraba, saltó a bordo de aquél.

    Segundos después, Faustus hizo el mismo salto que su padre, seguido cercanamente por Maximinus.

    - Este juego acaba ahora - gruñó Gaius, sacando su espada mientras se acercaba a Calogerus.

    El último río, una risa que resonó sobre los ruidos de la batalla. Una risa que hizo que Maximinus temblara.

    - Ahora sé dónde venir para una buena diversión.

    Calogerus sacó su propria espada. Los dos hombres intercambiaron algunos golpes. Uno de ellos pasó justo por el cuello de Gaius, parándose en su hombro. Sangre roció en el aire, manchando la ropa de los dos oponentes y la cubierta debajo de sus pies. El aliento se le detuvo en el pecho a Maximinus.

    Gaius no reculó, continuando a atacar hasta que Calogerus le golpeó la herida del hombro con el codo, haciéndolo caer. Mientras Gaius se desplomaba, Calogerus apuñaló en el tórax. Gaius cayó de rodillas, sin ningún sonido.

    Detrás de Maximinus, Faustus sacó su espada. Maximinus ya estaba agarrando la suya.

    - ¡Calogerus!

    Los dos hombres mayores se giraron hacia ellos. Calogerus tenía un interés entretenido en los ojos, mientras que los de Gaius brillaban con miedo mezclado con furia. Su mirada les gritaba que volvieran.

    Maximinus ni siquiera pensó en semejante cosa. La sangre le hervía en las venas, retumbando en sus orejas.

    Solamente le ofreció a Calogerus la oportunidad de alzar su espada antes de lanzarse en un ataque furioso. El cuerpo de Calogerus era considerablemente más grande que el suyo y su mano golpeaba mucho más pesadamente, pero Maximinus se negaba a desistir, a pesar del sudor que le cubría el rostro y de su respiración pesada.

    Era una confrontación que parecía no acabar, pero a Maximinus le daba la impresión que si mantenía a Calogerus ocupado, eso iba a darles el tiempo necesario para ganar. Solo realizó que estaba reculando cuando su espalda atingió la borda.

    - ¡Se está muriendo! ¡Ayuda!

    El grito de Faustus tiró a Maximinus del ardor de la batalla. Volviendo la mirada, vio a Faustus sentado en la cubierta, al lado del cuerpo extendido de Gaius. Nadie a su alrededor parecía observar, todos concentrados en sus proprias luchas.

    Maximinus consiguió ver a Silvanus corriendo hacia Faustus desde la dirección opuesta, antes que Calogerus le abofeteara la muñeca con la empuñadura de la espada. La espada de Maximinus voló a través de la cubierta, aterrizando cerca del cuerpo de Gaius. La más terrible cosa era que el último ni siquiera notó el sonido, permaneciendo inerte en el suelo.

    ¿Estaba muerto?

    El toque frío del metal en su cuello hizo que Maximinus girara sus ojos de vuelta a Calogerus. Una ola de calor lo hizo mirar abajo, donde, encima de sus costillas, una mancha de sangre volvía su camisa roja.

    - Tienes más valentía que muchos veteranos con los que he tratado, chico- remarcó Calogerus.

    ¿Había una clase de admiración en su voz?

    - Por eso, no te voy a hacer mi prisionero. Te daré algo más digno. Una muerte rápida. ¿Qué piensas de eso?

    Calogerus estaba tan cerca que parecía aún más alto que antes. Mirándolo a los ojos, Maximinus se dio cuenta de que debería temerle a este hombre. Quizá realmente le temía, pero el miedo estaba sofocado por lo que acontecería con su madre, bisabuela y hermana si el muriera ahora, por lo que les acontecería a Cassia y Monica si Silvanus fuera secuestrado o también muriera, por la posibilidad que Gaius ya fuera muerto.

    - Creo - respondió Maximinus - que eres una leyenda en vida. Pero también creo que es bien que no haya olvidado que eres un hombre, a fin de cuentas.

