En el muro del Malecón
Por Miguel Barnet
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Miguel Barnet
Miguel Barnet (La Habana, 1940) es un poeta, narrador, ensayista y etnólogo cubano, discípulo de Fernando Ortiz y colaborador de Alejo Carpentier. Sus novelas-testimonio, en las que examina diversos momentos de la historia de la isla a través de la narración oral de sus protagonistas, son un hito inexcusable dentro del panorama de la literatura en español del siglo XX.
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En el muro del Malecón - Miguel Barnet
Índice de contenido
MIOSVATIS
EL CUERPO
FÁTIMA O EL PARQUE de la fraternidad
EL MORO
EROS & TANATOS
MOSCAS
AMOR
MALECÓN
EL MAR
FE DE ERRATAS
MADRIGAL PARA JOSEFINA SEIJO
MADRIGAL PARA
MERCEDES GARCÍA
DE PROFUNDIS
CONTRADICCIÓN
CANCIÓN I
CANCIÓN II
CANCIÓN III
CANCIÓN IV
CANCIÓN VI
MUCHACHA EPISTOLAR
MUCHACHA NEGRA
MUCHACHA INTEMPORAL
CANCIÓN I
DESCARGA
PALABRAS
MANUSCRITOS INCONCLUSOS
FUGA
EL VIENTO
EN EL BARRIO CHINO
FAX
LOS SESENTA
MEMORÁNDUM I
MEMORÁNDUM II
MEMORÁNDUM V
MEMORÁNDUM VII
MEMORÁNDUM IX
MEMORÁNDUM XI
MEMORÁNDUM XX
RECLAMO
OIGO A LOS ÁRBOLES
SECRETO A VOCES
UN CANTO
UN DÍA SIN FECHA
HOY QUE ABRES LOS BRAZOS
EL LUGAR SIN ECOS
DONDE MUCHOS ROSTROS
SE CONFUNDEN
MORIR DE AMOR
BORRADO POR LA NOCHE
¿SABES QUÉ?
Edición: Bertha Hernández López
Diseño de cubierta: Carlos Alberto Masvidal
Diagramación: Pedro Sevilla Guerrero
Conversión a ebook y corrección: A. Molina
© Miguel Barnet, 2013
© Sobre la presente edición:
Ediciones Cubanas, Artex, 2015
ISBN: 9789597230694
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Ediciones Cubanas, Artex
5ta. Ave. esq. a 94, Miramar, Playa,
La Habana, Cuba.
E-mail:editorialec@edicuba.artex.cu
Todo hombre se avergüenza
de su rostro contaminado de sueño
Marguerite Yourcenar
MIOSVATIS
Para Wolfang Eitel
El museo de Zurich es cuadrado. Y frío. Pero tiene la mayor colección de piezas de Giacometti que he visto en mi vida. Figuras alargadas, contritas, con los brazos pegados a los cuerpos, de un bronce viejo, patinado, que recuerda las esculturas baulé o senufo, ahora no podría decir con seguridad.
Son muy tristes las esculturas del artista suizo. Esos brazos pegados al cuerpo le quitan libertad, las hacen prisioneras, atadas al capricho del artista. De todas las piezas del museo la más doliente es el perro raquítico y gigante sobre una base que tampoco sabría decir si es de madera o de mármol. Pero es el famoso perro de Giacometti reproducido en postales que ha recorrido el planeta. Yo no me detuve demasiado ante él porque me gustan los animales vivos, sobre todo los perros. Pero Wolfang sí. Wolfang lo miró con detenimiento y me dijo, ahorita bajamos, tomamos algo y voy a comprar la postal con el perro de Giacometti.
En la cafetería del museo abrí una coca cola light y observé a Wolfang que iba presuroso en busca de la postal con el perro enclenque a quien todo el mundo fotografiaba. Esta postal, me dijo, la vas a llevar a Cuba y se la vas a entregar a Miosvatis, mi novia negra de la calle Trocadero. ¿Te importaría? Claro que no, Wolfang, ya sé que tus negras siempre esperan algo de ti.
Se llama Miosvatis, me dijo, y es una negra muy linda y muy cariñosa. Me imagino Wolfang, no te preocupes, yo le llevo la postal.
Zurich es una ciudad gris, intacta, un set de cartón con un río y puentes parecidos a los de Leningrado, con vendedores de helado y cacahuetes y palomas de pecho violeta que, como en las películas de Vitorio de Sica, se te posan en los hombros y vienen a comer a la palma de la mano. En verano Zurich se abre como una caja de música, pero en invierno es triste como un sarcófago.
Wolfang y yo caminamos los puentes, la ciudad, las calles estrechas, medievales, visitamos los cafés donde Tristán Tzara, Lenin y Thomas Mann se sentaron a contemplar el cielo acerado de Zurich.
En uno de esos cafés Wolfang dedicó la postal que yo debería traer a La Habana. Yo soy Juanito allá, me dijo, porque mi nombre es muy raro, ¿no te parece? Y escribió junto a mí: Querida Miosvatis: Como este perro triste y flaco estoy yo contigo en Suiza. Pronto nos veremos en Cuba y seré de nuevo un perro feliz, tu perrito. Recibe todo el amor de Juanito
.
El helado de cassis se me derramaba en la ropa y, desde luego, contrastaba con la cerveza Heineken que Wolfang se tomaba frente al río. Un cielo encapotado pero de verano hacía más íntima nuestra conversación. Hablamos de Cuba como siempre, del futuro, de la ciudad del dadaísmo, vimos una barcaza cargada de turistas japoneses y nos sentimos felices de estar juntos de nuevo mi amigo Wolfang, qué digo, Juanito y yo, arreglando el mundo mientras los turistas japoneses fotografiaban el puente y las palomas y a lo mejor hasta nosotros salíamos en la fotografía, porque ahora estábamos sentados en un banco a la orilla del río.
Vamos a comprarle unos zapatos a tu mamá, dile que el alemán se los manda. Y también vamos a comprarle un perfume a Miosvatis y un Swatch azul para que le haga combinación con su piel.
Zurich es elegante. No es una ciudad donde el tropel del consumismo lo apabulle a uno. Se compra con tranquilidad y nadie viene a tirarte la mercancía por la cabeza. Compramos los zapatos, el perfume Giorgio y el reloj de pulsera azul y esfera caleidoscópica.
Wolfang y yo nos despedimos hasta La Habana. Y ya en el hotel volví a leer la postal con el perro raquítico y la firma de Juanito, mi amigo alemán.
A la mañana siguiente tomé el tren de París, crucé los lagos más bellos de Europa con la postal, el Giorgio y el Swatch en mi bolso de piel. Los zapatos de mi madre los