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¡Vaya lío con las vacaciones!
¡Vaya lío con las vacaciones!
¡Vaya lío con las vacaciones!
Libro electrónico147 páginas1 hora

¡Vaya lío con las vacaciones!

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Información de este libro electrónico

SUMMARY IN SPANISH:
¡ Si te quieres reí r, este es tu libro!
Ya han empezado las vacaciones de verano. ¡ Y menudas vacaciones! Judith y Johan vivirá n divertidí simas aventuras en el pueblo. La amistad con los Jorges y la obligació n de ejercer como hé roes justicieros los llevará n a vivir escenas có micas e irrepetibles. ¿ Quieres acompañ arlos?
Una novela de humor adaptada por la asociació n Lectura Fá cil, que adapta los textos para una mayor facilidad de comprensió n lectora, siguiendo las directrices internacionales de la IFLA (International Federation of Library Associations and Institutions).

LIBRO ESCRITO ORIGINALMENTE EN ESPAñ OL.

SUMMARY IN ENGLISH:
If you want to laugh, this is your book!
Summer holidays have already started. And wow, what great holidays! Judith and Johan will experience fun adventures in the town. Their friendship with the Jorges and their obligation to act as vigilante heroes will lead them to experience comical and unforgettable scenes. Would you like to join them?
A humorous novel in Spanish, adapted by the Easy Reading Association, which adapts texts to make reading comprehension easier, following the international guidelines of IFLA (International Federation of Library Associations and Institutions).

ORIGINALLY WRITTEN IN SPANISH.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento17 may 2023
ISBN9788418664786
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    ¡Vaya lío con las vacaciones! - Ester Farran

    EL ABUELO Y LOS BOLOS

    Soy Judith Casals Grau, tengo ocho años

    y hoy empiezo las vacaciones de verano en el pueblo.

    Estoy tan contenta que no puedo parar de dar saltos.

    Cada verano los abuelos se toman unos días libres

    y van a la casa que tienen en el pueblo donde crecieron.

    Mamá dice que me va muy bien ir allí.

    Este año, además, ha tenido una superidea:

    ¡mi amigo Johan viene con nosotros!

    Hace rato que estamos aparcados delante del edificio

    de Johan; esperamos a que baje con la maleta.

    ¡No puedo parar de saltar de la emoción!

    –¡Estate quieta, criatura! –dice la abuela Morrona

    haciendo morros–. ¡Me estás mareando,

    y mira que el coche está parado!

    –¿Por qué tardará tanto? –dice el abuelo.

    Vamos al pueblo el mismo día que se celebra allí

    el gran campeonato de bolos.

    El abuelo quiere llegar puntual

    para dar suerte a su equipo.

    Incluso se ha puesto su corbata de la suerte.

    Está muy nervioso y, sin darse cuenta,

    se seca el sudor de la frente con la corbata.

    –Abuelo –le digo–, ¡te estás limpiando con la corbata!

    El abuelo da un brinco y la coloca bien.

    La corbata de la suerte del abuelo es sagrada.

    Es de rayas enormes, blancas y azules.

    Los colores de su equipo de futbol preferido.

    Yo pondría más colores, quedaría mejor.

    Incluso le pondría algún monstruo entre las rayas.

    Johan sale de su portal.

    Lleva un carro hecho con trozos de madera

    cargado con maletas,

    bolsas de plástico llenas de juguetes.

    También lleva una flauta y, encima de todo, la jaula

    con su periquito medio desplumado.

    –Hola, amiga del alma¹ –le digo bajando del coche–.

    ¿Te has hecho tú el carro?

    –Hola, amigo no imaginario¹ –me dice–.

    Sí, lo hice para trasladar todas las maletas.

    El abuelo sale del coche:

    –¿Piensas que tengo un camión, chico?

    –Si cree que llevo demasiadas cosas,

    puedo dejar el cuaderno de deberes de verano.

    –¡Solo puedes llevar una maleta! Y esto

    nos lo llevamos. –Agarra el cuaderno de deberes.

    –La flauta también la necesito, tengo que practicar.

    –Ni hablar de la flauta. ¿Quieres que terminemos todos

    con dolor de cabeza?

    –Se sabe el himno de tu equipo, abuelo –digo yo.

