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Novela policiaca

Lisboa (Portugal). Una sofocante noche de verano del 2020, una inquietante villa de color azul, un hombre vestido de negro. De repente, se oye un fuerte golpe y hay sangre esparcida por todo el pavimento. Es el cuerpo sin vida del jefe de una oscura organización religiosa, que ha caído desde el tercer piso. ¿Homicidio o suicidio?
Siena (Italia). —¿Te acuerdas de mí? —pregunta Chiara, que lleva desaparecida desde hace años; le pide a Francesco que la acompañe en su viaje para investigar el misterio que hay detrás de una extraña muerte.
Wewelsburg (Alemania). ¿Cuál es la delgada línea que conecta un castillo nazi, que era el centro oculto y esotérico de las SS, con la investigación del detective banquero y su escurridiza compañera?
Montségur (Francia). El misterio se profundiza cuando todas las pistas conducen a la enigmática fortaleza secreta de los cátaros y luego a una isla remota en el mar de Croacia, donde sólo existe un edificio: un faro.
Sigue si quieres a los dos protagonistas en una absorbente historia policíaca llena de intrigas y donde nada es lo que parece…
“Una nueva novela para leer de un tirón. Imprescindible”. -World News 24-
“Páginas que despiertan la curiosidad y te mantienen pegado hasta la última línea”. -Cronache Letterarie–
“Hechos reales y crímenes perturbadores dan lugar a una narración de ritmo ágil”. -Boom Channel-
“Una novela que atrapa al lector, entre enigmas, amores atormentados e historias apasionantes” -La Nazione-
“Una historia real hábilmente entrelazada con los acontecimientos de la ficción”. -Caffè Letterario–
“Un misterio que emociona y un amor que intriga, en un libro que encanta”. -Our Free Time-
IdiomaEspañol
EditorialTektime
Fecha de lanzamiento15 sept 2022
ISBN9788835443445
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    Sígueme Si Quieres - Stefano Conti

    I

    Domingo 16 de agosto de 2020

    Rah-ah-ah-ah. Roma, roma-ma. Gaga, ooh-la-la.

    Quizá debería cambiar el tono de llamada de mi teléfono, pero Lady Gaga es una gran artista.

    «Hola, Francesco. ¿Te acuerdas de mí?»

    Quería, o más bien intentaba olvidar esa voz.

    «¿Chiara?» pregunto asombrado.

    «Sí. ¿Cómo estás?»

    «¿Eres... eres realmente tú?»

    «¿Qué tal te va en tu trabajo?»

    No respondo.

    «¿Todo bien por casa?» insiste ella.

    «¿Cuánto tiempo vas a seguir así?» digo yo.

    «Sólo intento ser amable».

    Yo estoy sin palabras.

    Chiara insiste, «¿Cuántos años habrán pasado? ¿cinco, seis?»

    Sólo en las películas responden eso de 9 años, 10 meses, 12 días y, mirándose al reloj añaden, 2 horas. Nunca llevo reloj, me da ansiedad, pero vuelvo a ver la imagen a cámara lenta de la última vez que la vi, ella caminaba alejándose de mí, sin volver la cabeza y sin decir una palabra, y yo no tuve fuerzas para detenerla.

    «Yo diría que diez, más o menos».

    «¿No es eso mucho? No, no me lo puedo creer».

    «Seamos breves. ¿Qué quieres?» respondo con tono brusco.

    «Tan solo quiero saber de un amigo después de mucho tiempo».

    "Para mí, tú nunca serás sólo una amiga", pienso, pero la frase me sale mal. «Nunca hemos sido amigos».

    «Sin embargo, esa vez en Roma…»

    «Ah, ¿estaba contigo? Pensé que estaba con otra chica» bromeo.

    «No sé si estabas con alguien más, pero recuerdo cuando estábamos en ese hotel y…»

    «¡Me cerraste la puerta en las narices!»

    «No podía hacer otra cosa» se justifica ella.

