Descubre millones de libros electrónicos, audiolibros y mucho más con una prueba gratuita

Solo $11.99/mes después de la prueba. Puedes cancelar en cualquier momento.

LAS OCHO LLAVES
LAS OCHO LLAVES
LAS OCHO LLAVES
Libro electrónico220 páginas3 horas

LAS OCHO LLAVES

Calificación: 0 de 5 estrellas

()

Leer la vista previa

Información de este libro electrónico

El pacto ha llegado a su fin y solo uno puede llegar a controlar el destino.
Jake Miller, un joven estudiante encontrará una llave misteriosa con una historia a sus espaldas. Tras ello, deberá embarcarse en la mayor aventura de su vida, dándose cuenta de que hay decisiones que no tienen elección.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento29 ago 2019
ISBN9788413265933
LAS OCHO LLAVES
Autor

P. H. SCOTT

Joven autor de 23 años. Creció junto a las historias de Harry Potter, y debido a su amplia imaginación y facilidad para crear escenarios, lugares y cosas fantásticas, hará que nos sumerjamos en una increíble historia de aventura a contrarreloj.

Relacionado con LAS OCHO LLAVES

Títulos en esta serie (1)

Ver más

Libros electrónicos relacionados

Artículos relacionados

Comentarios para LAS OCHO LLAVES

Calificación: 0 de 5 estrellas
0 calificaciones

0 clasificaciones0 comentarios

¿Qué te pareció?

Toca para calificar

Los comentarios deben tener al menos 10 palabras

    Vista previa del libro

    LAS OCHO LLAVES - P. H. SCOTT

    LAS OCHO LLAVES

    LAS OCHO LLAVES

    Página de créditos

    LAS OCHO LLAVES

    PHILLIPS H. SCOTT

    LAS OCHO LLAVES

    Copyright © 2016

    Aquellos que te dijeron 

    que nunca podrías hacer algo, 

    algún día les dirán a la gente

     cómo te conocieron.

    PRÓLOGO

                                                                         4 de Noviembre de 1951

                                                                         2:08 minutos de la madrugada

    En una acalorada habitación marcada por la mugre, las telarañas y las charlas de dos

    hombres, continuaban hirviendo varias ollas sobre un fuego constante.

    -Voy a necesitar más de musgo - dijo uno esparciendo unos polvos sobre una olla

    negra azabache, en la que borboteaba un pegajoso y  espeso líquido naranja azafrán.

    -No queda más - respondió el otro.

        Alan pasó las páginas del libro, impregnando sin querer las huellas de aceite sobre las finas hojas.

    -¿Doyle, ves esa estantería de ahí? - le preguntó removiendo le extraña cocción con

    un largo palo de metal.

    -¿Te refieres en la que están los botes de…?

         -La misma - respondió - busca uno que tenga el nombre de Cuprum.

        El hombre se acercó al polvoriento estante, al retirar algunos botes, un pequeño y peludo arácnido negro se deslizó por la pared hasta entrar por un hueco estrecho.

         -¿Qué es Cuprum? - preguntó con el bote en la mano.

         -Está escrito en latín - respondió Alan - es cobre.

         -Toma- dijo torpemente el otro.

        Alan abrió con sumo cuidado el botecito violáceo, en su interior, pedacitos de un despellejado aluminio bronceado se acumulaban en algo semejante a una montaña. 

        Casi todas las ollas estaban listas. En un cazo, un humeante líquido salmón esperaba a ser volcado sobre uno de los moldes que había sobre la mesa vieja y redonda. 

         -Ya podemos ir echando los líquidos en cada uno - anunció Alan.

         -¿Qué haces con eso?

         -Ya no necesitamos más - avisó volcando los restos de los líquidos sobre un recipiente vacío.

        Al cabo de dos horas, salieron de un horno los ocho moldes. Tenían la forma exacta de una llave, y cada una poseía un color y una forma distinta. Ambos hombres fueron sacando con cuidado de no quemarse una por una. Alan cogió un paño roído verde, donde las fue colocando con delicadeza.

         -¿Funcionará? - preguntó Doyle.

         -Según el libro sí, ¿Te importa pasarme un cuchillo?

        Alan había señalado a un montón de instrumentos de metal, muy próximos al recipiente donde estaban los líquidos sobrantes. Doyle se acercó con una llave en la mano, esquivando al vuelo un taburete que rodaba por el suelo. Dejó la llave al lado del recipiente y rebuscó entre la montaña de oxidados metales. 

