¡Maldita furgoneta!: Una historia de bicicletas, amistad y blues
Por Rafael Sio
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Lux, Vicky y Blas, los protagonistas de esta encantadora novela juvenil, aprenden a defenderse de quienes les hacen bullying, y encuentran, cada uno a su manera, intereses desconocidos; admiten sus errores y defectos, se equivocan, aciertan, se pelean, se reconcilian, pero sobre todo descubren el poder del compañerismo y de la solidaridad, de la música, el deporte y la amistad.
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¡Maldita furgoneta! - Rafael Sio
¡Un mal día!
Lux corrió por el largo pasillo todo lo rápido que sus piernas le permitieron, casi perdió el equilibrio cuando giró hacia los baños. Escuchaba las risas y los pasos de sus perseguidores acercándose rápidamente. Se detuvo solo un instante. Pensó que estaba perdido. En ese momento tuvo una idea, abrió la puerta del baño de chicas y se metió en uno de los servicios individuales.
―¡No te escondas, sabemos que estás ahí!
―¡Sal, o como tenga que sacarte yo, meteré tu cabeza en el retrete y tiraré de la cisterna! ―dijo J.M. mientras se atusaba el pelo y se miraba al espejo.
Álex, el más cobarde de los esbirros de J.M., golpeó con la pierna la primera de las cuatro puertas de los retretes y se apartó para que Tupé, el más osado y posiblemente más guarro de la banda de J.M., abriera la puerta. Tupé debía su mote a que tenía la manía de peinarse el flequillo para apartárselo de la cara, y como se pasaba el día comiendo bolsas de patatas grasientas, el pelo acababa el día ondeando como una vela de barco encima de su cabeza.
―¡Vamos, vamos! ¡Abre la segunda! ¡Solo tenemos cinco minutos para que los profesores se vayan y cierren las puertas y lo último que quiero es quedarme aquí encerrado! ―dijo J.M., y volvió a mirarse al espejo esta vez para colocarse bien la chaqueta.
―¡Solo queremos los cromos, te libraste en el patio, pero ahora no vas a escapar! ―gritó Álex ante la siguiente puerta.
Tupé abrió con fuerza la segunda y tercera puerta, rascó su garganta y arrojó un asqueroso escupitajo al suelo. Cuando se disponía a abrir la última, J.M. lo apartó con un brazo.
―¡Déjame a mí! ¡Ahora te vas a enterar! ―Cogió carrerilla y abrió la puerta de una fuerte patada.
El ruido retumbó en los azulejos del baño y luego hubo un silencio.
Los tres matones estaban perplejos, detrás de la puerta no había nada más que un solitario retrete. Antes de que pudieran decir nada se escuchó la voz del conserje.
―¿Queda alguien? ¡Vamos a cerrar las puertas! ―Inmediatamente los tres chicos se miraron y salieron corriendo del baño.
―No importa ―dijo J.M.―, arreglaremos cuentas en otro momento.
Todavía los latidos de su corazón le retumbaban en el pecho mientras escuchaba los sonidos de pasos alejarse. Lux bajó los pies del retrete, abrió la puerta y respiró profundamente. De repente escuchó un grito.
Levantó la cabeza y frente a él vio a Clara, la chica más guapa del último curso.
―¡Este es el baño de chicas! ¿Qué demonios haces aquí?
Intentó decir algo mientras sentía cómo los mofletes le comenzaban a arder. En ese momento, otra chica salió corriendo de uno de los baños.
―¿Qué es lo que pasa? ¡Aaaah! ¡Fuera de aquí!! ―dijo mirando al chico―. ¡Voy a llamar al director! ¡Pervertido!
Sin ser capaz de decir una sola palabra salió de aquel lugar todo lo rápido que pudo.
¡Maldita furgoneta!
Mientras Lux pedaleaba en su bicicleta al volver a casa, no podía dejar de pensar en lo sucedido. Subió por la calle principal y bajó por una de las calles antiguas, por la que ya no dejaban pasar a los coches. Esquivaba los charcos a gran velocidad, la bicicleta botaba en las viejas losas de piedra.
Me he librado esta vez, pero no lograré escaparme siempre
, pensó. En el próximo recreo me estarán esperando
.