    Habiendo dicho eso, Maximinus tomó el puñal que guardaba a su cinturón y se lo clavó en el torso a Calogerus, debajo de sus costillas, hasta la empuñadura.

    Con un gruñido de animal, Calogerus dejó caer su espada y puso su mano donde el puñal estaba clavado, luego dio unos pasos atrás. Sus ojos se movían de Maximinus a la mancha creciente en su camisa.

    Espantado, Maximinus se alejó, mirando a su alrededor. Soldados y piratas estaban mirando la escena petrificados, tan asombrados como él.

    Cerca, una mujer gritó bruscamente mientras corría hacia ellos. Los piratas en el barco se reagruparon en torno a ella mientras que los soldados en contra de los cuales habían luchado se reunían al rededor de Maximinus.

    Aunque había anticipado ser asesinado, ninguno de los piratas le prestaron atención, todos preocupados por su capitán.

    Tomaron a Calogerus y lo transportaron de vuelta a su barco, en las mismas pasarelas improvisadas en las que habían llegado en el barco de Silvanus. Los ganchos fueron retirados inmediatamente. El barco de Silvanus terminó su avance y, al mismo tiempo lo hicieron los barcos de la flota real, que lo habían rodeado parcialmente.

    Maximinus miró atónito como el barco pirata se retiraba apresuradamente.

    Una oleada de alivio lo inundó de la cabeza a los pies. Portus Avorum estaba a salvo.

    Pero más fuerte que lo que había hecho, más fuerte que la alegría de saber que la pelea había acabado en su favor, fue el estupor causado por lo que siguió. Los soldados y la tripulación en el barco de Silvanus comenzaron a gritar al unísono.

    Su nombre. Estaban coreando su nombre, en una ola de voces que pronto llegó a todos los barcos.

    Mirando a su alrededor, Maximinus fue agradecido por ser demasiado cansado para detener el aluvión de entusiasmo que pasó por el. Jamás había sentido algo así, y sabía que nunca más iba a sentirlo de nuevo.

    Gaius estaba vivo.

    La herida era seria, y la recuperación iba a tardar, pero estaba vivo. Maximinus no había conseguido verlo, ya que el doctor había pasado horas en el cuarto del almirante, pero se había prometido que iba a hacerlo al próximo día. Tenía que deshacerse de la imagen de Gaius en la cubierta, con Faustus desesperando junto a él, lo antes posible.

    El último se había quedado en la habitación de su padre a velar sobre el, y Maximinus no se había atrevido a disturbar la paz que tanto necesitaban.

    Los heridos habían sido alojados en la residencia del gobernador. Maximinus había caminado de vuelta a la casa de Gaius. El doctor que lo había visto había declarado que su herida no era grave y que iba a poder regresar en su barco al próximo día, siempre que no fuera implicado en ninguna batalla por una semana. Le había recomendado, sin embargo, quedarse en la cama esa noche, algo que Maximinus había sido feliz de hacer - el agotamiento se manifestaba bajo la apariencia de un dolor muscular que se había apoderado de todo su cuerpo.

    Aunque había estado en la cama por horas, no podía dormir. El adrenalina de la batalla aún le estaba pulsando en las venas, y unas cuantas horas más debían pasar antes que se desvaneciera.

    Cada vez que cerraba los ojos, su mente se llenaba de imágenes de Faustus tratando de ayudar a su padre, Calogerus teniendo su espada contra su cuello, las expresiones de su madre y bisabuela cuando se habían reunido, el pánico que había sentido cuando no había encontrado a Axella con ellas. Si tenía sus ojos cerrados demasiado, su memoria lo atormentaba hasta que su cabeza comenzaba a dolerle.

    La puerta se abrió despacio, y Cassia apareció en el marco. Maximinus se dio cuenta por su mirada que no esperaba encontrarlo despierto. Pasó los ojos sobre su cuerpo rápidamente, para asegurarse que no estaba herida.