    «O no querías».

    «¿Tenemos que hablar de cosas que sucedieron hace un siglo?»

    Dejémoslo así, es mejor, pienso yo.

    «¿Por qué me has llamado?» pregunto.

    «Tú eres el que aquel día, mientras paseábamos por el Lungarno, me dijiste, "Si no nos volvemos a ver, esperaré como mucho diez años y luego llamaré al programa Hay una carta para ti"».

    «Mañana mismo, iba a enviar un correo electrónico a Maria De Filippi¹».

    Se echó a reír y luego se puso seria.

    «Me gustaría hablar contigo».

    «Ya lo estamos haciendo».

    «No. Quiero hablar contigo en persona».

    A veces soñaba con volver a verla en Roma, donde se había ido a vivir. Cuando estaba allí para una conferencia o una exposición, esperaba encontrármela por casualidad; pero Roma es grande, demasiado grande.

    «No tengo mucho tiempo. Estoy ocupado en este momento y… no estoy solo».

    «¿Una mujer?»

    En realidad, es mi querido gato, Pallino. Se ha terminado toda la cena y acaba de saltar encima de la cama, nunca he entendido si lo hace para agradecerme la comida o para pedir más. Lo acaricio mientras se acurruca a mi lado.

    «En realidad es de género masculino».

    «¿Has cambiado de gusto?» dice con sarcasmo Chiara.

    «A fuerza de decepcionarme las mujeres…»

    «Qué gracioso. Bueno, si es así, podemos reunirnos, ya no hay peligro».

    El peligro está ahí y es enorme. Ninguna otra persona me había impactado tanto como ella, desde el primer momento. Yo estaba en la aduana turca, ella se acercó sonriente y simplemente me tendió la mano.

    He conocido a muchas mujeres, pero ninguna, absolutamente ninguna, tiene esa sonrisa. Cuántas veces he recordado con pesar en ese día, cuántas veces he maldecido haberla conocido.

    «Vamos, no armes tanto alboroto. ¿Cuándo estás libre?»

    «Es mejor que no nos veamos».

    No se da por vencida y lentamente pronuncia estas palabras, «Han ocurrido cosas importantes».

    Empiezo a acariciar a Pallino en la barriga, le gusta mucho, pero solo a veces.

    «No me importa».

    «Estoy segura de que…»

    «No».

    «Vamos a vernos y luego puedes decidir si me ayudas».

    «Acabemos con esto» la interrumpo.

    «Dame la oportunidad de…».

    Sin pensarlo, pulso el botón rojo del teléfono móvil y termino la llamada.

    ¿Qué voy a hacer si llama de nuevo? No voy a contestar, dejaré que suene. Sigo mirando el móvil a cada minuto por si acaso. Pero no ocurre nada.

    Si fuera importante, habría vuelto a llamar. De todos modos, es mejor así intento convencerme.

    «Vamos, Pallino, vámonos a la cama, mañana tenemos que trabajar».

    Trabajar… Lo que hago para ganarme la vida no es ciertamente lo que yo quería hacer.

