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Un pulque literario (A la sombra de las pencas del maguey)
Un pulque literario (A la sombra de las pencas del maguey)
Un pulque literario (A la sombra de las pencas del maguey)
Libro electrónico411 páginas6 horas

Un pulque literario (A la sombra de las pencas del maguey)

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Un fantasma blanco recorre la cultura mexicana: el pulque; y de la mano de él (y a veces antes que él), aparece su padre: el maguey. Sus huellas, acumuladas durante siglos, son visibles en las infinitas representaciones de la cultura letrada y de la popular; por ejemplo, en la literatura de los siglos xix y xx, objeto de estudio de este libro.
IdiomaEspañol
Fecha de lanzamiento10 oct 2022
ISBN9786075644127
Un pulque literario (A la sombra de las pencas del maguey)

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    Un pulque literario (A la sombra de las pencas del maguey) - Rafael Olea Franco

    "Epopeya del pueblo mexicano. Mural Los Otomíes. El amate y el maguey" (detalle), 1951, Diego Rivera, pintura al fresco, Palacio Nacional (segundo piso, corredor). D.R. © 2020 Banco de México, Fiduciario en el Fideicomiso relativo a los Museos Diego Rivera y Frida Kahlo. Av. 5 de Mayo No. 2, col. Centro, alc. Cuauhtémoc, c.p. 06000, Ciudad de México. Reproducción autorizada por el Instituto Nacional de Bellas Artes y Literatura, 2020.

    Un pulque literario (A la sombra de las pencas del maguey)

    Rafael Olea Franco

    Primera edición impresa, septiembre de 2020.

    Primera edición electrónica, septiembre de 2022

    D.R. © El Colegio de México, A.C.

    Carretera Picacho Ajusco núm. 20

    Ampliación Fuentes del Pedregal

    Alcaldía Tlalpan

    14110, Ciudad de México, México

    www.colmex.mx

    ISBN impreso 978-607-564-194-2

    ISBN electrónico 978-607-564-412-7

    Conversión gestionada por:

    Simon and Sons ITES Services Pvt Ltd, Chennai, India.

    +91 (44) 4380 6826

    info@simonnsons.com

    www.simonnsons.com

    Para mi pequeña familia y para mi familia extensa, incluyendo la parte etílica (a la cual, obviamente, pertenezco)

    A la memoria de José Emilio Pacheco, a quien quizá le guste este libro

    ÍNDICE GENERAL

    TESTIMONIOS: EL PULQUE Y EL MAGUEY, ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

    UN PULQUE LITERARIO

    BIBLIOGRAFÍA

    APÉNDICE I:

    Guillermo Prieto,

    Memorias de mis tiempos. 1828 a 1840 [fragmento]

    APÉNDICE II:

    Manuel Payno,

    Memoria sobre el maguey mexicano y sus diversos productos [fragmento]

    APÉNDICE III:

    Representación del pulque, La Orquesta

    APÉNDICE IV:

    Antonio García Cubas,

    El pulquero

    APÉNDICE V:

    Rejúpiter (Rubén M. Campos),

    Un pulque literario

    APÉNDICE VI:

    Ciro B. Ceballos,

    Panorama mexicano 1905-1910. La cara de México [fragmento]

    APÉNDICE VII:

    Amado Nervo,

    Los magueyes

    APÉNDICE VIII:

    José Juan Tablada,

    Magueyes y nopales

    ÍNDICE DE NOMBRES, OBRAS Y TÉRMINOS

    SOBRE EL AUTOR

    TESTIMONIOS:

    EL PULQUE Y EL MAGUEY, ENTRE EL CIELO Y EL INFIERNO

    *****

    Don Febronio, que se sabe de memoria las poesías de Plaza, las improvisaciones del Negrito Poeta, El Turco, de Carpio y el Nocturno de Acuña, se perece por la gente de pluma… [Él] nos invitó… a un pulque literario

    —¡Vengan unas campechanas de fresa!— ordenó el subsecretario.

    Bebimos y empezó la sesión literaria.