        El cuchillo se quedó atrancado entre el mueble y la pared, no había forma de sacarlo aunque tirara de él. Tras varios intentos fallidos, consiguió sacarlo dándole un golpe al recipiente donde estaban los desechos de los líquidos. Estrepitosamente se vertieron sobre la llave que había dejado, dejándola completamente empapada de los restos.

          -¡La llave!- gritó Doyle-.

    Alan se acercó con sumo cuidado como si observara a un grupo de leones comiendo.

          -No nos sirve, tendremos que hacer otra- dijo éste-.

          -¿Cómo lo haremos?-.

          -No lo sé, déjame pensar-.

    Los líquidos que habían rodeado a la llave ya no estaban, se habían desvanecido sin dejar huella alguna. Alan comenzó a moverse de un lado a otro.

          -Tengo que consultarlo esta noche con la almohada- dijo-.

          -¿Me voy entonces?-.

          -Sí, pero llévate el libro - ordenó Alan –.

          -¿Quieres que me lo lleve?-.

          -Debes protegerlo, pase lo que pase-.

         Alan y él subieron las escaleras. Tras despedirse, fue a la habitación de su hijo, y se pasó observando su inocencia durante un largo rato. El joven de once años reposaba debajo de unas sábanas cálidas y esponjosas, el pelo podía entremeterse entre los ojos adormilados y su garganta producía un sonido relajado al roncar.

          Por último, se refugió en su habitación junto a su mujer. Una vez hubo estado 

    en la cama, apagó las luces. Podía notar como el nerviosismo no le dejaba tranquilo, dentro de tres día saldría de Pourstmont y comprobaría si todo lo que habían hecho hasta el momento daba su fruto. 

          Alan cerró los ojos. Ahora quedaba esperar.

    1

        Aquella mañana se presentaba fría, los empañados cristales de la ventana, estaban mojados tras la intensa tormenta de la noche. Jake, un chico de estatura normal de quince años, de pelo corto castaño y con ojos marrones anaranjados permanecía en la cama, con la mirada clavada en el techo, respirando lenta y profundamente, quizás, preocupado por el examen de literatura.

         Lentamente se levantó de la cama, sintió como un leve mareo le cubría todo el interior de la cabeza y puso con cuidado sus descalzos pies sobre la helada alfombra. Tras soltar un largo bostezo apretó la colcha, se impulsó hacia delante y se levantó de la cama.

         Dio aproximadamente cinco pasos cortos al ir hacia el armario, pero su paso se vio obstaculizado por algún extraño objeto que le produjo un dolor punzante en la suela del pie izquierdo. 

          Jake se agachó lentamente sobre la peluda alfombra. Dolorido y con ojos llorosos  se dio un masaje rápido en el talón y avanzó por toda la superficie del pie para descartar la presencia de alguna herida. Por suerte no había nada, así que se tumbó a ras del suelo para descubrir al causante de aquel instante de angustia. 

          El chico manoseó la retorcida manada de lana hasta llegar a un punto que parecía una diminuta montaña. Con delicadeza levantó la alfombra y observó perplejo la causante de todo: una llave pequeña, redonda y dorada. 

            -¿Y tú qué hacías ahí?- se preguntó arqueando las cejas.

    El chico abrió con dificultad el segundo cajón del escritorio, tiró la llave ignorándola a su interior y se fue directo al cuarto de baño a ducharse.

          Quince minutos más tarde, su madre le avisó desde la barandilla de las blanquecinas escaleras.

          -¡Vas a llegar tarde!

          -Ya bajo - respondió él atándose los cordones de sus zapatillas.

         Salteó rápidamente varios escalones hasta llegar al comedor. El ambiente estaba empapado de un dulce olor a café recién hecho y a tostadas con mantequilla. Jake cogió una, con temblorosos dedos se la puso en la boca y fue directamente hacia la entrada para coger su sudadera.

        -¿Sólo una? - preguntó su padre mientras bajaba el periódico y se quitaba las gafas para observar a su hijo.

          -Sí, no tengo mucha hambre - respondió dándole por fin un bocado a su tostada.

     El chico cogió su mochila y se acercó a su padre para despedirse. Repitió el gesto

    con su madre, pero tras el beso le dio un codazo a la taza de café provocando que cayera al suelo con un ruido seco. 

         Pam, su perro, se acercó a los pedazos de la taza  desparramados por todo lo que era un impecable suelo y empezó a lamer el café.

         -Que pases un buen día - se despidió su madre mientras Jake, con la puerta de la entrada abierta se giró hacia ella.

            -Oye - dijo - se os ha caído una llave en mi cuarto.

       -¿Una llave?- preguntó extrañada su madre mirando a su marido Steve - A mi no se me ha…

            -Es lo que he visto - le cortó el chico - me voy ya, voy a llegar tarde.