    Todavía recuerdo el día en que me matriculé en Clásicas. Me encantaba la historia y el latín, pero mi sueño era convertirme en arqueólogo como Indiana Jones; al fin y al cabo, mi generación creció con esas películas. Tras un año de clases, llegó el momento de poner en práctica lo aprendido, el departamento había organizado una campaña de excavación. Estaba emocionado y no podía esperar a ir en busca de mi Arca de la Alianza. Cuando partí, no iba precisamente vestido como mi ídolo, en lugar de un sombrero de ala ancha, llevaba una gorra blanca de Nike que usaba para jugar al tenis, y en lugar de un látigo, una pala, que mi padre usaba para cuidar los tomates de su jardín. Tras el primer día de excavación, me di cuenta de un par de cosas, en primer lugar, cavar te ensucia de pies a cabeza. La segunda, estrechamente relacionada con la primera, es que la ducha era un lujo. Teníamos ducha por supuesto, pero sólo había una para cada grupo. Estábamos divididos en tres cabañas, cada una con un grupo de seis personas mixtas, cada uno tenía dos baños, pero una sola ducha, la cual funcionaba con un viejo calentador de agua que había afuera. Sólo las tres primeras personas se beneficiaban del agua caliente, las demás, a no ser que se esperaran hasta que el calentador volviera a tener agua caliente, se veían obligados a tomar una refrescante ducha fría. El primer día hice de caballero y cedí el paso a un estudiante de Bolonia, el segundo día, a uno de Cosenza, y el tercer día fui el primero en meterme en la ducha. Dormir en dormitorios mixtos puede sonar a una aventura sensual, pero las chicas que venían a las excavaciones no eran universitarias americanas, no estaban maquilladas, llevaban el pelo recogido e iban vestidas como constructores de carreteras. También hablaban como obreros de una obra, y lo que es peor, en lugar de tener que ducharse con agua fría, lo dejaban para... más adelante.

    Estábamos en un lugar remoto en las colinas de la región de Las Marcas y había que limpiar una pared enlucida de una domus romana, así que no había que descubrir ningún objeto raro, sólo era una operación mecánica. Todo aquello me pareció aburrido, y cuando, a la enésima pasada de la espátula, me di cuenta de que había arrancado sin querer un trozo de yeso rojo pompeyano, me di cuenta de una tercera cosa fundamental, es mejor dejar que los arqueólogos excaven; luego, si encuentran algo interesante, nos toca a los historiadores interpretarlo correctamente. Esa fue mi primera y única campaña de excavación.

    Tras licenciarme, opté por hacer un doctorado en historia y filosofía, al que siguió un puesto de profesor adjunto de historia romana en la Facultad de Humanidades de Siena.

    ¿Cómo pasé de ser profesor universitario a ser cajero de banco?

    Investigador a los 27 años, profesor asociado a los 35 y finalmente profesor titular a los 41 años. Esta fue la brillante y rápida carrera de mi maestro, el profesor Barbarino, pero ciertamente no la mía. Llevaba años como profesor interino y estaba cansado de que me pagaran menos que al ujier de la facultad; además, el banco que luego se convirtió en donde trabajaría, era el que me había dado el préstamo que tenía que pagar cada mes, para poder seguir adelante.

    Al final, me alegro de haberme liberado de la tiranía del ilustre y chiarissimo catedrático y de sus otros pomposos títulos amontonados en su tarjeta de visita. Y además el director de la sucursal de Siena, donde trabajo ahora, no es mala persona, al no saber qué hacer, deja vía libre a los empleados, sin entrometerse demasiado. Barbarino no era así, revisaba y corregía cada línea de los artículos que yo escribía para las revistas científicas. Pero lo hacía por una buena razón, ¡al final las firmaba él!

    Pero cuando, hace diez años, el eminente Barbarino me escribió que había encontrado por fin la tumba del emperador Juliano, mientras yo seguía trabajando en un banco, me vi de nuevo catapultado a ese mundo. No era tanto la concepción filosófica del emperador apodado el Apóstata, lo que me fascinaba, sino el deseo de cambiar el orden de las cosas, el intento, destinado al fracaso, de hacer retroceder el reloj del tiempo. Juliano no se dio cuenta de que el mundo que había soñado ya no existía y, tal vez, nunca había existido. Como muchos jóvenes, estaba convencido de que podía cambiarlo todo, sólo para darse cuenta de que no había conseguido cambiar nada. Era un idealista, o más bien un utópico, en definitiva, alguien como yo.

    Lunes 17 de agosto de 2020

    «Son las 7:04, hora de levantarse» repite el mensaje que he grabado en la tableta.

    Todavía con sueño, bajo a preparar el desayuno. Como todas las mañanas, tomo un café con leche, pan con jamón y dos tostadas con mermelada de naranja. Me gusta empezar con un desayuno ligero.