    Rubén M. Campos,

    Un pulque literario (1912)

    *****

    Papantzin, noble ilustrado,

    diose a agrícolas faenas,

    y cultivando el maguey

    que siembra en largas hileras,

    estrajo [sic] a fuerza de industria

    el aguamiel de sus pencas;

    luego a pasta la redujo

    y con ella hizo conservas,

    si agradables a la vista,

    al paladar lisonjeras.

    Quiso de todo un presente

    que pule, adorna y apresta,

    llevar al rey, esperando

    que su alabanza merezca;

    que ha sido en épocas todas

    y latitudes estremas [sic],

    cuando no el oro, la fama

    cebo de humanas empresas.

    […]

    Y, tras conservas mejores

    que con la miel condimenta

    y cuyo mérito aumenta

    en transparencia y sabores;

    queriendo agradar al rey

    más y más, con nuevo ardor

    estudia, y hace licor

    con el jugo del maguey.

    Es cual leche alabastrina

    el líquido fermentado,

    y al débil y desganado

    fortaleza y medicina.

    José María Roa Bárcena,

    Xóchitl o la ruina de Tula (1862)

    *****

    Óyense sonar los platos

    los vasos forman repique;

    dejen que el pulque se explique,

    y lo bueno se verá.

    La risa incendia las almas;

    con la bulla tiembla el viento,

    retoza el entendimiento

    de delicias en un mar.

    Guillermo Prieto,

    Musa callejera (1883)

    *****

    Alegría de los pulques curados

    verdes como la savia y almendrados

    y teñidos con tuna solferina…

    Quien apura esos vinos

    con perfumes de flores,

    su patriotismo magnifica y siente

    que ha bebido banderas tricolores

    y el águila, el nopal y aun la serpiente…

    José Juan Tablada,

    El figón (1928)

    *****

    ...este octli [...] es causa de toda discordia y disensión, y de todas revueltas y desasosiegos de los pueblos y reinos; es como un torbellino que todo lo revuelve y desbarata; es como una tempestad infernal, que trae consigo todos los males juntos.

    Fray Bernardino de Sahagún,

    Historia general de las cosas de la Nueva España (1574-1577)

    *****

    De lo mucho que he comunicado a [hablado con] los indios para saber sus cosas puedo decir el que me hallo con cierta ciencia de las idolatrías, supersticiones y vanas observancias en que hoy entienden, y de que me alegrara me mandasen escribir para su remedio; viérase entonces ser la causa y el origen de tanto daño el detestable pulque, de cuyo uso, de ninguna manera indiferente, sino siempre pecaminoso, no hay instante del día ni de la noche en que no sólo se cometa lo que tengo dicho, sino infinitos robos, muertes, sacrilegios, sodomías, incestos y otras abominaciones mucho mayores que suelen ser la segur [el hacha] de las monarquías, y todo esto con un casi absoluto olvido de quién es Dios…

    Carlos de Sigüenza y Góngora,

    Paraíso Occidental (1684)

    *****

    El uso del pulque en esta numerosa capital [la Ciudad de México] es de la mayor importancia y tiene los más benignos efectos. Si no tuviesen este socorro los indios y otros operarios de la última plebe que se ejercitan en los más fatigantes y duros trabajos, tiene el fiscal por imposible que pudiesen soportarlos sin estar expuestos a las más graves y frecuentes epidemias y enfermedades. En medio de sus mayores fatigas los refrigera y alimenta y rehace para continuar con mayor vehemencia sus operaciones.

    Juicios sobre el consumo del pulque,

    AGN, Padrones, vol. 52, f. 393, 1778 (citado en Vásquez 2005)

    *****

    Algunos viajeros charlatanes, ignorantes e insustanciales, en vez de estudiar la planta admirable de Lineo [como la llamó este científico], creen haber dado una idea de las costumbres y de la civilización mexicana criticando los manjares condimentados con chile, y haciendo los gestos y ascos de una coqueta de quince años al licor benéfico y saludable de la hermosa Xóchitl, como si la cerveza, la pimienta de cayena, la mostaza inglesa y el curry de la India, no fueran estimulantes más desagradables que el chile y el pulque para quien no tiene costumbre de usarlos.

