¡Vaya lío con la escuela!
Por Ester Farran y Jordi Sales
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¡Vaya lío con la escuela! - Ester Farran
EL SEÑOR AMELA
Soy Judith Casals Grau, tengo ocho años
y hoy empiezo el colegio.
Estoy tan contenta que no puedo dejar de dar saltos.
¡Este año, Johan y yo iremos juntos a clase!
Mi madre se enteró de que en el grupo de Johan
había una plaza libre y, como conoce a la directora
porque es paciente suya en la consulta de podología,
le ha pedido que nos pongan juntos a Johan y a mí.
Cuando nos lo dijo, nos pusimos a gritar de alegría.
Gritamos tanto que se presentaron los bomberos
en casa de Johan. Un vecino los había avisado
de que debía estar pasando algo gordo.
–Mamá –le digo de camino al cole–.
Para darte las gracias por lo que has hecho,
te prometo que seré la alumna favorita de la profesora
y que estarás muy orgullosa de mí.
–No hace falta que seas la favorita de nadie. –Ríe–.
¡Ya estoy orgullosa de ti! Quiero que te lo pases bien
y que aprendas muchas cosas.
Cuando llegamos al colegio, me despido de mi madre
y corro hacia Johan, que lleva una máscara de búho.
–¿Por qué llevas una máscara? –le pregunto
mientras entramos en el cole a la carrera.
–La he hecho para que parezca que soy un pájaro,
así mis periquitos se sienten más…
¡Plaf! Johan se da de morros contra una esquina.
–Tendría que haber hecho más grandes los agujeros
para los ojos –dice medio aturdido.
Cuando llegamos a la escalera,
nos encontramos de frente con las Tres Marías
y me detengo.
–¿Sabéis qué? –les digo–. ¡Este año no iré al grupo A
con vosotras! ¡Iré al grupo B, y es una suerte!
Los del grupo A siempre tienen los peores tutores
y los del grupo B los mejores. –Les saco la lengua
y salimos corriendo en busca de nuestra clase.
¡Me encanta la nueva aula! Está llena de niños y niñas
que saltan por encima de las mesas;
una niña se pone una papelera en la cabeza
y juega a ser un robot;
un niño está escalando por las estanterías;
a un niño nuevo, al que la ropa le va grande,
le han robado el bocadillo y juegan con él a fútbol.
Johan guarda su máscara para no tener más accidentes.
Lanzamos nuestras mochilas encima de dos mesas
juntas para reservarlas y empezamos a bailar hiphop.
Es genial. ¡Cómo echaba de menos la escuela!
De pronto, aparece el señor Amela por la puerta.
–¡El señor Amela! –nos avisamos unos a otros.
Corremos a escondernos detrás de nuestros pupitres,
tan rápido como las cucarachas de la cocina
de casa de los abuelos cuando encendemos la luz.
–¿Por qué lo llamáis señor Amela y no por su nombre?
–pregunta el niño nuevo de las mangas largas.
–¡Shhht! –le decimos todos.
El señor Amela nos hace llamarlo así.
Su nombre es el secreto más bien guardado
de la escuela y nadie, jamás de los jamases,
ha conseguido descubrirlo.
¿Por qué viene a nuestra clase el señor Amela?
En silencio absoluto, observamos cómo el señor Amela,
inmenso y con la corbata y la americana desaliñadas,
arrastra los pies muy lento hacia su mesa.
Lleva el maletín de piel viejo colgando de un dedo.
Cuando por fin llega a la silla, se sienta, bosteza,
levanta el dedo, abre la boca y dice:
–Niños…
Un, dos tres…
Toda la clase cuenta en silencio
los segundos que tarda en decir la siguiente palabra.
Siempre lo hacemos y después nos peleamos,
porque nunca estamos de acuerdo en el tiempo
que ha tardado.
… seis, siete, ocho…
Johan debe haber perdido la cuenta.
Lo veo nervioso haciendo cálculos con los dedos.
… nueve, diez…
–¿Se encuentra bien, profesor? –le interrumpe
el niño nuevo del jersey con mangas superlargas,
que no está al tanto de cómo habla el señor Amela.
