A primera hora de la mañana del 2 de marzo de 2023, unos operarios se afanaban en montar una carpa en la meseta de Guiza, en Egipto. Bajo un sol de justicia instalaron en su interior una enorme pantalla de proyección sujeta a dos torres metálicas, las banderas y el atril donde, horas más tarde, las autoridades egipcias y los responsables del Proyecto ScanPyramids anunciarían a la prensa internacional un sensacional descubrimiento sobre la Gran Pirámide de Keops.
Presentado en noviembre de 2015, el proyecto Scan Pyramids mapeó dos pirámides de Guiza y dos en Dahshur, al sur de El Cairo, mediante técnicas no invasivas, con el fin de descubrir los secretos que todavía guarda en su interior la Gran Pirámide de Keops. Su tamaño, precisión y belleza son fuente de inspiración para arquitectos e ingenieros de todo el mundo pues, no en vano, estamos frente a uno de los monumentos más icónicos de la Humanidad, la última de las siete maravillas del mundo antiguo que se mantiene en pie.
Con una altura original de 147 metros y una base cuadrada que mide más de 230 metros de lado, me siento pequeño cuando estoy frente a ella. Me sobrecoge pensar cómo, hace 5.500 años, los antiguos egipcios pudieron ejecutar esta obra faraónica en menos de cincuenta años, moviendo –sin ruedas–alrededor de 2,3 millones de bloques de piedra caliza y granito rosa de Asuán, con un peso prome- dio de 2,5 toneladas por bloque, y cómo pudieron apilarlos –sin grúas ni poleas–, por mucho que el tamaño de los bloques disminuya a medida que se elevan, para formar los cuatro lados de la pirámide.
Este reto de la ingeniería ha alimentado la fascinación de generaciones que han visto en la Gran Pirámide desde una gigantesca biblia pétrea, en cuyos elementos arquitectónicos estarían codificadas revelaciones