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Unidos por amor
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Libro electrónico230 páginas4 horas

Unidos por amor

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Unidos por amor es una novela que cuenta la historia de dos personajes con una suerte diferente. Dos amigos, uno debido a muchos errores humanos, no alcanzó la gloria. Sí lo hizo el segundo, este lo consiguió todo.
Les deseo a los lectores que esta novela conquiste la mente de todos, les haga disfrutar de una novela con muchos matices.
Esta es mi segunda novela, la primera tuvo un acogimiento bastante bueno. De esa manera me siento muy orgulloso, con la particularidad de contribuir a que todo lo recaudado haya sido donado a la investigación de la AECC.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento25 oct 2022
ISBN9788411443487
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    Unidos por amor - Fran Silva Prieto

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    © Derechos de edición reservados.

    Letrame Editorial.

    www.Letrame.com

    info@Letrame.com

    © Fran Silva Prieto

    Diseño de edición: Letrame Editorial.

    Maquetación: Juan Muñoz

    Diseño de portada: Rubén García

    Supervisión de corrección: Ana Castañeda

    ISBN: 978-84-1144-348-7

    Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de cubierta, puede ser reproducida, almacenada o transmitida de manera alguna ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación, en Internet o de fotocopia, sin permiso previo del editor o del autor.

    Letrame Editorial no tiene por qué estar de acuerdo con las opiniones del autor o con el texto de la publicación, recordando siempre que la obra que tiene en sus manos puede ser una novela de ficción o un ensayo en el que el autor haga valoraciones personales y subjetivas.

    «Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47)».

    PRÓLOGO

    El primero de los personajes de esta novela, Roque, como tenía tanto dinero y una buena posición, terminó mal su vida. Todo el capital que tenían lo fueron ahorrando sus abuelos emigrados a Cuba, que llegaron a reunir una gran fortuna.

    El segundo, de una familia muy humilde de Toro, un pueblo zamorano, se llama Pablo, con suerte y mucho esfuerzo consiguió aquello que anhelamos todos. Fortuna y la unión de un gran amor.

    Las dos historias comienzan en un seminario de curas donde estudiaban en Astorga (León), uno de ellos llegó a ser encarcelado por sus errores, casi se muere mendigando. El otro personaje terminó el sacerdocio y la suerte le sonrió. Fue también encarcelado en unos barracones, pero con distinto destino.

    Este texto está escrito con la inestimable colaboración de uno de los personajes más importantes, de todos los protagonistas que aparecen en lo que relato. Algunos de los apuntes y datos constan en mi poder para contrastar esos datos con algunas fuentes o personas que vivieron en esos tiempos cercanos al año 1937.

    Cuando retornaba alguna persona de Cuba, todos eran llamados «terratenientes», aquellos que habían hecho fortuna en esa época que comento, los cuales también eran llamados los «ricos indianos».

    CAPÍTULO I

    Comienzo toda la historia con uno de dos personajes, Roque Díaz Gil. Nacido en Puebla de Bolaño, un pueblo de Galicia. Los abuelos y padres de este habían emigrado a Cuba el año 1864, su padre nació en Matanzas. Allí, con mucho sufrimiento y algo de suerte, hicieron mucho dinero.

    Roque, en 1937, se hallaba en Pola de Laviana, trabajando en la mina que se encontraba a orillas del río Nalón. Aquí hubo unos combates entre las tropas del ejército republicano y soldados franquistas en esta parte de Asturias; todo esto pasó el mes de septiembre. Dicen crónicas y hay archivos de aquellos días que el río bajaba teñido de un color rojo por la sangre derramada. Se ha dejado escrito en documentos que este pueblo se convirtió en un cementerio, cada día llegaban camiones llenos de cadáveres tanto de soldados como de civiles. Se hicieron multitud de fosas comunes, para enterrar a todos los cadáveres; eran tantos que les resultaba imposible hacer un entierro digno.