El señor Amela arruga las cejas a cámara lenta
y pone mala cara. El niño nuevo se encoge tanto
que casi desaparece.
–No… –grita el señor Amela– me gustan…
las interrupciones… Este curso…
seré… vuestro… tutor.
–¡¿Qué?! –gritamos todos.
–Debe ser un error –dice Gabriela,
que a lo mejor quiere que la aplasten como a un mosquito.
A mí se me ocurren muchas verdades que decir,
pero me callo. Le he prometido a mi madre
que este año sería la favorita de la profesora.
–¿Algún… inconveniente? –El señor Amela
hace un esfuerzo para abrir los ojos.
Todos estamos desconsolados. El señor Amela
tiene mala fama mundial por cuatro razones:
Razón número 1:
Es tan aburrido explicando que él mismo se duerme.
Razón número 2:
Quiere que lo trates de usted y te llama por el apellido.
Razón número 3:
¡Le gusta poner castigos pasados de moda!
Razón número 4:
Siempre tiene un alumno favorito
al que regala caramelos, aunque en el cole
está prohibido, y otro alumno muy odiado
que se pasa el curso castigado en el pasillo,
aunque también esté prohibido.
¿Cómo podemos tener tan mala suerte?
El señor Amela empieza a pasar lista.
–Babitas –dice.
–No es Babitas –corrige el niño nuevo–, es Balitas.
–Aquí… pone… Babitas. –El señor Amela
lo mira con ojos amenazantes.
–A veces se equivocan al escribirlo…
Algunos intentamos disimular nuestras risas
tapándonos la boca.
–Babitas –insiste el señor Amela.
–Presente –suspira de nuevo, cabizbajo.
–Casals –dice el señor Amela.
–Presente –respondo con voz de niña buena.
Miro hacia la puerta. Una de las Tres Marías, Virginia,
me muestra un cartel por la ventana de la puerta.
Me saca la lengua y desaparece. Oigo cómo se aleja, riendo como las brujas malvadas de las películas. Aprieto los puños de rabia.
Nieves tiene buena fama mundial por cuatro razones:
Razón número 1:
Es tan divertida que explica la lección
con una guitarra y cantando.
Razón número 2:
Deja que los alumnos le hagan bromas.
Razón número 3:
Jamás castiga. Dice que hablando se entiende la gente.
Razón número 4:
Es amiga de los niños, tanto si se portan bien
como si se portan mal.
–Ríos –bosteza Amela–. ¡Ríos! –vocifera.
–Señor –Johan, que estaba distraído hablando
por telepatía con una hormiga roja, hace un saludo militar–,
el estudiante Ríos, presente, señor.
El señor Amela sigue pasando lista.
–¿Conoces la razón de la mala fama mundial número 4
del señor Amela? –me pregunta Johan.
–Ya lo creo, le gusta dar caramelos a su alumno favorito
y castigar en el pasillo al que más odia.
–Tenemos que conseguir ser los alumnos más odiados.
En el pasillo nos lo podemos pasar muy bien
y podemos ir a inspeccionar el cole.
–Es que le he prometido a mi madre que este año
seré la favorita de la profesora.
–Pero este año no tenemos profesora,
tenemos profesor.
Tiene razón… Además, mi madre me ha dicho
que le da igual que sea la favorita de la profesora,
¡ella quiere que me lo pase bien y que aprenda
muchas cosas! ¡Justo lo que propone Johan!
Cuando el señor Amela termina de pasar lista, dice:
–Como es el primer día… –se rasca el sobaco
como un mono–, saldréis a la pizarra… y explicaréis…
o haréis… alguna cosa… que me interese. –Busca
en su bolsillo y saca un puñado de caramelos
que deja sobre la mesa–. Y esto será…
para el que consiga… aburrirme menos.
–Pero –protesta Babitas– en el horario pone
que ahora toca Matemáticas. Además, en el colegio
está prohibido repartir caramelos.
El señor Amela lo mira molesto:
–Tú sal el primero…