    Manuel Payno,

    Memoria sobre el maguey mexicano y sus diversos productos (1864)

    *****

    La miel o jugo del agave tiene un sabor agridulce bastante grato y fermenta fácilmente a causa del azúcar y mucílago que contiene. Sin embargo, para acelerar esta fermentación añaden un poco de pulque añejo y agrio: la operación se hace en tres o cuatro días. La bebida vinosa, que se asemeja a la sidra, tiene un olor de carne podrida muy desagradable. Los europeos que han conseguido vencer el disgusto que causa este olor fétido prefieren el pulque a toda otra bebida; y le consideran como estomacal, fortificante y sobre todo, muy nutritivo. Se recomienda su uso a personas demasiado flacas. He visto blancos que, al modo de los indios mexicanos, se abstenían totalmente de agua, cerveza y vino, y no bebían otro líquido que el zumo del agave.

    Alexander von Humboldt,

    Ensayo político sobre el Reino de la Nueva España (1822)

    *****

    En tanto que la bebida es reciente debe de ser sabrosa y refrescante […] Pero cuando el pulque es enviado a las ciudades, lo que se lleva a efecto utilizando odres que transportan asnos o mulas, pierde naturalmente su frescor primario y adquiere entonces el más desagradable hedor a huevos podridos que darse puede, lo que justifica que nunca me haya resuelto a probar espontáneamente la bebida, ¡por mucho que los nativos, y a veces hasta los extranjeros, me hayan alabado las buenas cualidades de la misma!

    Carl Christian Becher, Cartas sobre México. La República

    Mexicana durante los años decisivos de 1832 y 1833 (1832-1833)

    *****

    [Carta del 24 de diciembre de 1839] Fue también en este lugar donde por primera vez probé el pulque; y desde el primer sorbo deduje que así como el néctar era la bebida del Olimpo, podíamos conjeturar con justicia que Plutón ha de haber cultivado el maguey en sus dominios. El sabor y el olor, combinados, me cogieron tan de sorpresa, que me temo que mis gestos de horror deben de haber sido cruel ofensa para el digno alcalde, quien la conceptúa como la bebida más deliciosa del mundo, y, de hecho, se dice que cuando se vence la repugnancia al principio, es después muy agradable. La dificultad debe consistir en vencerla.

    [Carta del 6 de mayo de 1840] Encontramos prevenido un excelente almuerzo, y aquí [en Soapayuca, Hidalgo], por la primera vez, concebí la posibilidad de que me gustara el pulque. Visitamos los grandes bastimentos donde se le guarda, y nos pareció más bien refrescante, de sabor dulce, y con una espuma cremosa, y, decididamente, mucho menos maloliente que el que se vende en México.

    [Carta del 23 de abril de 1841] Llegan los indios en la mañana para beber pulque (el cual, dicho sea de paso, encuentro ahora excelente, y pienso que me será muy difícil ¡vivir sin él!).

    Madame Calderón de la Barca,

    La vida en México durante una residencia de dos años en ese país (1843)

    *****

    El pulque viejo tiene un ligero olor desagradable, que sus detractores comparan con el aroma de la carne podrida; pero cuando está fresco es vigoroso y resplandeciente, y la bebida más fría, refrescante y deliciosa que se haya inventado para el sediento mortal […] los mexicanos aseguran que es preferido por los ángeles en el cielo, en lugar del vino escarlata […] En una casa donde colgaba sobre la puerta el usual signo de una penca de maguey, tomé la más deliciosa porción de pulque, fresco de la planta, burbujeante y efervescente como el champagne, y cincuenta veces más agradable.

    George F. Ruxton,

    Adventures in Mexico and the Rocky Mountains (1847)

    *****

    [El maguey] Da, además, con la herida que puede hacerse en su corazón, el agua-miel, que cuaja en un azúcar cándida. Pero el indio es desgraciado […] Y por esto vuelve aquel líquido inocente en la bebida demoníaca que le da la falsa alegría, que fermenta en sus entrañas la locura, haciéndole amar y matar en un mismo ímpetu.