    Vivo en un pequeño piso en el centro de la ciudad, es famosa en todo el mundo por el Palio, pero Siena es fascinante por otras mil peculiaridades, que hay que descubrir poco a poco. Además, para mí es muy cómodo, estoy a tan solo solo cinco minutos andando del trabajo.

    Nada más entrar en la delegación, Vito, mi compañero de caja, me da la bienvenida, «Pareces pensativo esta mañana. ¿Se ha muerto tu gato?»

    «No hagas bromas de Pallino, es la única persona... alma, es decir, la única que me ha sido fiel... siempre».

    «¿Así que son penas de amor?»

    Llevamos mucho tiempo trabajando codo con codo y Vito no ha cambiado, es más, se puede decir que ha empeorado. En su perfil de Facebook, sólo ha destacado una característica, soltero. Escribir eso es una invitación a decir, mujeres de más de 40, de más de 50, de más de cualquier edad, acudid a mí.

    Sólo que nadie ha aparecido. Sigue viviendo con sus padres, que ya tienen más de noventa años, pero le cuidan como si fuera un niño.

    «Me lo cuentas durante el descanso del almuerzo. Hoy tengo lasaña. Te dejaré probarla, aunque si se calienta en el microondas no es tan buena como recién hecha».

    «¿Tu madre te cocina por la mañana?»

    «Por supuesto, para que mi almuerzo esté recién hecho».

    Vito es básicamente simpático, excepto cuando tiene sus rabietas. Entonces su cuello se hincha y su cara y su calva se vuelven del color del pecho de un petirrojo en celo.

    «¿Has hecho las llamadas de la lista?» me pregunta Marco, el agente hipotecario y responsable de la Línea Privada de Clientes».

    Marco es alto y delgado, muy alto y muy delgado. Estudió economía y banca, y es uno de los pocos colegas que quiso ser banquero en su vida.

    «Todavía no, pero tengo la lista aquí» le respondo.

    «Vamos, vamos, tú puedes hacerlo».

    Miro la lista y se me revuelve el estómago. Un programa ha cruzado unos datos y ha extrapolado los nombres de los clientes que deberían estar interesados en nuestra nueva tarjeta de crédito.

    «Pero, si tú ya tienes una tarjeta» le digo a Vito «¿por qué tienes que ir a la sucursal, devolverla, pedir una nueva y esperar un mes a que te llegue otra para poder usarla?»

    «Es fantástico, funciona por internet» insiste Marco.

    «También lo hacía la de antes» interviene Vito.

    «Sí, pero ésta tiene más potencial» insiste de nuevo.

    Le miro con escepticismo.

    «¿Tipo de interés?»

    «No me acuerdo ahora, hay que leer la ficha del producto».

    Finalmente, Marco encontró una función esencial, Permite al cliente elegir el código secreto que va a utilizar.

    «La tecnología está avanzando mucho» digo con ironía.

    «Te aconsejo que hagas esas llamadas telefónicas para ofrecer la nueva tarjeta. Vamos, tenemos que facturar» concluye el responsable de clientes, antes de salir en dirección a la máquina de café.

    Tomo la lista en la mano, ¡no haré ninguna llamada! No quiero llamar a la gente y hablarles de otro producto innovador, que es básicamente idéntico al que ya tienen.

    «Di que lo intentaste, pero que estaban ocupados» me sugiere Vito.

    «¿Cómo voy a decir que los treinta…»

    La frase se me atasca en la garganta cuando escucho esa voz que dice simplemente una palabra.

    «Hola».

    «¡Chiara!»

    «Si Mahoma no va a la montaña...»

    Al verla, el corazón me da un salto.

    La miro aturdido, su larga melena rubia, sus ojos claros, su piel lisa como la porcelana.

    Los años pasan para todos, pero si hace diez años era bonita, ahora... lo era más.