Estaba aterrado y a la vez furioso. Solo se había negado a pagar la cuota que los matones del último curso habían impuesto a todos los cursos inferiores: tres de cada cinco cromos eran para ellos. ¡No era justo! Sintió rabia, bajó la cabeza y siguió pedaleando. Intentaba pensar en otra cosa, pero de pronto el encontronazo con las chicas en el baño le vino a la cabeza, volvió a notar cómo sus mejillas ardían, otra vez sintió rabia y mucha vergüenza. También sintió un fuerte golpe.
Le despertaron unas palmadas en la cara y escuchó una voz:
―¡Chico! ¿Estás bien?
―Sí, sí. ¿Qué ha pasado? ―Abrió los ojos y vio a un señor de barba blanca y gafas, bastante mayor, que lo sujetaba por el brazo para ayudarlo a levantarse. El señor parecía muy preocupado.
―¡Has chocado con mi furgoneta, te has dado un buen golpe!
―No es nada.
―Es mejor que llame a tus padres.
―No, estoy bien. ¿Qué hacía su maldita furgoneta en una calle por donde no pueden pasar coches? ―preguntó enfadado.
―Es la furgoneta de mi tienda de instrumentos, a los comerciantes nos permiten entrar para descargar la mercancía. ¿Seguro que no quieres llamar a casa?
―No, ya le dije que estoy bien ―respondió Lux mientras subía rápidamente a la bicicleta y se alejaba a toda velocidad.
―¡Eh, espera!
Lux no hizo caso y siguió pedaleando, tan fuerte como pudo hasta llegar a su casa.
En casa
Lux guardó la bici en el garaje del edificio y subió a casa. ¡Al menos es viernes
, pensó. Quería olvidar aquel horrible día cuanto antes. Al entrar, cruzó por el pasillo y desde allí saludó a su padre, que estaba en la cocina preparando la cena.
―Lux, ¡échame una mano con las coles! ―pidió su padre.
―Ahora no puedo, tengo deberes que hacer. Lo que me faltaba es tener que preparar unas asquerosas coles ―murmuró.
Se encerró en su habitación y se sentó en la cama, metió las manos en los bolsillos de su chaqueta y de uno de ellos sacó un taco de cromos, eran su tesoro más preciado, sus cromos de ciclismo. Estaba tan enfadado que ni siquiera tenía ganas de pegarlos en el álbum. Se tocó la cabeza, todavía le dolía un poco el golpe. Se tumbó en la cama y se quedó dormido.
A la hora de la cena, además de tragarse las odiosas coles tuvo que explicar a sus padres a qué se debía aquel moratón en la frente. Dijo que se lo había hecho con la bicicleta, pero cambió la versión de lo sucedido y les contó que había sido contra un árbol en el parque. Como habitualmente era un chico responsable, sus padres le creyeron.
―Has de tener más cuidado ―le dijo su madre bastante preocupada.
―Tu madre tiene razón, te puedes hacer daño. Ahora acábate las coles ―agregó su padre mientras señalaba una col que todavía le quedaba en el plato―. ¿Qué tal en la escuela?
―Bien ―mintió Lux―, pero estoy un poco cansado, me voy a ir a la cama.
Pinchó la última de las repugnantes coles y se fue a su habitación.
Un tesoro en el garaje
El sábado por la mañana toda la familia se levantó temprano para ir a visitar a los tíos y primos de Lux, que vivían en una casa en un pueblecito cercano al suyo, aunque mucho más pequeño y totalmente rodeado por campos y bosques. Lux detestaba aquellas tediosas reuniones familiares.
Antes de comer fueron a ver a sus primos disputar un partido de fútbol, ya que jugaban en una liga infantil local. Sus dos primos pequeños apuntaban a futuras estrellas, pero él odiaba el fútbol. Nunca se le habían dado demasiado bien los deportes, aunque al resto de la familia le encantaban. Cuando era más pequeño, sus padres le habían hecho probar el fútbol, el baloncesto e incluso el judo, pero ninguno se le daba bien y poco a poco los fue abandonando. Lo único que le gustaba era montar en bicicleta y no