Anécdotas de una tía
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Anécdotas de una tía - Alberto Jiménez Montiel
CAPÍTULO 1
LA BURRA
Pues vamos a empezar con esta anécdota de cuando tenía unos cinco años aproximadamente.
Mi queridísima tía estudiaba entonces en el antiguo colegio Santo Ángel, en pleno centro de Jerez. Un día, estaba en clase y sentada en su sitio. Por aquel entonces, los pupitres eran dobles y ella estaba sentada junto a una compañera.
Ese día, a la compañera le entró un pequeño mareo y se dejó caer sobre ella. Y entonces, Angelita, siendo como es, le dio un pequeño empujón a la pobre chica mareada y le dijo «¿Qué haces, niña?», e hizo que se cayese la pobre compañera.
Claro, la profesora tuvo que intervenir, y siguiendo con la tradición de los grandes castigos de la época, le hizo ponerse unas orejas de burro a mi tía. Muchos os preguntaréis el porqué de las orejas. La monja tenía su razón, le puso las orejas porque era muy burra.
Aparte de las orejas, le hizo pasearse con esa diadema por las distintas clases. Sin embargo, no fue la que peor lo pasó. Su hermana Regli (mi otra tía), sufrió más, puesto que era la mayor y estaba a su cargo, y sufrió bastante vergüenza ajena.
IllustartionCAPÍTULO 2
EL INCIDENTE CON LAS MONJAS
Hace ya bastantes años no había tantas papeleras en los colegios, y según me cuentan, para no tirar los papeles de los bocadillos al suelo, las niñas se los guardaban en los bolsillos.
Cierto día, mientras una de las monjas daba clases, a un grupo de chicas no se le ocurrió mejor idea que tirarle las bolitas de los envoltorios de los bocadillos a la profesora. Como es normal, al primer artefacto se volvió a preguntar quién había sido, y como nadie se dio por aludida, siguió con la clase.
Cada vez que se ponía a escribir algo en la pizarra le volvían a tirar bolas a la monja. Ya cansada, la chivata de la clase delató:
—Han sido Fulanita, Menganita y MONTIEL —Que era mi tía.
Mi tía, que otra cosa no, pero mentirosa era, lo negaba todo.
—Hermana, yo no he sido, yo no le he lanzado ningún papel —se defendía mi tia con apenas doce años.
—Montiel, te han visto, además, tienes los bolsillos llenos de bolitas —le regañaba sor, no sé cómo se llamaba.
—Hermana, le juro que yo no le he tirado ninguna bola —respondía con lágrimas en los ojos—, yo solo recogía las bolitas que estaban tirando las otras niñas.
—¡Mentira! ¡Y no jures en vano! Ahora llamo a vuestros padres.
Y cómo no, llamaron a mis abuelos a una tutoría. De esta tutoría se siente muy orgullosa mi abuela. Los padres del resto de las niñas creían a sus hijas, en cambio, cuando la monja fue a hablar con los padres de Angelita, pasó todo lo contrario. Mientras mi tía lloraba y lloraba diciendo que ella no había sido, la monja decía que tenía los bolsillos llenos y que le habían visto. Mi abuela, efectivamente, no creyó a su hija, y le dijo a la profesora:
—Hermana, si usted me dice eso de mi hija, me lo creo, mi hija es igual en casa.
Tras esta reunión, fue expulsada tres días de clase.
Años más tarde, le preguntamos a Angeli si de verdad estaba recogiendo las bolitas del suelo para que no ensuciaran, y como nos imaginábamos, era mentira, ella era la primera que tiraba las bolas a las monjas.
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