    Gabriela Mistral,

    El maguey (1923)

    *****

    Hoy el pulquero tiene un enemigo formidable, y que bien puede llamarle su república vecina [es decir, Estados Unidos]. Este individuo es el cervecero, cuya maldita cerveza ha desalojado al pulque de las mesas aristocráticas, compite con él en la clase media, y tiene ya algunos adeptos entre el pueblo bajo. Exceptuando al fabricante del brebaje intruso, el pulquero vive en paz con todo el mundo, y va pasando sus días encerrado en su casilla desde las siete de la mañana hasta las oraciones de la noche.

    José María Rivera,

    Los mexicanos pintados por sí mismos (1855)

    *****

    Relegados a los barrios de la ciudad los expendios de pulque, el centro ha quedado enteramente a merced de nuestros naturales enemigos el Cognac, el Brandy, el Ajenjo y otros, que sin más razón de privilegio que no ser del país, gozan de toda clase de franquicias […]

    ¿Por qué los de chaqueta, y los que ni aun eso usan, no han de poder tener su pulquería, como los aristócratas su borrachería, en donde haya mesas, y sillas, y periódicos, y música, y tertulia? Y el charro lleve a su china, y la siente, y le diga con mucho taco: ¿un helado de pulque de piña, un vasito de curado de almendra?

    Representación del pulque,

    La Orquesta (1868)

    *****

    El pulque es el alcohol de calzón blanco. Sus oficios son enteramente populares; se le destierra de las mesas elegantes como al doméstico de cacle, en pechos de camisa y pantalones de gamuza; se le compra en jarro; se le paga con cobres y se le bebe en compañía de aquellos platillos del país, que traen a la memoria los fonduchos de feria y los jacalones de plazuela.

    Tiene la pesadez y el olor de la chusma, anda como la sangre democrática, muy alterado por la falsificación, y hasta sus propiedades medicinales, me dice una amiga mía (de las que han viajado por París, y toman whiskey [más bien sería coñac]), son poco decentes: dan gordura de recaudera y colores encendidos de campesina.

    Ángel de Campo,

    C4 H6 O2 (1896)

    *****

    Era hombre pulquérrimo, de pulque, no de pulcritud, pues a toda hora estaba atolondrado con esa bebida blanca, hedionda y babosa…

    Artemio de Valle Arizpe,

    El Canillitas (1941)

    *****

    Sobre los campos del valle de Comala está cayendo la lluvia. Una lluvia menuda, extraña para estas tierras que sólo saben de aguaceros. Es domingo. De Apango han bajado los indios con sus rosarios de manzanillas, su romero, sus manojos de tomillo [...] Tienden sus yerbas en el suelo, bajo los arcos del portal, y esperan [...] Los indios esperan. Sienten que es un mal día [...] Platican, se cuentan chistes y sueltan la risa. Las manzanillas brillan salpicadas por el rocío. Piensan: Si al menos hubiéramos traído tantito pulque, no importaría; pero el cogollo de los magueyes está hecho un mar de agua. En fin, qué se le va a hacer.

    Juan Rulfo,

    Pedro Páramo (1955)

    *****

    Cuando llegamos a Santa Marta, la cosa cambió. Allí comimos unas quesadillas de hongos amarillos —yema—, y allí también —en cada casa había un tinacal— me tomé el primer litro y medio de pulque de mi vida. Me pareció sensacional. Era delicioso, refrescante, tonificante, estimulante… Después de la parada en Santa Marta avanzamos a una velocidad casi increíble. Las molestias normales de una caminata de varios días —dolor de pies y de hombros— desaparecieron, y además nos invadió un bienestar completamente injustificado, porque el cielo estaba tronando y al rato nos cayó un aguacero.

    Desde ese día, cada vez que paso por una casa donde hay tinacal, me meto a comprar pulque.

    Jorge Ibargüengoitia,

    Amigo pulque (1974)

    *****

    La inclinación a la ebriedad es tan antigua como nuestro viejo mundo… Desde que el hombre comenzó a conocer el sufrimiento de la vida empezó a experimentar también la necesidad imperiosa de buscar el olvido de su desgracia, de su congoja y de su fastidio.