    En esa fecha comenzó el sufrimiento de Roque, al cual apresaron trabajando en la mina. Lo hicieron prisionero en el valle minero de la cuenca del Nalón, Asturias. Fue recluido en la cárcel durante un tiempo para, luego, unirse por la fuerza al bando nacional o franquista. Siendo en primer momento esposado y trasladado al cuartel de la Guardia Civil de dicho pueblo, donde fue, en primer lugar, encarcelado, después interrogado por mandos militares en unas condiciones malas o repugnantes. Primero fue golpeado, arrastrado por el suelo y vejado con gran saña por los militares para saber quién era. Conocer su procedencia, amistades, qué hacía allí; todo esto durante dos o tres semanas para, más adelante, enrolarlo en el ejército y que sirviera como soldado a la fuerza. Una vez instruido, sería enviado a combatir al frente, contra el ejército llamado republicano.

    Roque Díaz Gil era el nombre real de esta persona. Estando este arrestado se quejaba mucho de dolor y rabia, expresaba por qué había sido primero retenido, torturado, «No he cometido ningún delito». ¡Cómo era posible estar en aquel episodio de la guerra y verse en esa situación de tanta barbarie! Un guardiacivil que custodiaba a los que los soldados habían hecho prisioneros por los militares, le contestaba: «Tú no tienes ni idea, no sabes nada, así que tienes que callarte». Él le dice: «Es verdad que no sé nada, solo soy un estudiante de topografía internado en el seminario de Astorga, luego trabajé de minero, fui apresado, encarcelado sin tener motivo alguno».

    El guardiacivil le pregunta:

    —¿Cómo te llamas?

    —Mi nombre es Roque, soy de origen gallego.

    —Roque —le manifiesta el guardiacivil—. ¿Cuánto tiempo llevas aquí?

    —Un año y seis meses —contesta Roque.

    —Pues bien, Roque, tú no sabes de la misa la mitad —mencionaba el guardiacivil—. Hace algo más de tres años hubo una brutal y salvaje huelga de mineros en todas las minas del valle del Nalón que fue provocada por revolucionarios contra los vigilantes y los empresarios de las minas, reclamando mejoras tanto en los sueldos como en protección.

    »Te comentaré que todo esto comenzó en Barredos, un pueblo cercano. Estos piquetes revolucionarios asaltaron el cuartel de la Guardia Civil de esa población. Con muy pocos efectivos, asesinaron a varios guardiaciviles. Luego fue Pola de Laviana, donde únicamente había un sargento y diez guardiaciviles, aquí no fueron tan agresivos como en Barredos, pero un huelguista de los revolucionarios mató a un guardiacivil. El cuartel fue expoliado y luego incendiado, con un sinfín de heridos. Familiares de la Guardia Civil fueron hechos prisioneros y otros cinco guardiaciviles asesinados por no rendirse. Con todo eso, en Pola de Laviana fue donde menos pillajes y maltrato hubo.

    »Estos mineros revolucionarios, además de muy salvajes, estaban dirigidos desde Madrid por la oposición al gobierno. En el poco tiempo que duró la huelga dejaron cerca de dos mil muertos entre militares y civiles en toda la cuenca minera. La mayor parte de nosotros lo hemos pasado mal, muy mal, además de nuestras familias, todos con mucho miedo y angustia, sin apoyo de nadie, ni siquiera de nuestros gobernantes. Aunque no nos guste y es horrendo lo que está pasando ahora, vemos resarcidos o vengados los crímenes atroces de nuestros compañeros por aquellos rebeldes o personas desalmadas, aquellos piquetes de mineros, así que ya sabes lo que hay.

    Roque no salía de su asombro de aquellos comentarios, no sabía si llorar por lo que pasó anteriormente o lo que sucedía en aquellos días tan tristes con tantos asesinatos. No asimilaba aquella situación, para él todo era anormal, algo sin sentido, nada agradable ni nada gratificante. Fue animado por un compañero de trabajo asturiano, también encarcelado junto a él, su nombre era Serafín. Ellos dos habían sido compañeros en la mina; este le explicaba que los tenían como prisioneros y que serían preparados para combatir en el frente. «No tengas miedo, Roque —decía—. No va a pasarnos nada, estate tranquilo, creo que esto pronto terminará y seremos libres como antes».