    «¿No vas a saludarme?»

    Se abalanza sobre el mostrador, como si quisiera abrazarme.

    Me levanto y le tiendo la mano.

    «Qué formalitos nos hemos vuelto».

    «¿No vas a presentarme a tu amiga?», dice Vito levantándose de su silla giratoria.

    Chiara no es alta, pero incluso de pie, él es más bajo que ella.

    Y le tiende su mano.

    «Me presento yo. Me llamo Chiara, soy una vieja amiga de Francesco».

    «Encantado de conocerte. Soy Vito, jefe de caja».

    Se abrocha el botón del pantalón que normalmente lo lleva abierto, aunque oculto por la camisa que lleva por fuera del pantalón.

    Luego pregunta, «¿De qué os conocéis?»

    «Nos conocimos en un viaje», digo sin querer dar muchos detalles.

    «Ah, sí, ¿y en dónde?», insiste con curiosidad.

    «Nos conocimos en un aeropuerto», añade ella para socorrerme.

    «Qué bonito, ¿a dónde ibais?»

    «¿Chiara, quieres un café? Así podremos hablar más tranquilamente».

    «Por supuesto. ¿Puedes salir?»

    Vito no quiere renunciar a saber más detalles.

    «Tenemos una máquina aquí en la sucursal».

    «Vamos al bar. El café de aquí sabe rancio».

    Salgo de detrás del mostrador y me dirijo a la entrada.

    «Parece buen tipo», comenta ella al salir del banco.

    «Como las agujas de un erizo cuando pones el pie en el mar».

    Caminamos hacia el Café Nannini.

    Mientras caminamos por la calle principal, ella toca ligeramente su mano con la mía.

    Mi primer impulso es corresponder y cogerla de la mano, pero en vez de eso la retiro.

    «Un café normal y para él un cortado caliente. ¿me acuerdo bien?», dice con una sonrisa Chiara.

    «¿Y no quieres también la cucharadita de miel?», pregunta Gianna, la camarera que conoce mis gustos.

    Nos sentamos en una pequeña mesa al fondo de la sala.

    Tengo mil preguntas en mi cabeza, pero no sé por qué, empiezo por la que menos me importa.

    «¿Cómo está nuestro viejo amigo Alfio?»

    Ella baja la cabeza.

    «Ha ocurrido una tragedia».

    «No me digas que está muerto. Ese tipo de gente nunca mueren».

    «En realidad sí, pero estaba hablando de…» Chiara se para en seco y escudriña con sus ojos toda la sala, «de su santidad».

    «No, no me lo puedo creer».

    Ella hace una mueca.

    «Es exactamente así».

    «Al final, no sólo se van los mejores, sino también los peores», digo con ironía.

    «Sucedió hace unas noches… en Lisboa. Estuve junto a él unos minutos antes. Se tiró desde su habitación del tercer piso».

    Una cosa buena que hizo en la vida pienso, pero me abstengo de expresar en voz alta esta reflexión. Por su mirada triste me doy cuenta de que no se ha inventado nada.

    «¿Está muerto de verdad?»

    «Una parte de él, siempre estará conmigo», dice.

    «¿Entonces no ha desaparecido realmente?»

    Me sonríe con amargura.

    «¡No lo entiendes, nunca has entendido nada!»

    He oído a las mujeres decirme esta frase en numerosas ocasiones, quién sabe por qué.

    «Los cumplidos, querida Chiara, nunca han sido tu fuerte. Ahora tengo que volver».

    Cuando estoy a punto de levantarme, se acerca y me pone la mano sobre el hombro.

    «No te marches, necesito que me ayudes».

    Sus ojos azules me miran con intensidad. No soy capaz de responder. Su aroma a especias orientales me embriaga como lo hizo la primera vez. Nuestros rostros están a tan solo treinta centímetros de distancia.

    «Debemos continuar los estudios que su santidad estaba llevando a cabo».