    Ciro B. Ceballos,

    El dios del vino (1938)

    *****

    Un día [los toltecas] hicieron un gran banquete y con las mayores instancias convidaron a todos los gigantes [del Valle de Tlaxcala] sin exceptuar uno solo. Como glotones que eran aceptaron sin dificultad. Sirviéronse cuantos manjares proporcionaba entonces la tierra. El agua se proscribió absolutamente y en su lugar se bebió el jugo del maguey. Los gigantes, que por primera vez gustaban de este delicioso licor, bebieron hasta que cayeron en tierra sin sentido. Entonces, a una señal se levantaron los toltecas, tomaron sus armas, cayeron sobre los gigantes e hicieron una horrible carnicería acabando para siempre con esa raza maldita y que algunos autores en sus piadosas conjeturas han opinado que descendían del parricida Caín.

    Manuel Payno,

    Memoria sobre el maguey mexicano y sus diversos productos (1864)

    *****

    El árbol de las maravillas es el maguey, de que los nuevos o chapetones (como en Indias los llaman), suelen escribir milagros, de que da agua y vino, y aceite y vinagre, y miel, y arrope e hilo y aguja y otras cien cosas.

    José de Acosta, Historia natural y moral de las Indias: en que se tratan de las cosas notables del cielo, elementos, metales, plantas y animales dellas y los ritos, y ceremonias, leyes y gobierno de los indios (1590)

    *****

    El maguey parece creado expresamente para un pueblo haragán, como es el mexicano, lo mismo si procede de indios o de europeos, pues exige poco cultivo y proporciona una cantidad de cosas para las necesidades caseras.

    Princesa Agnes Salm-Salm,

    Diez años de mi vida (1862-1872).

    Estados Unidos. México. Europa (1866)

    *****

    Los desiertos del altiplano donde se cultivaba de preferencia el maguey, fueron desde el principio de la Colonia el centro de la más intensa evangelización. Los indios, al perder su carácter guerrero, dejaron de ver en el pulque la bebida de los valientes y los sabios, convirtiéndolo poco a poco en el licor de los vencidos. En su amargura, todos tuvieron acceso a la embriaguez desacralizada y los jóvenes se arrogaron el derecho de los viejos y de los soldados. Al gran sacerdote Ometochtli, maestro de músicos y cantores, lo sustituyó el dueño de la hacienda pulquera que los obligó a cantar el Alabado en los oscuros tinacales. Desaparecieron, uno a uno, los dioses agrarios del pulque. El otomí dejó de ver en la oquedad del Señor Maguey la fuente mágica donde navegaba un pez entre joyas resplandecientes.

    Fernando Benítez,

    El Señor Maguey (1972)

    *****

    Si el pintor tiene conciencia independiente y es enemigo de la adulación [mediante los retratos], opta por dedicarse a pintarrajear las pulquerías: pone a contribución sus conocimientos en el arte pompeyano, el arte más pulquero de la Tierra, y pone manos en la obra. Los borrachos tienen cierta propensión a admirar las escenas mitológicas. El artista pinta el paso de Venus por el disco de un barril, el robo de las Sabinas por Chucho el Roto y la Carroza de las Auras tirada por seis caballos de carro fúnebre.

    Como en las paredes de una pulquería no es absolutamente necesario que se respete la moral, puede el pintor vestir a las diosas con trajes de gasa y escotarlas por abajo tanto como por arriba. También queda al arbitrio del artista el escoger entre los temas mitológicos y la pintura militar. Si el discípulo de la Academia opta por el género de Horacio Vernet, puede pintar un batallón de turcos acorralado por dos léperos o el edificante espectáculo del descuartizamiento de un yankee.

    Manuel Gutiérrez Nájera,

    De arte, artistas y público (1891)

    José Obregón, El descubrimiento del pulque (1869),

    Museo Nacional de Arte.

