LoCura
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Con solo un par de días antes de partir definitivamente a Portugal, la autora sufre un accidente de tránsito en los Países Bajos. Este relato no-ficción describe sus viajes a Portugal y por Europa desde 2018. Los flashbacks de la protagonista la llevan a Chile, el último país donde vivió antes de venir a los Países Bajos para refugiarse de la violencia doméstica.
La incapacidad para leer, escribir o comunicarse correctamente en los idiomas que habla, pero especialmente en Castellano fueron un choque emocional. No poder escribir fue el detonante de una depresión.
El sistema de salud de los Países Bajos es uno de los mejores del mundo y fue clave en su recuperación. Su familia y los viajes por Europa fueron la mejor medicina para el impacto emocional y los problemas cognitivos.
LoCura es un testimonio personal, que describe una de sus grandes pasiones, peregrinar por diferentes países para observar y disfrutar su cultura. Se describen también los cambios que el turismo de masas ha hecho en la cultura del sur de Portugal, así como la autenticidad de su gente en el Norte del país.
En esta bitácora el lector podrá disfrutar de la música en videos y audios que sirven de marco a las experiencias de la autora. Los hermosos paisajes de Valencia, Lagos, Porto, Figueira da Foz, Viseu que se incluyen intentan darle al lector una experiencia vivida y diferente.
Nuria Garcia Arteaga
Defines herself as a mix of cultures and races.Award-winning Author/Novelist, scriptwriter, playwright; music composer, producer and singer, speaks 6 languages. Born in Peru, her father was African American, her mother Peruvian. While working at United Nations she met her husband, a Dutch diplomat. She graduated as Psychologist at the Catholic University in Santiago, Chile; pursued MA studies on international politics at Universidad de Chile. She moved to the Netherlands in 1982 and followed PhD studies on Pedagogy at Leiden University. Mother of 4 sons, she has travelled for her work in Latin America and Europe. Currently living in the Netherlands.
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LoCura - Nuria Garcia Arteaga
Prefacio
He dejado en la casa de mi tercer hijo todas las pertenencias que tienen valor sentimental. Me horroriza la idea de que durante mi ausencia entren a robar como hicieron hace dos años. Las fotos, videos de mis hijos, de nuestros viajes por Europa y América Latina son un tesoro que no puedo perder. Miro con paciencia la luz que por fin se torna verde. Algo detrás de mi me golpea con fuerza y siento como mi cabeza es lanzada hacia adelante y luego de rebotar hacia atrás vuelve a acercarse al timón del auto.… que demonios… todo se vuelve oscuro.
Lagos, amor ipso facto
Tengo gratos recuerdos de 2018, el primer invierno que pase en Lagos. Una llamada a mi hijo mayor porque era difícil y caro hallar un depa para arriendo. Mi hijo fue agente inmobiliario en Mallorca y tenía contactos. No sé cómo lo haría, pero en menos de una hora recibí una llamada de una agente de Australia que me ofreció una posibilidad en Marina Park. El lugar me encanto. Piscina, dos canchas de tenis, un bistró, vigilancia por las noches, una enorme terraza y a pocos minutos de camino hacia la Marina. Perfecto porque, a mi encanta caminar de tres a diez kilómetros por día.
Lagos tiene una Marina con boulevard donde los bares dejan oir música en vivo varias veces por semana. Restaurantes para todos los gustos desde el mas refinado como Real en pleno centro del pueblo, Petisqueria donde sirven manjares inspirados en frutos del mar hasta el más sencillo y barato donde acuden los portugueses a saborear la cocina local por kilo a precios casi de regalo.
Fue un invierno productivo. Me sentaba en la terraza con mi laptop y escribía sin parar, editaba sin descanso y publique una novela corta y tres relatos breves. Pude escribir en la terraza hasta principios de diciembre.
Mis publicaciones son multimedia y los audios son parte importante. El silencio era casi total, grababa en mi iPhone los poemas o fragmentos de escritores que admiraba y que formaban el prólogo o epilogo de cada uno de mis relatos. Lo único que registraba mi iPhone era mi voz. No había ningún otro sonido o ruido en cada grabación.
Mis vecinos eran Escandinavos alemanes y uno que otro francés. Solo un par de veces le pedí a un fulano, que no se si era portugués, que llevara su perro a cagar a otra parte, que esos jardines no eran para canes sino para los residentes. Por costumbre yo hablaba en inglés y si no entendió el tono de mi voz o mi cara de enojo le dejaron en claro que era capaz de saltar el balcón y enfrentarme a él y a su perro. No tenía idea que dos años más tarde el asunto seria al revés. Mayoría de ‘Asos’, como les llamamos en los Países Bajos a quienes se comportan como renegados sociales, y que esta vez habría muy pocos escandinavos.
La bonanza de turismo parecía no tener fin. Mi hijo mayor decidió comprar un departamento en Praia da Luz.