    Reclutado Roque para ingresar en el ejército, este no tenía idea de armas y menos del fusil que le dieron, solo sabía algo de los estudios realizados y relacionados con la topografía en el seminario, algo de labranza y un poco de la minería. Con sus veintisiete años se sentía extraño, buscaba a alguien que le explicara por qué se encontraba en esa extraña situación: disparando balas unos contra otros, únicamente por el placer de matar o la ideología del poder sacrificando a personas inocentes. Roque seguía sin comprender nada, le decía a Serafín:

    —Yo no quiero estar en guerra contra nadie y menos matar a gente que no conozco. No sé usar armas, jamás las he visto, ¿por qué no nos dejan regresar a la mina, Serafín?

    —Pues, Roque, eso no es posible, tienes que hacer lo que te manden o te fusilarán, estamos en guerra, no podemos volver atrás o seremos asesinados con toda seguridad si nos cogen.

    Él era muy religioso, siempre estaba rezando, y más al estar internado un tiempo con los curas. Él provenía de aquella buena familia con bastantes recursos; eran de un pueblo pequeño y le habían inculcado ir a misa y rezar; todos ellos eran muy religiosos. Tenían una buena situación económica, ganada con esfuerzo en la hacienda de Cuba. Con aquella riqueza, compraron muchas tierras, ganado vacuno, ovejas y montaron una tienda de comestibles llamada ultramarinos junto con todos los familiares. Roque era hijo único de esa familia acomodada, había sido educado por su abuela con poca rigidez en esa familia católica y cristiana, de bien fue internado en aquel seminario para estudiar topografía o ser cura. No le gustaban los curas y decidió escaparse del seminario e ir a parar, en primer lugar, a Ponferrada. Desde allí, acompañado por otro colega que conoció en el tren llamado Germán, se trasladó en el ferrocarril hasta la cuenca minera del Nalón (Asturias) para poder trabajar en las minas.

    Como describí anteriormente, reclutado por el ejército, a la fuerza comenzó a combatir en las cercanías o inmediaciones del Macizo de los Picos de Europa, también llamado Mazuco, en el límite de Asturias con Castilla y León. El, como era muy educado y tenía estudios muy superiores a muchos mandos militares, pronto fue recomendado para hacer labores de retaguardia, llevar la contabilidad de los alimentos y otras tareas que le asignaban con el grado de cabo. Asentados en tiendas de muy cerca del frente en las cercanías del pueblo de la Rebollada y haciendo el recuento de los soldados voluntarios junto con los forzados o reclutados a la fuerza como Roque.

    A él lo llama un sargento por su nombre.

    —Soldado Roque Díaz Gil, ¿de dónde procede?

    —Soy gallego, natural de Puebla de Bolaño, provincia Ourense.

    —¿Cuándo se alistó para defender a España del comunismo?

    —No, yo no me alisté, fui reclutado a la fuerza en Pola de Laviana, trabajaba en las minas en la cuenca del Nalón. Primero hecho prisionero, después vejado y maltratado.

    —Usted no fue reclutado, es un soldado del ejército y defenderá a España hasta las últimas gotas de su sangre, ¿le queda claro eso o tengo que explicárselo mejor?

    —Sí, mi sargento, lo que usted diga.

    Como ya relaté, era muy educado y para algún mando esto no pasó desapercibido, había un capitán cerca de allí y le llamó la atención un gallego y, además, forzado a ir al frente. Este quería consolarlo para que no estuviera en desajuste con ansiedad. Se acerca a él y le dice:

    —Ya sé su nombre, Roque Díaz Gil.

    —Sí, mi capitán. Dígame usted, ¿qué quiere de mí?

    —He oído que es usted de origen gallego.

    —En efecto, señor

    —Pues a partir de hoy serás mi asistente personal con el grado de cabo primero y te digo que sigas lo más cerca posible o bien agarrado a mí. En el frente donde nos encontramos es muy fácil fusilar a cualquiera, luego aparecerás en el monte tirado, herido o muerto.

    Este capitán, llamado Laudino, también era de origen gallego. Militar de carrera. Tenía curiosidad e interés por saber el pasado de Roque y le mencionó que fuera a su lado para saber algo más de su andadura fuera del frente de guerra. Lo primero que le pregunto es de qué lugar de Galicia procedía, lo que había estudiado y cómo llegó hasta allí.