    UN PULQUE LITERARIO

    Un fantasma blanco recorre la cultura mexicana: el pulque; y de la mano de él (y a veces antes que él), el maguey. Sus huellas históricas son muy amplias, tanto en la literatura escrita como en la oral; en el arte visual también, pero esas expresiones estarán fuera de este ensayo literario (al menos que se asocien directamente a un texto con intenciones creativas por medio de la lengua, o bien que sirvan como ilustración general). En cuanto a los infinitos documentos y estudios históricos y sociológicos sobre el tema, los cuales formarían una dilatada enciclopedia en varios volúmenes, acudiré a ellos cuando sean útiles para la comprensión de mi corpus; que yo sepa, ninguno de esos trabajos se ha enfocado de manera global en la literatura. En general, se trata de representaciones de la cultura letrada y popular acumuladas durante siglos, incluso desde antes de la llegada de los españoles al territorio, entonces poblado por diferentes etnias, que luego sería la Nueva España, y, ya en su etapa independiente, México. De manera excepcional, citaré, en su versión en español, el testimonio de algunos extranjeros no hispanohablantes que visitaron el país.¹

    Ante la imposibilidad de abarcar tan vastos productos culturales, me centraré en algunas muestras representativas de los siglos XIX y XX, sin renunciar a acudir a las fuentes prehispánicas o del México Colonial, cuando sea pertinente; asimismo, no me limitaré a los textos literarios, sino que también los pondré en diálogo con diversos escritos históricos, antropológicos o científicos, por ejemplo. Como se verá, los tonos de estos registros literarios van desde lo dramático hasta lo trágico, pasando por lo cómico, con un componente irónico casi constante. Preveo que, conforme el lector avance en este ensayo, vendrán a su mente algunos otros casos donde el pulque (y su padre, el maguey) son protagonistas. No obstante, confío en que las líneas generales de mi exposición seguirán siendo válidas, sin importar la cantidad de nuevos textos que se sumen. En última instancia, uno de los objetivos de este trabajo es mostrar la abundante presencia de estos dos elementos en nuestra cultura.²

    Como demostraré en las siguientes páginas, la múltiple importancia del pulque en nuestra historia trasciende los aspectos meramente artísticos. Es un fruto que, a lo largo del tiempo, ha sido un elemento catalítico de diferentes concepciones de nuestra realidad, que afectan no sólo las prácticas cotidianas de nuestra gozosa alimentación (beber y comer), sino también una amplia gama de nuestras percepciones, incluyendo los múltiples, aunque a veces inconfesados, prejuicios de los mexicanos (sociales, económicos, raciales), así como nuestros gustos, los cuales están sometidos (aunque nos cueste aceptarlo) a algo más que una simple percepción sensorial de carácter individual. En síntesis, para arrancar con mi ensayo, hago mío (y actualizo) este lema, vigente a lo largo de varios siglos de nuestra historia: Por nuestra raza hablan el pulque y el maguey (con todo respeto al Maestro Vasconcelos).

    Ahora bien, si no me equivoco, la mayoría de los mexicanos que crecimos en las ciudades posrevolucionarias de la segunda mitad del siglo XX, fuimos educados en medio de tenues pero reiteradas diatribas contra la que, en un pasado no tan remoto, había sido la bebida popular por excelencia: el pulque. Por ello, la primera vez que leí la copiosa novela Los bandidos de Río Frío, de Manuel Payno (1820-1894),³ me sorprendió descubrir que, en el siglo XIX, su consumo cruzaba todos los ámbitos sociales, desde el más humilde hasta el más encumbrado. Al hablar de las trascendentes festividades del 12 de diciembre asociadas al sermón sobre la Virgen de Guadalupe, el narrador detalla con deleite la comida ofrecida a los asistentes, entre ellos, ni más ni menos, el Presidente de la República y su comitiva, agasajados en un salón de la denominada haceduría de la Catedral, habilitado como comedor. En contraste con la morosa descripción del narrador sobre los manjares alimenticios, de los cuales dice que más de un lector se chupará los labios, por más parisiense que sea (Payno 2000a: I, 61), él despacha el tema de las bebidas con unas cuantas palabras, mediante las que describe el neutle (del náhuatl necutli) con una innecesaria aunque reveladora frase adversativa: "Pocas botellas de vino carlón y de jerez, pero unas jarras de cristal llenas de pulque de piña con canela y de sangre de conejo con guayaba, capaces de resucitar a un muerto (I, 62); sin duda, en los usos mexicanos de la lengua, pocas expresiones implican una valoración tan alta como afirmar que algo resucitaría a un muerto (con todas sus connotaciones cristianas). La multitud de pobres presente en la ferviente celebración popular de esa festividad se alimenta de forma más modesta, aunque es igualmente bendecida por muy buen pulque (p. 62). En suma, sin duda en esa obra gozan de este licor los que viven de sus manos e los ricos", según Jorge Manrique.