    El abuelo tira la flauta al maletero a regañadientes.

    Entonces se fija en el periquito.

    –El pájaro se queda, no quiero bichos.

    –Señor abuelo de Judith, mi madre trabaja todo el día

    y se olvidará de darle de comer y de cantarle.

    –¡He dicho que no!

    –Abuelo –de pronto he tenido una idea–, míralo bien,

    ¿has visto que tiene las plumas blancas y azules?

    –Me estáis liando y llegaré tarde. Haced lo que queráis,

    pero si viene lo vais a cuidar vosotros. ¿Entendido?

    Johan sube con el abuelo a dejar las bolsas que sobran.

    Cuando regresan, Johan y yo nos sentamos

    en el asiento de atrás, con el periquito en medio.

    El abuelo arranca el coche. Entonces Johan

    se saca como 40 agujas de ganchillo

    de debajo de la camiseta.

    —Las he rescatado de las garras de tu abuelo —dice Joahn.

    Y luego le grita al abuelo:

    —Señor abuelo de Judith, ¿por qué vamos tan despacio?

    –Porque esta carretera está llena de radares.

    Y no quiero llegar tarde por culpa de una multa.

    Tengo que dar suerte a mis amigos.

    –¿Y cómo les da suerte? ¿Tiene algún superpoder,

    como los Power Rangers?

    –Soy muy bueno a los bolos –dice el abuelo sonriendo–.

    Pero mis amigos creen que soy bueno

    gracias a la corbata. ¡Son muy supersticiosos!

    –Y si tú no eres supersticioso, ¿por qué motivo

    no has lavado esta corbata ridícula en 10 años? –se queja la abuela.

    Llevamos mucho rato en el coche

    y estamos muy aburridos. He suplicado mil veces

    que paremos porque tengo el trasero dormido,

    o para hacer pipí, o porque hemos visto un ovni,

    o para vomitar…,

    pero los abuelos dicen que no vamos a parar.

    –Deberíamos poner un nombre al periquito

    –le digo a Johan.

    –Sí, cuando encontremos el mejor nombre

    de la historia de los periquitos –responde Johan.

    –¿Qué tal Chocolate-blanco-y-azul?

    –Mejor pienso yo el nombre –dice Johan

    haciendo una mueca.

    Entonces saca de su bolsillo un cordel.

    –¿Has visto? Le he hecho una correa,

    así lo podremos pasear como a un perro.

    De pronto la abuela grita:

    –¡Madre mía! Para en la siguiente zona de descanso.

    Tengo que tomarme la pastilla

    y necesito agua de la fuente.

    El abuelo refunfuña, pero para.

    –Nosotros también nos bajamos para ir a la fuente

    –digo yo.

    –Ni se os ocurra moveros del coche –nos manda

    el abuelo, y se va con la abuela.

    Los abuelos se acercan a la fuente.

    –Voy a espiar, no los vayan a secuestrar

    –dice Johan saliendo del coche sin hacer ruido.

    Se arrastra por el suelo y aparece por la otra puerta.

    Yo quiero imitarlo, pero veo que el abuelo

    nos está mirando.

    Cuando regresan, el abuelo mira el reloj.

    –Ya llego tarde…

    El abuelo arranca el coche y conduce.

    Johan vuelve a contar las agujas de ganchillo.

    Hace movimientos muy raros.

    Quiere mirar debajo del asiento,

    pero el cinturón se lo impide.

    –Me falta una aguja –dice–. Solo hay 39.

    Johan suda tanto como el abuelo. El abuelo, además,

    mueve la oreja de una forma extraña.

    –¿Oís un ruido raro en el coche? –pregunta el abuelo.

    –Tiene razón, señor abuelo de Judith –dice Johan,

    y se concentra–. Se oye algo metálico.

    Como si una pieza delgada y afilada golpease

    el suelo, como si… –De pronto abre los ojos–.

    ¡Nada! ¡No oigo nada!

    El abuelo para el coche. Abre el capó.

    Está desesperado. Los abuelos miran el motor,

    aunque no tienen ni idea de motores.

    Yo miro debajo del coche… y veo a Johan tirando

    de la aguja que se ha clavado en la rueda de delante.

    Fiiiiiiiiiu, hace la rueda mientras se deshincha.

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