    Ella siempre tiene ese don de arruinar los momentos poéticos.

    «¿Qué buscaba?», pregunto.

    «Aquí no, ahora no».

    «Entonces hagamos lo siguiente, dentro de otros diez años vuelves a aparecer en mi vida y me lo cuentas».

    «¿No podemos pasar página de todo lo que ocurrió? Tenemos que mirar hacia adelante», dice.

    He leído una frase de un post que viene como anillo al dedo para responderle.

    "En el libro de la vida hay que tener la fortaleza de pasar página, pero al mismo tiempo la sabiduría de no olvidar nunca lo que se ha leído".

    Pero no la digo y pregunto, «¿Cómo me has encontrado? Me he mudado a Siena hace poco. ¿También tienes secuaces en mi banco?»

    Ella sonríe.

    «Nuestros hermanos están en todas partes, pero he sido yo quien te ha seguido durante estos años desde lejos, … ¿Sabes lo que hemos perdido?»

    Momentos muy felices, pero quizás también otros tristes, pienso sin responder.

    Pero ella se refería a algo totalmente distinto, «Un descubrimiento que podría cambiar cómo cuentan la historia los cristianos».

    «¿El bosón de Higgs, la partícula de Dios?», pregunto.

    «No, su santidad estaba a un paso de… Tenemos que encontrar lo que buscaba».

    Me pongo nervioso, aparece de repente después de unos años y me dice lo que tenemos que hacer.

    «¿Te crees que soy una marioneta a la que puedes manipular a tu antojo?»

    Chiara no parece escuchar, «Esta noche te espero en mi hotel, tengo que presentarte a alguien».

    «No tengo ninguna gana de encontrarme a solas con uno de los de tu secta».

    «¡No es una secta! La Hermetic Order of the Golden Dawn es una organización con una noble historia y de gran prestigio».

    «En cualquier caso, no tengo ningún interés en conocer a otro emisario tuyo».

    «Él no forma parte, al menos todavía», me corrige.

    «¿Es un él? Bien. No hace falta que me lo presentes».

    «Tienes que conocerlo. Te espero esta noche».

    Y sin añadir nada más, paga su café y se marcha.

    Vuelvo a la sucursal pensativo. No debería ir esa noche, después de lo mucho que padecí por ella, pero hoy, cuando la he vuelto a ver, ha sido como aquella vez en el aeropuerto de Fiumicino. Estaba enfadada, preocupada por su maleta perdida. Pero yo solo veía en ella su sensualidad, a pesar de esa mirada enfurruñada que dibujaba un hoyuelo en sus mejillas.

    «¿Y qué pasó con esa amiga?» pregunta Vito mientras me quiña un ojo.

    Está claro que quiere que le cuente más detalles. Normalmente nadie viene a buscarme al banco, y menos una mujer.

    «¿Qué quieres que te diga? Hemos ido a tomar un café».

    «¿Fuisteis hasta Guatemala? Mientras estabas fuera, he atendido a siete clientes».

    «Es que empezamos a hablar de los viejos tiempos y…».

    «Pero, entre vosotros dos ha habido algo antes, ¿verdad?», me interrumpe sin dejarme terminar la frase. «Lo sé por la forma en que la mirabas».

    Tardo unos segundos en responder, «Si ha habido algo, ella no se ha dado cuenta».

    «Si no se ha dado cuenta, es que estás muy mal».

    «¿No hay solicitudes de letras de cambio hoy?»

    «Sí, hay una, pero voy a esperar hasta el final del día antes de llamar al notario».

    Afortunadamente, puedo cambiar de tema. No quiero decir nada más, y que lo que pensaba que había estado enterrado todos estos años….

    Vuelvo a mi pequeño piso y pienso mientras me siento en un peldaño de la escalera de madera que sube hasta el entresuelo. He vivido en muchas casas a lo largo de los años, pero nunca voy a dejar ésta, a menos que pudiera permitirme una casa en el campo en lo alto de una colina y que tuviera piscina. Así que lo sé, me voy a quedar aquí.