    El capitán le manifestó:

    —Roque, te repito, mantente cerca de mí, así podré ayudarte. También intentaré que progreses en el ejército, con tu educación académica y tu carácter pronto te ascenderán. Lo de poder liberarte y que no combatas es imposible, tampoco podré hacer, como digo, mucho más por ti, estamos en guerra, son tiempos muy difíciles. Solo tus méritos te harán llegar hasta lo más alto.

    —Sí, mi capitán sé que estamos en guerra, pero no es la mía, yo fui reclutado a la fuerza para portar esta arma que ni sé usar, mi familia no sabe dónde estoy. Como comprenderá, es terrible lo que me está pasando.

    —Roque, te repito, te sentirás mal, pero estás luchando por la patria. Si nosotros no la defendemos, no sabremos cómo terminará todo.

    Como digo, a Roque no le convencía nada de lo que el capitán le decía, él no era militar ni quería estar en aquel matadero de personas. El capitán le dice:

    —Sé que es difícil tu situación, pero no tienes elección o llevas el arma y combates o te fusilarán, no obstante, no te vayas de mi lado, sigue lo más cerca posible, si puede ser, cerca de la retaguardia; intenta acompañar, si puedes, a algún oficial, a algún mando, se protegerán, estarás más seguro.

    Luchando desde hacía ya algunos meses en aquellas montañas rocosas, él coge amistad y confianza con dos compañeros, un cabo igual que él y un soldado; estos eran asturianos. Llegan, poco a poco, a ser muy amigos y confidentes. La guerra era eso: tenías amistad o eras enemigo.

    Después de estar unos meses combatiendo sin descanso, un día, a finales de diciembre, con un frío que se helaban las orejas, los pies, los dedos de las manos, todo congelado y una nevada horrible en la falda sur del macizo ibérico, junto con dos compañeros —estos no eran militares—, lo tenían planeando desde hacía un tiempo. Aquella noche deciden desertar porque sabían que, si los cogían, los iban a fusilar. A eso de la medianoche, con la complicidad de Roque por ser ya cabo primero, deciden desertar en dirección opuesta al frente, dirigiéndose al oeste. Se adentraron en los riscos de aquellas escarpadas montañas de los picos de Europa, cuando se hizo de día no sabían si los seguían. Tampoco hacia dónde, no conocían nada de aquellos lugares. Cuando amanece, el capitán Laudino lo busca por todas partes para conversar con él. Pregunta por el cabo primero Díaz Gil, si alguien lo había visto, pero nadie le respondía. El capitán no encontraba a Roque y pensó: «Se ha ido o habrá desertado, me da pena, era un buen hombre, que tenga toda la suerte del mundo; no era soldado, solo una humilde y gran persona».

    Pues sí, todo les salió bien a los tres: Roque, Álvaro, y Melchor, habían regresado a su vida normal, de la que nunca debieron salir. Esta situación para ellos no era nada agradable. Se adentran, como digo, en las laderas de los picos de Europa, sin rumbo, con muy poca comida, la ropa mojada en muy mal estado, una sola manta robada. Encontrando por el camino a un innumerable número de cadáveres de aquellas personas o seres humanos muertos esparcidos por varios sitios del monte. Caminando por carrerones o caminos de cabras, pisando en muchos sitios hielo y nieve, los tres lo habían decidido y lo consiguieron para recuperar su libertad. Lo más difícil venía ahora: encontrar algún lugar para refugiarse o una aldea donde esconderse, poder descansar y satisfacer su estómago vacío; tenían que comer algo.

    Estuvieron caminando horas y horas, no encontraban nada ni a nadie. Estos anduvieron muy cansados hacia los riscos más altos del macizo, cerca de los picos, siempre procurando llegar a la cota más alta y, así, divisar si les seguía alguien, además, buscar dónde protegerse de la nieve y el frío helado. Pasado casi el día, en unos pedregales encontraron unas rocas y debajo había una cueva. En pleno macizo del parque de los Picos de Europa, lado este, cercano al pueblo de Bierces, aunque ellos lo desconocían. Estos se acostaron en las mantas mojadas que llevaban robadas al ejército para poder descansar y comer un poco de lo que habían adquirido en las tiendas de campaña, todo eran conservas enlatadas. Lo peor para ellos era aquel frío que les helaba. Además, no podían hacer lumbre (fuego) para calentarse por el temor a ser descubiertos; al estar a tanta altura, el humo les delataría. Tampoco podían acercarse al pueblo más cercano, ni sabían si había alguna aldea o pueblo, con el temor a ser vistos y capturados por alguna patrulla de la Guardia Civil. Si esto ocurría, serían fusilados al momento en aquellos parajes tan abruptos. Acurrucados y envueltos los tres en las mantas soportando un frío polar por la nieve y la niebla de fuera, durmieron en aquella cueva hecha por los mineros; también era el refugio usado por los pastores para guarecerse del frío en otoño e invierno cuando llevaban el ganado a pastar.