    Steve puso el periódico en la mesa de al lado, se levantó del sillón y se acercó a Flora, su mujer.

            -¿Sabes lo que eso quiere decir? – le preguntó atentamente y con brillo en los ojos.

    Y como si lo que acabara de decir fuera lo peor del mundo, Flora respondió mirando hacia donde acababa de salir Jake.

            -Ha llegado el momento.

    2

    De camino al autobús, echó una mirada nublada a su alrededor. El otoño empezaba a notarse, los árboles estaban prácticamente desnudos, aunque de algunos todavía colgaba una débil hoja, que el viento mandaría al suelo muy pronto. Sus vecinos los Thompson habían vuelto después de visitar a su familia en Irlanda. Los odiaba, sobre todo a su hijo  Patrick Thompson, un chico de estatura más o menos alta, de ojos claros y un semblante marcado por la soberbia y la inmadurez. Jake recordó la última paliza que recibió por su parte, que posiblemente volvería a recibir no muy tarde.

     Al entrar en el autobús echó una ojeada a los asientos y vio al fondo a Rovi, un chico de pelo negro y de ojos marrones, con algún grano salteado en la cara y apenas corpulento. Era su mejor amigo, por lo general era simpático, un poco cobarde y vergonzoso, pero a la vez tenía gran respeto y educación. 

            -¡Eh Jake!-le saludó levantando la mano-

    El chico se sentó en el viejo asiento manchado, justo al lado de la ventana. Pasaron cerca de Hyde Park, hasta que el autobús se paró para recoger a más alumnos.

    Esta vez, entraron dos chicas, una de ellas era Emma, una chica morena de ojos verdes que se sentó en primera fila, la conocía desde pequeño pero a partir de primer curso le dejó de hablar sin ningún motivo. Siguió mirando por la ventanilla hasta que de un momento a otro el autobús pegó un frenazo en seco.

            -¿Qué ha pasado? ...¿Por qué paramos? ...- se preguntaban todos asomándose al pasillo del autobús-.

            -¡Sentaos por favor!- respondió alarmado el conductor-.

    Jake miró hacia la ventana y atinó a ver un hombre que le miraba fijamente desde la otra acera. No le veía la cara, pero de todos modos avisó a Rovi para que mirara. Antes de que le diera tiempo, un camión pasó por el lado, y al quitarse, el hombre ya no estaba.

            -¿Qué quieres que mire?-preguntó Rovi-.

            -Da igual-.

            - Shakespeare te está dejando tocado -opinó su amigo-.

    Jake sabía que no se lo había imaginado,  pero sin darle más importancia siguió repasando literatura. 

    Al llegar al instituto bajaron del autobús, el nuevo guarda intimidaba cada día más a Jake con la mirada, fueron hacia sus taquillas para dejar los libros y se dirigieron al aula de lengua para hacer el examen.

     La profesora Helena entró a la clase, ordenó guardar los apuntes y sacar bolígrafo y papel.

            -¡No quiero chuletas de ningún tipo! -advirtió ella-. 

    El examen comenzó a repartirse hasta que le llegó a Jake, quien lo leyó detenidamente y empezó a escribir. Tras media hora, entró en un subconsciente, la cabeza le daba vueltas, seguía escribiendo con un leve escozor en las manos y a la vez escuchó una voz. Al principio era confusa, y pensó que Rovi tenía razón. Entonces, cuando la cabeza dejó de darle vueltas, la voz se escuchó más clara.

      Debes llevarla contigo, debes llevarla contigo, debes llevarla contigo…

    Jake cerró los ojos, se sentía confundido, no sabía qué hacer, la frase se repitió varias veces hasta que ya no podía aguantar más.

            -¡Paraa!-gritó levantándose de su asiento-.

    Helena levantó la vista desde su mesa.

            -¿Qué ocurre Jake?-.

            -Na…nada-tartamudeó sin mirarla-.

    Cogió su examen y lo entregó. Antes de coger su mochila, se percató de que todo el mundo le observaba, se sentía como un bicho raro.

    Salió del aula a trompicones y fue andando hacia la cafetería. Al girar la esquina casi se choca de frente con Emma, pero con un tímido perdón siguió adelante. Esa disculpa y algún que otro hola, eran las únicas palabras que se habían dirigido alguna que otra vez.

    Las clases acabaron a las tres de la tarde, los alumnos hacían comentarios sobre la fiesta de esa noche. Jake no se había acordado, era el viernes de la fiesta otoñal en el instituto, se celebraba todos los años la semana antes de Halloween.