    Pero mis pensamientos vuelven a Chiara, ¿Qué querrá de mí? ¿Y yo de ella? De repente me doy cuenta de una cosa, me ha invitado a su hotel, pero no me ha dicho cuál. Mientras como un poco de salmón ahumado, reviso mi correo electrónico y mi WhatsApp. No hay ningún mensaje de ella. Por otro lado, en el chat de los compañeros de la sucursal, solo hay un tema:

    ¿Quién es la misteriosa mujer con la que desayunó Francesco?

    Me ahorraré los comentarios de Vito y sólo citaré la hipótesis más repetida, la de Marco. ¡Una examante a la que dejó embarazada y ahora quiere la manutención de sus hijos!

    Finalmente reviso el Messenger. Aquí sí hay Mensajes, pero sólo de amigos con cadenas modernas:

    Cuidado con Tizio o Cayo. Tiene una foto de un mastín en su perfil (¿qué raza de perro es?). Es un hacker, no aceptes su amistad, de lo contrario….

    Pero a las 21:30 horas llega un mensaje de un desconocido. Se llama a sí mismo Obscura alba.

    Hola. Estoy en el Hotel Tre Donzelle, en el centro. Te espero.

    Voy al perfil de Facebook de Obscura alba. Sólo hay dos fotos, un dibujo de tipo fantasía de una mujer y un símbolo arcano. No hay pistas sobre la profesión, la ciudad o la relación sentimental.

    No es la primera vez que acoso su perfil. Anteriormente había simplemente buscado por su nombre, Chiara Rigoni, había encontrado tres y, aunque las fotos no coincidían con ella, les había pedido amistad a las tres. Dos me habían ignorado y una había aceptado. Las fotos que tenía esta última eran solo de gatos. Así que podría ser ella, aunque la descripción indicaba:

    Amante de los gatos. Diseñadora web. Vive en Florencia.

    Yo le había escrito:

    Tengo un gato maravilloso, grande y blanco, se llama Pallino. Esta es una foto suya.

    Me respondió inmediatamente:

    Pallino es adorable, quién sabe si su dueño también. Si pasas por donde vivo, podríamos tomar un café juntos.

    Tenía curiosidad por saber si era ella, así que me inventé un compromiso de trabajo en Florencia para el siguiente día.

    Quedó en encontrarse conmigo en el aparcamiento de Ikea al norte de Florencia. Hasta el último momento esperé que fuera ella, pero no, no era ella. Era una mujer hermosa y bien proporcionada, pero no era ella. Durante toda la velada habló de su exmarido y de cómo se había equivocado al casarse con él; luego pasó a relatar detalles más íntimos las diversas citas infructuosas con otros hombres después de la separación.

    «Lo peor me ocurrió hace seis meses con alguien que conocí en un chat. En la primera noche que salimos juntos, él pidió una pizza… o quizás fue un sándwich. Es igual, no importa».

    Supongo que la historia estará relacionada con la comida ingerida pensé.

    «Habíamos salido para conocernos. Pero de repente me pregunta, ¿Has pagado tus impuestos?»

    Esta absurda pregunta despertó mi curiosidad, «¿Qué quieres decir?».

    «Te lo repito, era la primera vez que salíamos. Pero ya estaba imaginándose que nos iríamos a vivir juntos. Sin embargo, pensaba como cada uno tendría que pagar sus propios gastos, mientras trabajábamos con nuestro sueldo, y luego con la pensión».

    «Entonces ¿tú has cotizado a la Seguridad Social?»

    No, no era la Chiara Rigoni que yo estaba buscando. Mientras recuerdo este curioso encuentro, me llega un nuevo mensaje de Obscura alba:

    ¿Vas a venir? Pregunta por la habitación de Patrizia Salvatori.

    "Estos miembros de la secta nunca usan sus nombres

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