    En la cueva se encontraban restos de troncos de leña quemada, huesos de animales o quizás de personas que se habían refugiado allí. Algunos tal vez huyendo de algún animal salvaje o del frente de la guerra. Así como el refugio de muchos cazadores, haciendo sus hogueras en los días más fríos y helados del invierno. Estos los hizo el hombre, su estado no era el idóneo para permanecer mucho tiempo. Fueron llamados búnkeres desde donde los soldados le disparaban al contrario sin ser descubiertos.

    Cuando recuperaron algo sus fuerzas, en lo más interior del refugio o cueva, frotando dos piedras, hicieron un pequeño fuego con ramas secas y algunos troncos ya utilizados anteriormente y encontrados en el interior. Si no se calentaban, morirían en aquel sitio helado junto con la inanición. No tenían otra opción que buscar comida donde fuera o morirían de frío invernal. Roque no se encontraba bien, ya hacía algunos días que tenía mucha tos, sudores, fiebre y mucho cansancio; parecía una pulmonía o neumonía.

    Al día siguiente, los tres se ponen de acuerdo y deciden que Álvaro, desde lo alto de aquella montaña, pudiera descender para buscar algún pueblo y que les dieran comida o bien robar algo de ropa seca y agua. No tenían idea de dónde se encontraban, tampoco hacia dónde ir o qué dirección tomar: hacia el sur, quizás hacia el norte, no tendrían salida por las montañas tan agrestes. Después de caminar un buen rato, Álvaro divisó un pueblo llamado Bierces, aquí se habían producido algunas escaramuzas y combates de los dos bandos hacía aún poco tiempo. Sin descuidar el camino para retornar, cuando llega al pueblo se esconde en medio de unos matorrales esperando que llegue la noche al tener miedo de ser descubierto, además, si alguna persona lo veía, seguro que lo denunciará e iría detenido; casi con toda seguridad sería fusilado.

    Cuando comenzó a oscurecer, Álvaro bajó al pueblo, picó en la puerta de la primera casa de aquel pueblo, pero nadie le abría, tanto insistió que al final un señor ya mayor le pregunta.

    —¿Qué es lo que quiere de nosotros, señor?

    —Mi nombre es Álvaro, soy asturiano de cerca de aquí y busco algo de ayuda, para mí y otros dos amigos, ¡los tres nos hemos liberado de esta maldita guerra! Estamos escondidos en las montañas, no muy lejos de aquí, en una cueva y en muy mal estado, no queremos luchar en esta guerra, la cual no nos pertenece.

    —Mire señor, yo me llamo Raúl, sin embargo, no puedo salir de casa ni atenderlo, tenemos mucho miedo, por el hecho de que han pasado otras personas pidiendo lo mismo que usted. También le diré que, de vez en cuando, pasa una pareja de la Guardia Civil. No puedo ayudarlos porque somos muy mayores, en varios pueblos cercanos a este han matado a muchas personas por ayudar a soldados desertores.

    —Por favor —dice Álvaro— se lo ruego, uno de mis compañeros se encuentra muy enfermo de una gripe y con pulmonía, puede morirse. Necesitamos comida, agua y algo de ropa, junto con algún ungüento, jarabe o cataplasma y algo de vino. Se lo ruego de rodillas, yo no les haré daño, somos gente de paz.

    El señor accede, le abre la puerta, le comenta:

    —Pase, entre en la casa y cierre rápido, por favor, corremos peligro.

    Álvaro se pone de rodillas.

    —Gracias, Dios se lo pagará o, quizá, alguno de nosotros.

    Este hombre, junto con su mujer, Ofelia, le mete dentro de un saco ropa usada, queso de cabra, pan, agua; un poco de vino, tocino y leche de

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