Silentium: Diabolus in musica 4
Por Kendall Frost
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Confuso y horrorizado ante la posibilidad de que el daño sea permanente, Harley protagoniza una riña en un bar y uno de sus puños se acaba estrellando contra la nariz de Alex, un hombre normalmente pacífico que, sin embargo, es policía.
'Diabolus in musica 4: Silentium' continúa la serie 'Diabolus in musica' de Kendall Frost, una divertida y excitante mezcla de *erótica y fantasía gay* con incursiones en el BDSM. Además de la serie sobre el conservatorio Riverview, las autoras que firman bajo el seudónimo de Kendall Frost tienen varios relatos publicados en antologías, una novela de romance juvenil y otras obras de homoerótica en inglés.
En Riverview hay muchos alumnos con un gran potencial para la música... y no pocos necesitan disciplina.
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Silentium
(Diabolus in musica 4)
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Viernes
Harley sonrió satisfecho al escuchar los gemidos procedentes del dueño del pezón que estaba succionando. Se le daba bien el sexo y le encantaba recrearse. Dio un nuevo lametón y se levantó ligeramente para observar la escena que se desplegaba ante él.
No conocía de nada al chico, pero le había llamado la atención nada más verlo en Vortex. Tenía la piel de un tono ligeramente dorado que hacía resaltar unos ojos de un verde imposiblemente pálido. No se lo había preguntado, ni siquiera le había dejado decir más de un par de frases con voz aterciopelada y vacilante por la timidez, pero imaginaba que venía de algún país de Europa del Este. Lo que más le había llamado la atención de él era aquel aspecto oscuro, como de brujo, que tenía: los aparatosos anillos, el colgante tan siniestro que todavía colgaba de su cuello a pesar de que ya no llevaba nada de ropa y aquellos tatuajes que parecían hechizos dibujados sobre su piel. ¿Pero qué iba a decir él? Con las pintas que llevaba habitualmente no estaba en posición de recriminar nada a nadie.
Y, además, nunca había podido resistirse a un chico exótico…
Harley se lanzó a besarle en cuanto lo llevó a uno de los reservados y le hizo tumbarse en la cama. Lo desvistió con arte gracias a la práctica acumulada en los últimos meses de conquistas sin sentido. Sin haberse quitado la ropa aún, sonrió cuando Adrian
—
que así se llamaba el chico
—
no puso pegas a que lo atara a la cama usando las cuatro correas de cuero estratégicamente colocadas en las esquinas del somier.
Tumbado ante él, con las extremidades extendidas y totalmente expuesto, resultaba aún más atractivo, así que Harley se había dispuesto a hacer que su noche mereciera la pena. Y así había llegado a su situación actual: arrodillado entre sus piernas, lamiendo su torso con agónica calma. Se aseguraba de prestar más atención a las zonas menos erógenas, para luego apenas pasar cerca de aquellas en las que sabía que el muchacho sentiría más placer. Era todo parte de su plan para hacerlo enloquecer y que suplicara por sus caricias.
A Harley pocas cosas le resultaban más eróticas que una súplica jadeante.
Se sostuvo sobre sus brazos para acercarse a robarle otro beso; no estaba siendo delicado y sabía que después ambos tendrían los labios hinchados, pero no le importaba. Y tampoco parecía que su acompañante tuviera pegas al respecto. Recorrió la mandíbula de Adrian con su lengua y al llegar al cuello succionó sabiendo que le iba a dejar una marca delatora. Rozó la misma zona con los dientes y volvió a lamerla en su recorrido hacia las clavículas.
Sentía el cuerpo tendido ante él moverse intentando aumentar el contacto y, si la erección que sentía contra su abdomen podía servir como indicación, no estaba haciéndolo nada mal. Aún trazando dibujos con la lengua, bajó hasta el pubis de Adrian y, cuando recorrió la longitud de la polla erecta que se alzaba ante él, fue recompensado con un gemido aún más alto que los anteriores.
Con una sonrisa maléfica, se apartó y se irguió para contemplar el resultado de su trabajo: Adrian le miraba con cierto aire de enfado por haber dejado de tocarle y flexionaba sus manos en las ataduras, como si estuviera intentando recuperar el control de las sensaciones de su cuerpo.
Buena suerte con eso…
Antes de que el otro chico pudiera dar voz a su frustración, Harley volvió a agacharse entre sus piernas, esta vez tomando su falo en la boca. Podía darle exactamente lo que quería, o podía tomárselo con toda la calma del mundo y dejar que las sensaciones siguieran acumulándose.
Lo segundo era más su estilo.
Movía la cabeza con ritmo calmado y de vez en cuando se concentraba en el capullo. Comenzaba a notar el sabor del líquido preseminal y alternaba la succión con lametones propinados estratégicamente. Bajo él, Adrian intentaba conseguir algo de control, alzando la cadera tanto como le permitían sus ataduras para aumentar el contacto y el ritmo de la felación, pero Harley no estaba dispuesto a permitir aquello. Usó las manos para sujetar a Adrian por las caderas y obligarle a permanecer pegado a la cama.
Su recompensa fue un gemido de frustración y, en aquel momento, le pareció el sonido más armonioso de todos los que había escuchado aquella tarde.
Volvió a incorporarse ligeramente y miró a los ojos al otro chico, jamás había visto unos de aquel color y parecían hipnotizarle, como si pudieran contarle secretos que él desconocía. Sin apartar la mirada, pero con manos expertas, agarró el lubricante que había en la mesita junto a la cama y se embadurnó los dedos. Él también estaba dolorosamente empalmado y, aunque estaba disfrutando de lo lindo con la situación, no creía que fuera a aguantar mucho más.
Y sabía que quería correrse dentro de aquel trasero tan prieto que había intuido.
Utilizó uno de sus dedos, ahora muy resbaladizos, para penetrarle. El orificio presentó resistencia, pero no fue impedimento para el lubricante. Harley sentía el calor que rodeaba su dedo y se concentró en moverlo lentamente metiéndolo y sacándolo, teniendo cuidado de que el movimiento no hiciera daño a Adrian. Cuando notó que se movía con más facilidad, añadió un segundo dedo.
Adrian tenía los ojos cerrados y se mordía ligeramente el labio inferior. A Harley le parecía que era absolutamente delicioso y que la respiración entrecortada le daba un aire de vulnerabilidad que encontraba adorable.
Volvió a concentrarse en lo que estaba haciendo su mano derecha y, suavemente, comenzó a abrir y cerrar los dedos que tenía introducidos en el ano del otro chico, mientras los músculos que