    De pronto, Maximinus recordó que había sido invitado a la cena que Cassia y su madre iban a organizar para celebrar el regreso de Silvanus a casa. Le era difícil creer que había tenido tales planes solo horas antes.

    - Hola - dijo él, dándose cuenta de que su voz estaba ronca.

    - Hola.

    Cassia entro en la habitación, cerrando la puerta detrás de sí, pero no dio ni un paso más.

    - El doctor nos dijo que nos aseguráramos de que no tuvieras fiebre durante la noche. Convencí a Junia que me dejara encargarme de eso para que ella pudiera descansar.

    - Gracias. ¿Como están?

    Después de asegurarse de que Maximinus se encontraba bien, Sabina había regresado con Axella, quien estaba descansando en uno de los cuartos vecinos. Por lo que le habían dicho, su hermana se había desmayado durante el ataque, y le habían administrado un sedante ligero para ayudarla a superar la noche. Maximinus la había visitado antes que fuera visto por un medico también.

    - Cansadas, pero bien, creo. Sabina se ha quedado con Axella para cuidarla. Va a estar bien, una vez que despierte y se entere de que todo ha pasado.

    Con pasos inseguros, pero con una barbilla alta y una mirada determinada, Cassia se acercó a la cama y colocó la palma en la frente de Maximinus. Su actitud lo hubiera causado gracia, pero en el momento en que su piel tocó la de él, el tiempo pareció parar.

    - No tienes fiebre - dijo ella, aunque se retractó la mano como si él la hubiera quemado.

    - Quisiera un vaso de agua, si eres tan amable - le pidió el, más para acabar con ese momento incómodo que por sed.

    - Claro.

    Cassia se dio la vuelta y se dirigió hacia la pequeña mesa en la cual se encontraban una jarra de agua y un vaso.

    - Pero no creas que no sé que viniste hasta aquí por ti mismo.

    Maximinus río. Cassia estaba tomando su tiempo llenando el vaso.

    - No te he visto desde que regresé en tierra firme.

    Gaius había sido trasladado en uno de los barcos de la flota para llegar al litoral más rápido, mientras que Maximinus se había quedado atrás para coordinar la retirada.

    Un sudor frío apareció en su piel al recordar el momento cuando no había visto a nadie de la familia de Silvanus en el puerto o en la casa de Gaius. Muchas cosas podían pasar durante un semejante acontecimiento, cuando el miedo hacía que la gente perdiera la cabeza.

    - Después de traer a Axella aquí, mi padre llegó con los hombres que transportaban a Gaius. Luego se fue a ayudar con los otros heridos, mientras que yo y mi madre acompañamos a Faustus y su madre todo el tiempo que el padre de él estaba siendo examinado por los doctores. Solo después nos reunimos con Junia y Sabina.

    Cassia regresó al lado de la cama y le dio el vaso. Mientras Maximinus bebía, realizando que de verdad tenía sed, Cassia se sentó en la cama.

    - Mi comportamiento no fue nada adecuado para la situación. El miedo me hizo volverme loca. Solamente cuando Axella se desmayó conseguí controlarme. - Giró las palmas hacia arriba y fijó la mirada en ellas.- Estoy muy avergonzada.

    Maximinus puso el vaso en la mesa de noche al lado de la cama y le tomó las manos en las suyas. Estaban calientes, un calor diferente del calor feroz de la lucha. Un calor que le hizo pensar en un hogar. Un calor que se extendió por todo su cuerpo, ahuyentando el frío de la muerte que le había respirado en la cara.

    - Te voy a contar un secreto, Cassia. Yo también tuve miedo.

    Ella alzó los ojos abruptamente.

    - ¡Pero venciste a Calogerus!

    Maximinus suspiró, apoyando su cabeza de nuevo en el almohada.

    - Tengo miedo cada vez que

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1