    Este primer descubrimiento en Los bandidos de Río Frío ha acicateado mi curiosidad cuando encuentro alguna mención literaria sobre el producto, o incluso cuando me topo con su mera alusión, como sucede con un pasaje de La sombra del Caudillo (1929), de Martín Luis Guzmán (1887-1976), que no he logrado dilucidar si se refiere o no a ese néctar (volveré después a este tema). Pero como conviene empezar por un registro literario donde su presencia es explícita, examinaré, como punto de partida, el nunca reimpreso libro Leyendas mexicanas, publicado en 1862 por José María Roa Bárcena (1827-1908). En estos textos, el autor intentó rescatar y reelaborar el acervo de tradiciones y leyendas atesoradas durante siglos en la cultura mexicana, ejerciendo una labor pionera para forjar esa entidad que poco después Ignacio Manuel Altamirano (1834-1893) denominó como literatura nacional. En el fondo, este interés, común a los escritores de la época, deriva de la creencia romántica europea de que existe un alma nacional, visible en las leyendas populares, muchas de ellas rescatadas por medio de la cultura letrada. Consecuente con su idea de que para imprimir color nacional a una literatura no queda más arbitrio que recurrir a la historia y a las tradiciones especiales de cada país (1862: 6), el autor se sirve, en la parte central de su libro, de argumentos ajenos, con los cuales confecciona lo que él denomina leyendas aztecas, donde desfilan personajes como Xóchitl, Nezahualcóyotl, Papantzin, etcétera.

    En una carta enviada a este escritor mexicano, el crítico español Marcelino Menéndez y Pelayo calificó como exóticas estas leyendas; asimismo, reprochó la dura sonoridad de esos nombres prehispánicos dentro de versos escritos en castellano: A lo cual contribuye quizá la rareza y áspera estructura de los patronímicos indígenas, y la falta de relación de las tradiciones y creencias de aquellos pueblos con todo lo que vino después de la conquista (citado en Montes de Oca 1913: 53-54). Disiento de la contundente aseveración del riguroso polígrafo español sobre la falta de nexos entre el mundo prehispánico y lo que ahora conocemos como el México Colonial; tal vez su reacción negativa obedece más bien a la falta de pericia poética de Roa Bárcena, cuyas habilidades formales le impidieron encontrar el modo apropiado para insertar esas denominaciones prehispánicas en un contexto literario donde predomina la lengua española (mejores resultados había obtenido la virtuosa sor Juana en la segunda mitad del siglo XVII). En fin, aunque sin duda Roa Bárcena es uno de los fundadores del cuento moderno en México, sus composiciones poéticas no son igualmente afortunadas, en particular por su abrupta versificación, donde a veces usa forzadas figuras de hipérbaton o rimas apenas audibles (esas rimas son más bien visuales, o sea, para ser leídas, no escuchadas).

    En el prólogo a su Ensayo de una historia anecdótica de México en los tiempos anteriores a la conquista española, obra también de 1862, Roa Bárcena declara haber consultado, para su escritura, la Historia antigua de Méjico de Francisco J. Clavijero (1731-1787) y la obra homónima de Mariano Veytia (1718-1780), la cual circuló en forma manuscrita a fines del siglo XVIII, aunque se imprimió hasta 1836. Si bien en el prefacio a sus Leyendas mexicanas Roa Bárcena no menciona haberse basado en estos autores, es obvio que así fue, tanto por la coincidencia en el año de publicación de estos dos libros suyos, como por las múltiples huellas de Clavijero y Veytia patentes en sus leyendas. Por ejemplo, en el capítulo que Veytia dedica al gobierno del rey tolteca Tecpancaltzin y a su enamoramiento de una noble doncella, aparece este pasaje (que quizá se convirtió después en la base de la leyenda de Roa Bárcena):