En ese momento estaba negociando un nuevo trabajo y tuvo que abandonar la idea. Fue lo mejor que pudo hacer. Sigo convencida de que mis hijos y yo tenemos ángeles de la guarda. Él ya había conocido a lo que hoy es su pareja y tienen un hijo que es un bailarín, un loro sin parar y no se parece en nada a mí. Con sus rizos rubio pelirrojo y su carita de muñeco es el reflejo de su mama y del padre de mi hijo. Mas que sorprenderme me parece una reacción lógica de la genética porque mis cuatro hijos se parecen físicamente a mí, con sus rasgos asiáticos, indígenas y algo de holandés.
De Budens a Praia da Luz
Cuando le escribí a una colega de Paris con la que habíamos participado en simposio de educación que me iba a pasar el invierno al Algarve, me respondió pidiéndome que ayudara a su hermano de un poco más de sesenta, ya jubilado y que había comprado una casa en unos cerros afuera de un pueblo llamado Budens, había dado por concluida su vida en Francia y quería quedarse a vivir para siempre en Portugal.
Ella había ido a verlo cuando recién se estaba mudando. La casa era espaciosa y con seguridad mucho más grandes que las que se podían comprar en Francia por el precio que su hermano había pagado.
Llegué a Faro y me fui en el bus que va hasta el centro de lagos y ahí me esperaba el hermano de mi colega. Atravesó Lagos, entro por una carretera, a lo lejos se veían grandes terrenos con jardines que rodeaban hermosas residencias y empezó a subir por un camino de trocha en el que avanzamos por casi una hora.
La casa estaba al final del camino, era una construcción moderna de principios del siglo XXI. Tenía dos pisos y en cada uno había tres dormitorios amplios, una sala espaciosa, una cocina típica Lusitana y un baño con ducha.
En el piso que quedaba a nivel de la calle había un parqueo y en el piso de abajo una gran terraza a la que había que bajar por una rampa y no una escalera. La vista hacia la naturaleza adyacente justificaba las incomodidades arquitectónicas creadas por quien había construido esa propiedad.
Al hermano de mi colega se le ocurrió arrendar el piso de abajo a un británico que recibía visitas constantemente. Algunos se quedaban varios días otros más de dos semanas. El francés sospechaba que el barbudo ingles estaba subarrendando las habitaciones.
Me pidió ayuda para sacarlo de su casa. El barbudo tenía como alojados una pareja que tenían el aspecto de esos hooligans ingleses que plagan las playas de España y Portugal.
El contrato del inglés se había cumplido hacia más de dos meses, pero el siguió instalado como si nada. Aunque le pagaba el arriendo cada vez que sus visitantes llegaban, la música se oía dentro y fuera de la casa al igual que gritos en la madrugada. El francés nunca fue a reclamar por temor a que lo atacaran porque eran mayoría.
Había intentado de forma diplomática convencer al barbudo de que era mejor que se fuera. Su respuesta fue breve y agresiva. Ni hablar, no pensaba irse. Al menos eso era lo que entendió el anfitrión porque él no hablaba ese idioma. Lo único que le quedó claro fueron los numerosos NO que le respondió el inglés.
El mismo día de mi llegada bajé para hablar con el británico invasor. He trabajado en ciudades candela, como llamamos en Holanda Rotterdam y Spijkenisse. En mis largos años como educadora aprendí a enfrentarme a jóvenes matonescos.
Durante mi charla dije al mejor estilo holandés que: o se iban o se tomarían medidas. Él no hablaba portugués, yo si y conocía los derechos del francés. El inglés me miro casi sonriendo, los dos invitados o arrendatarios me miraron como si vieran un fantasma.
El barbudo pasó de la sonrisa incrédula al contraataque y respondió que no lo podíamos obligar. Con mi IPad, le mostré el acuerdo que tenía con el francés y que había enviado por internet, eso tenía vigencia en Portugal . Como había caducado ocho semanas atrás, le mencioné que vendría con la policía. Además, yo tenía amigos portugueses que querían arrendar el piso de abajo y ellos irían conmigo a hablar con las autoridades del pueblo.
Luego de un breve silencio, el barbón quiso hacerse el vivo y dijo ¿‘Y que nos va a hacer la policía?’ Con calma respondí ‘No es la policía, es la fuerza especial que desaloja a morosos, si te resistes lo consideran suficientes para llevarte preso.
‘¿Tú has visto como son las cárceles aquí en Portugal?. Ni te creas que se parecen a las de Inglaterra. La tendrán que compartir con seis o siete presos que no son angelitos’. El barbón guardo silencio y en voz baja respondió: OK.
El hermano de mi amiga me miraba como si yo fuera la Medusa. Siendo de la vieja ola francesa donde los machistas abundan, no se imaginaba que en Holanda por lo general son las mujeres las que mandan y me estoy refiriendo a situaciones de familia o cuando tienen que poner orden porque hay gente joven que pueden ser bastante faltosos. Se enfrentan a ellos sin necesidad de chancleta, sencillamente haciendo respetar su edad y su autoridad. O sea: es mejor no pelearse con una mujer de los Países Bajos porque hay solo una seguridad: vas a perder.
El inglés y su clan se retiraron al día siguiente. Eso de criar sola cuatro hijos parece que le da a una un halo de bruja o un carisma catártico.
No quise ni pude quedarme en la casa del francés. Con el pretexto de amar la naturaleza, dejaba en el mesón de la cocina un cerro de