     Esta vez, fue él quien esperó a Rovi en el autobús. Cuando llegó, le dio unas palmadas en el hombro y empezaron a hablar de lo que le había sucedido.

            -…entonces dices que escuchaste una voz ¿No?- intentó asimilar-.

            -Sí – afirmó Jake-.

            -Y exactamente ¿Qué decía?-.

            -Que lleve algo conmigo, solo eso- respondió mirando fijamente el asiento delantero-.

            -¿Qué lleves el qué?-.

            -¡No lo sé!- se moqueó el chico apoyando su cabeza sobre el cristal-.

    Jake deseaba llegar a casa, estaba muy cansado y necesitaba acostarse un rato en su cama, el día estaba siendo largo y deseaba que acabara bien.

    Al llegar, avisó a sus padres, pero nadie contestaba, fue hacia la cocina para coger un zumo y allí encontró una nota.

    Jake, tienes comida en el frigorífico para que la calientes en el microondas. Encárgate de que Pam no muerda las cortinas, llegaremos temprano. 

    Jake abrió el frigorífico rebuscando y cogió una cazuela con pollo asado, lo calentó y se sentó a comérselo. Intentaba separar los trozos de carne de los huesos cuando empezó a sonar el teléfono. Busco rápidamente un papel para limpiarse y fue a cogerlo.

            -¿Diga?- preguntó-.

            -¿Jake?-.

            -¿Quién es?-.

            - No te separes de esa llave-.

            -¿Quién es usted?- insistió-.

            -Debes hacerme caso-.

            - Lo siento pero…-.

            - ¡Tienes que irte de la casa! -.

            - Se equivoca de persona- aseguró Jake- adiós, tengo que colgar-. 

            -¡No, espera!-.

    Jake se quitó el teléfono de la oreja y lo miró. Pensó durante cinco segundos, pero al final decidió pulsar el botón. Se han equivocado pensaba una y otra vez dirigiéndose hacia su habitación.

    El chico abrió el segundo cajón, cogió la llave y la puso a la luz para observarla bien. Incluía un pequeño detalle que no había apreciado esta mañana, una M y una V se juntaban en el medio. Lo extraño era que no entendía de dónde había salido, ni tampoco cómo había llegado a su habitación.

    A las seis de la tarde se despertó sobresaltado por los lametones que Pam le daba en la mano, se había quedado dormido sin darse cuenta. La relajante ducha de agua caliente lo dejó como nuevo. 

    Antes de salir, cogió de un cenicero algo de dinero y cerró la puerta con llave.

    En el camino hacia la casa de Rovi comenzaba a atardecer. El barrio estaba lleno de niños jugando a la pelota o montando en bicicleta, recordó la primera vez que llegó allí, cuando tenía la misma edad que ellos, seis o siete años.

    Al llegar a casa de Rovi ya se había ocultado el sol, la luna y las farolas bañaban las aceras de las calles, y en unos escasos diez minutos se montaron en el coche de los padres. El señor y la señora Wayne eran muy agradables, ambos eran policías, el señor Wayne era un poco serio, con un cuello largo y estrecho con una nuez estrepitosa. En cambio, la señora Wayne, era más amable, débil y sentimental, con una dulzura sutil.

    En la entrada del colegio ya se escuchaban el jaleo de los alumnos, salieron del coche y se despidieron de los padres de Rovi. A paso lento vieron al grupo de matones, eran los amigos de Patrick Thompson - que al parecer no había llegado todavía –.

    Hablando entraron por la puerta principal, el largo pasillo de taquillas estaba lleno de alumnos que iban y venían del gimnasio, en donde se escuchaba ya de fondo la música. Al no ser una fiesta formal, nadie iba vestido con traje. Luke Carter miraba de reojo hacia los lados, estaba sin su hermano gemelo Adam, que ya era raro porque siempre estaban juntos. Marlenne, una chica pelirroja con pecas, tenía una libreta pequeña en la mano, escribiendo con un bolígrafo en cada una de las páginas. Era una chivata, y no tenía amigos, el único <> era el director. 

           -Tengo que ir al servicio, ahora te alcanzo- avisó Jake-.

           -Vale tío -.

    Con paso firme giró la primera esquina y se dirigió a los servicios del patio. Entró y se refrescó la cara con agua, estaba acalorado, así que lo necesitaba. Procedió a salir, pero escuchó unas altas voces afuera.

            -¡Te he dicho que me dejes!-decía la voz de una chica-.

            -¡Cuántas veces debo de decírtelo!-gritó un

    ¿Disfrutas la vista previa?
    Página 1 de 1