    A este tiempo, y en un año que señalan con el jeroglífico de doce casa, y corresponde en nuestras tablas al de 1049, dícese que [Tecpancaltzin] se hallaba retirado un día en lo interior de su palacio, cuando le avisaron que quería hablarle un señor de los principales y deudo suyo, llamado Papantzin. Mandole entrar al punto, y éste lo ejecutó llevando consigo una hija suya, doncella de quince años, llamada Xóchitl, de extremada hermosura, la cual vestida y adornada a su usanza, llevaba en las manos un azafate, y en él algunos regalos comestibles, siendo el principal un jarro de miel de maguey, cuya fábrica acababa de inventar Papantzin, y por cosa nueva y nunca vista la llevó a presentar al rey, sirviéndose de la hija para portadora del regalo, muy ajeno de imaginar que de ello pudiera resultarle agravio.

    Parecióle muy bien al rey la nueva invención de la miel, pero mucho mejor la que la llevaba, y habiendo expresado a Papantzin con las más vivas demostraciones cuán agradable le había sido su regalo, le dijo que de cuando en cuando continuase a enviarle la miel, pero sin que para esto se tomase el trabajo de venir personalmente; sino que aquella niña, acompañada de alguna criada, podría conducírsela. Esta expresión del rey la construyó [interpretó] Papantzin como favor que le hacía, muy lejos de sospechar malicia en sus intentos (Veytia 1944: 183-184).

    Como se ve, luego de mencionar la invención del pulque, el relato se centra en desarrollar su escabroso presagio sobre las relaciones entre el rey y la doncella. Deduzco que, al redactar su texto, Veytia tenía presente la obra histórica de Fernando de Alva Ixtlilxóchitl (ca. 1568-1648), cuyos manuscritos había podido leer e incluso copiar antes de su difusión en formato de libro en 1829 (esto último gracias a la labor de rescate de Carlos María Bustamante). En efecto, el citado fragmento de Veytia remite a la versión historiográfica disponible tal vez más antigua sobre la creación del pulque, transmitida por Fernando de Alva Ixtlilxóchitl durante la primera mitad del siglo XVII:

    Habiendo heredado el señorío de los tultecas, Tecpancalsin, de allí a diez años que gobernaba, vino una doncella en su palacio, muy hermosa, que había venido con sus padres a traer cierto regalo para él, y aún dicen y se halla en la historia, que era la miel prieta del maguey y unas chiancacas, azúcar de esta miel, que fueron los primeros inventores de esto, y como cosa nueva se lo trajeron al rey a presentar, siendo estos caballeros de sangre noble y de su propio linaje; se holgó el rey de verlos, y les hizo muchas mercedes, y tuvo en mucho este regalo, y se aficionó mucho de esta doncella, que se decía Xóchitl, por su belleza, que quiere decir, rosa y flor, y les mandó que le hicieran placer de hacerle otra vez este regalo, y que su hija lo trajera ella sola con alguna criada, y los padres, no cayendo en lo que podía suceder, se holgaron mucho y le dieron la palabra de que así lo harían, y pasados algunos días, vino a palacio la doncella con una criada cargada de miel, chiancaca y otros regalitos de nuevo inventados o por mejor decir, conservas de maguey (1975: 274-275).

    Este discurso pretende validarse aludiendo a dos supuestos orígenes, el oral y el de la historia, según se percibe en la equívoca frase y aún dicen y se halla en la historia; pero en realidad no se cita ninguna fuente historiográfica (aunque la palabra historia también podría ser aquí un sinónimo de relación oral). En el resto del relato, Alva Ixtlilxóchitl completa la trama de seducción de la joven, insinuada con la frase no cayendo en lo que podía suceder. Durante la segunda visita de Xóchitl, ya sola, el rey de hecho la retiene a la fuerza, con la promesa de conceder mayores beneficios a sus padres, luego de lo cual la convierte en su amante (rasgo que el texto elide con habilidad y elegancia refiriéndose después a ella como señora, en lugar del inicial doncella); ambos procrean un hijo ilegítimo, llamado Meconetzin (que en náhuatl significa niño del maguey), quien a la postre asume el trono tolteca, en cuyo desempeño se

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